GABRIELA MISTRAL (ENSAYO SOBRE SU VIDA Y SU OBRA)

Alejo Urdaneta


GABRIELA MISTRAL:
BREVE RECORRIDO POR SU VIDA Y SU OBRA

PRESENTACIÓN
Es necesario que la vida y obra de la Poetisa chilena Gabriela Mistral renazca en el interés de los lectores de nuestra América hispana de hoy. Que sólo quede de su paso por el Arte Poética el título que recibió en mérito de su trabajo: POETISA DE AMÉRICA, no basta para exaltar su creación artística y mantenerla actual. Y haber nacido el 7 de abril de 1889 en Vicuña, una pequeña población situada en el norte de Chile, y nombrada como Lucila Godoy, es tan solo un accidente de tiempo y lugar que la vida le impuso como bautismo.
Ya sabemos de ella que era modesta y de carácter retraído, distante de todo lo que significara ostentación o deseo de publicidad. Sabemos que fue maestra, igual que su padre y que su única hermana, a quien Gabriela llamó la “maestra pura…, pobre…, alegre”. Y, finalmente, tenemos conocimiento de su sensibilidad ante el tema de la muerte, tema que la asedió desde la pérdida de su amante y le impuso un sello a la creación poética que nos dejó.
La niñez de Lucila Godoy estuvo rodeada del misterio de las montañas y de la influencia de la abuela, Isabel Villanueva, que la indujo a ver el destino en las constelaciones. La Biblia fue libro de sus primeras lecturas, y fue atraída por los Poetas que fulguraban en esa época: Rubén Darío (cuyos poemas siempre llevaba consigo), Gabriel D’Annunzio, El Dante, Tagore, Poe, Rilke. La soledad estimuló su introspección para favorecer la creación poética que hacía en cuadernos apoyados en sus piernas, sin la comodidad de una mesa. El nombre de Lucila fue cambiado por el que la eternizó en el mundo de las letras: tomó el de Gabriela por el Poeta y narrador italiano Gabriel D’ Annunzio, y el de Mistral, del Poeta francés Fréderic Mistral.
El silencio y color del paisaje rural, unidos a la lectura de esos grandes Poetas, forjaron su vocación literaria ya nacida de aquel mundo de misterio:
[“Con las montañas y la luz de Elqui – y más tarde buscará el buen abrazo ceñidor para América toda - , y con la luz de un tiempo sin tiempo, viene para la niña Lucila lo que siguió siendo siempre el hallazgo fundamental de los libros. Primero, cuál mejor que el paisaje: “En las quijadas de la cordillera el único libro era el arrugado y vertical de trescientas y tantas montañas, abuelas ceñudas que daban consejas trágicas”. Allí, en los atardeceres de Montegrande, un día descubre el Libro: “Mi abuela estaba sentada en un sillón rígido, y yo me sentaba en una banqueta de mimbre. Ella me alargaba su Biblia, muy vieja y ajada, y me pedía que le leyera. Siempre me la entregaba abierta en el mismo sitio, en los Salmos de David”].

