Contigo ni a la leña

Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

Jazmín platicaba animadamente en el pasillo de la escuela con su profesor de literatura medieval, cuando vieron desde la ventana que de un carro LeBaron de modelo reciente se bajó Sandoval, el famoso periodista, quien se había inscrito en letras cuatro semestres antes.

 ―Mire nomás, Jazmín, quién va llegando: el joven escopeta.

― ¿Por qué le dice así?

 ―Porque a todas les tira y a ninguna le atina.

 ―Ja jaja, usted siempre tan verídico.

 Sandoval era el típico Casanova. A sus 33 años ya se había divorciado dos veces y aquí era el prometido de Claudia, una de primero; ella, aunque no muy guapa, era joven y millonaria de ropa fashion, joyas de firma y perfumes caros.

 La chica, recién salida del Bachilleres y muy contenta en la universidad, vivía deslumbrada con su galán; lo imaginaba como a todo un Juan Ruiz Healy, que en aquellos años era el periodista de moda en la tele. Lo cierto es que a Sandoval le iba bien con su negocio de malabarismo periodístico  y por eso sorteaba holgadamente dos pensiones de divorcio, el automóvil sexy y las oficinas lujosas de su revista, instaladas en un edificio empresarial.

 En resumen, eran la típica pareja del año, llena de glamour y reflectores, les encantaba ser el centro de atención y los payasitos de todas las fiestas. Un solo problema había en tal paraíso: Sandoval, como buen maniático del donjuanismo, se había obsesionado con Jazmín y quería con ella a como diera lugar, sobre todo desde que a la primera invitación ella le había dicho:

 ―Contigo ni a la leña.

 Por alguna razón retorcida, aquella expresión le pareció fascinante y desde luego un reto para su ego. Le mandaba flores como esos amantes a la antigua; le regaló un cassete de Abba; se le aparecía en los antros, que en aquel entonces se llamaban discoteques; una vez hasta le escribió un poema y lo leyó en voz alta con todo descaro en una clase de la materia Taller de redacción. Claro que Jazmín lo mandaba al carajo en todos los casos, irritada y mostrando desparpajadamente su repulsión.

 Pero hubo un día. Ya ven ustedes que contra toda la lógica se dan los casos del que persevera y alcanza. Como a muchos hombres les pasa, Sandoval olvidó por completo que el siguiente viernes sería la fecha de su primer aniversario de noviazgo con Claudia, y en cambio ella le tenía preparada una aparatosa sorpresa: fingiría que para nada le importaran las fechas románticas y luego llegaría con los mariachis y toda la cosa, a darle serenata hasta el mismito nido de amor donde ya casi vivían juntos, la casa de él.

 ―Mi vida este fin de semana me voy de shopping a El Paso, te vas a quedar solito, ¿me extrañarás mucho? te portas bien, mi cielo.

 Sandoval se sintió muy complacido ante la ocasión de andar de soltero unos días, pero le dijo a su dulce nena que claro, la extrañaría, mi reina. Y los malabares del destino: por esos mismos días Jazmín andaba en la calle de la amargura por su ruptura amorosa con su amor de toda la vida. Él se había ido de mochilero a Europa y solo se lo dijo cuando ya tenía el boleto comprado a Praga, directo, sin pedirle opinión, sin decirle espérame, nada, como si ella fuera absolutamente prescindible en la libertad de aquel hombre aventurero.

 En el vacío de su corazón abandonado anidaron deseos ansiosos de venganza. Jazmín escogió para consumar la suya al hombre más sucio pero también el más rutilante. Sandoval apenas se podía creer la repentina buena suerte de que ella aceptara por fin salir y, más aún, diera señales de que tendrían el programa completo de aquellos años estudiantiles: cena, baile y motel de carretera.

 Luego de cenar en La cebolla roja, llegaron al Robin a las diez y media de la noche. A esa misma hora Claudia estaba en casa de Sandoval en la Trasviña y Retes y claro que la encontró vacía. Imbécil, pensó ella, me juró que se la pasaría tranquilo y temprano pensando en mí, sí cómo no, de seguro ha de andar de barba azul en el Robin ligando supermodelos, estúpido. Sabía ella por supuesto los usos y costumbres de su ladino periodista.

 Y para allá se fue, llegó hecha una furia a las doce de la noche. En una mesa del fondo los vio juntos, ya en el pleno ejercicio de la calentura con baile, vinos y licores, besos de lo más intensos, manos de lo más exploradoras.

― ¿Qué estás haciendo aquí, Sandoval? ¿Celebrando nuestro aniversario?

 ―Espérate, mi amor, déjame explicarte… cuál aniversario… ¿qué no andabas en El Paso?