Introducción de Memorias de Sobrevivencia

Estamos en la preparación de una nueva edición de Memorias de Sobrevivencia.  Esta es la introducción:

A todos los que me han ayudado en esta larga carrera para escribir mis libros, a los que están aún, y a los que quedaron en el camino

Años de sobrevivencia

¿Cómo empezó todo? Fue en una vieja máquina de escribir Underwood que era de mi padre. Antes había disfrutado desde Julio Vernes hasta Alejandro Dumas y también aquella novelitas del Oeste y sus cowboys.  Eran muchos los muchos autores que caían en mis manos y que compraba en las librerías de Viejo, en auge ahora por los muchos que se iban de la isla, no quedándoles más remedio que dejar sus bibliotecas atrás, vendiéndolas a aquellas librerías o regalándolas a los pocos amigos que se quedaban. 

Un día me cae un ensayo dedicado a descifrar la difícil lectura del ‘Ulises’ de James Joyce, me fascinó y me puse a buscarlo en una de aquellas librerías de libros usados y encontré uno,  fue mi autor favorito, el ‘Ulises’ el tesoro de mi biblioteca hasta que también yo lo tuve que dejar atrás cuando, gracias a un costoso pasaje que pagó mi madre desde la Florida, me llegó la oportunidad de montarme en el puerto del Mariel, en un camaronero repleto de pasajeros, algunos recién salidos de la cárcel, que me trajo a las costa de Cayo Hueso, en la Florida, en unas 12 horas, se le llamó el éxodo del Mariel, la dictadura dejó salir así a más de 100,000 cubanos.  A mi hijo y la madre cuyos pasajes también estaban pagos no los dejaron montar, para agregar aquellos de los que el régimen quería deshacerse. Hubo que mandarles meses más tarde los pasajes en avión para España, ella era hija de un español.

En mis afición a las lecturas, de James Joyce que me dio el gusto por la buena literatura, pasé a Franz Kafka, William Faulkner, Carson McCullers, Hemingway y tantos otros clásicos.

En Miami llegué a casa de mi hermana, con la que nunca cuadré mucho, pero por suerte yendo en un bus miamense, me quedo medio dormido al lado de una chica boliviana que iba a mi lado. Nos dio pie para entablar una conversación y ella me dio el contacto para conseguir un trabajo en el aeropuerto de Miami.  Ese fue mi primer trabajo en tierras de libertad, de guardia de seguridad en las puertas electrónicas hacia los aviones, cerca de un año estuve en el aeropuerto, terminaba mi turno a las 11 de la noche y como ya a esa hora el servicio de Buses había cesado, me iba a la otra punta del aeropuerto, me acostaba en la alfombra, muchos viajeros hacían eso para evitar pagar la última noche en un hotel, hasta las 6 de la mañana cuando me despertaba y podía coger mi bus. Los contactos en el aeropuerto me recomendaron un hotelito en el downtown miamense adonde me mudé y llevando ya unos meses allí, uno de los residentes me dijo que estaban dando pasajes gratis a aquellos que tuvieran quien los recibiera en cualquier otro estado.

Llamé a mi amigo el pintor Jaime Bellechasse, (Un Don Quijote de la pintura) que ya vivía en Manhattan, había salido antes por ser ex preso político, y le dije que cuando lo llamaran dijera que me iba a recibir en su casa.  En realidad, una vieja señora que trabajaba  conmigo también de guardia de seguridad, me dio la dirección de una casa de huéspedes en Queens, NY. 

Cuando llegué al aeropuerto neoyorquino, cogí el tren elevado hasta aquella dirección en Queens, toqué varias veces, pero no había nadie que respondiera, cuando algo preocupado miro a mi alrededor, veo al otro lado de la calle una barbería con un letrero que decía ‘Los Cubanitos’. Fui hasta allí y me acogieron muy cálidamente, y me dieron indicaciones de dónde alquilar una habitación.

Ya asentado me puse a llamar a los pocos contactos que tenía y una prima que hacía infinidad de años que no veía, me dio el teléfono de otro lejano primo diciéndome que quizás pudiera resolverme algo. Este primo me citó en Park Ave y la 53 St, allí me senté en un banquito a esperarlo, era cerca del mediodía, al fin apareció por la ancha acera de Park Ave y luego de los saludos, me dice ‘vamos por aquí’. Y caminanos hasta un edificio de aspecto antiguo que decía ‘Racquet and Tennis Club de New York’. Entramos y subimos hasta el 2do. Piso, allí me presentó al Contador general de este Club de millonarios, quien me llevó al fondo donde había una computadora que casi se llevaba en tamaño la mitad de la habitación, y me mostró como poner en la computadora las tarjetas de gastos de los miembros del Club, a las que desde el teclado la información se convertía en unos huequitos. 

