Red de Literatura y Cine
La ciudad de Chihuahua a finales del siglo 20
(Foto Angélica Espinosa).
Por Jesús Chávez Marín
A las cuatro y media de la madrugada empiezan a encenderse luces en varias casas de las colonias más lejanas; muchas jóvenes mujeres, y algunos hombres, se levantan de la cama para bañarse y salir al trabajo en alguna de las ochenta plantas maquiladoras, donde el primer turno se inicia a las seis de la mañana. A las cinco y quince ya andan circulando autobuses urbanos de las rutas que pasan por alguna de las fábricas; también se ven camiones de transporte de personal de las propias plantas y algunos automóviles particulares que se dirigen de prisa hacia el Complejo Industrial Chihuahua, el Parque Industrial Las Américas o alguna de las otras zonas industriales, casi todas situados al norte de la ciudad. Hay poco tráfico en las calles, camionetas que distribuyen bultos de los dos periódicos matutinos, camiones de leche, pan, refrescos y otros que van y vienen del mercado de abastos. Se cruzan taxis y también automóviles, algunos de lujo y otros austeros, pero la mayoría circulan limpios y bien cuidados.
A esas horas ya se siente la energía de una ciudad donde la gente trabaja duro, en contraste con uno que otro trasnochado que apenas van regresando de su fiesta privada, sufriendo los estragos de la desvelada; y de pequeñas cofradías de alcohólicos que juntan algunas monedas y consiguen quelites y otros alimentos para compartir con los compañeros mientras esperan temblorosos a que se abran las puertas de la farmacia de su barrio donde comprarán alcohol en pequeñas botellas de plástico, su bebida ritual de la vida y la muerte, destino elegido, el remedio químico que la sangre reclama.
Los lunes es más difícil levantarse. Irma escuchó el timbre del despertador y decidió quedarse acostada cinco minutos más. La noche del sábado se había ido de parranda con Esteban al baile donde tocó el grupo Furia Norteña, en La Fe Music Hall, y todavía hoy lunes la mujer resentía los efectos de la tormentosa jarana. Pero ni modo. A oscuras sale al patio, prende el bóiler, casi dormida entra, prepara su ropa, se baña de prisa, se peina con cuidado, se maquilla un poco. Alcanza a preparar algo de comida para sus dos hijos, que todavía duermen.
Cuando sale, se alcanzan a ver las primeras luces del día; ya casi son las cinco y media, sube al camión y la reciben ruidosamente las compañeras. Faltaban tres minutos para las seis cuando cruza la puerta enorme de Digital Appliance, una planta donde se fabrican controles electrónicos para electrodomésticos. Irma es una operadora hábil y rápida, sus dedos vuelan sobre la línea de montaje conectando con precisión hasta cincuenta circuitos por minuto; los siguientes dos minutos permanece inactiva pero alerta, sin perder el ritmo necesario para el siguiente minuto de frenética actividad. Le prometieron que pronto le darán su nombramiento de supervisora, lo cual significa que ganará casi el doble, pero hay algo que le preocupa y la tiene confundida. Procura no pensar en esto, para no perder la concentración.
En 25 años, la industria maquiladora y las nuevas formas de producción económica cambiaron costumbres tradicionales de la sociedad de Chihuahua, una ciudad que a finales de los años setentas del siglo 20 tenía apenas la mitad de la población actual y cuyas dimensiones eran solo una tercera parte de lo que es hoy su territorio urbanizado. Empresas norteamericanas y japonesas encontraron en Chihuahua un mercado laboral ventajoso: mano de obra barata y, sobre todo, el hecho notable de que la mayoría de las mujeres, al casarse, dedicaban su tiempo completo a las fatigosas tareas de su casa y a la crianza de los hijos, dejaban de participar en forma definitiva en lo que se le llama la planta productiva, y la economía familiar se sostenía solo con el salario del esposo, el padre de familia, quien se asumía con toda naturalidad como el jefe. Las mujeres casadas que trabajaban fuera de su casa eran la excepción. Las solteras trabajaban como secretarias, sirvientas, enfermeras, empleadas bancarias, o como cajeras y vendedoras en tiendas de ropa, zapaterías, papelerías o perfumerías. Nada más las que trabajaban de maestras seguían trabajando después de casarse, por la facilidad de los horarios. En 1970 se abrió la primera “super tienda” en la ciudad, que fue Futurama, y al año siguiente La Soriana, con modelos europeos y norteamericanos de comercialización, de autoservicio, donde había “de todo para toda la familia en un solo lugar”.
