Harry y Meghan, la peor serie de la semana: famosos sin gracia

Lo que se vende como documental es un publirreportaje que finge tomarse en serio su material más bien cómico

No será porque no estemos a favor de Meghan Markle. La historia de una actriz de segunda que termina en la familia Windsor es un historión que pide a gritos ser contado. Princesa por sorpresa, soñando soñando triunfé emparentando, coge al príncipe y corre. Si Harry y Meghan empezase con ella relatando su hazaña, la serie documental de Netflix sería... algo.

No podemos escribir esas dos palabras sin sonrojarnos: «serie documental» ¿En qué momento dejamos de utilizar la certera y dignísima «publirreportaje»? Porque eso es Harry y Meghan, una campaña promocional por episodios. Parte de la estrategia de capitalización de una fama que, en un sistema de retroalimentación bien pensado, es rentable en sí misma.

El príncipe y la corista (sí, tenía que escribirlo) no han pagado para producir este contenido. Al contrario, Netflix les ha compensado con 100 millones de dólares. En el publirreportaje, el hijo de Diana de Gales habla de lo que es capaz de hacer la gente por dinero (spoiler: casi cualquier cosa) y ni él ni los responsables de Harry y Meghan son conscientes de la meta-ironía (o meta-grosería) de la frase.

Cuando el productor de Suits, la serie en la que trabajaba Meghan pre-Harry, resalta lo revolucionario del papel que interpretaba en aquel drama ligero de abogados, tampoco hay un ápice de sarcasmo. Que era la primera mujer birracial de la pantalla, viene a decir el tipo. Como si el «lo he visto por la tele, así que es verdad» siguiera vigente. Como si los espectadores potenciales de Harry y Meghan fuésemos tontos.

Tampoco se hace ningún chiste, pues la cara de Harry es de vergüenza ajena, cuando Meghan recrea su primera reverencia a la Reina Isabel.

¿Si les pido a los de Netflix el material bruto me dejarán editarlo a mi manera para montar una serie más divertida?

La reverencia iría aderezada con el Mocatriz de Ojete calor y tras las innumerables quejas de la pareja sonaría de fondo otro temazo suyo: Tonta gilipó. Así al menos haríamos mínimamente gracioso algo que es aburridísimo y repetitivo.

Superado el hito de que un miembro de la familia real británica se haya convertido en un famoso sin oficio ni beneficio, el primer fruto de ese cambio de profesión es insoportable. Con sus revelaciones («revelaciones») ya conocidas gracias a la famosa entrevista que la pareja concedió a Oprah Winfrey, Harry y Meghan es un tostón que carece de los principales elementos de una buena telerrealidad de famosos: distancia irónica y trama constante.

Ni Harry ni Meghan ni su ridículo autobombo filmado las tienen. Con lo divertido que sería entrar en los mensajes directos de él con, ejem, otras estrellas («estrellas»). O leer el chat del grupo de amigas de ella. Si la cosa empezase con un pantallazo del tipo «no os vais a creer con quien estoy guarreando por Instagram» yo no estaría escribiendo esto, sino metiéndome más episodios de Harry y Meghan en vena.