En aquel Club y en aquella mastodóntica computadora conseguí mi primer trabajo en New York.

Era un primer paso, el fin de semana visité al pintor Jaime Bellechasse, un buen amigo que vivía en las afueras del Greenwich Village en un viejo caserón. Jaime había llegado un año antes porque había logrado obtener la salida de la isla por haber sido preso político. 

A través de Bellechasse conseguí la dirección de Severo Sarduy en París, quien me había guardado por casi diez años, las tres novelas que había escrito en los años ’70 y que había logrado sacar de la isla con la ayuda de los contactos de Reinaldo Arenas. 

Con Bellechasse visité varias veces un restaurante cercano llamado ‘Havana Village’, allí conocí a Alberto Guigou, novelista y dramaturgo, siempre dispuesto a apoyar la buena literatura, en especial la cubana. Guigou me presentó a Peter Bloch, nacido en Alemania, donde sobrevivió la persecución nazi, era escritor, historiador del arte y crítico que participó en el agitado movimiento cultural hispano en Nueva York por más de 35 años. Autor de varios libros, y de innumerables críticas literarias y ensayos,  siempre igual que Guigou, fueron amigos que me apoyaron en todos mis empeños, también me presentaron a Ileana Fuentes, una activista cultural en el mundo neoyorquino.

Iba haciendo nuevos amigos y una noche viajando en un Subway casi vacío, veo una abrigada figura que ha entrado al abrirse las puerta y se sienta frente a mí, me pareció conocido y él también se quedó mirando, como que le parecía conocido, de pronto me salta a la mente, Reinaldo Arenas, y lo digo en voz alta, entonces me reconoció, habíamos los dos engordados de las duras dietas de la isla del hambre. Desde ahí nos mantuvimos en contacto. Reinaldo me recomendó una librería editorial en el sur de Manhattan, ‘Las Américas’, dirigidas por un cubano Pedro Yanes.  Allí pude publicar en 1982 el manuscrito de La Hostería del tesoro’, algo así como un Western bajo un sistema totalitario. Bellechasse me hizo la portada, basada en unas líneas que incluí al final de la novela,  en recuerdo de una vez que me lo encontré una tarde, a finales de 1977, cuando iba caminando por la calle Monte en La Habana, y en una esquina veo una figura alta y desgarbada, vendiendo baratijas furtivamente, y mirando a los lados, esperando que en cualquier momento la Policía interrumpiera su negocio. Al irme acercando, reconocí sorprendido a Bellechasse, considerado ahora uno de los pintores más importantes de mi generación, quien no hacía mucho acababa de salir de la prisión, habiendo cumplido 6 años por delitos políticos. Para mí, encontrarme a Bellechasse allí vendiendo baratijas fue como verme en un espejo de mi propia situación. Apenas hablé unas breves palabras con él, y seguí caminando hacia mi casa con un terrible desaliento.

En aquella época me encontraba escribiendo La Hostería del Tesoro, que no podía imaginar cuándo se publicaría, si se publicaría algún día, y más que nada, si lograría sacarla del país a pesar de la vigilancia de la

Seguridad del Estado.

Sus personajes salen de esas películas del Oeste de aquella época muy moda en esos tiempos y de las novelitas del Oeste, como las de Zane Grey y Marcial de La Fuente Estefanía, también de los comics, como Joe Palooka, así como de la popular serie de Televisiva Tombstone Arizona”. (Reseña al final).

Meses más tarde. esta imagen que me conmocionó, la incluí en las páginas finales de esta novela, un cowboy desgarbado vendiendo baratijas.  Y Jaime cuando me hizo la portada, hoy día muy valorada en dólares, se incluyó su autoretrato.  Y en esas tertulias en el restaurante Havana Village,  me salió la idea de crear la revista ‘Unveiling Cuba’ para exponer lo que los escritores de aquella isla ya en el exilio queríamos que se oyera, luego de la 3ra o  4ta edición le quité ‘Cuba’, para que fuera más masticable para la intelectualidad neoyorquina. Mayormente la financiaba con mi trabajo en el ‘Racquet and Tennis Club’, y también recibí alguna ayuda de Reinaldo Arenas. Guigou y Peter Bloch estaban retirados y Bellechasse sobrevivía apenas. Otras figuras del exilio no les interesó nunca apoyar a sus intelectuales, ni siquiera de lejos.

