XIII CONGRESO INTERNACIONAL DE ESCRITORES Y ARTISTAS DEL CONSEJO INTERNACIONAL TODAS LAS SANGRES, HERNÁN GALLARDO MOSCOSO
Esta fue mi ponencia en ese hermoso encuentro en la tan bella ciudad de Loja, en Ecuador.
Teresa del Valle Drube Laumann
Inmaculada Concepción de Loja – Ecuador
18 – 22 de Chapac Situwa - mes de Agosto (quechua) - 2008
Vaya, a modo de frugal aperitivo, una somera reseña de nuestro continente, sólo para refrescar algunos datos puntuales acerca de él.
América del Norte: se extiende entre el Océano Glacial Ártico, por el N y el istmo de Tehuantepec, en México, por el S.
América Central: desde Tehuantepec hasta el llamado Tapón del Darién, por el S, entre el golfo de este nombre en el Caribe y el golfo de Panamá en el Atlántico.
América del Sur: a partir del extremo meridional de América Central hasta las Islas Diego Ramírez. Se le deben sumar las islas del Caribe, Cuba, Haití y República Dominicana, Jamaica, Puerto Rico, Barbados, Bahamas y Trinidad Tobago.
A grandes rasgos, América se encuentra al E de Europa y África, separados por el Atlántico y al O de Asia y Oceanía, con el Pacífico dividiéndolos. Al N limita con el Océano Glacial Norte y al S con el Paso Drake.
Entre el cabo Murchisson, a los 72º N, y las islas Diego Ramírez a los 65º 30’ S, median 15.000 Km., los que llegan a los 17.000 si sumamos Groenlandia y las tierras insulares. Con una anchura máxima de 6.500 Km. a la altura de Terranova hasta el estrecho de Behring y ubicada entre los 34º 50’ y los 168º de longitud O del meridiano de Greenwich. Sus puntos extremos son: al N, el cabo Barrow y al S el cabo de Hornos. La superficie de todo el continente es de 42.074.676 km2, el 29% de las tierras emergidas, sólo superada por Asia, con una población que hace rato sobrepasó los 727.000.000 de habitantes y una densidad promedio de 17,5 h/Km2, el 13,5% de la población mundial.
Misterioso es el origen de esta vasta región del planeta, lo que da pie a numerosas teorías acerca de su formación y evolución, entre las que se destaca aquella que sostiene la existencia del gran continente de Gondwana, formado por la unión de América del Norte con Europa y de la del Sur con África, y que englobaba también a la isla de Madagascar, Arabia, India, Australia, Nueva Guinea, Nueva Zelanda y el continente antártico. Este continente habría ocupado el Polo Sur durante el primario. Se habría fraccionado en el mismo período en que se produjo la formación de los océanos, o habrían sido separadas, mediante un cataclismo geológico, colosales placas de masa, las que al desplazarse provocaron la creación de los continentes, aproximadamente tal como los conocemos. Grandes similitudes en la geografía, flora, clima, fauna, morfología de ambas márgenes, etc. abonan esta idea, y además, con los actuales estudios: gravimetría (1), paleomagnetismo (2), etc., se tiende a confirmarla. Sea como haya sido su nacimiento, el sector occidental del continente es más joven que el oriental: por ejemplo, en América del Norte los Apalaches parecieran haberse plegado en la época prepaleozoica, mientras que la complejidad geológica de América Central nos muestra formaciones prepermianas o paleozoicas. Si bajamos hasta Brasil, encontramos en su meseta antiquísimas áreas precámbricas, con yacimientos de rocas cristalinas, antiguas formaciones graníticas y gneis. Aparentemente, durante el cretáceo superior y hasta el terciario, se formaron los Andes y las Montañas Rocosas o Rocallosas. A finales del terciario tuvo lugar la configuración básica del continente al emerger la zona de Panamá que unió los dos bloques continentales.
Recorriendo toda América longitudinalmente, de Norte a Sur, encontramos dos cadenas montañosas bordeando cada uno de los dos océanos, separadas entre sí por extensas llanuras y mesetas de baja altura.
En América del Sur, en épocas pretéritas, esa gran llanura central – incluyendo la Amazonia – era un mar interior que se cubría con los aluviones de los ríos que bajaban de las montañas.
