Red de Literatura y Cine
Un día, hace tiempo, estando en un circo durante las vacaciones, hubo un accidente y acudí a ver al herido. Eso me abrió las puerta para estar entre bastidores. Y supe lo que era ese espectáculo lo que me ayudó a escribir el presente relato.
"Laura y “Colorete”.
El mundo del circo.
“Las malas costumbres terminan en soledad. Pero si hay voluntad hay un camino”.
Dr. José Ignacio Velasco Montes
La carpa del circo es como un gran hongo de tela amarillenta que hubiera crecido en las afueras de la villa y se mostrara rodeado de casitas con ruedas, grandes y elegantes caravanas de artistas trashumantes. Hay una verdadera revolución en los colegios; pues no se habla de otra cosa. Las ausencias a clase se han multiplicado incluso para los de más tierna edad. Las jaulas con animales, colocadas en el exterior, atraen a grandes y pequeños. Hay vendedores de plátanos para los elefantes y los monos y alfalfa para otros cuadrúpedos.
Los niños, les prometen a sus padres el oro y el moro con tal de poder ir a verlos. Todos van a ser ejemplares a cambio de poder ir a “el mayor espectáculo del mundo”, como indica la publicidad que, por todas las vías, inunda la ciudad.
--Luisito, de verdad vas a cumplir lo que me has dicho y prometido--inquiere su madre con claras reservas sobre la posible respuesta del crío que, por una vez, se muestra plácido, cariñoso y limpio sin tener que haberle dicho nada--. ¿Tanta ilusión te hace ir a verlo?
--Sí mamá. Mucha, y seré muy bueno para siempre.
--Has visto otros, ¿qué tiene éste que os hace tanta ilusión a todos los niños? Mi amiga Pilar me ha dicho que su hijo se encuentra igual que tú.
--Hay un payaso, “Colorete”, que es el mejor del mundo.
Gema, la madre, queda pensativa por un momento. Ha escuchado tantas veces en su veterana vida el concepto de “mejor del mundo”, que no cree en que ello pueda ser sino otra exageración mediática. Por un momento, rememora su infancia, la ilusión que puso en ver su primera corrida de toros; en la llegada de unos comediantes que actuaron en el teatro; y ambas fueron unas decepciones que nunca ha podido olvidar. Pero sí recuerda, como un hito en su vida, su primera función de circo. En ella todo fue distinto, desconocido, impresionante, desde los trapecistas voladores, al grupo de tres payasos que hicieron reír desaforadamente a todo el público. Y lo eran tanto, que su padre la llevó dos veces, aunque no consiguió convencerlo para una tercera.
--Mamá. ¿En qué piensas? Te has quedado como dormida.
--Sí hijo, iremos en cuanto vuelva papá del trabajo.
--¿Estás segura? Papa vendrá cansado y no querrá salir.
--No hijo. Papa te quiere mucho y nos llevará. Yo también quiero ir. Estoy segura de que iremos los cuatro, pues vendrá también tu hermana.
Luisito empieza a saltar por la casa, como un loco, al saber que irá, por fin, a lo que más desea desde hace unos días.
*
Una masa de transeúntes caminan como una raquítica procesión en dirección a las afueras. Son parejas de padres o de abuelos, que llevan a los niños de la mano, frenando sus impulsos de correr para llegar antes. El gentío se acumula por delante de las cuatro taquillas que despachan las entradas. Docenas de vendedores ambulantes, con grandes cestas de mimbre que cuelgan de cintas de persianas pasadas por el cuello, ofrecen toda clase de objetos. Largos palos van llenos de globos de todos los colores y formas de personajes infantiles conocidos. Entre todas, destaca un muñeco que representa a “Colorete”; los hay desde pequeños a grandes, e incluso globos llenos de Helio que se alzan, hacia el cielo, sujetos por cuerdas, por lo que son los que mejor se ven.
--Papá, papa. Quiero ese muñeco, el del payaso. Lo pondré en mi mesa para que me ayude a estudiar.
Luís le mira. Puede ver tanta ilusión en sus ojos, que decide que debe hacerlo y, a pesar del precio exagerado, se lo compra. Laura, la pequeña, empieza a llorar.
--Yo “tero” una muñeca igual.
--¿Cuál quieres?
--Eta; la bailarina que brilla y lleva una capa.
--No es una bailarina. Es una trapecista. Se llama Laura. --Corrige su hermano.
--No llores. Ven, que te la compro. --Indica la madre cogiéndola de la mano y con la otra sacando el monedero del bolso.
Las gradas se van llenando de público en una avalancha de gente que, como un río, inunda el circo por varias puertas. Luís, como es la primera vez que los trae, ha sacado entradas preferentes y se colocan en la segunda fila, en unas incómodas butacas que están cubiertas con fundas de telas que les dan un aspecto diferente a los asientos de madera, simples tablazones, que forman las varias alturas de las escalinatas de asientos de general.
--“Eta” duro, papá. --Indica Laura.
--¡Eh! ¡Usted! --Grita Luís señalando con la mano a uno de los empleados que alquilan cojines para el público.
--Diga, señor.
--Cuatro cojines aquí, por favor. ¿Cuánto es?
Llevan ya varios números que han sido muy aplaudidos. Hambrientos y depresivos leones han realizado sus movimientos y lanzados unos pocos convincentes rugidos, bajo los chasquidos del domador que hace restallar el látigo sin tocarlos en ningún caso. Unos alambristas han caminado por la cuerda floja, al tiempo que mueven bolas que se pasan unos a otros, malabarismos con antorchas encendidas, saltos con vuelta en el aire volviendo a quedar erguidos, sin que nada ni nadie caiga al suelo.
Un chino, de largas trenzas y un ropaje exageradamente oriental, uno de los platos fuertes del espectáculo, al que acompaña una joven china, de bellas piernas y exagerados pechos, ha realizado juegos y trucos con cintas, pañuelos, flores de papel; misteriosos cofres de los que saca toda clases de cosas inverosímiles y sorpresivas; juegos malabares con platos de presunta porcelana y paraguas, todo de exóticos colores, en un virtuosismo que es muy aplaudido.
Finalmente, unas docenas de caballos, han caracoleado, saludando al público por la pista central y realizando toda clase de movimientos en perfecto orden, trotes e inicios de galope, y caminar sólo con las patas traseras, que han deslumbrado al público por la perfecta doma.
--¿Os está gustando? --Pregunta Luis a los dos niños que están entre él y su esposa.
--Sí, mucho. Pero el mejor es el payaso. Estoy deseando que salga. --Responde Luisito, siempre impaciente en no vivir el presente, sino desear adelantarse al futuro.
--Sí. “Guta” mucho. --Indica la pequeña que siempre lo hace todo después de que lo haga su hermano mayor.
--Me alegro. Es un buen circo. En mis tiempos no los había así de buenos.