Y llegó para ella el amor con el funcionario de la empresa ferrocarrilera, Romelio Ureta. No era extraño que ocurriera de manera tan espontánea y que su elegido fuese un empleado de ferrocarril: la sencillez y apasionamiento de Lucila no medían clase ni poder económico. Vivieron el romance ideal de los paseos en el paisaje rural, y la niña Lucila descubrió la emoción del amor en experiencia propia, después de haberla buscado en los libros. La tímida Poetisa sintió al enamorarse que el mundo fue más hermoso, y escribió en ese período ilusionado versos de cálido lirismo en una poesía donde se fundían la tierra y la sangre.
Pronto vino la ruptura de sus relaciones amorosas, pero ella continuó amando al modesto funcionario. Al ocurrir la ruptura, la Gabriela campesina se recogió en su dolor:
“Te acordaste del negro racimo,
Y lo diste al lagar carmesí;
Y aventaste las hojas del álamo,
Con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
Aún no quieres mi pecho oprimir!
(Nocturno, en Desolación)
Ese monólogo patético y desesperanzado era el anuncio de un dolor mayor, enrarecido por la presencia de la muerte violenta del suicidio. Su amado acudió al acto desesperado por motivos económicos y no románticos, como se ha dicho alguna vez. El sabor a ceniza al ver de cerca la muerte quedará unido a ella por toda la vida, y se convierte en un dolor universal cargado de dudas:
“¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas,
hacia un ancla invisible las manos orientadas?”
(Interrogaciones, en Desolación)
Desde entonces la palabra muerte aparece con insistencia en sus poemas, y con esa presencia invisible su religiosidad e individualismo formarán en ella una voluntad firme, en el ejercicio de la soledad admitida. Nos dice: “Como quien habla en la soledad, porque he vivido muy sola en todas partes”. Pero sigue siendo la campesina sencilla y austera que escribe con la palabra llana y sencilla del hombre del campo.
Esta es la mujer que nos dejado tan profunda obra poética, la que alcanzó un reconocimiento que no buscaba y pobló con su espíritu a nuestra América y a gran parte del mundo con su obra, reducida en espacio pero trascendente.
I
LA POESÍA DE LA DESOLACIÓN Y LA TERNURA: INTIMIDAD DE GABRIELA MISTRAL
¿Poesía pura? Nada puro puede coexistir con las vicisitudes de la vida humana. El Poeta no está suficientemente lejos de la tierra ni tan cercano del cielo; tan solo tiene la idea de la perfección, para alumbrar con la llama de su palabra la morada deseada a la que Gabriela Mistral llamó “palabras serenas”:
“Mudemos ya por el verso sonriente
Aquel listado de sangre con hiel.
Abren violetas divinas, y el viento
Desprende al valle un aliento de miel”
(Palabras Serenas, en Desolación)
El poeta inicia su ascenso purificador y se recrea en el mundo ideal. Y sin embargo no puede abstraerse del todo. La inteligencia es vigía del imperio sensorial e interfiere en el acto creador. Ahora el Poeta reconoce su mundo terrenal con sus penas y alegrías, sus anhelos, y es eso lo que puede expresar con la palabra siempre insuficiente. El filósofo Ludwig Wittgenstein, en su empeño de poner límites expresivos a la palabra, nos dejó esta certidumbre: “¿Cómo puedo llegar a tratar de valerme del lenguaje para meterme entre el dolor y su expresión? Pero hay respuesta a tal pregunta diciendo que es ésta la función más enigmática de la poesía: expresar lo que la palabra en sí misma no logra hacer.
Desolación:
En Desolación se define el sentimiento oscuro e íntimo, manifestado como una jeremiada amorosa; pero también está en la obra lo religioso cristiano, casi litúrgico. Gabriela era apasionada y mística, y ese peso cercenaba la palabra fácil y juguetona, que logró en sus poemarios posteriores.
El recuerdo del abuelo mestizo con su caudal de fatalismo y sus rasgos indígenas estuvo siempre en ella, lo mismo que el sentido de la vida, inclinada a la tristeza y la introspección, que en Gabriela tanto pesaban. En el fondo de la naturaleza de Lucila Godoy latía por igual el antepasado vasco, entremezclado con la sangre judía de los ancestros de su madre. La lucha por la sobrevivencia y el acendrado sentido de la muerte eran visibles en Gabriela. Pero es posible que los signos de su estirpe no hayan sido determinantes en la senda que tomó su vida y su obra. Hubo, sin duda, las enseñanzas bíblicas que recibió de la abuela, o las doctrinas religiosas que le fueron inculcadas, pero su tendencia a la soledad y el dolor metafísico pudo nacer cuando se hizo patente la finitud y brevedad de la vida. No existía en la Poetisa el concepto de los límites entre lo natural y lo sobrenatural. Su amor intenso produce separaciones, tajos que separan a los seres, y ella no lo admitía. Su poesía es por eso un enlace entre la realidad y la mística, con acentos mágicos.
Penetra el creador en la esencia poética del mundo, a pesar de sus limitaciones, y no tiene sino el recurso de su propia experiencia existencial y el arma del lenguaje. Eso hizo Gabriela Mistral en su obra: reflejar las emociones propias, en Desolación, ante el dolor:
Iba sola y no temía;
con hambre y sed no lloraba;
desde que lo vi cruzar,
mi Dios me vistió de llagas.
Mi madre en su lecho reza
por mí su oración confiada.
Pero ¡yo tal vez por siempre
tendré mi cara con lágrimas!”
(Dolor: En Desolación)
El dolor desplegado en Desolación es purificador, una idea ahondada en el espíritu de Gabriela Mistral, como paso necesario para el ejercicio de su creación poética, que parece haber recibido como don de gracia.
Ternura:
Este libro reúne quizás sus más hermosa poesía. Es una obra centrada en los juegos de los niños, los sueños, los miedos y desvaríos. En fin, la ternura humana expresada en el decir poético, en el rescate de la infancia y en la proclamación del acercamiento al mundo y a los hombres:
“Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan;
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
Golondrina me la vuelvan”.
(Miedo, de Ternura)
La poesía de Gabriela se ha desembarazado en este poemario de la desolación de sus primeras creaciones. Ahora escuchamos con los ojos, al decir de Francisco de Quevedo, una escritura sencilla en el verbo característico que identifica a nuestra Poetisa, con el vivo léxico rural de su pueblo nativo. Sentimos la proximidad de esta poesía respecto de las viejas tradiciones orales, con el ritmo y tono de conversación usual en el campo del norte de Chile.
Apegada a su tierra como siempre estuvo, Gabriela Mistral nunca declinó su raíz rural ni su pertenencia al campo. La vida y los pesares de los indios fue objeto de su observación sensible.
Lo comprobamos en su poema La tierra:
“Niño indio, si estás cansado,
tú te acuestas sobre la tierra,
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío. Juega con ella”
(…)
“Cuando muera, no llores, hijo:
Pecho a pecho ponte con ella
y si sujetas los alientos
como que todo o nada fueras,
tú escucharás subir su brazo
que me tenía y que me entrega,
y la madre que estaba rota
tú la verás volver entera”
(La tierra, en Ternura)
II
LA POESÍA INDOAMERICANA DE GABRIELA MISTRAL