La señora era llamada “ama de casa”, así nombraban su oficio en documentos públicos: ella sola se ocupaba de cocinar y servir almuerzo, comida y cena, lavar la ropa de todos, asear la casa, llevar y traer a los hijos a la escuela, ayudarlos en las tareas, asistir a las juntas escolares, cuidar la salud en las noches.
Pero en los años ochentas, casi de manera masiva, la mayoría de las mujeres dejaron el hogar. A partir de la instalación de las maquiladoras consiguieron de pronto su independencia económica y escaparon de la esclavitud doméstica de tiempo completo. La mayoría de ellas sigue realizando en doble jornada los quehaceres de su casa, pero ya no de manera exclusiva. Se fueron a estudiar en las preparatorias y en las universidades, a donde antes muy pocas asistían; llenaron las oficinas y fueron consiguiendo cada vez más puestos de dirección, ante el desconcierto profundo de los señores, compañeros de trabajo y subordinados.
También llenaron los salones nocturnos y aumentó con ellas el consumo de licores y cigarros; la nueva libertad fue tan frenética, que la ciudad fue extendiendo los espacios públicos y los secretos para nuevas costumbres de las parejas; en todas las orillas de la ciudad creció el número de moteles y hoteles de paso, los caros y también los más baratos; se abrieron salones de baile donde caben hasta seis mil parejas, más o menos permanentes, más o menos ocasionales, y otros lugares para hombres y mujeres donde toman cervezas al parejo.
La mayoría de los machos de antes, de todas las edades, se fueron resignando a perder sus tradicionales y muy antiguos privilegios y servicios que las mujeres sus hermanas, madres, esposas, amantes e hijas le ofrendaban de manera que parecía tan natural como respirar. Algunos incluso se adoptaron a la época de relativa igualdad con las mujeres, y hasta consiguieron algunas ventajas en el talento femenino, en la amistad, el amor y la sexualidad con ellas en la reciente libertad, y juntos iniciaron alegremente una nueva educación sentimental.
Pero muchos otros, hasta hoy, no han podido soportarlo, sobre todo porque a la mayoría de ellos, desde recién nacidos, los educaron y los siguen educando para la supremacía del varón. Además un buen número de mujeres asumieron con exagerada agresividad su nueva condición social. Se volvieron tan abusivas como los machos más cimarrones. La violencia aumentó de manera insidiosa y terrible: golpizas hogareñas, suicidios en la más oscura madrugada, asesinatos sañudos y sangrientos.
En 1982, cuando las maquiladoras eran recientes en esta ciudad, un hombre desempleado, vecino de la colonia Santa Rosa, mató a cuchilladas a sus tres hijos y luego se suicidó con la misma arma, desesperado y loco de celos cuando le dijeron que su mujer, quien trabajaba y para entonces era la proveedora de la casa, andaba de novia con un ingeniero de la planta. Un solo ejemplo, aunque especialmente trágico, de lo que en los años siguientes llegaría a ser vinagre cotidiano en la nota roja de los periódicos: drogadictos terminales, ancianos solitarios, niños que les prenden fuego a los gatos del barrio para vencer el tedio y el abandono.
Los divorcios se dispararon al tope, a tal grado que la ciudad de Chihuahua se registra entre las que tienen índices más altos en las estadísticas de la desdicha conyugal. El 99% de los procesos que se llevan en los juzgados civiles son de divorcios de toda índole, desde los voluntarios y casi amistosos hasta los pleitos más sórdidos, donde se ventilan historias erizadas de crueldad, humillación e insultos.
