Árboles, arbustos, todo verde, oscuro, un cielo cubierto de nubes negras, relámpagos y el rugir del viento la acechaba. ¿Cuánto tiempo llevaba corriendo? Huyendo de algo que no entendía. Su corazón le latía con ritmo acelerado, su piel le ardía y estaba cubierta de un musgo grueso y resbaladizo. Trataba de arrancarlo, quitárselo de encima, pero presentía, mientras más batallaba por desalojarlo más se adhería a su piel.
Corría sin rumbo, siendo azotada por ramas, siendo arañada por troncos y espinas, la piel de sus brazos y hombros siendo rasguñada. El rugir de una fiera la sobresaltó, el bufido de una serpiente la aterró, y los chillidos de los animales la tenían espantada. El terreno comenzó a hacerse más pastoso, y comenzó a llover con fuerza, torrencialmente las gotas gruesas, como piedrecillas de plomo, caían dañándole la espalda, los hombros, el rostro.
Consecutivamente, el negruzco cielo parecía diluviar y una nube de agua le cerró el camino. La selva la consumía y sin saber en qué momento, perdió el equilibrio y resbalando descendía por una cumbre, una cima envuelta por arbustos, cortándola e hiriéndola, y de pronto, cuando creyó que no iba a rodar mas, un barranco se abalanzaba ante su vista, un precipicio rodeado de aguas caudalosas, y sumergida en una tormenta de terror cayó al vacío, flotando en una cascada, siendo lanzada por las ráfagas de viento contra rocas puntiagudas y negruzcas.
Al caer, las aguas del rio la sumergieron y sus pulmones se contrajeron, la presión y el desespero de respirar la hacía batallar con más fuerzas, mientras se debilitaba por el arrasamiento de las corrientes. Agotada, enmudecida por el pánico y el horror, escuchaba el mugir del agua, algo maléfico estaba halándola cada vez más a las profundidades, y despavorida huía de la oscura sombra de la muerte. Y cuando creyó que nada podría revivirla, unas cuerdas de acero la sacaron del vacío y la elevaron, desafiando las corrientes, imponiéndose a la tormenta, y en el instante que percibió que por un milagro había escapado, su subconsciente rebelde la obligó a perderse en las tinieblas, tratando de escapar de lo que intuía, le regiría la vida.
Despertó de un sobresalto, aterrada, ahogando un grito que le desgarraba la garganta. Su piel sudada, su rostro lívido, y su respiración entrecortada, trataba de llenar sus pulmones de oxigeno. Observó a su alrededor, estaba sola en su habitación, las sombras escabulléndose por los rincones. Abandonando el lecho llegó junto a la ventana, la abrió, y observando la noche, llenó sus pulmones del aire frio y seco, su vista recorrió un mundo diferente del que acabara de despertar.
Una pesadilla –se dijo abrazándose a sí misma y experimentando una serie de escalofríos. Regresó a su lecho, y se ocultó bajo las sabanas. Necesitaba su paz, necesitaba su equilibrio mental y necesitaba recuperarse.