Hay un momento de quietud, mientras los empleados limpian la pista central de las deyecciones de los caballos, y el público habla llenando el circo con sus voces, como en una venganza por el silencio anterior. La música "chinda-chinda" de la orquesta, toca la canción de moda. Los vendedores de todo tipo de cosas, aprovechan el intermedio para infiltrarse entre el publico. Y se continúa la venta de papeletas cuya rifa se hará casi al final de la función.
El presentador del circo, con pantalones de montar, botas altas de jinete, un llamativo chaqué de fantasía, un poco abierto por su prominente tripa, porta una alta chistera de raso negro que recuerda a uno de los personajes de "Alicia en el País de las Maravillas", avanza hasta el micrófono situado al borde la pista, al lado de la gran puerta, cerrada con cortinas de lentejuelas, por la que entran y salen los artistas y los animales.
Mientras, la orquesta del circo, con más buena intención que arte, asesina una pieza militar americana que obliga a caminar al presentador, como si fuera un soldado y que él exagera para dar más ritmo a su actuación.
Llegado hasta donde se encuentra su punto de trabajo, saluda elevando la chistera que brilla bajo los arcos de luz, dando la utópica sensación de los mil brillos. Y, de inmediato, grita al micrófono que llena con su voz ronca de bebedor, todo el interior de lo que hay bajo la gran lona con forma de campana, sujeta por palos que salen de los laterales de la gran pista.
--¡Niños y niñas! Señoras y caballeros. ¡Atención! El momento más deseado, el tiempo de la risa ha llegado. Para todos vosotros, lo que esperáis: el mundialmente famoso… ¡Colorete! El mejor payaso del mundo y de otros planetas. ¡Colorete para todos ustedes! --Y señala las cortinas de la entrada a la pista.
Hay aplausos y griterío de los niños que, nerviosos y deseando ver lo que más desean, aclaman anticipadamente su actuación: el payaso que han llenado los medios con publicidad casi subliminal, creando una necesidad que ningún niño puede ni quiere rechazar.
El tambor redobla insistentemente. Pero la cortina de la salida no se abre. Los timbales vuelven a redoblar llamando, invitando a su salida, aunque sin obtener respuesta. El retraso está creando una gran expectación. Algunas zonas del circo se ponen de pie. Y los aplausos típicos, palmadas con ritmo de llamada se inician, al tiempo que el público canta:
--¡Qué salga ya! ¡Qué salga ya! ¡Qué salga ya!
Un momento después, entre las dos piezas de tela llena de estrellitas de papel plata y dibujos de animales exóticos, aparece un enorme martillo que oscila del cielo al suelo como si quisiera golpearlo, pero no llega a darle el golpe que se insinúa. Se establece un silencio total. Finalmente el martillo golpea el piso de arena. Una gran explosión, a la que le sucede una proyección de bengalas de colores que se expanden hacia la pista, acompaña a una nube de humos de colores, que sobrecoge a todos.
“Colorete” aparece, sonriente con el enorme martillo rojo con mango amarillo al hombro. Muestra una cojera forzada e intencional, que invita a reír por lo exagerada, con la que avanza hacia el centro de la pista. Lleva un absurdo, abultado y colorido traje del que sobran y cuelgan jirones de telas de colores por todas partes. En la cabeza, una enorme peluca roja de rizos desmesurados, con un enorme peine multicolor clavado entre ellos. El conjunto hacer ver que tiene una monumental cabeza, muchas veces mayor que la tremenda nariz negra, que sobresale en medio de una cara blanca como el mármol, rodeada del verde chillón que conforma la boca y unas gruesas cejas que llegan casi a las orejas. Su aspecto es el de un globo, con una enorme peluca encima. La parte inferior del globo deja salir una ínfima parte de los tobillos que soportan unos enormes y largos zapatones, amarillo uno y añil el otro.
Los niños gritan entusiasmados ante su aparición, y vociferan repitiendo su nombre, en lo que se convierte en un escándalo mayúsculo:
--¡Colorete! ¡Colorete! ¡Colorete! ¡Colorete!...
Mientras saluda, con gestos grandilocuentes y exagerados, pasa su mano por la peluca en un gesto claro con el que comprueba si se le ha movido, al tiempo que tropieza al pisarse la punta de un zapato que marcha por delante de él casi medio metro, y cae rodando mientras el martillo se le escapa y se aleja unos metros. Intenta levantarse sin conseguirlo, y hace varios intentos con diferentes posturas. Con una mano, que coloca sobre el tobillo, lo impulsa hacia arriba y el cuerpo se alza con facilidad. Empieza a caminar y, de nuevo, rueda sobre sí mismo y tras dos vueltas, se coloca de pie con asombrosa rapidez y agilidad.
Los niños gritan sin parar y sus risas llenan el circo.
Busca el martillo a su alrededor como si no lo viera. Los niños se lo indican a voces:
--¡Delante! ¡A la derecha! ¡A la izquierda!
Pero el payaso lo hace todo al revés. Los gritos crecen y finalmente lo puede ver, lo que muestra con alegría en un saludo circular a todo el público, con el peine en la mano, recordando a un torero que brinda con la montera la muerte de su próximo toro. Mira el martillo cuando todo se calma, lo señala con un dedo, se lleva las manos a la cabeza haciendo un manifiesto gesto de susto y, de inmediato se tira al suelo con rapidez, en un cuerpo a tierra de corte militar que parece impropio de su aparente volumen. Hasta la orquesta va descendiendo el volumen de música y finalmente queda callada con un claro desafinado de instrumentos, como si los músicos estuvieran aterrorizados.
Tomando precauciones histriónicas, con una marcada exageración de movimientos que no le hacen avanzar, señala el martillo e indica con los brazos que puede explotar; se lleva un dedo a los labios y pide silencio pues hay un escándalo de risas por su comportamiento. Obedientes, los niños callan y en el circo no se escucha ni una mosca.
--¡No tengas miedo Colorete! Que seguro que lo sabes hacer. --Chilla una potente voz entre el público.
Se acerca lentamente al martillo, arrastrándose cuerpo a tierra por el suelo. Hace gestos que indican que cree que puede explotar tras el golpe. Finalmente lo coge por el mango y lo eleva con exagerado cuidado. Cuando lo tiene arriba, hace un gesto manifiesto de satisfacción.
Los niños aplauden, gritan y el martillo explota envolviendo a “Colorete” en su humo. El escándalo de aplausos y gritos se multiplican cuando aparece, entre el humo, cubierto de manchas de hollín.
--¡Venga niños! ¡Todos a aplaudir! ¡Ahoraaa! ¡Ahoaaaaaaaaaaaaaaa!
El circo se llena del griterío y de los aplausos; algunos niños, de las primeras filas, se saltan el borde de la pista y acuden a tocarlo y dejarse abrazar por él como han visto en funciones anteriores. Luisito, entre ellos, lo abraza y Colorete le eleva y frota su negra nariz contra su mejilla. Luisito regresa satisfecho con sus padres.