Mis otras dos novelas escritas en la isla: La ciudad maravillosa y Alicia en las mil y una camas, me las publicó Roberto Madrigal, en su ‘Término Editorial’, desde Cincinnati, un esfuerzo valeroso de un intelectual genuino, que muy pocos siguieron. (Prólogos al final).

Severo Sarduy, que era editor adjunto de las Ediciones Du Seuil, y me había guardado durante años los manuscritos de mis novelas, y que me las envió a casa de Bellechasse en Manhattan, me dijo que había que ver cómo eran las ventas para ellos traducirlas. Una época difícil donde no había redes sociales y la izquierda cultural nos trataba de ignorar a los escritores disidentes, estábamos en 1984-85.

La edición de ‘Las Américas’ estaba llena de erratas, yo inocentemente pensé que Pedro Yanes la revisaría o algunos de sus empleados. Solo le interesó los $500 que le pagué por los gastos de imprenta. 

(Manuel Ballagas escribió una reseña muy lúcida y aun vigente sobre ‘La ‘Hostería del Tesoro’, pueden leerla al final de estas memorias)

La revista ‘Unveiling’, dentro del estrecho círculo de intelectuales jóvenes fue muy bien acogida. Ninoska Pérez Castellón, Ileana Fuentes, Manolito Ballagas, entre otros me apoyaron en este empeño. La empecé en un formato de tabloide, ya en el ’83 pasé al más costoso formato de revista. Algunas bibliotecas las pedían. A finales de 1986 me propusieron irme de profesor de español para Monterey, California, en el Defense Language Institute, una escuela donde se entrenaban los lingüistas del Army estadounidense dedicado a interceptar comunicaciones, el sueldo era muchísimo más de lo que ganaba en el key punch de aquella vieja computadora. Acepté, tenía amigos en San Francisco, pensaba seguir allí con la revista ‘Unveiling’, pero los costos eran altísimos,  y así tuve que cerrar esa revista tan cercana a mí.

Pero Monterey era un lugar aburrido luego de la agitada vida neoyorquina, y a principios de los 90, me contratan por dos meses para impartir un curso de verano, en las afueras de New Orleans, para la enseñanza de español en la Guardia Nacional de Luisiana. Me pagaron un montón de dólares y decidí dejar mi trabajo de profesor allá en Monterrey, pensé que posiblemente no tendría otra ocasión mejor y decidí irme para Miami, había metido ya toda la ropa y enseres que pude en mi Chevy con el cual había venido desde California y al terminar el curso de verano, seguí camino a la Florida, a un par de días desde New Orleans. 

En Miami mirando los clasificados de trabajo en el Nuevo Herald, tuve la suerte de encontrar trabajo en la revista recién iniciada ‘Exito’, de cuestiones culturales principalmente, donde podía más o menos ir tirando.

Poco después, una tarde dando vueltas por Bay Side, un shopping mall lleno de tiendas y centros de entretenimiento dando a la bahía de Miami, me había sentado en un banco al lado de una venezolana mientras oíamos a unos cantante en un frágil escenario, empezamos hablar y más o menos compaginamos, siempre me ha pasado con las venezolanas, y unos meses más tarde nos casábamos.  Cuando eso había empezado a trabajar para una compañía de traducciones en la que si no ganaba mucho, lo hacia mayormente desde la casa dándome tiempo a escribir, y se me ocurrió mudarme para Venezuela pensando que sería más económico. Para allá nos fuimos, mi consorte tenia hermanas y una hija chiquita en La Victoria. Por lo que me costaba un apartamento pequeño por la zona de ‘Little Havana’ miamense,  allí vivía, a media hora de Caracas, en una torre lujosa, de varios dormitorios y atractiva terraza. Yo escribía entonces Matías Pérez en los días de invierno’, pensaba que era el último de la trilogía, pero no lo fue, vino otro después, unos años más tarde. Todo me iba de lo más bien, hasta que llegó el Comandante Chávez, y me olí que aquello se iba poner no malo, sino peor. Le dije a mi consorte que teníamos que irnos de nuevo rumbo a Miami, y para allá nos fuimos, ahora también estaba la niña de ella que iba a comenzar su kindergarten.  

