Red de Literatura y Cine
Capítulo I de "Llorar no cuesta"
Aché pa ti, aché pa mí
Reutelio María amaneció de mal carácter. De un manotazo aplasta una mosca que ha estado zumbándole cerca de la cara. El sombrero se le cae al suelo quedando al descubierto la frente mojada por el sudor y la calva brillosa. No es un buen día para el hombre. La puta de Cacha se ha empecinado en joderle la vida.
Me las paga –masculla entre dientes mientras recoge el sombrero y en dos zancadas llega a la puerta. Arremete contra ella con fuerza. Las desvencijadas tablas se tambalean. De una patada arranca su vieja Berjovina que se pierde en medio de un fatigoso ronroneo, en la calle desierta.
–Me quedé esperándote, cabrona.
–Yo te mandé a decir con Juan que no podía ir –dice la mujer de unos veintinueve años de edad mientras se limpia las manos con un trapo mugriento.
La voz le sale cansada y refleja que está muy molesta. Se mira desaliñada y a pesar del color moreno de su piel, el rostro deja ver unas ojeras que indican que no ha descansado bien.
–Anoche me acosté sin comer y a la niña tampoco puede darle nada. Plátano hervi'o, eso no es comida pa' nadie. Tú te piensas que es fácil, pero, no, no es así. Ya te dije que no siempre voy a estar disponible. Tú no me das lo suficiente y encima te apareces cuando te da la gana.
–¡Coño!, no me jodas Cacha que en Cuba no hay ni putas ni prostitución –la interrumpe.
–¡No me digas!, ¿y las jineteras qué? Estás bastante viejo pa' que no sepas lo que hay o lo que no hay en Cuba. Vagos, antisociales, jineteras ¡aquí tenemos de to'! Lo que pasa es que no lo sacan por la televisión. Bueno, ya ni eso, que con tantos apagones y miseria a la gente se le olvidó el color de esa mierda.
Ella lo mira desafiante, y le dice con enojo:
–Llevo un año entero guardándote la forma. Me dijiste que ese negocio iba a darte unos pesos más y la verdad, Reutelio, pa la leche que da la vaca que se la tome el ternero...
Él no la deja continuar, la toma por el brazo con fuerza, doblegándola. Los dedos huesudos del hombre se hunden en la carne de la muchacha. Un dolor intenso le entra por cada poro de su piel, dominando el músculo, recordándole la necesidad de gritar para zafarse de aquella presión.
–Déjame, me estás apretando duro. Suelta, suéltame... Reutelio María suéltame, por favor –casi que le suplica ella.
El hombre reacciona y la deja libre.
–De verdad, mi’jito, que tú estás mal... mejor te vas. No quiero verte, y no me sigas jodiendo. Mejor te largas, coge tu camino por donde viniste y no me jodas más. Esto ya no es como al principio. ¡Vete, vete y no me jodas más! –se le encara.
–Fue sin querer, mulata. No te asustes y deja de alborotar que te traje algo. Échate pa ca que apenas fue un apretoncito pa que te acuerdes de mí cuando no esté. Ven.
Cacha respira hondo y en su interior se dice que el hambre es lo peor que existe. Afloja un poco el cuerpo y mirándolo con una expresión que expresa mucho o poco, intenta una sonrisa. El pelo sin arreglar le cae sobre los hombros dejando ver su piel fresca y suave. Con un gesto inconsciente de su mano derecha aparta el cabello que revolotea sobre la frente alta. Luego busca el brazo maltratado por el hombre y lo masajea para aliviar el dolor.
–Primero enseña que trajiste, que, si no, no hay na.
–Cien pesos mulata, son tuyos. Para ti, mi reina.
–¿Cien pesos, na ma’? ¿Qué voy a hacer con cien pesos, Reutelio? Me los meto en el culo y no me sirven.
–Está bien mulata, tú ganas. Sácame la leche y te doy los doscientos que traigo encima y ya lo otro es rollo mío. Pero no te hagas más de rogar. ¡Ven acá!