--Es un gran payaso y me ha abrazado, ¿habéis visto?
Detrás de las cortinas de la puerta, Laura, envuelta en sus mayas de trapecista, abrigada con la brillante capa, no ha perdido de vista la actuación del payaso desde que traspasara los cortinajes de acceso a la pista. A pesar de los continuos desaires de éste, siente una especial predilección por él. Lo conoce bien a pesar de las defensas, las corazas y las barreras de amistad que tiene desplegadas e interpuestas con todo el entorno de artistas.
Es un hombre solitario, extraño, sin amigos entre todos los componentes del circo. Rechaza sistemáticamente cualquier tipo de contacto que no sean los operarios que le ayudan en su número, con los que es educado y agradecido. Sólo con ella, en contadas ocasiones, cruza unas pocas palabras de saludo o muy breves conversaciones. En ocasiones, han podido hablar durante un rato; pero en cuanto que Colorete, para ella Enrique cuando sale de su disfraz, nota que han llegado a un contacto ligeramente personal, su faz se endurece, se vuelve impertinente y se marcha dejándola sola sin ni siquiera una despedida.
Se ha preguntado muchas veces la razón de su conducta, con una personalidad que le muestra, con claridad, dos caras diferentes. Cada día se encuentra más convencida, y piensa más en ello, que cuando se vuelve desagradable, no es él, que su conducta es impostada, un mecanismo de defensa que usa para apartarla y que no vea su realidad. Ha pensado que hay un trasfondo de miedo a sincerarse con ella, que hace que actúe de esa manera. Pero no se explica ese temor que muestra en cuando llevan unos minutos juntos y la conversación tiene un atisbo de agradable, situación que hace que rompa el contacto bruscamente alejándose.
Conoce lo que hará a continuación, pero se queda tras las cortinas para verlo, pues en cada ocasión, hace algo nuevo, algo que amplía su eficaz número, en una permanente evolución, fruto de su imaginación que parece no descansar nunca, siempre en busca de la perfección e ir más lejos y que todo sea mucho mejor: una búsqueda de la perfección.
Laura, tratando de que no se le note su emoción, permanece quieta, oculta casi en uno de los laterales de la cortina, un lugar del que sabe que es difícil ser vista. Le avergüenzan los chismes que, discretos, pero reales, corren entre sus compañeros, que se culminan con una vulgar frase: “A los raros Dios los cría y el diablo los junta”.
Sabe que hay un fondo de razón. Es claro que ella lo aprecia y lucha por ganar su amistad. También saben que él no le hace caso; que sus desprecios en público, en ocasiones son espectaculares. Pero asimismo tiene muy claro que hay un claro trasfondo de envidia, pues ella, nunca ha entrado en los juegos sexuales que hay entre el personal del circo, y que la puerta de su caravana, siempre está cerrada para todos, y han sido muchos los que han pretendido traspasarla. Para ella, el amor no es cosa de un rato, sino algo que debe durar toda la vida. Y esa negativa habitual, ese cierre a los contactos personales, durante los ya más de seis años que lleva con la compañía, le ha dado un poco de fama de rara, frígida y otras insinuaciones que, las artistas, muy liberales algunas, niegan con seguridad.
Mientras mira, sus ojos saltan desde la humedad de la risa a la de la emoción, sin una clara tregua. Ella sabe lo que hay en su trasfondo, pero no quiere ni siquiera reconocérselo como algo posible.
Colorete, sacude el polvo de humo que le cubre, que se despega junto con la arena del suelo, formando como una nube que le rodea por unos instantes. Se muestra, por sus gestos, satisfecho, contento y feliz. Por enésima vez lleva la mano a la peluca, comprobando que no se ha movido o caído, a pesar que sabe que con las cuatro ventosas y los adhesivos, es muy difícil que se pueda desprender, pero no es consciente del gesto. Mientras lo hace, mira instintivamente hacia las cortinas buscando la presencia de Laura. Sabe el lugar en el que él lo hace cuando ella actúa; pero desde la pista es imposible saber si estará allí, pues la breve rendija no lo permite.
Por un instante, supone que en el caso que ella haga lo mismo, de lo que duda, pues no cree posible que tenga un interés por él que le lleve a hacer lo mismo. ¿Estará o no estará? Es imposible saberlo y no se lo va a preguntar.
No hay tiempo para insistir, está actuando y a ello se debe. Empieza a caminar por la pista, y súbitamente se suelta a cantar a grito pelado, como si se hubiera vuelto loco por las cosas que hace al ritmo de la canción.
--¡Tengo una leche vaquera! --De entre los pliegues de su ropa, saca un envase transparente lleno de un líquido blanco.
Colorete le quita, de forma ostensible y tras varios intentos, la tapa al frasco y lo inclina para beber. Pero no sale el líquido. Lo pone boca abajo y no sale nada. Lo lleva a la cara y casi mete los ojos por la abierta embocadura. Hace gestos de no entender lo que ocurre. Lo agita con fuerza, le golpea el culo con la palma de la mano, y lo inclina con cuidado hacia el suelo, pero sigue sin salir nada. Lo eleva cogido con la boca hacia él, para mirar que es lo que ocurre, lo que muestra con claridad por sus gestos y, en ese momento todo el contenido se derrama sobre su cara, con gran regocijo de los espectadores.
--¡Colorete! ¡Colorete! ¡Colorete! ¡Colorete!... –Gritan al unísono todos los niños.
--Todos a aplaudir. ¡Vengaaaaaaaa!
Y de nuevo empieza un nuevo número: el de andar por la cuerda floja. Varios operarios han traído a la pista el montaje de andar por el alambre que ya se ha usado antes. El cable queda a más de un metro del suelo. Hace un gesto, grandilocuente, de darles las gracias cuando está instalado, e indica, autoritario, que los trabajadores no se vayan. Usando las manos en el aire, en las que han aparecido unos enormes guantes blancos, con las que mide en cuartas la altura. Sus gestos de que encuentra el cable muy alto, son claros y entendibles.
Les hace señales para que lo vayan bajando y en cada ocasión les indica que lo hagan un poco más tras medir la altura y mostrar que es demasiado para él. Los niños se ríen, y empiezan a oírse comentarios de entre ellos.
--No tengas miedo, Colorete. Que seguro que lo sabes hacer. --Grita, con voz potente, alguien entre el público.