Naciendo al NE de América del Norte, los montes Apalache y luego los Allenghanys, con alturas por debajo de los 3000m, se hunden en el Caribe donde sus picos emergen formando islas, por lo que el archipiélago antillano es montañoso con islas volcánicas.
No voy a hacer una memoria descriptiva de nuestra exuberante y feraz tierra, por no ser este el tema que deseo desarrollar, sino hablar en esta ponencia acerca de mi personal visión de la Nueva Raza Americana, que por cierto debe de ser la misma visión que tenemos todos los que observamos las cosas sin ser eruditos en ella, ya que solamente soy una simple curiosa de esta maravilla viva que es la gente nueva de América.
Esto desea ser una charla de café, como se dice en mi Argentina.
Si misterioso y digno de frecuentes estudios fue por más de cinco siglos el origen geológico del continente americano, no lo fue menos el de sus primitivos habitantes. Se tejieron variadas hipótesis, desde la que mantenía que el hombre americano era el antecesor del hombre europeo, teoría que llevó al gran sabio argentino Florentino Ameghino(3) a pasar gran parte de su vida explorando yacimientos arqueológicos en busca de datos que le permitieran probar que la génesis de la raza humana se hallaba en la Patagonia.
Hasta que se encontró una más aceptable explicación de su existencia en la teoría que sostiene que cazadores siberianos se vieron impulsados a cruzar el estrecho de Bhering, que actualmente cuenta con una anchura mínima de 92Km., siguiendo a los animales que emigraban en busca de agua y pasturas. Un cruce que fue un trasplante ecológico que pasó desapercibido a sus protagonistas, ya que al tratarse de poblaciones cazadoras y/o recolectoras, eran nómadas, acostumbradas a derivar de un punto a otro siguiendo la ruta de la comida. Estos avances se habrían realizado en escasas y espaciadas olas durante las glaciaciones, con reducidos grupos humanos que iban naciendo y muriendo y llevando consigo la memoria de los que caían durante la travesía, hecho que habría dado inicio a las cosmogonías de los pueblos que se fueron creando a lo largo de su marcha, dado que muchos se convirtieron en sedentarios al conseguir sitios con abundante cacería, clima benigno, agua y protección geográfica contra los peligros a que se hallaba expuesta esta criatura, nueva en el contexto de la Creación y más débil que cualquiera de sus contemporáneos.
También existen pruebas de accidentados viajes de marinos que llegaban a estas costas provenientes de la otra mitad del mundo, que seguía su curso ignorando la existencia de estas tierras más allá de su horizonte o conociéndola por leyendas o historias de marineros, a las que se les atribuía un carácter imaginario, por lo que se les daba un origen mitológico, más que épico. Estos marinos, al ser sorprendidos por tormentas o perdida su ruta, llegaron a encallar en nuestras costas milenios después del avance terrestre de los cazadores, contribuyendo así a la población del continente. Pareciera ser que algunos lograron regresar, talvez siguiendo las grandes corrientes marinas, y relataron lo visto y vivido dándole visos fabulosos. Como la leyenda de las sirenas, que se cree que habría tenido origen en el avistamiento de ejemplares de manatíes hembras, un mamífero marino de unos 5 m de longitud, las que, tendidas sobre rocas y con el voluminoso dorso plegado en forma de cabellera ondulada más sus grandes mamas, habría parecido a la vista de estos hombres ampulosas mujeres – peces que disfrutaban del sol.
También sirve como ejemplo lo que sucedió con la isla de Groenlandia, descubierta en el 982 por el islandés Erik el Rojo, colonizada por los noruegos, posteriormente olvidada, redescubierta en 1578 por el inglés Martin Frobisher y en 1721, re-redescubierta por el misionero danés Hans Egede.
Sabiendo que éstos no son los únicos casos formadores de recuerdos borrosos del pasado más antiguo de nuestra tierra en los viejos continentes, tenemos como prueba de la presencia de viajeros los restos de navíos fenicios que naufragaron en las costas brasileñas.
