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Es difícil tocar este tema sin enredarse en tópicos, pero mi intención no es hablar de política, sino del aspecto humano del drama que vivió un grupo de niños españoles en México, país al que llegaron en calidad de exiliados durante la Guerra Civil Española. No hay que olvidar que en cualquier tipo de conflicto armado, los niños son siempre víctimas.
Hace unos días llamó mi atención un mensaje en Facebook que recordaba la llegada a este país de aquellos niños, los ‘Niños de Morelia’, hace 79 años.
Al investigar un poco sobre la historia de los ‘Niños de Morelia’ me sentí conmovida y de ahí que decidiera escribir algo sobre en su memoria:
Por Elena Goicoechea
Al llegar a México, los niños exiliados levantaban el puño replicando lo que habían visto en casa y vivido en su país durante la guerra. Más allá de la teoría ideológica que les fuera inoculada en su infancia, de la cruda realidad de la guerra, de la pérdida de su hogar y familia, así como del abandono del Estado que los recibió, al tiempo, la mayoría se quedó a vivir en México, formaron buenas familias y se realizaron como hombres de carrera o empresarios.
Desde la Ciudad de México, en junio de 1937, el presidente Cárdenas, simpatizante de la izquierda, envió un telegrama al presidente Manuel Azaña, que anota en sus “Apuntes”:
“Tengo el gusto de participarle haber arribado hoy sin novedad a Veracruz los niños españoles que el pueblo recibió con hondas simpatías. La actitud que el pueblo español ha tenido para el de México al confiarle estos niños, correspondiendo así a la iniciativa de las damas mexicanas que ofrecieron a España su modesta colaboración la interpretamos Sr. Presidente Azaña, como fiel manifestación de fraternidad que une a los dos pueblos. El estado toma bajo su cuidado a estos niños rodeándolos de cariño y de instrucción para que mañana sean dignos defensores del ideal de su patria. Salúdolo afectuosamente. Presidente Cárdenas”.
El Presidente Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española (1936-1939), respondió:
“Con viva satisfacción leo su telegrama participándome feliz arribo expedición niños españoles que por gentil iniciativa damas mexicanas reciben cariñosa hospitalidad. Tomándolos bajo su protección Estado mexicano continúa actos generosos auxilio y adhesión causa libertad de España que este pueblo agradecido nunca olvidará. Reciba Sr. Presidente con mis votos por la prosperidad de su patria mis saludos afectuosos”.
El siguiente texto escrito por la historiadora Dolores Pla Brugat (1954-2014) es el prólogo del libro de Emeterio Payá Valera: ‘Los niños españoles de Morelia (El exilio infantil en México)’, México, El Colegio de Jalisco, 2002. El libro cuenta aspectos de la infancia de estos pequeños exiliados que mucha gente desconoce:
“Generalmente se plantea que la historia del exilio republicano español en México comenzó con la llegada del vapor Sinaia a Veracruz el 13 de junio de 1939. Esto no es exacto. Comenzó antes. Los primeros refugiados que llegaron a México en grupo llegaron en 1937. Se trató de 456 niños que fueron recibidos en tierras mejicanas con la intención de salvarlos de la guerra civil que barría España. El Gobierno de Lázaro Cárdenas los recibió como un gesto más de amistad y solidaridad con la España republicana, a la que también auxiliaba enviándole víveres y material de guerra, y con apoyo diplomático. Estos pequeños refugiados fueron instalados en la capital del estado de Michoacán, por lo que habrían de llegar a conocerse como los Niños de Morelia.
Se pensaba que su estancia en tierras mejicanas sería transitoria, duraría sólo el tiempo necesario para que el Gobierno republicano español legalmente constituido lograra vencer a los militares sublevados en su contra que, con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista, habían lanzado a España a una cruel guerra civil. La realidad fue otra: la democracia republicana fue derrotada y reemplazada por la que habría de ser una prolongada dictadura, encabezada por el general Francisco Franco. De esta manera, no sólo no hubo un regreso para estos refugiados tempranos, sino que a ellos se sumaron al final de la contienda muchos más.
Al llegar, los niños exiliados levantaban el puño replicando lo que habían visto en casa y vivido en su país durante la guerra. Más allá de la teoría ideológica que les fuera inoculada en su infancia, de la cruda realidad de la guerra, de la pérdida de su hogar y familia, así como del abandono del Estado que los recibió, al tiempo, la mayoría se quedó a vivir en México, formaron buenas familias y se realizaron como hombres de carrera o empresarios.