La sociedad nueva incluye una multitud de madres solteras, quienes viven con naturalidad una nueva composición de familia, lo cual no resulta ya desventajoso para ellas de ninguna manera, tampoco para sus hijos, que en la mayoría de los casos se desarrollan con la misma dignidad y las mismas oportunidades que los hijos de familias tradicionales.
Esta sociedad tiene un rostro distinto en los inicios de este siglo, una nueva vitalidad y formas nuevas de existir y de entender su destino colectivo.
A las nueve de la mañana suena el timbre del desayuno; Irma y todas sus compañeras de línea dejan muy ordenados los circuitos de su puesto y entran de prisa al comedor de la planta. En la mesa de siempre la espera su amiga Lucy, quien la saluda con sonrisa burlona:
—Qué lindos ojitos, mi chula, se ve que te fue muy bien anoche.
—Todavía ando desveladísima, gacha. El sábado salimos del baile hasta la una y de allí todavía nos fuimos a ya sabes. Aquel me vino dejando ya como a las cinco. Apenas ayer pude dormir un rato, pero antes me puse a alzar todo el desmadre de la casa, lo bueno es que los niños me ayudan mucho.
—¿Y ya no saliste?
—Sí, fuimos a misa de doce, luego llevé a los muchachos a comer unos taquitos y un rato a la Deportiva, aunque ya José Luis no quiere andar con nosotros, ya se siente muy mayorcito. En fin. Ya en la noche volví a salir un rato con Esteban, a la cervecería, y por poquito me convence de que nos fuéramos otra vez a su cuarto, pero de plano no quise. Si así, ando muerta, imagínate con otra desvelada, me caigo dormida sobre los alambres. ¿Y a ti cómo te fue?
—Pues ya sabes... los dos días metida en la casa. Lavando toneladas de ropa, tallando pisos, haciendo comida. Y el cabrón de Manuel cada vez más necio, que deje la chamba, que no salga, que los niños. ¿Tú crees que con lo que él gana nos vamos a completar, pagando casa, con tres niños en la escuela? Si así apenas la libramos. Pero mejor platícame tú, ¿qué tal estuvo el baile?
—Estuvo muy suave, aunque llenísimo. Nosotros estábamos lejos del conjunto, apenas los alcanzábamos a ver, pero tocan padrísimo y el sonido se oía perfecto. Además, Esteban se portó lindo conmigo, andaba muy cariñoso.
—¡Pues cómo no, mi reina!, si por fin le hiciste caso, tanto que batalló el pobre, meses y meses aferrado. Pero no cabe duda: el que persevera alcanza.
—¡Anda!, con la fama que tiene de mujeriego, ni creas que me siento tan segura. Ya ves lo que dicen, de coqueto y facilito no lo bajan. Me siento a gusto con él, pero me da poco miedo.
—Sí, mucho miedo te ha de dar.
—Deveras.
—No les hagas caso a toda la bola de envidiosas. Además está rete guapo tu viejo.
—Fíjate que he andado algo preocupada, amiga.
—¡No me digas que estás embarazada!
—Ni lo mande Dios. No. Se trata de otra onda, pero después te la digo porque es un asunto largo de platicar. Además, ya se pasó la media hora, ya mero timbran y quiero completar la cuota alta de producción, quiero ganar el bono extra, necesito completar un dinero que debo en la mueblería.
—Yo también he andado bien bruja de lana, pero cuéntame, adelántame algo, ¿de qué se trata?, nos seas gacha, me vas a dejar toda la mañana con la duda.
—No te preocupes, luego te digo. Pero ya vámonos, ya ves cómo se pone María Luisa cuando no llegamos al minuto. Nos vemos a la salida, mi chula.
A las diez de la mañana el sol está ya en su apogeo, su luz intensa es la principal característica del paisaje urbano dibujado en el horizonte de un cielo azul brillante y limpio, aunque a ciertas horas es visible la mancha turbia del aire contaminado por el humo de los abundantes automóviles, de ciertas maquiladoras y de las escasas fábricas.