Si echamos a volar un poco la imaginación, la lógica nos dice que si estos restos de naves de última generación para su época, como eran las de los fenicios, grandes antecesores de los hipermercados actuales que surcaban los mares conocidos voluntariamente y los desconocidos – territorios de dioses y demonios – involuntariamente, llegaron hasta hoy, cuántas más naves primitivas habrán sido arrastradas por las tempestades lejos de las rutas de navegación y habrán llegado a todo lo largo de ambas costas con sobrevivientes y sin dejar más vestigio de su accidentado viaje que alguna memoria en forma de leyenda acerca de la creación de la raza que se formó a partir de este naufragio. No nos olvidemos tampoco que muchos pueblos de la antigüedad practicaban el destierro como una forma de castigo peor que la muerte y que entre las formas de deportar a los reos se encontraba el de abandonarlos a su suerte en alta mar. Me pregunto cuántos de ellos habrán logrado sobrevivir, por suerte o por lo que hoy llamamos técnicas de supervivencia.
Si leemos los relatos que nos llegaron hasta hoy de las diferentes etnias americanas, africanas, asiáticas, europeas, australianas, encontramos un punto común en su génesis: la partida de un reino ideal. ¿Acaso no se transforma en un reino ideal la patria al ser vista desde lejos? Todos los emigrantes que conocí – incluidos mis abuelos y tíos - lloraron amargamente a su patria hasta el día en que les tocó partir a la otra dimensión, recordando que sus tierras daban los mejores frutos, granos, hortalizas, etc. que pudiéramos conseguir en el universo. Que la gente era la más honesta, honrada y sincera. Que la palabra de sus habitantes era palabra de Dios. En fin, que habían dejado el paraíso para caer en la tierra del eterno llanto y dolor.
También encontramos relatos de ciudades de dioses como origen de los pueblos en los mitos universales, que nos hablan acerca de tierras fértiles, cálidas, con excelente pastura, con poblaciones de alto nivel intelectual, regidas por dioses vivos, que poseían grandes metrópolis pavimentadas con oro, plata, etc., las que nos dan una descripción de las ciudades mayas, aztecas, incas, a las que los primitivos habitantes consideraban ciudades celestiales, de las que fueron desalojados por fuerzas superiores, guerreras o divinas, y a las que aspiraban regresar en un futuro. Asimismo, los pueblos cuentan en sus historias el hecho de haber sido expulsados de ellas como castigo por haber cometido abuso contra las potencias naturales o desobediencia a las leyes divinas o un acto de soberbia contra una deidad de su creciente panteón, así como relatos de sangrientas luchas de poderes, presente en considerables narraciones de diferentes partes del planeta, que a simple vista, no parecen haber tenido un contacto entre sí.
…Diversos son los nombres de cada uno de los que ellos engendraron allá lejos, en el Este. De sus nombres vinieron los de los hombres de Tepeu, Oloman, Cohah, Quenech, Ahauh, como se llamaban estos hombres allá lejos, donde ellos engendraron. Se sabe también el comienzo de los de Tam, de los de Iloc. Juntos vinieron de allá, lejos, del Este………
…muchos hombres fueron; en la oscuridad se multiplicaron. Cuando se multiplicaron el día, el alba, no habían sido dados a luz; todos juntos existían; importantes eran sus seres, sus renombres, allá lejos, en Oriente. No eran sostenes, nutridores, pero hacia el cielo erguían sus rostros. No sabían lo que habían venido a hacer tan lejos. Allá existían numerosos hombres de las tinieblas, hombres del alba. Numerosos eran los rostros de los hombres, numerosos los lenguajes de los hombres; dos solamente sus orejas.
Fragmento del Capítulo 27 Popol-Vuh
Son numerosos los pueblos que han practicado un doble evemerismo, hablando de hechos y seres fantásticos como individuos reales que habitaron, convivieron, lucharon a favor o en contra del hombre, tuvieron descendencia con humanos, etc. y que al mismo tiempo trocaron en dioses a personajes de su historia y en mitos a los hechos reales que a éstos les tocara protagonizar, desfigurando la descripción de tales hechos con apariciones, protección y soluciones mágicas y/o divinas.
