Soy la cucaracha, ese insecto repulsivo al que todos quisieran aplastar. Favor que nos hizo el Creador, quienquiera que fuese. Como han demostrado ser ustedes, los Humanos, es mejor que nos odien a que nos amen. Porque todo lo que ustedes aman, de una forma u otra terminan por destruirlo. Como dice el poeta del libro que he comenzado a leer y a comer: “todo el mal del mundo está en que a unos les importen los otros”. Tiene razón, esa página me gustó mucho. Lo único que podemos esperar de ustedes es la muerte, porque todos terminan exterminándonos. Ustedes son así, no soportan lo diferente. Primero matan y después preguntan si hicieron bien. A esto lo llaman Historia: una lista interminable de aniquilaciones. Entonces, ¿qué podemos esperar para nosotros? Con los únicos que podemos estar seguros es con los indiferentes, los deprimidos, los que ya le perdieron el gusto a la vida. A ellos ya no les importa la higiene. No les interesa la vajilla sin fregar, la casa llena de telarañas, los papeles del baño desbordándose del cesto. Ellos cayeron en una depresión, es decir, no tienen ganas de vivir. Como no les importa la vida tampoco les molesta convivir con nosotras y se acostumbran a vernos ir y venir entre la basura, debajo de la cama o deambulando entre las sobras de la cocina. Muchos se espantan cuando se dan cuenta de que estamos a unos centímetros de ellos, pero otros dejan que les caminemos por encima, lo que resulta muy divertido. Yo conozco cada curva, cada hueco y cada olor de los muchos que tienen en el cuerpo. Olores únicos, así como seres humanos únicos. Es una experiencia bastante estimulante. Hay algunas cucarachas temerosas que no salen del caño provinciano donde viven y no conocen el mundo. Prefieren vivir una vida segura que correr el riesgo de un zapatazo. Yo he decido vivir, experimentarlo todo. Por eso me gusta sentirlos y reconocerlos. Me intriga la naturaleza humana. ¡Qué bichos más complicados! Y realmente, es asqueante conocerlos a fondo. No sé por qué tanto prejuicio hacia nosotras. Pero así son ustedes: excluyentes, destructores, egocéntricos y cobardes. He vivido con todo tipo de personas: las deprimidas, las indiferentes y las que nos odian y limpian todo el día para no darnos tregua. En esas casas uno se muere de hambre. Casi siempre es una mujer nuestra principal enemiga: señoras llenas de hijos que los bañan, los perfuman y se pasan el día limpiando el piso, barriendo, botando la basura. Son realmente inquietantes. En esas casas una no puede vivir tranquila. Hay que estarse moviendo para no ser arrastrada por la escoba, corriendo detrás de los muebles para no ser exterminada con el detergente. Demasiada acción. También viví con los indiferentes: una pareja de hippies que se pasaban el día fumando marihuana. Todo el tiempo se reían. Tenían el apartamento más abastecido que un supermercado: comida en la sala, ropa sucia en el baño, trastos sin lavar en la cocina, basura por donde quiera. Hasta encima de la cama me encontraba panes, pedazos de queso, botellas de refrescos abiertas por todo el piso. Era un verdadero horror y un paraíso para nosotras. Pero no resistí tanta competencia. Allí vivían cientos de cucarachas y yo no soporto la promiscuidad. Por eso he preferido ser frugal y no tener que compartir la casa con tanta gente, porque esas casas son caóticas, como vuestras ciudades superpobladas. ¡Qué estrés! Soy una cucaracha austera y me encanta la soledad, así que decidí conformarme con una casa más limpia. Esto tiene su encanto y sus ventajas. Ahora vivo con un matrimonio muy tranquilo y casi me atrevería a asegurar que soy la única aquí. Es un apartamento bastante grande y aunque escasos, hay rincones estratégicos donde puedo permanecer tranquila durante horas sin andar corriendo de un lado para otro. Ella se llama Irma y él Manuel y son intelectuales, por lo que a veces me resultan un poco aburridos comparados con mis risueños hipies.