Y las risas, las puyas y las bromas se suceden mientas él hace gestos y movimientos en los que muestra que sigue estando muy alto. Cuando el cable queda sobre el suelo, mide la altura metiendo por debajo un dedo. Y hace un ostentoso gesto con el que muestra su satisfacción. Los operarios se marchan y él se coloca en un extremo del grueso hilo metálico metido entre la arena. Tomando toda suerte de precauciones, empieza a caminar sobre la amarra. Las dificultades de equilibrio le obligan a toda una serie de espavientos, casi caídas y extraños movimientos que hacen gritar de risa a pequeños y grandes. Es una pantomima de muy alto nivel que hace desternillarse a todos los presentes. Finalmente, con grandes dificultades y dos escandalosas y retorcidas caídas al suelo, consigue alcanzar la otra parte.
La llegada de los operarios para recoger la parafernalia, es detenida con un claro gesto de mando. Les señala que suban el cabo metálico a la máxima altura. Con aparentes grandes dificultades, sube hasta la tensa maroma metálica y empieza a caminar por y sobre ella. Los gestos de perder el equilibrio y recuperarlo establecen un silencio total. Las aparentes caídas las va corrigiendo con la ayuda de los más diversos instrumentos que no se sabe de donde los saca, pero que aparecen en sus manos. Hace sonar una bocina con una gran pera de goma, que al sonar le endereza. Un mínimo paraguas, no más grande que una mano, le ayuda a mantener el equilibrio con acusados gestos de empujar o recoger el aire que le envuelve para ir en la dirección necesaria y enderezar las grotescas posiciones que adopta para no caer. Finalmente, con un bastón blanco de ciego que extiende y apoya en el aire, a un lado u otro, alcanza el otro extremo, saltando con una voltereta en el aire, que le deja de pie, al lado de la máquina.
Y él comienza a aplaudir y a saludar al público. Éste se ha puesto de pie y aplaude con furor su actuación. Mientras, los operarios recogen el tinglado a su espalda, y el circo se inunda del griterío de los niños y los aplausos de los adultos.
Laura, tras la cortina, pasa el dorso de la mano por los ojos secándose las lágrimas que los inundan. Es la primera vez que le ve realizar el acto de caminar por la cuerda floja, que siempre lo había hecho sólo por el suelo. Nadie sabía que podría hacerlo, y menos parecía posible que lo pudiera realizar con el virtuosismo que ha mostrado.
--Este hombre es más raro que ver volar a una mariposa sin alas. --Escucha a su lado a alguien que no sabía que estaba allí.
Y, de nuevo, las lágrimas que se descuelgan de sus ojos azules como el cielo, las tiene que secar con el dorso de la mano, antes de sacar un pañuelo de una de las copas del sujetador.
Colorete, sacando un mini saxofón de entre las ropas, empieza a tocar una extraña pieza en la que el ritmo perfecto, complejo de arpegios y notas inverosímiles por extrañas, acaba en un mantenido sí bemol que se prolonga durante tanto tiempo, que produce angustia pues parece imposible que pueda aguantar más tiempo sin respirar. Después, le habla al público infantil, invitando a acompañarle en una canción que sabe que conocen todos.
--Ahora. Todos a cantar. “Tengo una leche vaquera"
Y coreado por los peques, inicia la melodía con el saxofón siendo coreado por centenares de gargantas de niños que se han alzado y cantan y bailan al son de la música en sus respectivos sitios. Es un escándalo feroz, al que se suman los adultos y la orquesta, mientras Colorete, en el centro de la pista, toca el instrumento y baila haciendo los más extraños movimientos que han visto los presentes.
Tras la cortina, Laura llora de nuevo sin preocuparse, en una extraña mezcla de risa y llanto. A su lado, una parte de la compañía, se ha acumulado para ver el final del número del payaso. Hasta su vera se abre paso el otro trapecista: el portor que le permite a ella realizar sus diversos números de peligrosos vuelos con vueltas en el aire. El recién llegado enseguida se da cuenta que está llorando.
--¿Otra vez llorando por él?
--No. Es la risa que me ha hecho saltar las lágrimas.
--¡Ya! ¡Ya! Y yo soy millonario y trabajo aquí pues me aburro en mi chalet de Niza o en mi casa de Miami. ¿Estás fresca? Nunca conseguirás que se fije en ti. Es un tío muy, muy raro; el más raro que he conocido nunca. Sólo vive para su trabajo de payaso, en el que es muy bueno, de lo mejor que he visto en mi vida. Pero sus ojos están cerrados para todo lo demás, y su boca amordazada incluso para decir: ¡Buenos días! cuando te cruzas con él.
--Él no es así. Sólo lo parece. Todos le huís, le tenéis manía. Pero es bueno. Lo sé... pues a veces hablo con él.
--Ya. Ya caigo en lo que piensas. O sea: como todos le tenemos envidia, lo hemos arrinconado y se defiende no viéndonos, ni mirándonos, ni siquiera saludando. Estás equivocada. Tú ves en él lo que ninguno de los demás podemos, ni siquiera, vislumbrar. Estás preparada, entramos en un momento.
--Siempre lo estoy, no te preocupes y agárrame fuerte cuando llegue hasta tus manos volando.
--Nunca te he fallado, hoy tampoco. Mis manos son el mejor seguro que hay para tu vida. Salta sin miedo, al final de tu recorrido estoy yo esperando.
--Lo sé, muchas gracias. Por eso nunca dudo en saltar y volar como si fuera una golondrina que se fía de sus alas, pues eso eres para mí: mis alas.
El final del número de Colorete es apoteósico. Los niños, en mayor cantidad que la otra vez, inundan la pista. Los guardias de seguridad hacen como que los quieren detener, pero muestran una clara inoperancia, que dejan claro que es más un paripé que una realidad, pues cuando un menor tiene dificultad para atravesar el borde de la pista, les ayudan a atravesarla para que lleguen hasta el payaso. Finalmente, el caos se disipa cuando se acaban las colas infantiles y todos han sido atendidos por Colorete.
--Y ahora, señoras y señores, niñas y niños, la emoción, el peligro de muerte, la suprema verdad, acude a las alturas del circo, en forma de la más hermosa águila voladora. Rogamos a todos el mayor silencio para que Laura, la mejor trapecista del mundo, realice sus vuelos sin red, y sea recibido por Laurardo, su portor, el hombre de manos y piernas que también son las más fuertes y hábiles del mundo, y que así ambos realicen sus arriesgados números en lo más alto de la cúpula. Gracias a todos por el silencio que van a guardar.
Tras unos instantes de silencio, el presentador, señala hacia las cortinas de la puerta e indica:
--Para todos ustedes: Laura y Laurardo.
Las cortinas se abren y la pareja de trapecistas avanzan unos metros cogidos de la mano y brillando con sus mínimas ropas de trabajo y envueltos en las capas que hacen revolotear, se inclinan correspondiendo a la ovación con la que son acogidos. Dos uniformados operarios recogen las capas, y otros dos hacen descender las cuerdas por las que subirán hasta el lugar en el que se encuentra todo el atrezzo de trabajo: dos trapecios a gran distancia el uno del otro. De una caja con Carbonato de Magnesio en polvo blanco, cogen un puñado para las manos y meten los pies para que el polvo antideslizante les impregne los lugares que evitarán los resbalones y les darán una buena sujeción al bloquear la existencia del sudor.