Pero, volviendo a los estudios realizados para encontrar al primer hombre americano, la hipótesis que más fuerza tiene actualmente es la del paso por el estrecho ya que la población del planeta, no sólo la de América, habría vivido una migración que duró milenios: después de nacer en África, avanzó al norte, distribuyéndose en lo que actualmente conocemos como Europa y Asia donde, luego de asentarse en esta vasta región, algunos de los grupos asiáticos, particularmente de Siberia, se habrían dirigido al E en dos grandes corrientes: una originada entre los 40.000 y los 20.000 años antes de Cristo y la segunda entre los años 13.000 y los 10.000 antes de Cristo, de individuos con rasgos mongoloides, que al irse fusionando con los ya existentes en el territorio, creó los tipos humanos que encontraron los europeos a su llegada. Sólo un grupo quedó sin mezclarse y aislado del resto, ya que se aclimató a la helada región del Ártico: los esquimales.
Este pasaje se habría realizado caminando por tierra firme durante ciertos períodos del terciario, en el que hubo cuatro grandes glaciaciones. En cada una de éstas, que duraba miles de años, descendiendo desde el Polo Norte al Sur, se inmovilizaban las aguas en forma de enormes montañas de hielo que hacían bajar el nivel de los océanos, lo que facilitaba de alguna manera el desplazamiento de las manadas y de sus cazadores.
Esta marcha, a pesar de ser gravitacional para la humanidad futura, pasó casi inadvertida para sus protagonistas, como ya lo dije, los que llegaban hasta el N de América procedentes de Siberia - lo atestiguan ciertos rasgos característicos con las tribus de California - cruzaban el estrecho de Behring, para luego descender desde Alaska y recorrer toda la extensión americana huyendo de las inclemencias del tiempo, buscando agua y pasturas y siguiendo a los mamuts y a otros grandes animales ya desaparecidos, entre ellos al bison anticuus figginsi, descubierto por el sabio norteamericano Figgins, bisonte extinguido hace 10.000 años. En un hueso de uno de estos animales se encontró incrustada una punta de flecha del cazador asiático emigrado a América y al que se le llamó Hombre de Folson.
Otro investigador norteamericano, Frank Hibben, descubrió en Albuquerque, Nueva México, en la cueva de Sandia, un hombre todavía anterior al de Folson: el Hombre de Sandia, que vivió hace unos 25.000 años y cuyas puntas de flechas y de azagayas se encontraron clavadas en huesos de camélidos, mamuts, bisontes, mastodontes y equu excelsus, especie extinguida de caballo.
En 1955, en Tule Springs, al S. de Nevada, el Museo Antropológico de Historia Natural determinó mediante el carbono 14 la presencia de cazadores humanos en ese territorio hace 28.000 años.
En el año 1960, Philip C. Or descubrió en el litoral de California, en la isla Santa Rosa, trazos humanos de 29.650 años, durante el período de glaciación que unía los continentes.
Al terminarse las glaciaciones, se cortó el paso por el estrecho y el paulatino o violento, según las zonas y los casos, avance del calor sobre la superficie del planeta, cambió el paisaje al elevar el nivel de los océanos, convirtiendo numerosos litorales en islas, modificando el curso de ríos y el clima en general con un nuevo régimen de lluvias, que determinó el tipo y distribución de animales y vegetales sobre la superficie de todo el planeta, originando el afianzamiento y la multiplicación de numerosas especies y la mutación o desaparición de otras tantas, cambiando el efecto climático el equilibrio biológico existente hasta ese entonces entre la flora y la fauna, como es lógico suponer.
Por estos cambios, el hombre se vio obligado a seguir bajando en dirección al S; aparentemente ya en el siglo lX antes de Cristo, el Homo Sapiens había llegado hasta el extremo S del continente.
El número de amerindios a la llegada de los europeos se calcula en 30 a 40 millones de habitantes, de los cuales el 90% se concentraba en México y Centroamérica. El número clasificado de familias lingüísticas en América del Norte es de 26, en América Central 20 y 77 en América del Sur. En total 123 familias idiomáticas, sin encontrarse una raíz común y sin considerar las lenguas no susceptibles de agrupación, como para lograr determinar por este medio de qué lugar del planeta llegaron los ancestros de cada grupo. En cada familia lingüística encontramos idiomas y dialectos, siendo en algunas superior a los 100, sin que hayan sido clasificadas las numerosas lenguas de la Amazonia.