Ella se deja caer en el camastro justo al lado del fogón. La habitación es pequeña sin ventanas. El piso es de cemento muy agrietado, tiene huecos por todas partes. Sobre un cordel cuelga una percha con una blusita blanca empercudida, que hace juego con las figuras grotescas que la falta de pintura ha ido delineando en las paredes. Un ventilador hecho con un motor de secadora rusa hace lo suyo para apaciguar el calor, más... es aire caliente lo que mueve.
Él se le encima resollando. Cacha lo aparta con el brazo derecho:
–Deja ver –le dice–. Deja ver el dinero primero.
–Tú no cambias, negrita. Tú no cambias. Mete la mano en el bolsillo derecho del pantalón, cuéntalo que ahí está. Es tuyo, mi reina.
Hecho un pequeño rollo Cacha saca el dinero, y sin contarlo en un movimiento rápido lo pone debajo de la colchoneta.
–Ahora sí, Reutelio. Ahora sí. Date gusto, pero te apuras, que tengo que ir a recoger la niña a casa de la abuela y con esto salir a buscar algo.
Le baja la licra de un solo jalón; ella se sube la blusa sin quitársela y lo deja hacer mientras reza un Ave María. Sus rezos van en aumento igual que los movimientos rápidos de la lengua de Reutelio María. Unos golpes en la pared la hacen salir de sus pensamientos. La vecina del lado, Micaela, una maestra recién retirada que tiene a su hijo preso por desvío de recursos, le grita:
–Cacha, mi’jita que es muy temprano para tanto escándalo. Hazlo, pero, yo no te tengo que oír.
–Deja de joder, Micaela Remedios, que tú te las mandas también –le grita Cacha a la vecina y haciendo un movimiento brusco le reclama al hombre–. ¡Reutelio suave, viejo, suave!
La maestra no vuelve a dar en la pared. Del lado de allá se ha quedado en silencio pensando, últimamente, pensar es para ella un ejercicio obligatorio. Quiere entender su situación parecida a la de muchas familias que cada día están mirando a más parientes detrás de las rejas. Está convencida de que todo es debido a la escasez, al bloqueo, y a la crisis de valores; sin embargo, hay quienes opinan que es el gobierno.
Se graduó de maestra en una época en que nadie en Cuba conseguía un título, aprendió como pocas mujeres algo de mecanografía y bordado. Cuando triunfó la Revolución vio con buena cara las transformaciones porque significaron una mejoría para gente como ella, pero ahora se siente defraudada. El dinero que recibe como pensión apenas le alcanza para los exiguos mandados, es decir productos alimenticios y de aseo personal que llegan a la bodega. La falta de todo la tiene atormentada. Le gustaría tener un par de zapatos cómodos, y una muda de ropa decente para encontrar un marido. Porque en "harapos y arrastrando la chancleta" nadie se fija en ella.
Su Manuel la dejó por otra un año antes de que ella se retirara: "Un matrimonio de tantos años y viene esa y por su culpa se acaba todo".
–¿Qué falló? No sé, porque nos conocimos cuando yo estaba por obtener mi título como maestra de la Normal, pero uno nunca conoce realmente a las personas. Pasas toda una vida al lado de un hombre y total... nunca llegas a conocerlo. Tuvimos a nuestro hijo, lo echamos pa'lante y como gente pobre le dimos lo que pudimos; cuando yo pensaba que nos íbamos a morir uno a al lado del otro él me sale con que ya no está enamorado. Que se siente asfixiado, me dijo... Yo creo que después que regresó de Angola, de ver tanto muerto y guerra allá, se volvió loco.
Él no tenía que haber ido, nadie tenía que haber ido a esa guerra. Y para rematar esa chiquita que se le metió por los ojos. Total, si él no tiene un centavo y como hombre... como hombre ojalá y se pareciera a este de al lado. Ojalá y se le pareciera a Reutelio. ¡Ese sí es un hombre de verdad!
Ella sueña con alguien como Reutelio, al que no haya que plancharle ni lavarle y que cada vez que venga a verla le traiga un dinerito y le haga el amor.
–¡Qué suerte tiene Cacha! Ese hombre a quien le pega es a mí... Hasta eso está mal distribuido en este país. Unas con mucho y otras sin nada. A veces siento lástima de ella. Tan joven y metida a prostituta por una migaja. ¡Esa vida no hay quien la aguante... y no, no es eso lo que quiero para mí!... Yo no quiero su vida, a quien quiero es a Reutelio porque la vida de ella no es vida.