Otro pilar de la obra poética de Gabriela Mistral es Tala, considerada en su mundo y hasta por ella misma como un hito, como su verdadera obra.
[“Creía fervorosamente en Tala porque estaba allí –según expresara- “la raíz de lo indoamericano”. Es el hondón mítico de la tierra, esa Gea permanente que la sobresalta en el amor. Y con ella, fundiéndose ensimismada, vive. Alguna vez predijo: “Tal vez moriré haciéndome dormir, vuelta madre de mí misma. Bendije siempre el sueño y lo doy por las más ancha gracia divina... En el sueño he tenido mi casa más holgada, ligera, mi patria verdadera, mi planeta dulcísimo. No hay praderas tan espaciosas, tan deslizables y tan delicadas para mí como las suyas”]

Fe, consumación del dolor y letanía litúrgica, todo eso hallamos en ésta quizás su última y más lograda poesía, y nos topamos con el alma del indio y de nuestra América. Tala es la voz religiosa y americana.
El uso de la lengua cotidiana y cargada de arcaísmos se conjuga en Tala con lo criollo. Leemos, entremezclados, lo indígena y lo español, para dejarnos una emoción de ofrenda a nuestro dolido continente americano.
El poema AMÉRICA contiene dos himnos despojados de los brillos épicos del romanticismo. Al comentar este poema, la misma autora nos da una visión de los himnos que lo componen:
[“El tono menor fue el bien venido, dejó sus primores, entre los que cuentan nuestras canciones más íntimas y acaso las más puras. (…) Nuestro cumplimiento con la tierra de América ha comenzado por sus cogollos. Parece que tenemos contados todos los caracoles, los colibríes y las orquídeas nuestros, y que siguen en vacancia cerros y soles, como quien dice la peana y el nimbo de la Walquiria terrestre que se llama América”]
(Sol del Trópico, en tala)
“Sol de los Incas, sol de los Mayas,
maduro sol americano,
sol en que mayas y quichés
reconocieron y adoraron,
y en que viejos aimaráes
como el ámbar fueron quemados.
Faisán rojo cuando levantas,
y cuando medias faisán blanco,
sol pintado y tatuador
de casta de hombres y de leopardo.
Sol de montañas y de valles,
de los abismos y los llanos,
Rafael de las marchas nuestras

lebrel de oro de nuestros pasos
por toda tierra y todo mar,
santo y seña de mis hermanos.
Si nos perdemos, que nos busquen
en unos limos abrasados,
donde existe el árbol del pan
y padece el árbol del bálsamo”
(Sol del Trópico, de Tala)