Cada uno por un lado, suben en escuadra, sólo con los brazos hasta lo alto para iniciar su número. Mientras, la orquesta inicia, suavemente, la melodía que siempre les acompaña durante su actuación: “Tenderly”.
Cuando se encuentra sobre el trapecio, Laura mira hacia las cortinas y se pregunta:
¿Estará tras ellas observando preocupado mi número? ¿O le importa un pito si me mato en alguno de los vuelos? Debo concentrarme y empezar a hacerlo oscilar hasta que alcance el punto en el que podré saltar.
Inicia los movimientos que harán que avance y retroceda para adquirir la velocidad y el amplio recorrido que se precisa.
Entre las cortinas, en el mismo discreto lugar que hace un momento ha ocupado ella, Colorete observa el número que se va a iniciar. Siempre lo hace, pues nota una extraña sensación de angustia cuando ella alcanza las alturas. Tiene miedo; hasta sueña con ello, a que un día falle en su proyección hacia el portor o que éste llegue tarde para apresar sus muñecas, o resbalen sus manos y se le escape, y Laura caiga desde semejante altura sobre la pista de arena y se convierta para él en un triste y doloroso recuerdo.
--Que extraña mujer: seria y enemiga de lo que no sea su trabajo --se dice murmurando con voz queda--. Es la única persona que le importa del circo. Me gustaría ser su amigo, que me apreciara un poco en vez de la conmiseración con la que me trata. Es evidente que le doy pena. Si ella supiera... Pero es inútil. Ella es ella y yo soy yo. No hay nada que me pueda hacer cambiar. No soy más que un amargado que nunca volverá a encontrar una sola brizna de cariño como el que me tenía mi esposa.
Durante unos instantes se calla mientras observa como ella inicia el movimiento de oscilaciones cada vez más extensas.
--Debo conformarme con lo que tengo --y de nuevo piensa en voz alta --. Y debería cambiar de circo, aquí me conocen todos y ninguno me aprecia. Ni siquiera me saludan cuando me cruzo con ellos. Los únicos que lo hacen son mis ayudantes en los números, que son los que siempre ganan tan poco con su trabajo, que les doy un poco de ayuda para sus vidas.
Durante unos instantes contiene la respiración cortando sus pensamientos. Ella se ha colocado sobre el trapecio y ha permanecido sobre él solo apoyada en sus pies sobre la barra, algo que cada vez que lo ve le produce un miedo feroz.
--Tengo que decirle que no haga eso --se dice--. Cada vez que la veo así, tengo que dominarme para no correr hasta el centro de la pista y ponerme debajo para que pueda recogerla, y no se haga daño aunque me mate. A fin de cuentas, ¿qué me importa mi vida comparada con la de ella? Nada. No soy nadie; sólo distraigo a los niños, que pasados unos días me habrán olvidado pues, como mucho, seré una anécdota en sus vidas.
De pie sobre la barra, con la manos en las cuerdas laterales, la trapecista empieza a darse impulso, mientras observa como su portor hace lo mismo y ambos van incrementado los recorridos y se acoplan en el ritmo que hará, que en un momento determinado ambos se encuentren a la distancia, más cercana y, adecuada para dar el vuelo que permitirá que el la coja, unas veces por las manos, otras por los tobillos y, en un nuevo impulso la devuelva a su trapecio.
--Cada vez que la veo saltar, mi corazón se paraliza --exclama en voz alta Colorete--. Debo huir de ella. Debo irme lejos, no saber de ella. Olvidarla. Será lo mejor para mí. Pero si le ocurriera algo, ¿quién la cuidaría hasta que se curara caso de no morir? Yo lo haría, si ella me dejara. ¿Lo haría? Me figuro que me diría que quién soy yo para atenderla. No puedo soportar por más tiempo esta ansiedad que me acomete cuando la veo, indefensa, en el aire. Y sin red. El humano, cuando viene a ver a los trapecistas, esperan, sádicamente, el accidente que podrán contar a lo largo de sus vidas. Con la red, la emoción desaparece. Sin peligro, sin sangre, sin muertes, el número carece de valor, como si no fuera más que coraje el hecho de subirse a esas alturas y trabajar sin red, y quedar indefensos ante el misterio de la gravedad, de la que no se sabe más que te llevará aceleradamente hasta la muerte
Colorete se tapa la boca para que nadie pueda escuchar el grito que se le escapa en el momento en el que ella salta hacia delante en dirección su compañero que se encuentra, todavía lejos y que llegará o no, en el momento adecuado para atraparla.
Coincidiendo en espacio y tiempo, es atrapada por las muñecas y se balancea como una prolongación del portor que, finalmente, la lanza hacia un trapecio, vacío, que viene en dirección a ella y del que queda sujeta con precisión absoluta. Los aplausos atronan el circo.
–Es la mujer más valiente que he conocido --dice olvidado de su soledad tras la cortina--. Pero no sabe la forma en la que sufro cuando la veo volar. Debo desaparecer. Me dará un infarto cualquier día.
De nuevo, se balancea, tomando velocidad y recorrido para dar, esta vez, dos vueltas en el aire antes de ser agarrada.
–Me voy, no soporto verla otra vez. Si ocurre algo, el público, con un horrísono grito, me avisara que ha ocurrido algo. Voy a llenarme de cerveza para que le alcohol ofusque mi mente y me aleje de pensar en ella. Algo que cada día me constriñe más y más hasta que algún día me haga explotar.
Abandona su escondite y se dirige directo al bar de los artistas. Se sube a un taburete e indica.
--Lo de siempre, y hasta el borde.
Y se deja caer sobre la barra, hundiendo la cabeza entre los brazos, como si la oscuridad le pudiera proteger de sus pensamientos.
***
Laura, la bella trapecista, todavía con las mallas y el traje pleno de lentejuelas, pues regresa de actuar, suelta la brillante capa sobre una silla y se acerca al bar y puede ver a “Colorete” que toma una cerveza de una jarra de gran tamaño, llena de dibujos de colores y salientes que se trajo de Baviera, en el único viaje de su vida: a Alemania, según ha referido al barman.
La muchacha, poniendo una mano con cariño sobre su hombro y le aborda.
--Enrique, has estado estupendo. Cada día eres más bueno. ¡Te admiro!
Colorete alza la cabeza un poco y gruñe despectivo.
--Hay que ver la forma en la que se han reído los niños, como te han aplaudido a rabiar y todos los que han ido a abrazarte, por dos veces y a que tú les correspondas.
--¡Bah! Si no lo hacen con un desgraciado y miserable payaso, ¿con quién se van a reír?
--Como todos los días, tu muñeco es el que más se ha vendido, me acaban de decir. Hay centenares de niños que se los llevan. ¿No te satisface?