México fue, después de Francia, el segundo país en importancia en la recepción de refugiados españoles, a sus tierras llegaron alrededor de 20.000. Pero mientras en Francia fueron mal recibidos, en México el presidente Lázaro Cárdenas y, después, su sucesor Manuel Ávila Camacho les abrieron generosamente las puertas en un gesto prácticamente único cuando estos españoles eran rechazados por todo el mundo. Por ello, con justa razón, la generosidad de México se ha resaltado siempre cuando del exilio español se trata, al igual que se ha mostrado ampliamente lo benéfico que resultó la presencia de estos refugiados para su país de acogida. Menos, en cambio, se ha reparado en que la historia de este exilio, como toda historia humana, no sólo está constituida por luces sino también por sombras. Y si hay una faceta del exilio español llena de claroscuros es la que representan los Niños de Morelia Emeterio Payá Valera, quien fuera uno de estos 456 niños, casi cincuenta años después de haber llegado como refugiado a México, decidió escribir, apoyándose básicamente en sus propios recuerdos, pero también en los de sus compañeros, en la poca bibliografía que había sobre el tema y también en documentos, la historia de esta avanzada del exilio español en México.
Llegó un momento en que los recursos de acogida se terminaron. Algunos acabaron vagando en las calles.
Así, en 1985 apareció la primera edición del libro ‘Los niños españoles de Morelia (El exilio infantil en México)’. En él, Emeterio nos muestra, con una emoción que seguramente sólo puede transmitir quien ha vivido los hechos, los contrastes a que hacemos referencia. Su narración nos permite ver que ésta que en principio es una historia de solidaridades, lo es también de abandonos, y que si los Niños de Morelia tienen mucho que agradecer, también tienen mucho que reprochar.
Emeterio cuenta cómo en México fueron extraordinariamente bien recibidos. Una multitud emocionada se apiñó en el puerto de Veracruz para ofrecerles música, besos, abrazos y lágrimas. También durante el recorrido en tren que habría de llevarlos primero a la capital y luego a Morelia recibieron muestras de afecto y bienvenida, las mismas que se multiplicaron a su llegada a ambas ciudades. Las ruidosas manifestaciones de afecto no dejaban ver que los niños se sentían, y en alguna medida lo estaban, abandonados. Durante el viaje, debían contar con el cuidado de profesores y personal español. Desafortunadamente, abundan los testimonios que ponen de manifiesto que a excepción de unos cuantos que cumplieron con su misión, la mayoría de este personal prácticamente se desentendió de los niños. Y las muestras de abandono siguieron a la llegada a México. Cómo explicarse, si no, que dos niñas “desaparecieron” durante el trayecto a Morelia.
Los destacados éxitos de los alemanes: uno en España y el otro en toda Europa desataron la barbarie más espantosa. La Secretaría de Educación Pública de México acondicionó adecuadamente la escuela de los Niños de Morelia y les destinó un presupuesto superior al que se dedicaba a escuelas parecidas. Sin embargo, tanto el testimonio de Payá como las fotografías de la época muestra mayormente a niños mal vestidos, rapados — con un pañuelo en la cabeza las niñas—, en un intento por acabar con la sarna y la tiña, que prácticamente fueron endémicas en la escuela de Morelia. Resulta evidente que los recursos que se aportaban para la escuela no llegaban adecuadamente a sus destinatarios.
A las carencias materiales se sumó no pocas veces la de personal adecuado. No siempre se tuvo mucho tino al escoger a los directores de la escuela. El primer director, el profesor Lamberto Moreno, era un hispanófobo que llegó a comentar que, de ser posible, se quitaría hasta la última gota de sangre española que hubiera en sus venas. Y aún el personal docente que llegó con buena disposición a hacerse cargo de los niños distaba de estar preparado para tratar a unos menores que venían marcados por la experiencia de la guerra. No pocos de ellos eran niños problema. Tanto aquellos a los que la angustia les hacía orinar en la cama, que eran conocidos como “los meones” y tratados de forma humillante, como aquellos otros, que casi siempre eran de los mayores del grupo, que tenían un comportamiento que casi rozaba lo delictivo y que significaron una pesadilla para la mayoría de sus compañeros, sobre todo los más pequeños, que se veían sometidos a sus arbitrariedades.