CONCLUSIÓN
Gabriela Mistral nos sigue hablando con su voz susurrante, de nuestra vida, de los pesares que casi impiden existir. Pero también nos cantará muchas veces las canciones de sus niños: piececitos, manitas, nubes blancas. En ella no todo fue desolación o amargura; era mujer íntegra, con sus pechos desbordantes de amor. Amó con amor de mujer, y dio calor y ternura al ser humano despojado de la fe. Amó con entrega a su tierra chilena y americana y a todo nuestro continente.
La sensibilidad estética de Gabriela Mistral no se redujo a la gran obra poética que nos dejó. La poetisa amaba a su dolida tierra en todas sus experiencias: maestra y pensadora, poeta de altas luces. Sus inquietudes adquirieron un espacio americano más amplio. Escribió ensayos pedagógicos: Magisterio y niño, Grandeza de los oficios, y prosa poética: Elogio de las cosas de la tierra. En esta obra se anunciaba Neruda en Odas elementales.
Rebosaba su espíritu de amor y preocupación por el destino de su patria y de nuestra América española. En México, con el apoyo de José Vasconcelos, participó en la reforma educativa de ese país, y con visión americanista escribió una obra antológica: Lecturas para mujeres.
Su obra ensayística es ejemplar. No olvidó al indio americano cubierto de lluvia y pobreza, y dedicó a Sor Juana Inés de la Cruz un extenso estudio de la poetisa como mujer, de su misticismo, su entrega al recogimiento religioso. Cuando escribió de Chile era como si su pluma estuviese pensando en toda la América. Habló de la raza de nuestros pueblos, de la integración con otras culturas, de las limitaciones de la ignorancia, del sacrificio de Caupolicán como el gesto del dolor del pueblo de esta América.
Nada mejor que concluir estas reflexiones con palabras de Lucila Godoy, doblada en intensidad por su heterónimo universal: Gabriela Mistral, Poetisa de América:
[“Raza nueva que no ha tenido la Dorada Suerte por madrina, que tiene a la necesidad por dura madre espartana. En el período indio no alcanza el rango de reino; vagan por sus sierras tribus salvajes, ciegas de su destino, que así, en la ceguera divina de lo inconsciente, hacen los cimientos de un pueblo que había de nacer extraña, estupendamente vigoroso. La conquista más tarde, cruel como en todas partes; el arcabuz disparado hasta caer rendido sobre el araucano dorso duro, como lomos de cocodrilo. La Colonia no desarrollada como en el resto de la América en laxitud y refinamiento por el silencio del indio vencido, sino alumbrada por esa especie de parpadeo tremendo de relámpagos que tienen las noches de México; por la lucha contra el indio, que no deja a los conquistadores colgar las armas para dibujar una ‘pavana’ sobre los salones… Por fin, la República, la creación de las instituciones, serena, lenta…”]



OBRAS CONSULTADAS
1. Cuneo, Ana María: Para leer a Gabriela mistral. (Universidad de Chile). Santiago de Chile, Universidad Nacional Andrés Bello, Editorial Cuarto Propio; 1998.
2. Gabriela Mistral y su Mundo de Verdad: Editorial Andrés Bello. Chile, 1979.
3. Gabriela Mistral, Premio Nobel 1945. Plaza & Janes Editores. Madrid, 1969.
4. Quezada, Jaime: Antología de poesía y prosa de GABRIELA MISTRAL. Fondo de Cultura Económica. México, 1997.
5. Rodríguez Valdés, Gladys: “Invitación a Gabriela Mistral”. Fondo de Cultura Económica. Colección Tierra Firme. México, 1990.
6. Skirius, John: El Ensayo Hispano-Americano del siglo XX. Colección tierra firme. Fondo de Cultura Económica. México, 1994.

Caracas, julio de 2008.
G

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Comentario por Marcela Vanmak el julio 10, 2009 a las 8:22am
Gracias Alejo por traernos de regreso el panorama interior y la hoja de vida de esta poeta. Es cierto, a veces ¡como hacer para que el lenguaje transmita el ritmo y la profundidad del dolor!...

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