Aquí la comida que se sobra es el papel, pero yo recurro a ésta sólo en caso de extrema necesidad. Ya les dije que soy frugal, pero también lo hago porque lo único que no me perdonarían es que les coma un pedacito de cualquier página de uno de los miles de libros que tienen regados por toda la casa. Y a decir verdad, de tanto acecharlos, viéndolos horas y horas leyendo, un buen día yo también comencé a hacerlo y le he tomado afición, pues como bien dice el dicho: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Ya he leído a Herman Hesse, las Obras Completas de Thomas Mann y casi todo Dostoievski, quien me hizo sentir mucha nostalgia de esos lugares sucios que describe y sobre todo de la buhardilla asquerosa de Raskólnikov, donde seguramente mis hermanas estuvieron muy a su gusto, aunque Dostoievski no haga alusión a éste hecho. Eso me tiene muy ofendida: el desconocimiento y la indiferencia con que nos tratan en la literatura. Siempre somos el decorado repulsivo, nunca las protagonistas. Por eso me siento reconciliada con Humberto Eco. Él nos ha dedicado páginas enteras. Que en novela de tanto éxito como “ El Nombre de la Rosa ” semejante escritor nos dedique líneas tan interesantes, me reconforta. Aunque debe admitir que la literatura me ha hecho desdichada: tengo problemas existenciales. Después de leer a Shakespeare lo cuestiono todo y me paso el día preguntándome si “ser o no ser”. Creo, en fin, que lo merezco. ¿Qué hace un ser tan repulsivo como yo leyendo Hamlet? Pero mi destino era inevitable. Ya el hecho de preferir la soledad me hacía un poco sospechosa, y ahora no resisto a ninguna de mis semejantes, sobre todo por lo incultas que son. Me he convertido en una cucaracha elitista. Mi transformación ha sido contraria a la del personaje de Gregorio en La Metamorfosis. Creo que estoy convirtiéndome en humana, algo todavía más inverosímil y repugnante. Ahora me place sentirme diferente. Ya ven, he terminado escribiendo estas cuartillas que, por supuesto, luego me comeré. Lo hago para desquitarme y matar el tiempo mientras espero a que la señora Irma se levante a preparar el té, como hace siempre que lee a Rimbaud. Entonces saldré corriendo de mi escondite, me meteré por el hueco que tiene el escaparate y le comeré hasta reventar su pantalón y su chaqueta LEE. Así me desquito por lo de anoche y si muero en el intento terminará mi agonía existencial de cucaracha que ya no sabe lo que es, si un bicho repulsivo que no merece vivir o una criatura como cualquier otra creada por la naturaleza. Comerle su ropa favorita será mi fin, pues no cejará hasta encontrarme y reventarme, pero no me importa. No quiero seguir viviendo como un bicho inmundo y he leído que existe la reencarnación. Quizás en la otra vida me toque ser una actriz o un político, entonces, ¡qué bien viviría! Hasta eso ha llegado a hacer la literatura conmigo. Me siento tan confundida que creo que bichos tan repulsivos como yo no deberían de existir.
Después del pantalón y la chaqueta le llenaré de huecos la blusa negra de seda que la señora usa en las salidas al teatro. ¡Ay, el teatro! Aún recuerdo emocionada la noche en que me quedé pegada al tacón del zapato del señor. No pude moverme porque hubiera sido el fin, así que me quedé allí, aguantándome con todas mis patas para no caer con el vaivén de los pasos. Cuando ya no nos movíamos saqué la cabeza por detrás del tacón. Al principio no supe dónde estábamos. Sólo veía cientos de zapatos. Luego, cuando mi miedo se aplacó, me asomé y me di cuenta de que estábamos en el teatro. Me quedé un rato escuchando a los actores y supe que era mi admirado Shakespeare con su monólogo de Hamlet. Ya no pude aguantar las ganas de ver y arriesgando la vida -a ver si ustedes hubieran llegado a tanto por el arte- subí cautelosa por el respaldo del butacón, merendé la seda roja, exquisita con que estaba forrado el mismo y disfruté, contenta, el resto de la obra.
Perdón, me volví a apartar de lo de sucedido anoche. Ustedes se preguntarán por qué quiero comerle la ropa a la señora Irma y por qué quiero arriesgar así mi vida, cuando vivo tan tranquila aquí. Pues resulta que anoche hubo una discusión tremenda en esta casa que me ha dejado indignada con la señora. A ella le encanta Neruda y al señor Vallejo, ella prefiere el realismo y él la vanguardia y el postmodernismo y casi todas las noches discuten acaloradamente, momento que yo aprovecho para ir en busca de alguna migaja en la cocina o algún otro desperdicio en el piso de la casa. Pero anoche fue el colmo: la señora se atrevió a criticar a mi estimado Eco. Me insulté tanto que el dulce que me estaba comiendo se me atragantó y cuando me di cuenta casi tenía el zapato de la señora en la cabeza. Luego escuché que le dijo al señor: “Mi amor, hay cucarachas en la casa, creo que debemos traer al fumigador”. Por eso, sólo estoy esperando el momento oportuno para vengarme y abandonar este mundo, pero con el orgullo de haber defendido mis ideales. Después de todo, ¿a qué más puede aspirar un bicho como yo, que no puede ser totalmente humano ni tiene la capacidad de suicidarse?
¡Necesitas ser un miembro de Creatividad Internacional para añadir comentarios!
Participar en Creatividad Internacional