Como los pueblos americanos originales -aún las grandes potencias culturales precolombinas- no conocieran la escritura, salvo los mayas que tenían una escritura jeroglífica, no pudieron dejar evidencia escrita de su recuerdo; sumado esto a los estragos producidos por la llamada “conquista de América”, donde se perdieron valiosísimos documentos testimoniales y se trató de apagar la memoria ancestral de las poblaciones que se fueron formando al paso de los siglos, y en los que se desarrollaron diversos idiomas, culturas, creencias, estructuras sociales, transformándose cada grupo humano aislado en un nuevo poblado, es que hoy nos encontramos - a pesar de poseer el hombre americano una historia de alrededor de 30.000 años de existencia - ante una muralla de humo donde se pierden los recuerdos junto con las leyendas. Donde innumerables datos transmitidos en forma oral por generaciones se han ido extinguiendo, desperdiciándose con esto la memoria de manera irrecuperable, dado que por este hecho desaparecen muchísimos relatos sobre los orígenes y creencias de los antiguos, de los Padres de la raza americana, devorados por la inclemencia de una nueva cultura que es asimilada por los nativos, ya a la fuerza, ya por decisión propia, hasta el punto de llegar en el tercer milenio de nuestra era a querer mirar atrás y no ver sino imágenes cada vez más distorsionadas de una riquísima historia cultural prácticamente olvidada, con costumbres, tradiciones y ritos que sobreviven distorsionados, dislocados y en muchos casos con interpretaciones erróneas acerca de su original intencionalidad, y que hoy son explotados en su gran mayoría como atracción turística, en muchos casos por los propios descendientes de esas etnias, que no vacilan en vender su memoria, su invalorable herencia cultural al dinero de los turistas. Con su beneplácito, se quema en el altar de lo extranjerizante, su mayor patrimonio: el orgullo de ser los legítimos señores, los dueños de la tierra que pisan.
Después de quinientos años, en América se sigue cambiando oro por espejitos.
En cuanto a las actividades agrícolas y ganaderas, nacidas una vez hechos los asentamientos que dieron origen a las ciudades, el grado de desarrollo era tan variado como lo era el de cada pueblo o grupo humano que lo practicaba, yendo desde simples cazadores o recolectores hasta verdaderos emporios donde la agricultura, pesca y ganadería tenían un altísimo nivel, y se contaba con una amplia variedad de productos y técnicas de almacenamiento, conservación y distribución entre los pobladores, además de su comercialización mediante el sistema de trueque, con inmensos mercados o tianquis a cielo abierto. También encontramos tejedores, ceramistas, orfebres, cinceladores, joyeros, escultores, con trabajos que van desde lo necesario: cuencos, escudillas o pucos, pullos, abrigos, calzados, hasta piezas ornamentales de gran belleza, belleza que se desarrollaba independientemente en algunos casos, del nivel cultural alcanzado, ya que pequeños pueblos de artesanos sin mayor desarrollo cultural, hicieron verdaderas piezas de arte en cerámica, tejido, metalistería, joyería, etc.
Las ciudades precolombinas contaban con pueblos donde sus habitantes, esencia y razón de ser de una comunidad, no conocían el hambre y mucho menos la desnutrición, flagelos que en nuestros días azotan sin parar a las colectividades aborígenes que tratan de sobrevivir en un mundo indiferente a las necesidades del prójimo y en el que se aplican soluciones que en muchísimos casos resultan vergonzosas, para paliar en parte las necesidades vitales de esta población.
Este daño lo podemos ver en los pueblos vernáculos de toda América, donde encontramos con insultante frecuencia una absurda negación del linaje autóctono del individuo.