En el centro quedan edificios de distintas épocas, como la catedral, magnífico templo de estilo barroco construida en el siglo 17, el palacio de gobierno, el edificio de la presidencia municipal y algunas residencias y construcciones civiles, entre las cuales la más notable es la Quinta Gameros, de arquitectura ecléctica, terminada en 1910.
Pero esa zona, la más antigua de la ciudad, no tiene un carácter armónico en su arquitectura. Al contrario, hay espacios destruidos, fincas abandonadas, edificios improvisados para que produzcan renta de inmediato y con inversión mínima. Hay un hotel que se llama pomposamente Palacio del Sol pero que tiene la forma de una caja de leche Lala. Hay un edificio para oficinas que parece la ruina de una nave espacial imaginada por un dibujante de historietas de los años cincuentas. En la calle Juárez hay funerarias de pálidas luces donde el tiempo se quedó embalsamado en una sala con sillones grises de plástico.
En otra orilla del centro se quedó sin terminar un edificio de cemento, aluminio y vidrio y que nunca fue usado, parece que no calcularon bien la resistencia de los materiales, pero allí lo dejaron de recuerdo y de estorbo. En el paseo Bolívar algunas fincas de noble construcción fueron habilitadas como cafés bohemios y le dieron una cierta animación a esa zona, una de las más agradables gracias a los árboles del parque Lerdo y al corredor adoquinado al lado de la calle amplia, donde también hay una hilera de árboles.
En los últimos 30 años, la ciudad creció cuatro veces, sobre todo hacia el norte. Hay cientos de colonias nuevas donde los servicios de agua, luz y drenaje tardan en llegar, se van poblando con casas construidas en forma precaria y provisional, que con los años van mejorando su apariencia; fraccionamientos con fincas pequeñas y modernas, cubos de cemento alineados monótonamente en estrechas calles pavimentadas donde se concentra el calor sofocante del verano o el frío despiadado del invierno; extensos parques industriales con enormes edificios de ladrillo compacto, bien diseñados; tiendas gigantescas con zonas extensas de estacionamiento, plazas comerciales y también colonias privadas donde se alzan mansiones lujosas, silenciosas, rodeadas de jardines extensos, algunas de ellas amuralladas, con cocheras donde se ven automóviles de lujo, hasta diez en cada casa, sobre todo camionetas ostentosas de modelos recientes.
Algunas empresas constructoras lograron durante años evadir, con tratos de corrupción, reglamentos urbanos que exigen en la letra la edificación de áreas verdes, parques públicos, espacios comunitarios obligatorios para todo nuevo fraccionamiento, por eso crecieron tantas colonias nuevas donde no hay de respiro ni siquiera alguna cancha deportiva, mucho menos plazuelas con jardines, ni bibliotecas ni teatros.
Quedan colonias antiguas con casas de adobe, donde el estilo rural sigue expresando la sencillez de las costumbres norteñas que poco a poco se han ido perdiendo, avasalladas por la uniformidad cultural de la llamada globalización.
A las tres de la tarde, las dos mujeres salieron juntas de su trabajo al calorón intenso de la calle, rápido subieron al camión urbano repleto de pasajeros. Cuando llegaron a la casa de Lucy, su amiga pudo al fin contarle el grave y secreto asunto que la inquietaba: desde hacía un mes, uno de sus hermanos estaba en una cárcel de California; cuando lo detuvieron le habían hallado en el carro cinco kilos de cocaína que iba a entregar en un restaurante cerca de Los Ángeles.
Tres años antes, un amigo suyo lo había invitado a trabajar como chofer en una compañía de gas de ciudad Juárez. Como era un joven inteligente, empezó a viajar mucho, no solo en los camiones de la empresa, sino también en automóviles de lujo y camionetas último modelo. Lo extraño es que también empezó a ganar mucho dinero, en pocos meses compró un carro BMW que no hubiera podido tener con ningún sueldo de chofer, por muy alto que fuera. Cuando le preguntaban, contestaba con evasivas y sonrisas misteriosas.