De nuevo gruñe y levanta la cabeza, un poco más, para mirarla. Por unos instantes sus ojos brillan de alegría al contemplarla, pero de inmediato se vuelven inexpresivos y queda como bloqueado, mientras mira sin ver a Laura por unos instantes.
--Ya me gustaría animar a la gente como tú lo haces. --Insiste Laura que sabe que tras su trabajo vienen unas horas de depresión que ella siempre trata de ayudarle a superar.
--No quiero, de nadie, ni siquiera de ti, que eres a la única persona que aprecio... un poco, que se me compadezca. No soy más que un payaso que hace payasadas. Un idiota y un estúpido desgraciado que camina hacia la nada sin una brizna de alegría.
--Hablo de ti como persona, como hombre, no como payaso. Nadie puede hacer feliz a los demás, si en su interior no existiese ese algo de felicidad que transmite con su arte. ¿No crees?
--¿Feliz yo? No mujer. Soy bajito, algo calvo, un poco relleno, antipático y con una pierna más corta que la otra. Ninguna de vosotras me mira sin que se os ponga una sonrisa de lástima hacia mí. Por eso os odio a todas. Sólo os fijáis en los jóvenes, guapos, con atractivo y fuertes. Los que somos como yo, no servimos para nada que no sea hacer de tontos. Ya te lo he dicho muchas veces. No me toques. ¡Déjame en paz, que sé que vienes a mí pues te doy mucha pena!
--Eso no es cierto, pero no te lo voy a discutir una vez más. Hablemos de otra cosa. Escucha, Enrique, quiero pedirte un favor. Dentro de un rato va a venir un conocido mío, médico de huesos, que me indicó que tu ligera cojera se puede mejorar y que casi no se te note. Si te pudiera ver un momento, te diría lo que tienes o puedes hacer.
--¡Bah! ¡Médicos!, ¿qué sabrán ellos de lo que a mí me ocurre? --Expresa con claro desprecio, que su rostro no expresa, pero que si aparece en sus palabras.
--Deja que te vea. Después haces o no haces lo que te indique. ¿Vale?
--¿Cuánto me va a costar?
--Nada. Se ha ofrecido pues te ha visto trabajar y sus hijos han disfrutado mucho contigo. No todos los doctores son tan interesados como has dado a entender. Sólo lo son una cierta y mínima proporción de ellos, como ocurre en la vida con todos los humanos. ¿Cobrarías tú a los padres de los niños por abrazarlos y dejarte abrazar?
--Es distinto. --Asegura mientras su rostro se ha dulcificado ligeramente.
--Gracias por hablar conmigo. Es la primera vez que podemos hacerlo por un momento. Gracias.
Es la primera vez que hablamos tanto tiempo con una agradable sensación de mutua intimidad. ¿Tendrá un mínimo de cariño hacia mí? --Se pregunta por un momento notando un ínfimo calor en su desilusionada alma.
--Te escucho pues estoy cansado y no tengo fuerzas para moverme e irme hasta mi carromato --indica Enrique.
--Me invitas a entrar después de atender a mi amigo y hablamos de varias cosas que deseo decirte desde hace mucho tiempo.
--¿No tienes ningún miedo a que el monstruo pueda abusar de ti?
Laura ríe a carcajadas ante su salida absurda. Por un momento el payaso queda serio, se quita la enorme nariz negra que hace desaparecer entre los pliegues de su ropa, y finalmente la acompaña en la risa.
Discretamente, desde lejos y sin acercarse, los componentes de circo que están libres, observan algo que creían imposible: el payaso y la trapecista hablando durante un rato. Algo tan inverosímil como impensable y cuchichean entre ellos mientras observan entre curiosos y malvados.
--Se lo ha propuesto y ella lo seducirá.
--Son tal para cual. Ella una frígida y él un tío muy raro. ¿Qué habrá podido ver ella en él?
--Es muy buen payaso, pero en lo demás…
Y maledicente grupo se disuelve a sus obligaciones..
--Gracias por preocuparte de mí. --Acepta al fin Enrique--. ¿Cuándo vendrá tu amigo?
--Está entre el público. Cuando le avise, lo hará. Trátalo con educación. No hagas ninguna de tus genialidades. Vendrá con su mujer y los dos hijos que te adoran.
--No te preocupes, se comportarme. Quizás algún día te diga cosas de mí que no sabes, ni te hace falta saber. ¿Total para qué?
--¿Te refieres a que tienes una carrera universitaria que te niegas a ti mismo? --Indica Laura de inmediato.
--¿Qué sabrás tú de mi vida?
--Realmente nada que no me hayas dicho tú aunque no lo recuerdes.
--Eso que has dicho nunca te lo he podido decir.
--No lo has dicho, pero se te nota en muchas cosas que haces sin darte cuenta.
--¿Son dos niños, dos niñas o niña y niño los de tu amigo? --Interrumpe para cambiar la conversación.
--La pareja ideal. Aunque la niña es mayor que el niño.
--Bien. Sí, es lo ideal. Así la mayor protegerá siempre al pequeño. Pues, por si no lo sabes, las mujeres a esa edad son más listas que los hombres.
Por unos instantes queda de nuevo serio ante los postreros comentarios.
Laura le observa y aprecia que la pintura de la cara se ha corrido ligeramente a la altura de los lacrimales, lo que le indica que algo, posiblemente lo de los niños, le ha hecho empezar a llorar, aunque lo ha controlado de inmediato. Acercándose un poco más le besa en la mejilla. Por una vez, no reacciona como ha ocurrido otras muchas veces.
--¿Querías hablar conmigo en mi carromato? --Pregunta Enrique.
--Sí. Iré dentro de un rato. Ahora tengo que avisar al doctor para que vengan a tu vivienda.
--¿Vivienda? Hace años que no sé lo que es una vivienda.
--¿Hace años tuviste un hogar en el que eras feliz? --Intuye de inmediato Laura al tiempo que la idea se le está materializando paralelamente con la palabra.
--¿Hogar? ¿Qué es eso? --Responde cínicamente.
--Lo que deseas, estoy segura, pero que no quieres aceptar como posible, pues no abrigas, comportándote como un tonto, la esperanza de volver a tenerlo. --Explota Laura en una aseveración que le sorprende por el fondo de agresividad que se ha notado al contestar, irritada por su modo pusilánime de ser.
--Estás muy equivocada. Hogar para mí es un lugar en el que arde leña y es todo lo que se me ocurre ante esa palabra.
--Lo que tú digas... como siempre. Te engañas a ti mismo. Miras hacia fuera y a la lejanía. Pero sabes..., de sobra, que no es sino una máscara, como la que te pintas para actuar y que nadie pueda saber lo que sientes.
--¿Te crees lo que dices? --Indica haciendo una mueca que trata de ser una sonrisa.
