Cuento de Navidad
Los renos de SANTA CLAUS
Los pensamientos de Andrés le llevaban mucho más lejos que lo que el horizonte blanco dejaba ver desde su ventana.
En el Valle de las Escarpadas no había muchas casas, y las pocas que había, estaban dispersas por el precioso valle. Hoy engalanado de blanco por las nevadas que estaban arreciando en la zona. Acorde con el día tan especial de Nochebuena
La falta de oportunidades como mecánico , para el que se habia estado preparando tantos años, le había conducido inesperadamente a aceptar, y ya iba para tres años, un empleo de cuidador de animales en aquel bello lugar.
También era cierto que su pasión era escribir, y la tranquilidad y armonía del valle, le inspiraban para hacerlo.
Era su tercera Nochebuena allí, y como las anteriores, la pasaría en la compañía de sus vacas y sus caballos. Y de su fiel Terry, un hermoso San Bernardo, todavía casi cachorro, que medio adormilado al calor de la chimenea, lo contemplaba de reojo sin moverse.
De repente, algo le llamó la atención. Levantó la cabeza intentando visualizar , a través de los cristales, un destello de luz que le había parecido, bajaba hacia la casa.
Un estruendo que provenía de la chimenea y los ladridos furibundos de Terry, encarado hacia el ruido, llamaron su atención, olvidándose del hermosos paisaje que el atardecer le ofrecía a través de la ventana de madera.
Andrés no daba crédito a lo que estaba viendo. Un hombretón de largas barbas y cara bondadosa con una enorme barriga, acababa de hacer acto de presencia en su salón, a través del tiro de la chimenea, saliendo a gatas con dificultad, para mover su inmensa humanidad. Al pasar frente a Terry, que había cesado en sus ladridos, y casi cara a cara, le sonrió, recibiendo un lengüetazo cariñoso del perrito. Lo que sorprendió a Andrés.
El sonrosado personaje miró al joven y con un leve saludo de cabeza, sin pronunciar palabra, se sentó, dedicándose a sacudir las huellas de hollín que el camino recién transitado, le había dejado como recuerdo en su rojo y curioso atuendo. Andrés, alto y de buena complexión, lo contemplaba de pie, expectante, confiando en que el intruso dijera algo.
El hombre terminó con su tarea e irguiéndose, se enfrentó al muchacho con una amplia sonrisa, tendiéndole la mano.
-      Hola, soy Santa Claus ¿con quién tengo el gusto de hablar?
Andrés, un tanto estupefacto, balbuceó
-      Soy Andrés, el vaquero ... ¿Santa Claus?
-      Vaquero? - Repitió Santa Claus, haciendo caso omiso a la extrañeza del joven - ¿de vacas?
-      Eso. Y también caballos.
-      - Me encantan los caballos ¿vives solo?
-      Si señor. ¿Cómo ha llegado a mi chimenea?
-      Por un error de Rodolfo.Tenía que haberme dejado frente a la puerta.
-      ¿Quién es Rodolfo?
-      El jefe de mis renos.
-      Sus ¿qué?
-      Renos – el hombre lo miró condescendiente – por aquí no tenéis. En Laponia hay muchos – miró a su alrededor - ¿no tenéis un buen fuego donde calentaros?
-      Lo acaba de apagar usted con el culo.
-      Ho, ho, ho – soltó una gran risotada – es verdad. Habrá que encenderla.
-      Voy a por cerillas – dijo Andrés, todavía turbado por la aparición, dirigiéndose a una alacena.
-      No hace falta, mira – cogió un palo de la chimenea, lo frotó con sus manos y lo echo junto a las otras ramas que estaban en el hogar, las cuales, al contacto, prendieron enseguida en un hermoso fuego lleno de vivos colores rojos y amarillos. Fuego que aprovechó Terry para volver a tumbarse frente al mismo.
-      ¿Cómo ha hecho eso?
-      La magia de la Navidad, Andrés.
-      ¿Cómo sabe mi nombre? – preguntó con sus grandes ojos abiertos.
-      Porque tú me lo acabas de decir.
-      Yo?
-      - Claro ¿no te acuerdas? Hace un momento. Estás nervioso –sonrió dándole una palmada en el hombro -. Pero tranquilo, soy gente de paz.
