Los 15 de Ofelia Nayeli

Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

La familia de Frank vive en San Andrés y allá fueron él  su mamá y su novia a los 15 de la prima Ofelia Nayeli, en el Honda nuevecito.

Jazmín iba un poco nerviosa, a pesar de su talante liberal y decidido, porque conocería a la familia paterna de su novio. También estaba muy contenta porque le gusta viajar con él, aunque esta vez fuera un poco a la manera de Acuña el de Rosario: en medio de nosotros tu madre como un Dios.

Después de un rato de viaje llegaron a la casa de Luis, uno de los treinta primos de Frank, quien los recibió con una sonrisita de oreja a oreja.

―Quiubo primo, dichosos los ojos. Tía usted siempre tan chula. Y esta señorita tan guapa ¿quién es?

―Les presento a mi novia Jazmín.

Todos juntos se fueron caminando al templo y llegaron exacto al momento en que la misa empezaba; el padre apareció vestido con ornamentos dorados, era joven, guapo y didáctico.

―Pueblo de San Andrés: la celebración de la eucaristía de este sábado ya tan cercano al adviento habremos de ofrecerla por los 15 años de nuestra hermana Ofelia Nayeli.

Aquí siguió un rollototote de cuatro minutos mezcla de padrinazgo y catequesis. La quinceañera era la reina absoluta de la ceremonia y se sentía tan bien en su papel que muy garbosa y coqueta desempeñaba todas las acciones que le tocaban; los chambelanes y las jóvenes damas de su corte también hacían lo propio.

A las siete de la tarde  la gente se reunió en la cancha de la escuela para el inicio de la fiesta. Al rededor había una hilera interminable de mesas donde fueron acomodándose los invitados, que eran la totalidad de los habitantes de San Andrés de todas las edades, más una gran cantidad de personas que llegaron de fuera.

Un grupo de muy bien organizadas tías y primas empezaron a repartir platillos de asado, arroz y frijoles como si no hubiera mañana. Jazmín que es vegetariana hizo a un ladito del plato cualquier vestigio de chile colorado con sus manos de pianista y chica fresa, discretamente saboreó el arroz que tampoco era cosa del otro mundo. La cerveza de barril también circulaba como tromba pero ella le daba sorbitos al agua purificada que su novio le había comprado en el Oxxo.

En ambas cabeceras de la cancha se habían instalado dos bandas sinaloenses. En el lado norte Los Anchondo y en el lado sur Los Montañeses del Álamo versión siglo XXI; fue esta la que abrió el baile con una canción del Buki, que era favorita del novio de la quinceañera: “Yo quiero ser más que tu amigo". A los dos minutos ya estaba la cancha repleta de parejas, ellos de ropa vaquera de marca y sombrero cuatro equis; ellas de minifalda súper audaz y blusas fashion, con su pelo hasta la cintura y joyas en los dedos, las muñecas, los aretes y los collares.

La fiesta fue muy alegre, las dos bandas tocaban de lujo, ambas habían instalado tecnología de última generación y el sonido de cada instrumento se escuchaba con prodigiosa claridad. Una de las bandas traía un coro de cinco mujeres que parecían super modelos y cantaron como los propios ángeles. La otra, la de los Anchondo, traía un vocalista guapérrimo que durante toda la noche mantuvo muy en alto el interés no solo de la quinceañera y de su multitudinaria corte sino también el de todas las mujeres.

Ya cerca de la madrugada Frank, su mamá y Jazmín  regresaron a casa de Luis, donde los acomodaron para dormir; a ellas en el cuarto de las mujeres sobre el montón de tendidos donde ya dormían algunas primas y tías; él en el cuarto de los hombres donde todavía no llegaba nadie ya que le habían seguido en la parranda dispuestos a esperar la salida del sol.

A pesar de la desvelada, la torna fiesta inició a las siete de la mañana. Otro grupo de diligentes mujeres, o quizá el mismo de la cena, entre las cuales andaba la mamá de Frank, empezaron a guisar huevos estrellados, a recalentar el asado, a cortar cebolla, chile y tomate en cantidades industriales y a guisar frijoles deliciosísimos. Poco a poco fue recalando la gente, incluso la de otras casas, y se sentaban a la mesa con naturalidad. Frank a cada uno los iba saludando y les presentaba a su novia como lo había hecho desde la noche anterior.

Algunos le hacían bromas cariñosas a su mamá, a la que se notaba que la quieren mucho.

―Esa tía, ¿qué tal le ha salido la nuera?

Como es mujer de mucha personalidad, no les daba mucho vuelo.

―Bieen. Es buena muchacha.

La fiesta volvió a prender y le siguió todo el día; ni la cerveza, ni las botellas, ni la comida se acabaron nunca. Hubo algunos ebrios.

Tranquilino terminó de almorzar muy orondo y le dijo, casi le exigió, a su primo Frank:

―Vámonos a pistear, mi Francis.

Jazmín, que estaba a un lado de su novio, adelantó la respuesta.

―No, él se queda aquí conmigo.

―Ah chingaos ¿usté manda?―dijo Tranquilino dirigiéndose a ella. Luego volvió a lo mismo:

―Ándale Francis vámonos a pistear―insistió atropellándose al hablar.

Se hizo un silencio asombrado, que rompió la tía Hilda:

―Ya Tranquilino, deja de molestar a la señorita. No lo dejó ir, entiende. 

Frank se quedó callado y no se movió de su lugar. Con su característica actitud serena respaldó el dicho de su novia sin responder ni media palabra a su pariente.

A las cuatro de la tarde se despidieron uno por uno de la familia entera; frases cariñosas, promesas de visita, intercambio de números telefónicos. Luego la mamá, la novia y él iniciaron el viaje de regreso a Chihuahua. Los tres venían un poco cansados pero disfrutando de esa felicidad que dan las buenas fiestas familiares.