En los países más desarrollados, como ser los Estados Unidos de América del Norte, los dueños de la tierra – casi extinguidos - se hallan confinados en reservas aborígenes, con territorios acotados, prácticamente cárceles a cielo abierto, de donde algunos pocos se marchan para emprender un vuelo que los lleve a conseguir otro status en la sociedad en la que están inmersos. Aprenden alguno de los oficios actuales, siguen carreras universitarias o técnicas que los ayude a forjar una situación más holgada, económicamente hablando, para ellos y su familia. Pero arribados a las “ciudades de los blancos” se mimetizan con ellos, adquiriendo hábitos, costumbres, lenguaje, del sitio en el que tratan de integrarse, llegando algunos de estos individuos a convertirse en renegados, olvidando sus tradiciones, cambiando sus rasgos mediante la cirugía, usando para él y su descendencia nombres que no corresponden con su linaje, tiñéndose el pelo y cambiando hasta su postura y forma de caminar en un intento equivocado de recibir la aprobación de sus vecinos. No se dan cuenta que con esto traen a la vida al mito de no volver la vista atrás al abandonar su pueblo caído, so pena de convertirse en seres de piedra o de sal, ya que una vez transformados en seudos blancos, su regreso al terruño es más dañino que beneficioso para sus congéneres, a los que les llevan una cultura ajena a sus ideas, la que los engulle y hace desaparecer como estatuas de sal bajo la lluvia de los tiempos.
Esto ha sucedido y sucede desde que la voz del vigía divisó en las costas de las Bahamas, la isla de Guanahaní, actual Watling, a la que Colón denominó San Salvador y los nativos de la isla creyeron que habían regresado sus dioses, como lo anticipaban sus leyendas, en enormes chalupas que se deslizaban sobre las aguas del mar.
Estamos en el 2008 de la era cristiana. 516 años han pasado desde aquel 12 de Octubre de 1492. El doceavo sol del Cuya Raymi.
Más de cinco siglos de silencio, exterminio y menoscabo de los pueblos originales.
Con nuevos poblados regidos por personajes que van desde lo ridículo a lo cruel, mintiendo, robando, destruyendo, olvidándose de la finitud de la vida, que está acotada en un margen estrechísimo de tiempo, y que a pesar de todo lo que se haga por hacerla a medida de las propias apetencias, sigue su curso y las piedras siempre se acomodan luego de los derrumbes.
Si bien es cierto que los primitivos fueron casi exterminados por parte de aquellos a los que confundieron con dioses, no es menos cierto que en el siglo XX sus descendientes olvidaron tanta historia de luchas y grandeza de los abuelos antiguos y siguieron mirando a Europa y todo lo que de ella llegaba, como si se tratara de ideales divinos, llegando a utilizar todos los medios que les eran posible para parecerse a sus destructores. Además de todo lo mencionado, en la alimentación pasó a ser casi vergonzoso el comer o beber platos típicos a menos que estuviera de moda en algún restaurante; así es como se llega hasta a desdeñar la vestimenta, las artesanías, y los sonidos de sus instrumentos musicales y sus cantos, salvo que fueran artistas que se dedicaban a la música folklórica.
Sin darse por enterado de lo degradante de su actitud, el hombre americano metido en las ciudades de sus opresores, seguía rindiendo culto a todo lo extranjero.
Sólo los que quedaban en sus lugares originales, rebajados a la miseria, despreciados y olvidados por sus iguales, luchando por preservar sus tradiciones, conservaron algunas reliquias convirtiéndose en guardianes del tesoro de la historia.
A toda esta mixtura de razas debemos sumar la presencia de la gente traída desde África para servir de esclavos en las casas señoriales que se estaban formando en el lugar llamado Nuevo Mundo. Estos hombres, mujeres y niños que sufrieron las más crueles atrocidades por parte de los “dioses blancos”, y que llegaron sin más equipajes que las cadenas con que venían atados a las sentinas de los barcos que los robaban de sus tierras, no renunciaron a sus creencias y las mezclaron con las de su nuevo destino. Si bien es cierto que la mayoría de ellos perdieron toda su identidad en el trasplante, ya que desapareció de su memoria el lugar de nacimiento, ahora sus descendientes tratan de encontrar a sus ancestros en medio del caos de los tiempos y de la falta de datos, tomando un gesto nuevo de respeto por sus orígenes y de orgullo de su estirpe tan sufrida.
Pero he aquí que muchos hijos de ese hombre híbrido embriagado por las extranjerías, hacia los finales del siglo XX comienzan a despertar del hechizo que mantuvo cautivos a sus mayores, a pararse, a ponerse de pié, a buscar aglutinarse con sus semejantes, a levantar la mirada, a buscar la huella de su raza, y a caminar hacia el encuentro con su pasado, tratando de desentrañar los misterios que guardan los ancianos en sus memorias, a volver a escuchar sus relatos, por tanto tiempo desoídos, a revalorizar sus pertenencias.