Los pensamientos son como yerba mala: aparecen y brotan sin dar un descanso. Por eso Micaela, regresa una y otra vez al mismo punto:
–Cacha no lo quiere... de lo contrario, el otro día no me hubiera hablado como me habló en medio de aquella discusión tonta sobre la economía de este país cuando me dijo:
–¿Qué tiempo de antes, mujer, ni qué tiempo? Mírate tú, tanto estudio y pa na. Si lo que tienes encima son tres varas de hambre. Porque a mi tú no me digas que ese retiro de mierda te sirve pa algo... ¡Tienes que salir a buscártela como yo, Micaela!
Siente una fuerte opresión en el pecho. Del otro lado escucha a la pareja. Los recuerdos de la conversación la incomodan:
–Yo no puse a Fidel, yo no tumbé a Batista, y ni sé qué coño es la política de los Estados Unidos. Tú sabes lo único que yo sé, Micaela, que no tengo na' pa' darle de comer a la niña, que no soporto estos apagones de mierda ni al viejo este que me tengo que templar por dinero. Eso es lo único que yo sé, mi’jita... lo demás te juro que no es asunto mío.
–¡Por Dios, Micaela! –se dice la mujer–, llévate estos pensamientos, bórralos... No te martirices más.
Nota la salida del hombre. Escucha el chasquido del beso que le da a la mujer. Las palabras de despedida de ambos y solo se calma un poco cuando oye la puerta de la vecina que se cierra tras Reutelio y escucha el ruido que hace la Berjovina al arrancar.
Dos horas después Reutelio María ha llegado a casa de un socio del barrio. La vivienda, aunque algo confortable necesita un poco de color sobre todo en las paredes de la sala que deja ver la huella del hollín producido por alguna "chismosa", botella con una mecha y combustible en su interior que alivia los apagones o cortes de electricidad que en esta época hacen de la vida del cubano un infierno. Unas telarañas adornan el retrato grande de una mujer rubia que lo mira fijamente.
Los asientos son de madera, necesitan pintura, un toque de barniz; y a uno de los sillones le falta el balancín derecho, a otro la pajilla del respaldar por lo que recuerdan un hospital de campaña.
Reutelio María sabe de espíritus y aparecidos, en su larga vida ha tenido más de una experiencia de ese tipo. Y tal vez por eso cuando mira la foto un escalofrío le hace tambalearse. Siempre le sucede lo mismo. No puede evitarlo.
–¿Qué te pasa, asere? Siéntate, siéntate en cualquiera de esos. No tengas miedo que no te vas a caer –dice el socio haciendo alusión al estado de los muebles.
–A la verdad es que te esperaba mañana –sigue diciéndole el hombre que ha salido a recibirlo sin camisa, en short y chancletas, y con una toalla pequeña sobre los hombros con la que continuamente se seca el sudor.
–Es hoy, asere. Ya mañana va a ser tarde. Es hoy, vamos a meterle mano a ese asunto hoy mismo. Yo mañana no voy a tener tiempo. Tiene que ser hoy, mi hermanito.
–No entiendo cuál es tu apuro, asere, en esto hay que andar claro como el agua o vamos a parar tú y yo pa'l tanque. Tú, yo y el puesto de vianda y eso, mi herma’, ni a ti ni a mí nos conviene.
–¿Qué te pasa, Ramón? ¿Hay miedo? Tú me dijiste que lo tenías to cuadra’o y ahora te estás echando pa’tra. ¿Qué bolá, mi herma? ¡Asere! ¿Qué es lo que me tienes escondí'o?
–Na... na es como tú lo estás pensando. Mañana es que se puede y no hoy, mi hermanito, te lo digo en serio. Es verdad que te dije que estaba to cuadra’o, pero, ayer por la tarde me avisaron de un operativo, la fiana está puesta pa' eso. Deja que pase el día de hoy y mañana le metemos mano. ¡La policía no entiende, asere!
