Lindsay Lohan vuelve y consigue que ver más de lo mismo sea divertido

Hace una década que dimos por desterrada la carrera de Lindsay Lohan en Hollywood. Después de los intentos frustrados de reconstruir su filmografía con The Canyons y Scary Movie 5 en 2013, las malas críticas y los rumores de recaídas con nuevos ingresos en rehabilitación la llevaron a tomar nuevos caminos. Vivió entre las islas griegas y Dubái e hizo de todo.

Así como regentó un club de playa, tuvo sus propios programas en MTV, fue panelista en Masked Singer Australia y hasta debutó en el West End londinense. Es decir, no habrá estado codeándose con las altas ligas hollywoodenses como hizo en su pasado, pero no dejó de buscarse la vida.

Sin embargo, Lindsay Lohan ha vuelto para demostrarnos que estábamos equivocados. Que el destierro ha sido momentáneo. Y lo hace desempolvando su faceta más destacada como actriz en Golpe de Navidad, una película que expande el catálogo festivo de Netflix.

No vamos a negar que a estas alturas la plataforma se ha convertido en el nuevo Hallmark de las comedias románticas navideñas. Desde Un príncipe de Navidad y sus dos secuelas, a Cambio de princesa y su segunda parte, El caballero de la Navidad, ¡Qué duro es el amor!, Soltero hasta Navidad y muchas más… Son tantas las películas de este género que inundan el catálogo de Netflix que incluso tienen su propia sección dentro del servicio.

Pues Golpe de Navidad se ubica cómodamente entre todas ellas, repitiendo el mismo algoritmo ñoño, predecible y con una trama exageradamente ficticia. Pero tiene una baza que la diferencia de todas ellas: Lindsay Lohan.

Dirigida por una guionista y productora experta en esto de las rom-coms navideñas en su debut como cineasta, Janeen Damian, Golpe de Navidad nos planta en un resort de esquí unos días antes de la fecha señalada y con Lindsay Lohan convertida en heredera millonaria con amnesia. La actriz interpreta a Sierra Belmont, la hija del dueño del hotel, una mujer caprichosa y mimada al máximo que vive literalmente atendida a cada paso que da.

Sin embargo, su padre quiere mantenerla ocupada y darle algo para que avance en la vida, ofreciéndole el puesto de vicepresidenta de una de sus empresas. Su viaje al Resort es justamente para que se ubique y empiece a trabajar. Sin embargo, ella está en otro punto existencial. Tiene un novio influencer al que le importan más sus seguidores y ser tendencia que los intereses de su chica. Pero ella se deja llevar, como hace cada día con todos los empleados que la atienden. Sin tomar decisiones, sin arriesgar. Pero entonces sufre un accidente que la deja sin memoria y viviendo en un hotel pequeño regentado por un padre viudo guaperas (Chord Overstreet).

Es allí donde tiene la oportunidad de empezar de cero, aprendiendo a vivir con humildad y encontrando su pasión en el camino. Además del amor… o no sería una comedia romántica.

Evidentemente la película está lejos de ser perfecta. Tampoco le podemos pedir peras al olmo, es una rom-com navideña después de todo. Desde un principio nos cuesta creer que una mujer adulta con la apariencia de Lindsay Lohan y sus 36 años, esté tan perdida en su existencia sin dar palo al agua. Sin embargo, entre todos los factores ficticios, irreales e idílicos típicos de las películas navideñas, nos terminamos topando con un producto fresco y entretenido gracias a ella.

Porque dentro de la ñoñería e irrealidad que desborda en cada arista de la historia, la actriz consigue aportar esa naturalidad que plasmaba en sus interpretaciones adolescentes e infantiles. Hace que todo este entramado ficticio sea creíble al ponerlo sobre sus hombros, prestándose a la comedia física, al ridículo y el absurdo hasta lograr momentos de comicidad que nos remontan a cintas suyas del pasado como Tú a Londres y yo a California (1998) o Ponte en mi lugar (2003).

Es más, no se esconde a la hora de hacerle un homenaje a Chicas Malas cantando Jingle Bell Rock en una secuencia, el mismo villancico navideño que cantaba y bailaba en la película de 2003 con sus compañeras.