La mejor serie de la semana: La Ruta, la sonrisa y el abismo

Sin juicios morales ni visiones idealizadas, la serie retrata el desfase del bakalao... y de la España de los años 90

os creadores de La ruta no vivieron el mundo que relatan en su serie y se nota. Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui eran niños cuando Valencia se convirtió en la meca discotequera de España. Su serie es, por tanto, la de dos observadores externos. Y se nota. Para bien.

Soler, Martín Maiztegui y Clara Botas han escrito una serie sorprendente. La Ruta desconcertará tanto a los que ahora tienen la edad de sus protagonistas (veintitantos) como a los que, perteneciendo a dos generaciones atrás, no necesitamos que nos den indicaciones para llegar a la Spook. Tampoco necesitamos que nos digan qué significan ACTV y NOD.

Pero eso es lo de menos. La Ruta es otra cosa porque La Ruta es muchas cosas. La nueva serie premium de Atresmedia se suma a una sanísima tendencia: creadores jóvenes releyendo el pasado reciente sin caer en mitificaciones ni juicios. Lo hicieron los Javis con Veneno y ahora lo hace La Ruta convirtiendo un momento muy concreto de España en un retrato de personajes. Las pequeñas historias de la serie componen un cuadro inevitablemente incompleto pero a la vez sobriamente certero de un país que lo fió todo a un año mágico (1992) y seguía adorando a Mario Conde. Un país con un pasado gris oscuro relativamente reciente y un futuro incierto y ya no tan esperanzador como en la década anterior, esos años 80 que también merecen un ejercicio de desmitificación y análisis por ficciones que no sean Cuéntame como pasó.

Precisamente de esa otra serie sale Ricardo Gómez, uno de los protagonistas de La Ruta. Hace tiempo que el actor dejó atrás al niño Carlitos del clásico de TVE, pero esos 347 (¡347!) episodios pesan mucho. Por eso funciona como meta-comentario su presencia en La Ruta. Gómez pasa de los 80 de Cuéntame a los 90 de La Ruta y es imposible no ver ahí una intención de apelar al espectador y decirle que existieron Españas en las que Antonio Alcántara no pintaba nada.

Completan el reparto de La Ruta Àlex Monner, Elisabet Casanovas, la futura superestrella (tiempo al tiempo) Claudia Salas y una Sonia Almarcha a la que desde El buen patrón no le perdemos la pista. Ella es Carmen, la madre de Marc (Monner), un DJ al que ella llama como llamaba entonces una mujer de su generación a los DJs: pinchadiscos.

La aventura musical, profesional y vital de Marc es una de las historias que, a través de valientes saltos temporales, vertebran La Ruta. Porque no sólo la música de la serie es sincopada e hipnótica, también lo es la manera que tiene de manipular los tiempos.

Contrasta esa audacia narrativa (muy arriesgada porque puede llegar a despistar) con una apuesta estética que podría parecer sucia y feista y no lo es. Si la vemos así es porque los benevolentes mecanismos de la memoria han embellecido esos años, esas pistas (de baile) y esos parkings al fusionarlos con nuestra añorada juventud. Todos recordamos nuestros 20 con una sonrisa, aunque detrás de ella se escondan dolores, pérdidas y vértigos. Eso es La Ruta. Eso y mucho más.