De nuevo buscando por ‘El Nuevo Herald’, tuve la suerte de encontrar un trabajo en una cadena de galerías de arte llamadas ‘Coral Gables International Art Center’, con su galería central en la lujosa ‘Miracle Mile’, era el encargado de la web y relaciones públicas, menos de lo que ganaba trabajando de profesor en California, pero más que como traductor y era más entretenido y esperanzador. Allí estuve unos cuantos años hasta la infortunada caída de la economía en los primeros años del 2000, en la que tuvieron que cerrar las galerías.

Sin trabajo una vez más, conseguí que me aceptara una compañia que hacía traducciones para la  la DEA,  y allí oía las intercepciones telefónica de los cubanazos y sus negocios cocainómanos y las tenía que traducir al inglés.

Al fin conseguí un trabajo más simple impartiendo clases de ‘Español as a Second Language’, y por ese tiempo me encuentro online con la Editorial Portilla, en Tampa. Portilla, un tipo amable y de muchos contactos, me habla de publicar mis tres primeras novelas en un solo volumen. Ya unos años antes lo había hecho Servando González con su editorial ‘Intelibooks  desde California, pero no había habido ventas apreciables. Le digo que sí, y luego me publica mis tres primeros ‘Matías Pérez entre los locos’ y ‘Matías Pérez regresa casa’, y ‘Matías Pérez en los días de invierno’, todo empezaba a ir bien, pensé, a cada rato conversaba con Portilla, en Tampa. Pero un par de meses más tarde, ya en época Navideña,  me llama Carlos Rubio, un escritor que publicaba también con Portilla y me dice que a este lo habían cogido asaltando un banco. Aquello me dejó frío, pero de Portilla aprendí que él colocaba sus libros en ‘Amazon’ y fue lo que empecé a hacer desde entonces. ‘Amazon’, a diferencia de las editoriales pequeñas y medianas, te pagaba derechos de autor, aunque fueran centavos o unos pocos dólares. Y con ellos he seguido. 

Por aquella época un escritor español que había conocido por ‘Creatividad Internacional’ y luego por ‘Facebook’, visita South Beach y lo invité a conocernos personalmente en lo que llamaba mi oficina en las sillas afuera del ‘Starbuck Cafe’ de la entrada de Lincoln Road’. Lo mejor que tenía es que uno podía sentarse en esas mesas sin tener que consumir. Allí recibí a Alfredo García Francés, y le regalé un par de mis ‘Matías Pérez’,  y él gentilmente me hizo después una breve reseña que siempre la he considerado lo mejor que se ha escritos sobre esta serie: 

Los libros con las aventuras de Matías Pérez, de mi querido amigo y escritor Ismael Lorenzo, alma mater de Creatividad Internacional, son un compendio de humor desternillante, erotismo desenfrenado y surrealismo caribeño. Muy recomendable lectura” — Alfredo García Francés, no-velista y ex periodista del diario El País.

Ya por el 2008 comencé a publicar en la revista literaria trimestral ‘Sinalefa’ y luego en ‘Literatura.com' una revista online española dirigida por Nacho Fernández de gran calidad. Ellos fueron los que descubrieron las redes en las plataformas NING, y se pasaron a una, en ese momento se me ocurrió crear una red social dedicada no solamente a libros sino también a cine. Le puse primero ‘sinalefainternacional.com', pero Rafael Bordao, el director de la revista no le gustó la idea, y yo entonces me separé de la revista y le puse a mi red de literatura y cine ‘Creatividad Internacional’. Eso fue por diciembre 2008, y empezamos a crecer, llevando ya 11 años. Como muchas buenas ideas, las redes NING empezaron gratis, luego las empezaron a cobrar mensualmente y publicaciones como ‘Literatura.com' la dejaron, también ‘Sinalefa’, desapareció en su versión impresa, hace muchos años, ya algo costoso y antiguo las publicaciones sobre papel.

Creatividad Internacional’ siguió creciendo, le creamos una Pag en Facebook hoy con mas de 10,300 seguidores. Y sobre la plataforma Ning ‘Creatividad Internacional’ ha tenido cerca de cuatro millones de visitas en estos 11 años. Se creo el Premio literario ‘Reinaldo Arenas’ en el 2015,  en narrativa un año y el otro poesía. El primero fue la novela “Greta Garbo la mujer que más amé”, un extraordinario relato de los amores de Greta Garbo.  El pasado 7 diciembre del 2019, en que se conmemora la muerte de Reinaldo, dimos la 5ta versión del Premio, esta vez en ‘Poesía’, a Yulkie Sánchez Molina, una joven poetisa.

