Flores en el desierto                                         

                                                                                                Martha Estela Torres Torres

Dicen que este mundo es ahora de los ambiciosos, de los infractores, de los malvados, de los tiranos, de los fraticidas que convulsionan con dolor y muerte todas las regiones del planeta; esto en parte es cierto, pero no hay que olvidar a los hombres nobles que en el anonimato cumplen su deber con esmero y eficiencia ni a los que realizan labores rutinarias y agobiantes ni a los seres más tiernos de la tierra ni a los estudiantes que afortunadamente piensan que la educación y el conocimiento producen flores magnánimas en el desierto. Verlos perseverar en el estudio es prueba de que pueden extender sus alas para alcanzar niveles de bienestar y desarrollo. No debemos caer en el desaliento ni en el pesimismo a pesar de los graves problemas que crecen a nuestro alrededor, nuestro anhelo de ser útiles no cede a la derrota ni a la frustración pues estamos seguros que sumando esfuerzos saldremos avantes con niveles de bienestar.

 Nuestra ciudad, la ciudad dormida como la llamaba mi padre, ha despertado de su letargo y ahora sufre problemas de impunidad, inseguridad y desempleo, ya nadie puede negar esto, pero ¿quién puede dejar de querer esta  tierra? ¿Quién puede olvidar los afanes de nuestros antepasados por construirla? ¿Quién puede olvidar los esfuerzos de nuestros padres por verla progresar? La situación que prevalece ahora nos obliga a reflexionar y preocuparnos al verla herida por la pérdida de valores, por indiferencia, injusticia y corrupción. Por ello, como profesionistas y personas conscientes tenemos que colaborar para mejorarla porque nuestra ciudad hogar, merece superarse en todos los aspectos máxime en educación y cultura porque son la base para garantizar mejores condiciones de vida.

Los retos son ahora más difíciles por eso el desempeño de cada uno debe ser de mayor compromiso y eficiencia en nuestro quehacer diario.

Sabemos bien como filósofos, especialistas en literatura o en lingüística que no podremos como decía Nietzsche: crear una cultura, pero si podemos prepararla, eliminar impedimentos o bien adaptarla o destruirla según nuestra aportación, nuestro quehacer e incluso nuestra actitud.[1] Todos, especialmente los profesionistas estamos llamados a ser médicos de la cultura y el saber, para lograrlo es necesario establecer alianzas, pues en la unidad se finca el mejoramiento material y espiritual de los hombres y de los pueblos, porque nadie progresa solo ni siquiera la nación más poderosa de la tierra ni el hombre más envanecido de sus propias cualidades y no se sabe dónde es más fina y perspicaz la diplomacia y el esmero si entre dos naciones que se odian o entre dos personas que se entienden, porque en el ámbito intimista de dos enamorados como en la extensa geografía de un continente lo que se requiere es la unión como requisito sustancial del adelanto, pues la concordia fortalece el mundo del amor y el mundo del progreso.

Recordemos que la vida es tan solo un sueño, tan breve y frágil que apenas tenemos tiempo para sorprendernos de la vida y del universo. Conscientes de nuestra efímera vigencia debemos medir la vida por el aprendizaje y por la aplicación del mismo en favor de los otros. Porque el conocimiento debe tener como principal objetivo el convertirnos en mejores seres humanos. Poco le sirve al hombre si solo lo aprovecha para ostentarlo o para satisfacer su ego. Es vano e inútil cuando produce individuos que desarrollan complejos para controlar o aprovecharse de los demás. El egoísmo que ha entrado en nuestra cultura se ha filtrado también en nuestra mentalidad y en nuestros corazones, por tal motivo debemos retomar el camino y buscan alianzas, en la unión está el secreto para solucionar problemáticas y avanzar hacia el progreso integral en este mundo de alta tecnología.

Los filósofos y los sabios nos advierten sobre las amenazas y las catástrofes que se ciernen sobre la humanidad. El materialismo y la irresponsabilidad social nos lleva por rutas equivocadas y si no queremos destruirnos tenemos que activar la fraternidad y la justicia. Más allá de las batallas por adquirir conocimiento como arma y poder se encuentra la tarea de solidaridad y amor como ejercicio. El deleite del amor a los demás como lo llama San Juan de la Cruz es el más grande de todos los poderes y caudales de la tierra. El conocimiento como el amor renueva la conciencia y la vida de los hombres. La verdadera riqueza de una persona se mide por la nobleza de sus obras no por los títulos ni reconocimientos ni puestos relevantes que posea; si estos no son para incrementar su esencia humana entonces la convierten en campana sin eco y sin sonido.

Debemos ser antorchas para incrementar la llama del saber y tener palabras de aliento para quienes sin brújula se van deteniendo en el camino. Se requiere seguir cultivando el intelecto para conservar la salud mental y la memoria, sobre todo para mejorar el entorno porque al hombre le nacen alas con el conocimiento, así lo confirma Raevski, filósofo ruso, quien manifiesta su esperanza en el poder transformador del conocimiento y nos anima a utilizar al máximo nuestras capacidades y talentos en provecho propio y de la comunidad.

Tenemos la tarea intrínseca de aceptar el reto de la propia existencia, forjar nuestro destino con ánimo y optimismo a pesar de las pruebas, limitaciones u obstáculos que se nos presentan, y como decía José Vasconcelos, promotor de la cultura, la educación y las artes: “Seamos más firmes, más tenaces que nuestros enemigos, más sobrios, más laboriosos, más claros en el pensar y más resueltos en la acción, y el triunfo llegará inesperado y espléndido. Combatan la explotación del hombre por el hombre en las ciudades y en los campos, establezcan la paz que nace de la justicia y de la abundancia, y una vez lograda esta victoria proscriban la violencia, condénenla y maldíganla hasta que no pueda renacer; mátenla con un derroche de bien, paguen la cárcel con la libertad, el destierro con el retorno y el odio con el amor. [2] 

[1] Friedrich Nietzsche. El libro del filósofo. P.79

[2] José Vasconcelos.  Ensayo hispanoamericano.