Reutelio María cree que su cabeza le va a estallar. Percibe un fuerte impulso de agredir a Ramón, pero no lo hace. La frustración se apodera de él, por lo que luego de insistir un poco más sale de aquella casa pensando tan solo en despojarse. Necesita despojarse. Y la imagen de Teresa Clinger, la santera y amante leal de muchos años llega hasta él:
–Teresa, prepárate que lo que te va a caer encima es el tren de Guane. Necesito relajarme, necesito que me quites to lo malo –habla en voz alta, evocándola.
El polvo del terraplén se le pega a los brazos descubiertos y le nubla la vista. El sol es un castigo. La Berjovina suena como si estuviera resentida con él, pero avanza.
La casa de Teresa Clinger le queda como a media hora. Él necesita un buen despojo. Solo con eso va a pasar su mala racha y su mal humor. Necesita los favores de la santita como le dicen a la Clinger. Y sabe cómo pagarle por sus servicios.
La última vez casi le arranca un pezón de una mordida. Es que a la santita le gusta el sexo fuerte y más que todo el dilema con él. Está convencido de eso.
–¿Dónde estabas? Sigue perdi’o por esos montes... sigue perdi’o, Reutelio María.
La mujer que lo ha recibido en el portal es regordeta y tan negra que él siempre ha pensado que le dieron varias manos de negro a la hora de nacer. Ronda los cincuenta. Sus caderas son voluptuosas; y cuando se mueve –a pesar de la edad y de un poco de grasa en la panza– los hombres la miran. Siempre ha despertado un sentimiento erótico en los que ha metido en su cama o se han cruzado en su camino. Él no ha podido escapar de esa influencia.
Es famosa por sus menesteres de santería. Vienen a verla de todas partes de Cuba. Lo mismo para curar un daño que para curar mal de amores. Dicen que ha conseguido que los postrados caminen. Y que alguna gente consiga un puesto en el gobierno. En el último año su fama ha ido en aumento, aunque esa situación no amilana al hombre; su relación con ella es de mucho antes. Y se sabe dueño de ese gallinero.
Su casa no es como la del resto de la gente en el pequeño poblado. Es toda una mansión. En el medio del monte, en lo más apartado, pero toda una mansión. La vivienda fue construida con la elegancia y el toque distintivo de las casas del campo cubanas, aunque por aquello de los ventanales que se extienden muy pegados desde el techo hasta los rodapiés pudiera decirse que posee un aire de gran urbe. El piso es de granito pulido y los muebles de la sala se los obsequió un deportista antes de quedarse en México, poco después de que ella lo hiciera santo. Las grandes cortinas que separan los cuartos y los baños de la sala, la saleta y el comedor dan movimiento al entorno.
En el altar está Ochún, adornada con flores y lámparas de aceite. Hay velas encendidas y del techo pende una lámpara preciosa cuya luz alumbra el rostro de la virgen como si fuera una aparición.
Los orishas descansan salvando distancias y en orden jerárquico en el canastillero, una vitrina en cuyo interior se combinan con gusto y refinamiento exquisito soperas de porcelana y cerámica. También las hay de güira, que recuerdan a las originarias de África. En las soperas, todas cubiertas con mantos y manillas de metal, entre piedras, están las deidades africanas.
Las ofrendas se miran frescas y hay un olor a lluvia, a palo de monte, a incienso que se entremezcla con los olores que vienen de la cocina. Dentro de una cazuelita de barro, detrás de la puerta como dueño absoluto de los caminos y el destino hay un Elegguá, portero de la sabana y el monte. Muy cerca del altar hay varias sillas destinadas para los tamboreros y un taburete para el solista. Reutelio María se sabe la casa de memoria, alguna vez él también ha dejado en la jícara una ofrenda al llegar.
Emeregilda la empleada, –a los efectos alguien que ayuda a Teresa Clinger porque en Cuba el tiempo de la servidumbre se terminó en 1959–, se encarga de mantener los grandes ventanales de cristal sin pizca de polvo, lava la ropa blanca y hace los mandados a cambio de un plato de comida y de alguna ropa usada. A veces se toma la libertad de opinar y de recriminar a la santita con la mirada. A veces también se queja de su mala suerte, y otras, simplemente, se queda en silencio soportando su cruz porque...
–El que nació pa tamal, del cielo le caen las hojas –dice.