Allá por el 2012, ‘Creatividad Internacional’ tenía ya mucha actividad, un día recibo un mensaje de una joven miembro que me dijo que había leído mucho de lo que yo escribía y que quería contarme cosas terribles que le habían pasado. 

Era Marita Alvarez, una española libanesa, yo pensé que sería alguna violación, pero era mucho más allá de eso.  “Mi padre era español y mi madre libanesa. Fue allá donde me ocurrieron cosas muy terribles que quisiera contarle, necesito hacerlo, pues vuelven y vuelven siempre a mí, nunca se van, se lo he contado a muy pocas personas”. Y así empezó a contarme cuando una escuadra de Marines la había violado a los 12 años en el Libano, matado a los padres que trataron de defenderla, convertido en su esclava sexual, y más tarde  cuando la escuadra termino su rotación y volvían a su tierra, la vendieron a un burdel.  Su intensa narración compone ‘Líbano’, la primera parte de ‘El silencio de los 12’.   Había estudiado para enfermera ya en España, pero al final no pude evitar que se metiera en un convento de monjas, lo último que  supe de ella era que le había empezado una esclerosis múltiple, a sus veintisiete años. Marita asistía a clases de recuperación de mujeres abusadas en Madrid, y así me presentó a muchas otras que me dieron sus relatos, como Marilyn Serrato, Genevive G. Lebrun y varias más. En la parte final de ‘El silencio de los 12’, detallo el destino trágico de estas mujeres. El nombre de Marita Alvarez, solo aparece como M.A. porque en aquellos momentos, 2012,  ella trabajaba como enfermera. Siempre la recuerdo con tristeza.

Uno de los relatos que más me conmovieron del ‘El silencio de los 12’, fue ‘Una adolescente en manos del tráfico humano’, Paola Lopera, una joven colombiana que a sus 18 años la engañaron y cayó en manos de esos traficantes. Luego Paola me dio la portada de la 2da edición de ‘El silencio de los 12’ y  después me dio la portada de su secuela ‘Detrás de la pantalla, los peligros de acosos online’. 

Un editor me dio la idea de publicar una recopilación de los ensayos y artículos que había publicado en revistas y online. De ahí salió ‘De viaje por la literatura y el cine’, libro que fue muy bien acogido en el mundo académico. Luego me salieron los dos libros que escribí con mi coautor Felipito, mi hijogato de gran talento y al que admiro, si me preguntaran cual de mis libros he disfrutado más al escribirlo, diría los que he escrito con Felipito, tan talentoso y cariñoso, bueno, también tan comelón. 

También que los he escritos en época un poco mejor. Recuerdo que después que se cerraron las galerías de ‘Coral Gables International Art Centers’, la vida se me complicó para decirlo suavemente, y las clases de ‘Español as a Second language’ a veces escaseaban, entré a trabajar en el  mundo del telemarketing, mal pagado y poco acogedor, repleto de gente con las que no tenía nada en común, vendiendo planes vacacionales principalmente, pero tenía que pagar alquiler y teníamos que comer, mi consorte venezolana tenía una niña chiquita, aunque también trabajaba en lo que podía. Mis tiempos más duros.  

Por esa época descubrí los estudios de researchs, donde se prueban y analizan nuevos medicamentos, y pagan un montón sobretodo cuando hay que internarse por tres, cinco siete, diez días, fue mi consorte venezolana la que los descubrió, pero como yo padezco de asma, hígado graso, problemas cardíacos, pues conseguía muchos más, en general no eran lugares muy agradables, y a veces solo conseguía externos, no ingresados, que pagan mucho menos. En eso estaba cuando Lázaro, uno que hacía estudios conmigo, me recomienda que probara en la División Farmacológica de la Universidad de Miami, donde tenían bastante estudios para los que padecíamos hígado graso, allí  encontré en la directiva médicos competentes y amables, Alberto Alonso y Rolando Rodco, que luego se convirtieron en coleccionistas de mis libros. También había desagradables seres como una anciana saca sangre llamada Miriam González Sosa. Pero nada es perfecto en la vida. 

Poco después me acojo al retiro temprano, menos plata pero más tiempo para escribir y ayudado por los estudios investigativos donde conseguía buena entrada, claro al pasar los 67 años comenzaron a disminuir un poco.  