A bautizar a sus hijos con los nombres que les corresponde.
A sentir el orgullo de su raza.
A exigir su espacio en el tiempo.
Y lo más maravilloso de todo esto es que no están solos. Están acompañados, hermanados, con los descendientes de aquellos falsos dioses que tanto daño les hicieron, que se suman en la búsqueda del gran árbol de la vida americano y que a pesar de no conocer si tienen un pasado común en los oscuros recuerdos de la población universal, tienen un presente – que es un futuro - comprometido con su tierra, con su gente. Con el Nuevo Hombre Americano, formado en un crisol incomparable.
Luchan juntos para rescatar las antiguas culturas, para salvar los bosques, las aguas. Invocan a los ancestrales espíritus protectores de la Tierra y ven en cada ser vivo un hermano al que hay que proteger y acompañar en su desarrollo terreno.
Pero, por desgracia, el mercantilismo está absurdamente arraigado en todo el planeta. El nuestro es un planeta donde se hace negocio hasta para hablar con Dios: “Señor, si me haces tal favor, yo te pago con tal cosa”. Esa es nuestra forma de rezar. Antes el pago era dado en vidas de animales y humanos - sacrificios ofrendados a los dioses para obtener sus beneficios – o sea que algo hemos mejorado en este aspecto. Y es este mismo mercantilismo el que hace que festividades de honda raigambre espiritual desde la raíz de los tiempos sean hoy apenas un motivo de atracción turística, pero que llena las arcas de los ávidos gobernantes. Mas esto no es un mal solamente americano: todos los pueblos del planeta que se inician en la industria sin chimeneas, ofrendan su pasado al gran dios dinero.
La Nueva Raza Americana ha recorrido 30.000 años, más o menos, de la vida del planeta. Se ha forjado en todas las fraguas, ha bebido en todas las fuentes. Ha crecido y ha decrecido. Bajó hasta los infiernos y regresó a la Tierra prometida por Dios y por sus dioses. Hoy se busca, como una gran mancha de aceite se une, se separa, para volver a unirse en una mágica danza bajo las estrellas, que miran y festejan el nacimiento del Hombre Nuevo Americano, que ya se está dando.
De ese Nuevo Hombre con genes de cazadores, aventureros, esclavos, reyes, blancos, negros, rojos, amarillos… pero con un corazón fuerte que late buscando libertad y amor y hoy se une, amalgamándose en un solo cóndor gigantesco que vuela alto en el cielo y sabe luchar sobre la Tierra cuando siente peligrar su nido.
“He aquí las generaciones, el orden de todos los gobiernos que tuvieron su alba en Brujo del Envoltorio, Brujo Nocturno, Guarda Botín, Brujo Lunar. Nuestros primeros abuelos, nuestros primeros padres, cuando se mostró el sol, cuando se mostraron la Luna y las Estrellas. He aquí que vamos a comenzar las generaciones, el orden de los gobiernos, desde el origen de su tronco hasta la entrada en funciones de los jefes, y cuando entraba en posesión de su cargo, cuando moría cada generación de jefes, de abuelos, con la jefatura de toda la ciudad, cada uno de los jefes.
He aquí que se manifestará el rostro de cada uno de los jefes, he aquí que se manifestará cada rostro, de cada uno de los jefes quichés.
Capítulo 46, Popol- Vuh.
1.- gravimetría: estudio de la gravitación terrestre y medición de sus variaciones en los diversos lugares. Química: análisis cuantitativo de una sustancia mediante pesadas.
2.- paleomagnetismo: parte de las ciencias de la Tierra que estudia las variaciones del geomagnetismo a través de las épocas antiguas.
3.- FLORENTINO AMEGHINO: nacido en Luján, provincia de Buenos Aires, en el año 1854 y muerto en la ciudad de La Plata, también provincia de Buenos Aires, a los 57 años, en 1911. Científico argentino que cultivó la paleontología y la arqueología. Textos: Origen poligénico del lenguaje, Filogenia, Paleontología argentina, Los mamíferos fósiles de la América meridional, La antigüedad del hombre en La Plata…
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