La hoja roja que venía en la cajetilla de los cigarros

Por Jesús Chávez Marín

Al día siguiente Esteban halló en Google que Miguel Delibes tenía 39 cuando escribió La hoja roja, era la misma del personaje más antipático de su novela, el hijo mayor que lo trataba con tan fría indiferencia, casi rayana en el desprecio. Otra cosa que le sorprendió del arte narrativo de este novelista fue cómo pudo imaginar la vida cotidiana de un hombre de 70 años con tantos detalles y algunos tan tediosos como la repetición constante de las historias que el viejo le contaba a Desi y a sus amigos. Por otro lado era casi cruel imaginarse que el pobre empleado de oficina trabajara 55 años en aquella compañía municipal de limpia y Esteban de plano creía que él no hubiera podido soportar tantos años de un trabajo con los números simples de la acción administrativa y con los elementos tan pobres de una actividad tan necesaria como aburrida para quien la realiza.

         Una de las escenas más patéticas de la novela es el discurso del viejo al recibir su medalla de jubilación. El presidente municipal, con la insolente prisa de todos los funcionarios que asisten a ceremonias, miraba con insistencia su reloj y tosía por lo bajo, abrumado del precario parloteo del viejo, quien trataba de vestir de idealismo y deber cumplido el recuerdo de sus labores como empleado municipal. En esa escena, el viejo recuerda una situación parecida en la que su esposa Lucita lo interrumpía de manera grosera ante el menor asomo de que él intentara platicarle cualquier cosa de su trabajo.

         Esteban también se sorprendía con la destreza de Miguel Delibes para contar una historia asumiendo el desafío de retar al límite la capacidad de fastidio de sus lectores, situando su voz narrativa en los pensamientos escasos y cíclicos de su personaje y al mismo tiempo lograr que el texto tenga la gracia de mantener una intriga narrativa con aventuras tan ñoñas, con la simple descripción de la vida cotidiana de don Eloy y de Desi en el pasado de sus recuerdos y en el presente del relato, en un texto que a la larga resulta en una ternura muy grata que pone al lector en el estado de gracia de saberse fuera de ese mundo tan sofocado y sentir el aire de su propia realidad, en un plano de esperanza.

         Así que Estaban Medina en cuanto cerró el libro ya había decidido que ese relato de un viejo en el final de su vida no podría servirle de modelo, porque él en 2012 tenía 59 años, y a pesar de que los últimos doce meses habían sido una especie de transcurso por su noche oscura del alma, y que en algunas ocasiones llegó a sentir que ya estaba muriéndose de viejo, y que hasta en otras había deseado el sereno consuelo de su propia muerte, ahora que intentaba contar esos hechos en las cartas que por correo electrónico quería mandar, estaba seguro que La hoja roja no sería el modelo de su relato.

         No había escrito más que una sola de las cartas, y eso muy breve. Ahora ya no estaba seguro si habría de seguir escribiendo otras, la verdad es que ahora ya no era tan urgente hacerlo, aunque le quedaba la espinita organizar los pensamientos y las causas de lo que había hecho sufrir a su maltrecho corazón.

Noviembre 2012