--A mí no me engañas. Creo conocerte casi como pudo hacerlo tu madre.
--Pero no lo eres.
--¡Gracias a Dios...!
Enrique queda callado. Su expresión ha quedado congelada en un rictus impávido que muestra su sorpresa ante lo ocurrido en unos escasos minutos por el reticente ataque de Laura. Un embate que le está obligando, en su interior con fuerza, a cambiar y enfocar todo desde otro punto de vista, tan opuesto a su anterior posición, que le sobrepasa y le deja el pensamiento en una detención que no es capaz de traspasar.
Laura queda mirándolo a los ojos por unos instantes, antes de indicar:
--Nos vemos en un rato. Así te podrás cambiar para la visita.
--Os esperaré. Voy a buscar unos regalos para la visita que me indicas.
Laura le hace un gesto en forma de sonrisa y se aleja de él.
Enrique en su autocaravana, se ha cambiado de ropa por un cómodo traje que le hace aparecer como lo que realmente es: mediana edad, incipiente calva, un poco de barriga, y una ligera inclinación hacia la izquierda. Mientras limpia y ordena lo que ha alterado al volver, esconde en el cajón una mesa unos libros que hay en un anaquel lateral y un marco en el que hay unas fotografías que mira por unos instantes y besa, antes de encerrarlo todo bajo llave.
Coloca los dos muñecos de gran tamaño que le representan y otros dos que representan a Laura y los coloca en un oscuro y medio tapado rincón. Después saca varias fotos que les va a dedicar a los niños. Se sienta en una de las butacas de lo que hace de recibidor, y enciende un pitillo tras abrir las ventanas. Queda pensativo mirando la negrura de la noche que, por las luces intensas del circo, no permite contemplar el sarampión de estrellas que supone cubrirá el cielo.
--Debo cambiar mi vida --se dice de nuevo en un soliloquio--. Ya he pagado bastante mi culpa. Son demasiados años de soledad, de frustración, de comportarme como un necio para evitar que nadie me ayude. Sólo Laura, desde el primer momento, supo ver en mí algo más que la fachada que enseño a todos. Pero, ¿qué puedo hacer? Con las malas costumbres que son en mí ya una conducta insuperable, ¿quién podría soportarme más que un momento...?
Unos golpes en la puerta de la caravana, le hacen salir del ensueño en el que sus pensamientos le han sumido.
Salta de la butaca y abre la puerta. Son los hijos que se han adelantado al trío que ese encuentra un poco alejado y que le saludan moviendo los brazos cuando le ven asomarse.
--Pasad. Estáis en vuestra casa.
--¿Tú eres colorete? --Pregunta el menor con una clara expresión de desencanto, pues lo que ve le destroza la imagen ideal que se ha hecho del payaso.
La pequeña, un par de años mayor, repite exactamente lo que ha escuchado a su hermano.
--Sí. Soy colorete. ¿A qué ahora, sin el traje de payaso no parezco nada?
--No. Eres un hombre como mi padre, pero cuando te pones tu traje, pareces otro...
--¿Cómo os llamáis?
--Me llamo María de la O., y mi madre sólo María. Mi hermano es Juanito, diminutivo de Juan como mi padre.
La llegada de las dos mujeres y el médico, altera la conversación que se iniciaba con los niños.
--Adelante, como si estuvierais en vuestras casas, pues ahora lo es de los cinco.
--Gracias. --Se adelanta en hablar Juan, dejando sitio para que entren primero las dos féminas.
Saludos, entrechocar de manos y finalmente, mientras los niños, recorren en un medio registro el carromato, los cuatro adultos hablan.
--¿Cuándo supo que tenía una pierna más corta? ¿De niño?
--Tutéame, por favor. No, ya de mayor. Tras un accidente de automóvil que me ocasionó una fractura. Pegó bien, pero quedó más corta.
Las dos mujeres escuchan sin intervenir. Laura incrementa, con lo que está diciendo, su acervo de conocimientos sobre Enrique. Cada día se sorprende más por lo que va descubriendo sobre él.
--¿Tienes alguna radiografía?
--Sí. La encuentro en un momento. Tomad lo que queráis. Laura, por favor, saca algo, lo que queráis del frigorífico. Está allí --señala--, y encima hay vasos en un estante.
Laura, que es la primera vez que entra en su “santa sanctórum”, no deja de observar el orden y la limpieza que contempla en todo y que, acepta, no le ha sorprendido, lo que le indica que es lo que esperaba de las demás cosas que ha podido adivinar por su conducta.
En un momento, de un cajón que ha cerrado un momento antes, saca un gran sobre que le entrega al medico.
--Aquí tiene todo lo que guardo desde hace unos años.
Aprovechando la luz de una lámpara que cuelga del techo, el traumatólogo observa las radiografías.
--Esta bien reducida en cuando al eje, pero quedó acortada en unos tres centímetros. Posiblemente caminaste antes de tiempo y se acortó cuando aún estaba sin osificar del todo; o quedo corta por falta de tracción en la reducción.
--Sí. Debe ser lo primero, creo. Estaba desquiciado tras el accidente y no hacía caso a nada. ¿Se puede hacer algo? ¿Operarme?
--Se podría operar, pero si fuera mi pierna no lo haría. Lo suyo es ir a un buen ortopédico y que coloque un alza adecuada, e interna, que compense la dismetría. Pero para ello hay que hacer radiografías especiales y saber exactamente cuánto falta, es decir, la diferencia exacta entre ambas piernas.
--¿Me podría ver en su consulta? Es usted claro y no me produce desconfianza.
--Sí. No tengo ningún inconveniente. Y además de ser un honor para mí, lo haré con mucho gusto, y por mi parte totalmente libre. Sólo tendrá que pagar, si no me hace caso mi compañero, las radiografías, y le diré a mi radiólogo, que le haga un precio muy especial por ser amigo mío si no consigo la gratuidad.
--No es necesario. Puedo abonar lo que sea. Tengo mis reservas.
Los niños han descubierto los muñecos, de buen tamaño, que tenía un tanto escondidos para que fueran una sorpresa. La niña ha cogido a la que representa a Laura, y que es casi de su tamaño, y viene a enseñársela a su madre.
--Mira mamá. Es como la trapecista que hacía esas cosas tan bonitas por el aire. Quiero una igual.
--¿No sabes que esa trapecista es esta señorita?
La niña compara la muñeca con Laura que está sentada enfrente. Es evidente que no encuentra una correspondencia pues no hace ningún comentario.
--La muñeca es tuya. --Indica en el acto Enrique--. Y también el payaso que había a su lado.
La niña abre los ojos como si fueran unos platos. Queda mirando por un momento y arranca corriendo para volver un momento después con un muñeco sujeto con cada brazo.
--Tú también puedes coger los dos, que son para ti.--Le indica al muchacho que ha mirado todo sin decir una sola palabra y que sale corriendo a por ellos.