Su amplia sonrisa, hizo aparecer una muy tímida en el rostro del muchacho.
-      También sé que te gusta escribir y…– señaló un armario – hacer buen queso.
-      Si señor ¿Cómo sabe todo eso?
-      Santa Claus acercó sus enormes manos al fuego, obviando la pregunta– . Además, ya sabía de ti. El otro día con tus vacas pastando, pediste un deseo..
Miró al joven, y ante su silencio, abriendo los ojos, animándolo a recordar, dibujó una figura femenina en el aire.
-      El de la chica?
-      Ese – aseveró señalándolo con el dedo, respirando ante la ingenua perspicacia del muchacho - . Exactamente, ese.
-      No era un deseo –contestó azorado -. Pensé que estaría bien que hubiera alguna por aquí. Y era una conversación privada con Dios ¿Cómo lo ha sabido usted? – preguntó un tanto indignado, por la intromisión en sus pensamientos.
-      Bueno, yo soy una especie de representante.
-      De Dios?
-      Se podría decir. Pero a lo que vamos; pedías compañía con quien compartir tu vida.
-      Sí, esto es muy solitario – contestó frunciendo el ceño, enfadado porque aquel hombre supiera aquello.
-      Entiendo – miró por la ventana – pero con éste frio, tampoco esperes muchas visitas. Además tampoco hay muchos caminos que traigan hasta aquí – saludó con la mano a alguien en el exterior.
-      ¿A quién saluda? - preguntó Andrés animado, ante la posibilidad de que hubiera alguien.
El hombre sonriendo, le indicó que se acercara hasta la ventana, y señalando al exterior, comentó
  – A mis mejores amigos… mis renos! Andrés se asomó y vio un grupo precioso de animales de grandes cornamentas y porte elegante.
-      Han venido todos con usted?
-      - Bueno, digamos mejor que yo he venido con ellos, ho, ho, ho , se carcajeó, dándole una fuerte palmada en la espalda que casi lo tira al suelo - ¿quieres conocerlos?
-      ¿A sus renos? – comentó con sorpresa.
-      Claro!!! Y abriendo la puerta le indicó que lo siguiera.
Un fuerte viento acompañado de nieve, entro sin ser invitado hasta el umbral
– Por favor, cierre o la nieve nos invadirá! – expresó con preocupación, Andrés.
-      Vale, vale. Ponte algo y vamos fuera.
  
El muchacho se puso una gruesa pelliza y una gorra. Miró a Terry, que no tenía ninguna gana de salir, y asintiendo, se dispuso a acompañar a Santa hasta el carruaje, engalanado de colores preciosos y a cuyos pies descansaban unos preciosos animales, que se incorporaron nada más ver a Santa Claus.
-      Tranquilos, no nos vamos todavia. Os presento a Andrés –éste, sin saber muy bien porqué, levantó instintívamente la gorra de lana para saludar. (pero qué hago? – Pensó -. son animales…) -      Pero Santa Claus, ya había comenzado las presentaciones, a cada una de las cuales, el reno contestaba con un movimiento afirmativo exagerado de cabeza.
-      Blitzen, rápido como el relámpago – dijo golpeando con suavidad su lomo.
-      Vixen, el más fuerte de todos ¿cansado, Vixen? – el reno negó con la cabeza, ante el asombro de Andrés.
-      ¿Le entienden?
-      - Claro! Cómo a ti, tus vacas. ¿o no hablas con ellas?
-      Sí, pero no son tan listas, me parece.
-      De eso puedes estar seguro, muchacho. – y continuó -, éste es Donner, veloz como el trueno en una noche de tormenta.
-      - Te presento al más hermoso de todos, bello como un juguete. Se llama Prancer. Y es muy fuerte. El reno agachó la cabeza esperando una caricia que no se hizo esperar. Luego miró a Andrés y acercó su cabeza lo que hizo que el chico mirara a Santa.
-      Quiere que le acaricies.
-      ¿En serio? – miró al reno y extendió lentamente su mano para tocarlo, cuando éste, hizo un ademán con la cabeza y del susto lo dejó sentado.
-      Ho, ho, ho, me olvidé decirte que también es muy bromista, ho, ho, ho.
