© 2014 by Ismael Lorenzo

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Es el final del camino, lo sé o lo presiento, estoy sentado en este muro mirando al mar, separado de mí por un largo trecho de arena, de noche siempre me impresionan el ruido de esas olas resonando como si fueran a salir monstruos o sirenas, pero vanamente, pues solo estoy rodeado  de la soledad, mi mejor compañera, a lo lejos sobre la arena una pareja quizás haciendo el amor. El recorrido ha sido largo y pedregoso, casi siempre lleno de sinsabores y fracasos. Salí en un globo de aquella isla de salvajes, llegué a una ciudad de locos arrogantes, regresé a otra por la que habían pasado huracanes y terremotos que la hacían casi irreconocible, y luego seguí la travesía en los más disímiles transportes, que me han permitido viajar a través del tiempo y el espacio. 

Atravesé los infiernos de Dante y los paraísos de Miguel Angel, de los cuales salí impávido,  me encontré con un infeliz que caminaba las calles de Dublín, mientras su mujer se deshacía en la cama con la ayuda de otros, y un artista adolescente empezaba sus andanzas, conocí a otro que  pensaba que se estaba convirtiendo en un insecto y por eso se hizo famoso,  encontré los azares de la guerra que abrían la esperanza del amor y donde se pedía un adiós a las armas, me tropecé en una sureña ciudad húmeda y de canales, con un gordo altanero, de vestir estrafalario que se autoconsideraba un genio en un mundo en decadencia que había que cambiar y que se pasaba la mayor parte del tiempo acostado viendo televisión y cuyas desventuras en esa vieja ciudad siempre hicieron mis delicias.  En vida le fue negado todo, su desdichada  muerte asfixiado dentro de la soledad de su auto lo lanzó a codearse con los inalcanzables maestros.

Pasé por una Roma decadente y llena de deliciosos pecados ¿no son estos casi siempre deliciosos? donde una exhuberante rubia se bañaba en una fuente, seguí camino y me encontré con un espía que luego sería famoso en el cine, he viajado demasiado y los recuerdos se acumulan, aquella chica que se llamaba como una actriz y entre clase y clase en su facultad, buscaba íntimo refugio en el baño con mi foto de regalo, pero un sábado triste todo terminó con un disparo en el pecho.

 O aquella que quería tocar a mi puerta solo cubierta con un abrigo, pero la historia concluyó en un olvidado convento Carmelita, o la rubiecita parisiense que desde la Sorbona me atravesaba con fotos en las más disímiles y excitantes posiciones, y terminó atrapada en las redes del tráfico humano.

Es el final del viaje, se siente el cansancio y el desaliento, todo lo pasado que solo vive en mi mente, ese mar en tinieblas frente a mí que de día es azul como los ojos de aquella de la cabellera negra muy dulce y de mala leche, pero que amé más que ninguna. Desde lejos me llega música y algarabía de los nuevos que entran en el carrousel, llenos de entusiasmo y esperanza sin la tristeza que rodea el final de la senda, ellos continuarán lo que ya no me atrae, una ráfaga de viento me hace sentir frío y me estremece, es hora de volver y terminar, este es el final de los días de invierno.