Estoy mirando por el rabillo del ojo, con poco interés, pero con bastante curiosidad el tema de la ruptura de relaciones entre Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, que ocupa horas y horas de TV, -interés muy natural ya que parece que no hay otras cosas de mayor interés en el mundo, entre otras una guerra en Europa y la propia situación política en España que está para tirar cohetes ¿tal vez mejor misiles? -, que una vez más me evidencia la evanescencia de la condición humana, ya que protagonizar un drama adolescente después de los ochenta tiene su aquel, esas situaciones tan patéticas que solo te pueden mover a la burla y a la compasión. Ninguno de los dos están moviéndose a la altura intelectual y social que les corresponde.

Hablar de celos a estas alturas de la vida solo puede provocar ironía y risa sorda, esas cosas se deben aprender y superar terminada la adolescencia. Luego ya es demasiado tarde y solo sirve para sufrir y hacer el ridículo.

Los celos es una enfermedad auto infligida, provocada habitualmente por un deseo enfermizo de posesión de otra persona y una gran inseguridad de uno mismo. Aplicar esta definición a un hombre del nivel intelectual de Vargas Llosa, me parece un auténtico absurdo, y más demoledoramente absurdo si fuera cierto, ya que tengo para mí, aunque reconozco mi poca sapiencia en los deseos femeninos, que de los hispanos de mi  generación hay dos hombres a los que ninguna mujer que no tenga el corazón comprometido, y pienso que incluso muchas que lo tuvieran, dirían que no a una aventura amorosa con ellos: Plácido Domingo y Mario Vargas Llosa. Que hombres de este nivel puedan ser celosos o denunciados por acoso me llenan de perplejidad. En fin, la vida, siempre es una sorpresa, a cualquier edad.

Conocí y comprendí muy pronto por propia experiencia que los celos son una enfermedad letal en una pareja, un camino que te convierte en un monstruo dominante, intransigente e insufrible, el mejor camino hacia la infelicidad más absoluta, ya que se crea un universo opresivo donde nadie puede respirar y donde nadie puede vivir, incluyendo, muy especialmente, al opresor en su doble papel de verdugo y ajusticiado, cociéndose en el propio infierno que él ha creado y que esparce a su alrededor sobre tristezas, desgracias y vidas miserables.

Un consejo para los celosos. Busca una mujer fea que te adore, que no tenga interés para ningún hombre interesante. No te sentirás ni completo ni triunfante en el amor, pero vivirás tranquilo y feliz, mediocre, pero sin sobresaltos. Esto que digo, a saber, ya que hay un dicho muy español que dice que los asuntos de la jodienda no tienen enmienda.

Pero si como a mí te gustan las mujeres excepcionalmente bellas, interesantes y con gran personalidad, no se te ocurra ser celoso, ya que te abocas a una vida llena de inseguridades y tremendamente infeliz y agobiante, ya que muchos hombres codiciarán a tu mujer y ella solo estará contigo si quiere estar. Felicítate por ser el elegido, aunque sea por poco tiempo.

Y si no quiere continuar contigo su único sueño será escapar de ti. Y entre que se vaya o que te engañe, entre humillación o soledad, entre sufrir o terminar, mejor que se vaya o que te vayas. No hay razón ninguna para asumir sufrimientos innecesarios. La vida es demasiado corta para vivirla así, no vale la pena.  

De manera que hazte a la idea de que en cualquier momento se puede ir, asúmelo por anticipado y se elegante en la despedida, si se produce. Los lloros, los lamentos y los reproches. o los alivios, te los comes en soledad. Al menos salva la dignidad.  Y deja a la mujer a la que quieres que busque su camino y su felicidad. No hemos nacido, no estamos en este mundo, para ser dueños de nadie, solo compañeros en el camino, tan difícil, de la vida.

Para terminar os cuento un sucedido, como dicen por mi tierra. No tendría más de veinte años cuando entré en La Bolera de Bilbao, lugar de moda allá por los sesenta, que tenía una barra muy larga, al principio de la cual estaba una pareja que no conocía y yo me coloqué en el lugar más alejado, que era bastante, perdido en mis cosas, haciendo tiempo esperando a que llegaran mis amigos.

De pronto se me acerca enfurecido el hombre de la pareja, dispuesto a golpearme, a matarme dijo, ya que me estaba timando -coqueteando- con su pareja. No me lo podía creer, yo ni la había visto. Espera, le dije, soy un poco miope y te aseguro que a esta distancia no se ni como es la cara de tu novia, de manera que ni siquiera la he mirado.

Lleno de furia me contestó: “Pero ella a ti te está mirando continuamente”. Como soy un auténtico irresponsable, con un tipo de ingenio que siempre aparece en los momentos más inoportunos, me dio un ataque de risa y le dije: “Joder, ¿y qué haces aquí hablando conmigo? Habla con ella”.

Me podía haber matado, pero por el contrario, parece que mi burla le dio un toque de racionalidad, me miro y se fue. Yo recibí una lección de la que todavía me acuerdo, el ser un poco más prudente en ese tipo de situaciones y mi promesa interior de que jamás haría el ridículo espantoso que ese pobre novio acababa de hacer por celos, y además, injustificados. Hasta el día de hoy, después de sesenta años, puede afirmar que prudente no lo he sido a lo largo de mi vida, así me ha ido, pero nunca he hecho el ridículo por una mujer, creo. Asegurarlo no me corresponde a mí.