Se cuenta de todo sobre Teresa Clinger. Una de sus hijas, Carmen Clinger, se perdió en el estrecho de la Florida en febrero de 1988. Según Teresa, la hija se le apareció una noche y le trajo tanto oro y monedas de plata que con eso fue que ella construyó su casa en solo un fin de semana.
Llevaron a juicio a la Clinger por enriquecimiento ilícito, una figura del Código Penal Cubano o Ley 62 que entró en vigor en 1987 poco antes de que Carmen se le fuera en una lancha por un punto cercano a Varadero.
El juez Edulterio Córdova absolvió a Teresa por no contar según él con pruebas convincentes; y aseguró que la santería en Cuba existe a pesar del Período Especial. Durante su discurso ilustrativo dijo:
"La relación sincrética que tuvo lugar entre las disímiles culturas presentes en el país durante el período colonial, potenciaron el nacimiento de lo cubano, y de la santería como un fenómeno cultural.
"Por ende, es la santería el resultado de la mezcla de los universos étnicos y religiosos que ocurrieron en Cuba durante el proceso de definición de la nacionalidad cubana".
Entre los testigos que asistieron al juicio y que hablaron a favor de Teresa, de sus buenos sentimientos y de cómo ella ayuda a la gente, estuvo Emeregilda quien no entendió ni media palabra de la perorata del juez.
Ese día el calor fue insoportable. Hubo un apagón de varias horas y no se pudo echar a andar una planta eléctrica para alumbrar la Sala del Tribunal y que los ventiladores funcionaran.
Por suerte, el salón es amplio con ventanales a la usanza española y la puerta de atrás da a un patiecito interior donde crece una ceiba cuyas ramas cubren el techo del edificio donde está situado el Tribunal. Aunque en Cuba cuando hay calor, hay calor... ¡Y ni una hoja se mueve!
La ceiba es un árbol sagrado, lo fue en tiempos remotos para la gente maya, los pipiles, nahuas, para los taínos de Puerto Rico; también para los pueblos de La Española (Isla de Santo Domingo), y Cuba. Y lo sigue siendo ahora para quienes profesan la religión yoruba o la santería. En las ceibas habitan los muertos, los antepasados y espíritus de los ancestros; y los santos africanos traídos a Cuba junto con los hombres y mujeres llegados como esclavos a la Isla.
Han querido derribar el árbol porque las raíces están cercenando el suelo de la Sala del Tribunal, pero nadie se ha atrevido. La ceiba es mágica y a la ceiba hasta los rayos la respetan. En correspondencia con esa veneración, la ceiba, en ocasiones especiales mueve sus ramas y refresca la Sala.
Al momento del juez hacer su intervención, Emeregilda ve a un espíritu burlón que baila una conga detrás del podio en el que está el magistrado. El susodicho viste una larga toga negra que deja ver una prenda de color blanco hueso debajo, anda sin zapatos y deposita unos girasoles justo frente al juez. Esto despierta la curiosidad de la mujer quien se da cuenta de que al espíritu burlón le sigue un séquito de ánimas llegadas del más allá, un Elegguá y hasta la santísima Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba quien trae un pergamino amarillo en sus manos y se lo entrega a Edulterio Córdova. El juez en un ademán de beneplácito lo abre y le echa una rápida ojeada en lo que uno de los testigos interviene.
Cachita, como también la conocen los cubanos, ha hecho con la cruz un movimiento que solo Emeregilda ve. Ella lo interpreta como una muestra de apoyo espiritual hacia Teresa.
La virgen regresa por donde mismo vino y es entonces que el espíritu burlón se hace dueño absoluto del lugar.
Al terminar la sesión, Emeregilda contó a todo el mundo cómo la gente que asistía al juicio de la Clinger comenzó a moverse siguiendo los pasos del bailarín intruso. Sin embargo, no habló sobre la virgen a nadie ni hizo ningún comentario respecto al pergamino. No quería que nadie supiera que ella sabía mucho más de lo que sucedió aquel día. Por eso, cuando le preguntaron solo se limitó a comentar:
–El juez hablando y aquel espíritu bailando una conga. ¡Tenías que haberlo visto! La gente lo seguía cantando:
“Aché pa ti, aché pa mí, que yo no fui
que yo no fui, que yo no fui
Aché pa ti, aché pa mí…”
–Ustedes se lo perdieron. ¡Tenían que haber ido y haber escuchado al juez! –le dijo al panadero y también al carnicero.