Andrés se levantó, sacudiendo su pelliza de la nieve, mirando al reno – no le he visto la gracia, Prancer - El reno acercó su cabeza, y acarició el pecho de Andrés, que la acarició, sin que ésta vez sucediera nada.
-      Le has caído bien - comentó Santa Claus, cogiéndolo del hombro y llevándolo al otro lado del enorme trineo.
-      -Estos son Comet y Cupid, los más alegres – Andrés saludo cortésmente. La verdad es que el frio arreciaba pero ya no lo sentía. Era como si aquellos animales dieran calor. Entonces se dio cuenta de que la nieve caía a su alrededor, pero no donde se encontraba el trineo. La voz de Santa le obligó a prestar atención de nuevo a los renos.
-      - Dasher, es el encargado de controlar la derecha del trineo – y señalando a otro de los renos -, y Dancer, es el encargado de que los giros a la izquierda se hagan correctamente.
Miró fijamente al muchacho quien no se atrevia a pronunciar palabra, esperando las del hombretón, el cual, poniendo sus enormes manos en los hombros del joven, le explicó con semblante serio.
-      ¿Sabes? …los giros en el espacio son muy peligrosos… mucho!
-      ¿Por qué? – preguntó ingenuamente Andrés. Y ojalá no lo hubiera hecho.
-      Porque se te pueden caer los regalos!! Ho,ho,ho,ho – dijo partiéndose de risa y dando una palmada al chico que lo empujo contra uno de los renos, que comenzaron a hacer ruidos - riendo la gracia -, supuso el muchacho.
Santa pasó su enorme brazo por encima del hombro de Andrés para que lo acompañara hasta el otro lado del trineo. Cogió al último reno que faltaba de su enorme cabeza para hacer las presentaciones– y éste es mi amigoRodolfo, el líder del grupo de renos. Rodolfo, te presento a Andrés.
El reno soltó un bufido, y miró a Santa.
-      ¿Qué si es el de la chica? El mismo!- contestó con una carcajada.
-      ¿También lo sabe?- preguntó el joven, algo molesto de que hasta un reno conociera su deseo.
-      Ho,ho,ho, claro, mejor que nadie – y cogiendo al muchacho del brazo, le dijo – bueno, amigo, has sido muy amable, pero me tengo que marchar. Hay muchas casas que visitar.
Andrés lo miró con sorpresa.
-      ¿Y ya está? ¿esto es todo?
-      ¿Qué más quieres? Quería conocerte, y me ha encantado hacerlo –se encaramó al trineo -Que tengas una muy Feliz Navidad.
-      ¿Y no me deja nada?
Asintió con la cabeza, echándose una mano a la cabeza – qué despistado!! – dijo mientras le entregaba una cajita pequeña de música.
Azuzó a sus trineos, que elevándose en el aire, hicieron un quiebro a la izquierda, controlado perfectamente por Dancer, desapareciendo a una velocidad endiablada en el espacio.
 
 
 
 
 
A
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Andrés contempló la cajita, y lentamente emprendió el camino de regreso a la casa.
-      Una cajita de música!! ¿Para qué quiero yo una cajita de música? Observó la parte inferior de la cajita ¡y a pilas!! Meneó con resignación la cabeza. Cogió una silla, y se acercó a la lumbre sin soltar la cajita. Se sentó y la abrió despacio. Dentro había un pequeño papel, escrito a mano, en cuya esquina estaba la imagen de un hombretón simpático, en quien reconoció enseguida a Santa Claus. Lo leyó;
          
“ Los niños al irse a dormir, piensan fuertemente en sus deseos para hacerlos realidad y que se cumplan.  Por ello, nunca dejes escapar al niño que hay en tí, Andrés. Y déjalo que sueñe. Feliz Navidad
Aún no había terminado de leerlo, cuando unos golpes en la puerta llamaron su atención.
-      ¿Qué se le habrá olvidado? -      Hola.
Andrés se quedó petrificado al contemplar a dos personas, un hombre y una mujer que tiritando, le saludaban a voz en grito para hecerse oír entre la ventisca, desde el otro lado de la puerta y a los que Terry no perdía de vista, pero, prudentemente, debajo de las piernas de Andrés.