En general, por las experiencias que habían vivido, eran un grupo conflictivo. Payá rememora cómo los dos edificios de la escuela de Morelia tuvieron que ser cuidados por soldados, debido a que los niños habían irritado en grado sumo a los católicos morelianos al apedrear algunas iglesias.
Un nuevo viaje administrado por manos limpias de rencores: una campaña a escala nacional para información de los niños de la guerra dispersos en México.
Los ataques a templos católicos fueron comunes durante la guerra civil en España y los niños españoles seguramente los habían contemplado. También la “insurrección” que organizaron contra Lamberto Moreno, después de la muerte de uno de sus compañeros, y que atribuían al profesor, estaba inspirada en lo que habían visto hacer en España.
Que la escuela de Morelia no llegó a ser un lugar grato para vivir, queda sobre todo de manifiesto por el hecho de que las fugas de la misma era una constante. Pero si el Gobierno mexicano, una vez pasada la euforia de la bienvenida, por las razones que fuera, no logró generar un espacio adecuado para los niños, tampoco lo hicieron otros personajes importantes dentro de esta historia. Uno de ellos, la antigua colonia española de México, tuvo una actitud ambigua. Si bien hubo buena intención de no pocos antiguos residentes que en forma individual procuraban apoyar a algún o algunos de los niños, también es cierto que muchas veces la preocupación de la antigua colonia por sus pequeños paisanos chocaba con el deseo de desprestigiar la obra solidaria del Gobierno mexicano y con el de atraerlos a posturas ideológicas opuestas a las que sus padres defendían en España y sus anfitriones en México.
También los republicanos que llegaron derrotados a México dos años después que los niños tuvieron parte de la responsabilidad en la historia de estos niños. Habiendo llegado a México desde 1939 y contando con importantes recursos económicos al servicio del propio exilio, no se ocuparon de los niños hasta 1943, cuando crearon casas hogar para ellos en la ciudad de México, y aún parece que ello sucedió a petición de Lázaro Cárdenas, entonces ya ex presidente. En aquel momento, no eran pocos los Niños de Morelia que deambulaban por distintos lugares del país, especialmente en la capital, donde no era infrecuente que visitaran el tribunal para menores acusados de vagancia.
La mayoría de ellos se reagruparon en las casas hogar con los compañeros que hasta entonces habían permanecido en Morelia, los que habían llegado menores. En general, las seis casas hogar, muy especialmente las dos que albergaban a las niñas, fueron un grato paréntesis. Éste terminó en 1948 cuando se declararon agotados los fondos del Gobierno republicano español en el exilio y los Niños de Morelia fueron puestos en la calle. Ciertamente, muchos de ellos ya tenían una edad en la que podían sobrevivir solos, pero aquellos llegados con apenas 3 ó 4 años, tenían entonces sólo 14 ó 15.
Con la excepción notable de Lázaro Cárdenas que hasta su muerte estuvo pendiente de los Niños de Morelia, y de pocos más, nadie sale libre de culpa en esta historia, de la cual, quizá, lo que más asombra es que después de las difíciles condiciones a que se vieron sometidos los Niños de Morelia prácticamente todos ellos se convirtieron en buenos ciudadanos y padres de familia.
Cuando apareció el libro de Emeterio no fueron pocos los compañeros que le reprocharon el hecho de haber puesto en negro sobre blanco sus experiencias. En cierta manera, se le acusaba de que su libro —diciendo la verdad— ponía en entredicho el agradecimiento que los Niños de Morelia deben a México y muy especialmente a Lázaro Cárdenas. Desde luego, ésta no era la intención del autor. Pero sí que quería que el libro fuera una denuncia: “Si las suciedades que existen en el mundo han de corregirse alguna vez, será por la denuncia que se haga de ellas y no merced al silencio cobarde”, escribe Payá. Y esta denuncia quizá podía contribuir a que la suerte de millones de niños que son hoy día refugiados, fuera mejor que la de los Niños de Morelia. Escribió Emeterio: “Ojalá que mi modesto trabajo sirviera alguna vez para evitar que los niños desprotegidos del mundo sean objeto de estafas; pretexto para lucros de bribones o usados como instrumento político. ¡Ojalá!”
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