Pensaba que los ‘Felipitos’ eran mis últimos libros, pero como uno nunca se detiene de escribir hasta que el corazón se detenga,  me surgió un nuevo ‘Matías Pérez de viaje por el Caribe’, y lo que era una trilogía se convirtió en una tetralogía.

Y más reciente comencé ‘Una historia que no tiene fin’, que fue como se tituló la 2da parte de ‘El silencio de los 12’, con relatos más breves que los de Marita Alvarez, por contactos que ella me había conseguido en el centro de recuperación de mujeres abusadas, en Madrid, pero también llenos de horror. 

Mientras, a través de un buen amigo dominicano, contador y asesor legal  Félix Taveras, pude comenzar a ayudar a mi hija de crianza, que al separarme de mi consorte se la había llevado para Venezuela, claro que al llegar aquel desastre de país en que lo ha convertido Nicolás Maduro, pues empezaron a luchar para salir como pudieran y se fueron para Europa, donde en Grecia consiguieron refugio. Con la ayuda de Félix en todo el largo, complicado y de otra forma costoso papeleo, ahora al parecer ya está cerca de volver al país en que se crío desde su kindergarten hasta el fin del High School. A Félix me lo había presentado José Rosario, con quien había trabajado en una empresa de relaciones públicas, sus dueños eran un matrimonio llamado ‘Los Brady’, estaban instalado en todo un piso de un edificio en la muy lujosa zona de Brickell. Pero resultó que eran estafadores, a José Rosario y a mí nos volaron el pago de dos quincenas, imagínense lo que es donde todos vivímos de día a día.

Pero ¿dónde he estado viviendo o sobreviviendo todos estos años desde que llegué a Miami desde tierras californianas? Una larga cantidad de lugares. Difícil de enumerar. Allá por el año 2,000 cuando había regresado de Venezuela con mi consorte, por el auge Chavista, conseguí un pequeño apartamento a unas cuantas cuadras de la lujosa Brickell Ave y a cuadra y media de la estación del Metrorail de Brickell. En cinco minutos me montaba y estaba en el downtown de Miami, una posición muy conveniente. Pero como todo llega a su fin, rompo con mi consorte venezolana y José Rosario me alojó durmiendo en el suelo en su efficiency (una habitación independiente con su baño) por una semana, los amigos que te ayudan en las malas son los verdaderos amigos, hasta que me cayó un estudio de research en la Universidad de Miami, y con eso pude mudarme para un studio en un hotelito de South Beach, un lugar ideal a un par de cuadras del mar y cinco minutos de Lincoln Rd en bus, me sentía de lo mejor, hasta que llegó una compañía rusa, que desde que dejaron el comunismo han cogido el capitalismo con mucha pasión y me subieron la renta en $300 de un tirón. Tuve que mudarme.

Una chilena en Catnetwork, una organización de protección a los felinos, me dio la dirección de un complejo de 12 edificios en North Miami, ella conocía al manager que era tolerable con los gatos, y le interesaba también meter sus 26 gatos y compartir el apartamento pues no podía pagarlo sola,   yo cuando eso tenía 6, buscaba un lugar donde meterme, no los aceptan en todas partes. La cantidad de gatos no me molestaban, pero la chilena no aceptaba visitas personales de féminas y así decidí mudarme a tres cuadras de allí, a casa de una mexicana buena gente, pero borracha y fumadora de hierba, cercana a sus 70 años, que aceptaba gatos y visitas. 

En North Miami estuve más de cinco años,  la mexicana formaba muchos ruidos cuando su marinovio, mucho más joven que ella y drogadicto, no le pagaba por sus gastos, pero yo no tenía muchas opciones con poco dinero y gatos, hasta que llegó un momento que las peleas eran tantas, que me impedían escribir, así que llamé a un viejo amigo de más de 20 años, habíamos dado clases juntos y me había ayudado de muchas formas. Le pregunté si algo donde pudiera alojarme y me dijo que había un pequeño efficiency en la parte de la piscina de la casa. Un lugar bastante estrecho con una sola ventana de la que la mitad la tapa el aire acondicionado, pero me aceptaban los gatos. Supermercados y paradas de buses bastante lejos, a los que tenía que ir caminando, pero no tenía otra opción. Y para allá fui hasta que viniera para Miami mi hija, en menos de dos meses la esperaba, pero en eso cayó la Pandemia, y  todos los planes se congelaron, lo único bueno es que me puse a escribir. ¿Qué es lo que traerá el futuro? No lo sé, pero será como siempre Años de sobrevivencia.

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