Ignacio Villa "Bola de Nieve" es uno de los grandes enigmas de la música universal. "El más intelectual y chic de todos los cubanos", según se proclama en Messie Julian. Un músico de mil talentos, el poeta más cursi, el actor más melodramático.

Un genio que practicaba la ironía en la más noble de las formas, un cantante que se reía de su sombra y de todos. Bola no era blanco ni negro, ni varonil ni lo contrario, ni clásico ni popular. Un hombre que lo era todo al tiempo y que no se parecía a nadie... Y van Martirio y Chano Domínguez y le dedican un concierto entero y un disco que aún está por grabar.

El tono ya lo tienen pillado. Chano lo conoció en Colombia por un disco y exclamó algo así como:" ¡Qué cantante tan peculiar! Y el pianista tampoco está nada mal". Martirio va más allá en la narración: "Bola estuvo en Jerez en 1947 con la Piquer, ¿se imaginan a Bola y a Pericón juntos?". Y ahí vemos a Bola de Nieve en el carnaval de Cádiz, disfrazado de Ignacio Villa (su verdadero nombre) y por ahí comienzan a construir Chano y Martirio. Ella lleva dándole vueltas a la Bola desde 1983 en que Mario Pacheco le regaló un disco con advertencia: "¡Estudia!". En aquel disco lo primero que se encontró era un texto de Camilo José Cela. Y cuesta imaginar a Cela en una taberna cubana escuchando al otro.

Canta Martirio una de Marta Valdés mientras rememora cómo su comadre la llevó a un garito de esos en los que cantaba Bola (con Cela al fondo) y según entra, el pianista -que es otro exquisito, Frank Emilio nada menos- interpreta el Ojos verdes.

Esas cosas las cuenta Martirio para que se sepa que en eso de la brujería y el chamanismo, los amigos son una garantía y que hay escenarios como el Café Berlín de Madrid que son mágicos por que la gente va a beberse las canciones a tragos dulces y, a ratos, amargos.

El punto de partida es Bola, y si cierras los ojos está ahí en el fondo de la garganta de Maribel, que enseguida llama a los duendes para que bailen un tanguillo y la guasa sureña se va pa' la Habana y vuelve con otro aire sin perder el impulso inicial.

El punto álgido viene de París y Martirio logra que algo tan previsible como La vie en rose, que es difícilmente repetible en la voz de Bola, resulte en la de Martirio un himno que entonan ¡en francés! tres generaciones, o cuatro.

Chano Domínguez es el tío de Brooklyn que viene a conocer a sus nietos y está reencontrándose con su público en pequeñas dosis. Está en uno de sus mejores momentos y con Martirio ya hizo magisterio en la copla. Así que protagoniza la parte menos comprometida. Chano se deja llevar por los acentos y las inflexiones de la cantante y se mantiene en el mismo lugar donde estaba el piano de Bola de Nieve.

Decíamos que Bola de Nieve es un enigma, aunque en el concierto se desvelan conexiones ocultas entre Cuba, el jazz y el flamenco. Volvemos a escuchar El manisero y nos quedamos con la duda metafísica de desvelar si su verdadera intención era llevar la melodía a los palacios de la ópera o lo único que quería era vendernos un cucuruchito.