Muy pronto la familia, entre preocupada y complacida, se fue acostumbrando a que el hermano de Irma, que era soltero, manejara tanto dinero como si fuera lo más natural: mandó construir una casa para su madre, ayudó a varios de sus hermanos en gastos fuertes; aunque era el menor, era, con mucho, el más próspero. Por supuesto que sus conocidos murmuraban sobre fortuna tan repentina. Se volvió parrandero y alegre, vestía ropa fina, le regalaba joyas caras a su novia de toda la vida, sus amigos lo seguían a todas partes porque era bueno para compartir la fiesta. Hasta que pasó lo que pasó: preso a los 23 años en una cárcel extranjera, acusado de tráfico de cocaína, asociación delictuosa, de cinco muertes y dos secuestros. A pesar de las especulaciones de la familia y de sus amigos, esto fue una sorpresa terrible para todos. No les cabía en la cabeza que aquel joven del barrio fuera un asesino.
Resulta imposible conocer los alcances reales de la poderosa economía informal del narcotráfico. Sus historias pertenecen al rumor y al secreto, a la exageración. Pilotos aviadores que volaban por la sierra en avionetas repletas de mariguana. Empleados bancarios que habían sido despedidos por fraude y al lanzarse por su cuenta abrieron una modesta casa de casa de cambio, en pocos años eran dueños de edificios, ranchos, mueblerías a su nombre. Casas de lujo protegidas con altas murallas, construidas en zonas exclusivas, donde no se ve ni un alma, pareciera que nadie vive allí. Fortunas de la noche a la mañana de gente desconocida que llegó de otros lugares y que no se dedican a alguna actividad conocida. También de cuando en cuando, en calles transitadas y a pleno mediodía, suceden aisladas balaceras con armas de alto poder, automóviles de lujo y con violencia rápida y precisa, digamos profesional.
El carácter de la gente en esta ciudad es apacible y equilibrado, las personas se preocupan por andar bien vestidas, las calles se ven limpias, la mayoría de la gente tiene trabajo, los jóvenes asisten regularmente a la escuela primaria y secundaria, una buena cantidad de ellos alcanza a estudiar preparatoria y a iniciar una carrera técnica o universitaria, aunque solo una minoría llega a terminar. Muchos empiezan a trabajar desde temprana edad y suelen ser solidarios en los gastos de la familia. En esta sociedad se nota una cultura del esfuerzo y del trabajo.
También es una sociedad en la que los estratos sociales están bien delimitados, no hay comunicación ni convivencia entre personas de distinta condición económica. Los ambientes son cerrados y excluyentes. El común de la gente se desenvuelve con respeto y buena educación, que se nota hasta en la forma de conducirse en el tráfico, la gente maneja sus automóviles con atención al reglamento de tránsito, sin la agresividad que suele darse en otros lugares. Existen todavía formas de la cortesía pueblerina que formó parte del carácter natural de los vecinos hasta los años cincuentas, de respeto y consideración hacia las personas mayores, del saludo cuidadoso al llegar a un lugar donde hay personas, aunque sean desconocidas. Sin embargo, el individualismo y el anonimato han aumentado, como en todas las ciudades del mundo.
En esta ciudad la sociedad es conservadora y muy resistente a los cambios de todo tipo, la gente cuida los centavos, hasta niveles de avaricia en muchos casos, el dinero es un tabú del que nadie habla, es un tema que se maneja con discreción y hasta con secreto. Sin embargo se mantiene una profunda solidaridad, sobre todo en el ámbito de la familia, que también es social cuando suceden desastres naturales, como quedó demostrado en la tromba de 1990.
Esta ciudad, que fue construida con nobleza y a partir del siglo 20 ha sido edificada con improvisación y afán de ganancias fáciles y de rentas altas como único impulso empresarial, se sostiene con la vitalidad de la gente común, que se levanta todos los días a trabajar por su familia, que se empeña por mejorar la vida, lograr “que los hijos estudien”, y los educa en la honradez y en la esperanza de un futuro bien cimentado. Son esos ciudadanos quienes recrean la vida y el alma colectiva del presente.
Junio de 2002
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