Edulterio Córdova, en su singular discurso, dio ejemplos de santeros de varias provincias a los cuales el Período Especial no les ha hecho mella y explicó cómo la santería alcanza auge en otras regiones del mundo.
–Hay alianzas incluso que en este momento se están haciendo hasta dentro de los propios Estados Unidos; y eso no se puede desconocer –apuntó.
Cuando terminó su perorata pidió por medio de escritura que dejaran a Teresa Clinger en paz haciendo lo suyo porque en el país “existen situaciones más importantes que resolver como la crisis de valores o el suministro de combustible para reducir los apagones y la producción de azúcar cada vez más baja" –dijo.
Ante los asombrados asistentes, ante el Fiscal y resto de los miembros de la presidencia, Edulterio Córdova habló de la combinación de factores que perjudicaban la cosecha de la caña, entre las que destacó los métodos ineficaces que se venían empleando para la siembra y el cultivo, la administración mediocre, la falta de repuestos y la casi nula infraestructura de transporte con que contaba Cuba como consecuencia del derrumbe del campo socialista.
Lo dicho por el juez, en aquel juicio en extremo raro donde hubo conga y tambor y donde hasta la implicada echó su pasillito con uno de los custodios, dio quehacer entre las comadres del vecindario las que criticaron al magistrado por asumir una pose de abogado cuestionable y concluyeron que seguramente Edulterio se acostaba con Teresa o que había sido embrujado por esta.
–¿Qué tiene que ver el culo con la llovizna? El juez de que se está acostando con ella se está acostando... ¡Se está salpicando con el dinero de la Clinger! –dijeron sin tapujos.
Poco después, en septiembre, un hijo de Edulterio Córdova que se fue de forma ilegal por Santa Lucía hacia la Florida estuvo hablando para una emisora extranjera sobre el oro y las monedas de plata que la Clinger le había dado a su padre en recompensa por la absolución.
Hubo, entonces, más de un periodista interesado en aquella versión porque supuestamente todo estaba relacionado con el descubrimiento de un tesoro al norte de Sagua La Grande, en la provincia de Villa Clara; sitio preferido en su momento por piratas, corsarios y filibusteros.
Los periodistas no estaban ajenos a una realidad histórica importante: desde América hacia España viajaron anualmente entre los siglos XVI y XVIII millones de pesos en oro, sin obviar el XIV donde, aunque en menor escala también se llevó oro a la metrópoli. La cayería al norte de Cuba, con más de dos mil islotes, estuvo en la ruta de la mayoría de las embarcaciones que transportaron toda esa riqueza.
Por si eso fuera poco se presume que alrededor de la isla de Cuba existen al menos unos cuatrocientos galeones hundidos. La hija de Teresa pudo haber dado con alguno de estos tesoros y ser real lo que contaba el hijo de Edulterio acerca del gran número de monedas doradas que la Clinger entregó al juez.
Teresa lo desmintió diciendo que su hija jamás anduvo por Sagua la Grande, sino por Cayo Hueso.
Los periodistas se quedaron con las ganas de saber y de romper el hermetismo de la negra por lo que más de uno apuntó para justificar el fracaso informativo: "Ella sabe que, si habla de Sagua, la pueden complicar con asuntos del patrimonio nacional cubano". "Tal vez se esté metiendo en un rollo mayor con el Tío Sam" –especularon otros.
El asunto es que después de aquello la fama de Teresa Clinger creció a una velocidad tal que ya se habla de que le van a construir una carretera directa de la Autopista a su casa. Nadie sabe de dónde van a salir los recursos o si es invento de la gente, pero, es lo que está comentando todo el mundo.
–Esa falda sigue caminando contigo, Reutelio María, y no es la de la difunta Maruca que a mi tú no me engañas. A la gente sí, a la gente ve y dile lo que quieras. Yo tengo el olfato todavía muy bueno... Y además de faldas andas en son de pelea. Un son de pelea que no es bueno ni pa' ti ni pa' nadie. ¡Sía carajo! Mira cómo se me ponen los pelos de punta.