-      Me llamo Enrique ¿puedo pasar? – el hombre llevaba un casco de piloto -.Somos de la Unidad de helicópteros de emergencia hospitalaria– dijo señalando hacia atrás donde se encontraba el aparato -. Volvemos de entregar un contenedor con órganos a un hospital y se nos ha echado encima la noche… y la nieve. Andres lo escuchaba con atención, mirando al cielo de soslayo, mientras el hombre continuaba hablando. -  Es Nochebuena, pero sería poco sensato por nuestra parte continuar ahora. Podríamos calentarnos un poco antes de hacerlo, esperando que amaine la tormenta? Me acompaña mi hija, y en éste caso, compañera en la misma unidad. También es la piloto del aparato.
-      Entonces la mujer se quitó el casco, y Andrés pudo contemplar a la joven más hermosa que sus ojos habían visto.
-      Hola,  me llamo Susana ¿ y tú? – le preguntó clavando sus preciosa mirada en la de él, mientras extendía su mano a modo de saludo.
-      Me llamo Andrés – contestó con una sonrisa y azorado como un niño, sintiendo un cosquilleo en su interior, mientras se apartaba para dejar paso, al tiempo que estrechaba la mano que le ofrecía la chica.
-      Estarán bien en la chimenea. Ahora les preparo un poco de leche.
Al pasar frente a la ventana para ir a la cocina, miró al cielo, desde donde le pareció ver unas luces brillantes, y escuchar las risotadas de su amigo, desapareciendo hacia el infinito. No pudo evitar reír también, ante la extrañeza de sus invitados.
-      ¿De qué te ríes? Le preguntó la muchacha, acercándose y mirando por la ventana.
El la miró, sorprendido de que llevara a Terry en sus brazos, el cual parecía encontrarse en el séptimo cielo.
Señaló a la Luna.
-      Me río porque a veces, los deseos no vienen en forma de hada, sino de señor barrigudo. Pero siempre bajan de ahí arriba (dijo enigmáticamente, pensando en el helicóptero)
-      No entiendo –contestó con extrañeza la joven, ante el comentario.
Andrés la contempló sonriente.
-      Porqué hoy es Nochebuena, y vosotros como Santa Claus, habéis llevado el mejor regalo a quien lo necesitaba. Tengo una idea.
-      Cual?
-      - Por qué no celebramos la Nochebuena juntos? Tengo algo que comer, y buen queso. Mañana podreis iros sin problemas. La tormenta ya habrá amainado.
La chica le cogió de la mano, mientras miraba a su padre que asentía con un gesto.
-      De acuerdo, pero yo te ayudo.
El joven se dirigió a la mesa para coger la cajita que le había dado Santa Claus.
-      Feliz Navidad – dijo entregándosela a la muchacha.
-      - ¡Qué bonita!! – al abrirla la música dibujó una hermosa sonrisa en su rostro - ¿Es un recuerdo?
-  Sí. es un recuerdo de algo asombroso - contestó enigmático.
- Espera, yo también tengo algo!!  respondió Susana.
Y abriendo la puerta de la casa, salió hacia el exterior, protegiéndose de la nieve con un pañuelo y volviendo al poco con un chaleco fluorescente.
-      Para ti.
-      De veras? – la joven asintió, mientras le ayudaba a ponérselo.
Susana lo miró - ¡Estás muy guapo! Ahora ya casi eres de los nuestros.
Y le estampó un beso en la mejilla, que consiguió asomar un hermoso tono colorado en la cara del muchacho.
Andrés sonrió mientras el padre, al contemplarlos, con las palmas de las manos en el fuego, susurraba para sí mismo, meneando la cabeza. “nunca se sabe si la felicidad la encontrarás dentro de una pequeña cajita” A lo que Terry, como si hubiera adivinado su pensamiento, contestó con un ladrido, yendo a colocarse a los pies del hombre frente al fuego.
Mientras, en el exterior, los copos de nieve seguían cayendo, y decorando, en un manto inmaculadamente blanco, las ilusiones y los sueños de las gentes de buena voluntad.
                                                
                                                  Felices Fiestas !!!!
Ríos Ferrer es autor de la novela "EL JUICIO DE DIOS" Digital y Papel
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