Cuando regresa, la hermana le indica.
--Gracias señor. Ahora tú, Juanito, dale las gracias a Colorete por el regalo que te ha hecho.
--Gracias señor. --Indica el pequeño
Después suelta los dos muñecos en el regazo de su madre y se abalanza sobre Enrique, trepando casi por sus piernas, lo abraza y le empieza a dar besos en las mejillas.
Enrique, cuando el niño se baja y le deja, se alza.
--Un momento, creo que tengo algo de mi pierna que no he buscado y quiero que lo veas, si lo encuentro. --Y se aleja hacia el fondo del salón, de espaldas a los que rodean la mesa.
A Laura no se le escapa que ha huido para que no le vean las lágrimas que ella sí ha apercibido con claridad. Pero se calla para sí el nuevo dato que le indica que en su vida debe haber alguna tragedia de la que nunca ha dicho nada, pues es la primera vez que tiene ocasión de observar de cerca lo que antes eran sólo presunciones.
--No lo encuentro. Ha debido perderse con los traslados. --Indica cuando regresa un momento después--. ¿Cuándo puedo ir a su consulta?
--Ven mañana a las doce. ¿Es buena hora? Esta es la dirección--. Y le alarga una tarjeta.
--Así lo haré, Doctor. Pero no altere nada por mí. Tengo todo el tiempo del mundo para esperar. Mi vida es muy simple: mi trabajo, y el resto del tiempo, leer, oír música y, a veces, soñar.
Laura observa sin decir nada. La conducta educada que mantiene sí le ha sorprendido y mucho. El comportamiento zafio que ha mantenido siempre en el circo, no es lo que muestra a lo largo de la tarde. Para ella es un hombre con mucho mundo, que sabe hablar y comportarse con suma perfección. Y algunas de las ideas que ha ido acumulando sobre él se le van confirmando poco a poco, desapareciendo muchas de las dudas y comentarios que se han dicho sobre él, entre los componentes del circo.
La reunión se disuelve un rato después. Los niños, con los muñecos abrazados, le besan al irse y de nuevo reiteran las gracias. Laura se marcha con ellos para sacarlos, sin problemas, del interior del recinto.
Cuando se aleja, se vuelve y le dice.
--Espérame. Vuelvo en un rato. Quiero hablar contigo.
Enrique, se encoge de hombros y hace un gesto de aceptación claro. Penetra y enciende un cigarro. No ha fumado por la presencia de las señoras y los niños, dispuesto a esperar el regreso de Laura.
Ésta no se hace aguardar. Cierra la puerta a su espalda, le besa en las mejillas e indica.
--Siéntate, por favor, y desembucha todo eso que tienes tan escondido en tu interior y que te hace sufrir desde hace años. Sabes que te amo, lo mismo que sé que tu me amas a mí. Por tanto... empieza a contarme, con detalles, tu trauma, para que podamos hacer lo antes posible lo que ambos, cada uno por su parte, soñamos, como has dicho hace un momento, desde que nos conocemos. Ya hemos perdido demasiado tiempo.
Enrique, sobrepasado por lo que le ha dicho a bocajarro, queda por unos instantes en silencio. Y súbitamente arranca a hablar.
--Soy Ingeniero Industrial. Estuve casado. Un día me empeñe en irme con mi mujer y los dos niños que teníamos, a pasar unos días en la playa. Un camión, se salió de su camino y nos embistió. Murieron todos menos yo. Me arreglaron la pierna y estuve por un tiempo en una clínica psiquiátrica por una grave depresión. Pero me recuperé, aunque no puedo olvidar que fue por mi culpa, al obligarlos a ir a la playa.
--Eso no es así --interrumpe Laura--, no tienes culpa de nada. Era un viaje con toda la familia a pasar unos días de descanso. Sigue, por favor.
--Siempre me había gustado el circo. Económicamente estaba muy bien. Invertí el seguro de los fallecidos y la gran cifra que me dieron de la compañía de seguros del camión. Y me fui a trabajar a un circo que pasó por la ciudad. El director me escuchó, comprendió lo que quería y las razones que esgrimía. Le di la suma que me pidió y me hizo ayudante de un payaso, muy mayor, que iba a retirarse. Éste me tomo como a un hijo y me enseñó todo lo que sé... y aquí me tienes. ¿Algo más?
--Sí. ¿Cuándo quieres que nos casemos? --Inquiere con seguridad Laura.
--Pero primero debemos aclarar unas cuantas cosas, sobre todo la primera. ¿Crees que podrás soportar mi conducta anómala. Soy un psicópata. ¿Sabes lo que significa?
--No. Pero me lo vas a decir, seguro.
--Es aquel que sufre y hace sufrir.
--Te soportaré pues te amo. Deja ya de defenderte. Tú no eres un psicópata; lo has demostrado esta tarde.
--La segunda cuestión: seguiremos en el circo, o prefieres un hogar, niños, y que vuelva a mi trabajo de ingeniero. ¿Podrás amarme sin celos de mi antigua mujer e hijos, pues siempre estarán en mi cabeza y en mi corazón?
--No te amaría si me dijeras otra cosa. Sé que los recordarás siempre, y para mí será muy importante y agradable compartir esos recuerdos contigo. --Indica con seguridad Laura.
--¿Como sabías que te amaba? --Inquiere Enrique que se ha levantado y sentado a su lado y le tiene cogidas las manos y se miran ambos a los ojos.
--Para mí era muy claro por tu forma de mirar. Tus huidas conmigo eran diferentes; lo hacías cuando tu ternura te vencía y acudía a tus ojos y no querías que la viera. ¿Tú no sabías que te amaba?
--Sólo veía desprecio en todos menos en los niños. En ti había algo especial desde el primer día. Fuiste la única que me trató como a una persona, y no con compasión como los demás. Y no te reíste cuando dije que era payaso y que en eso quería trabajar. ¿Recuerdas?
--Para mí, si alguien me dice que es trapecista, no me río. Me lo demuestra y me vale. Yo no he mentido nunca sobre lo que sé hacer. Si tú quieres dejar el circo, te acompañaré y seremos una familia. Si quieres seguir aquí, eso haremos. Si nos marchamos, tú trabajarás y yo me dedicaré a la casa y a los niños si Dios nos los manda. Un ama de casa trapecista, que es lo único que sé hacer, no creo que le sea fácil encontrar trabajo en la ciudad en la que tú encuentres el tuyo. ¿No crees?
--Sí, no es un trabajo muy común. Además he vivido aterrorizado todo este tiempo viendo que tu vida se podía truncar con un accidente. No quiero volver a tener mi corazón en un puño, ni un día más.
--Sí, es lo mejor para los dos. Además, los años empiezan a pesarme: no soy tan joven como me ven tus ojos de enamorado.
--Para mí eres una niña, y siempre lo serás.
Se abrazan y se besan largamente...
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