–Dame café y deja de fastidiar tanto. Pareciera que te atragantaste de loro hoy –le dice y la nalguea mientras la negra camina hacia la cocina.
Son las cuatro de la madrugada y Reutelio María despierta sobresaltado. Teresa no está en la cama, la busca en medio de la penumbra. No logra verla. Sin nada que lo cubra sale del cuarto, atraviesa la sala y la cocina hasta que llega a la terraza. Sentada en un balancín la Clinger fuma un habano. Un bombillo le alumbra la cara.
–¡Tú no duermes, mujer! ¿Qué estás haciendo?
–Pensando, que una también tiene derecho a repasar la vida.
–¿Repasar qué, Clinger?
–De Olodumare viene to, Reutelio, y a él regresa. No hay otra verdad y a ti te da lo mismo... tú no quieres entender na. ¡Allá tú!
–No me vengas de nuevo con eso, Teresa, que en este país no se puede joder tanto. Y, además, yo no quiero más amarres. Te lo he dicho mil veces.
–Sí, que con el de la difunta ya fue bastante para ti –le replica ella.
–¡Eso! Ya fue demasiado.
–Conmigo no te va a faltar na; vas a tener una vejez garantizada y vas a poder dormir tranquilo. Tengo muchos planes...
–Yo duermo tranquilo –la interrumpe el hombre.
–No me fastidies, vives con el susto de que la policía te agarre. O no te acuerdas que hasta yo me las vi fea.
–¡Oye, que siempre es lo mismo! Entiéndelo, no va a ver mujer que vuelva a amarrarme. Primero ya estoy muy viejo pa' eso y en segundo lugar si no te conviene así, mejor me lo dices y me voy derecho y no miro más para atrás. ¡No vengo más!
–¿A que no le dices eso a Cacha? Dile, dile eso a esa puta que te está chupando la sangre. A esa sí vas a verla todos los días. Por andar con ella, no se me olvida, que no te apareciste el día en que me hicieron el juicio. Yo te importo muy poco...
–¡Ay Teresa, ese Egún tuyo anda equivoca’o! Te lo dije en la tarde, ese muerto te informó mal pero que muy mal. Me tienes cansa’o, de nuevo con lo mismo y lo mismo.
–Aquí to' se sabe. Pueblo chiquito, infierno grande. Y tú sigues con ella, aunque me digas que no.
–¿Así es como haces tus brujerías, Teresa? De enredo en enredo y de chisme en chisme.
–No te metas con lo mío, no te metas, no mezcles las cosas.
–Sí claro, con lo tuyo no puedo meterme... Si hasta el juez lo gritó a viva voz; tú apenas eres una santa, una santita. ¡Santera de mierda, Teresa! que yo sé cómo es que haces lo tuyo y de dónde vino el dinero.
–Porque yo te dije, mejor y me hubiera queda’o calla...
–Teresa –le dice el hombre suavizando el tono de la voz y pegándosele–, disfruto tus santiguadas. Me encanta que me despojes, pero no quiero amarres ni contigo ni con nadie. Eso ya deberías entenderlo, además, tú sabes que no vine a discutir contigo...
Ella no contesta, él se le queda mirando, dibujando en su mente la figura delgada de Cacha:
–Mejor vamos pa dentro a resolverlo de otra manera –le dice bajito con su cara pegada al rostro sudoroso de ella, y con una erección que no puede disimular.
A Reutelio María le cuesta creerlo, pero, ahí está él listo para empezar de nuevo la pelea de los cuerpos.
–¡Carajo! –piensa–, ¡y con esa puta no puedo! ¿Qué me ha hecho esta negra? –Teresa Clinger lo saca de sus pensamientos.
–Dice un espíritu que te vas a meter en feos problemas. Pero que así sea Reutelio, que así sea.
Y comienza a desabotonarse la ancha bata que la cubre. Ella confía en que todo se basa en dar para recibir, y que todo aquel que rehusó sacrificarse, solo encontró tropiezos en su venida a la Tierra. Esta madrugada atiende a su hombre, pero su pensamiento anda lejos, en los orígenes. Necesita respuestas.
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