Magaluf, miedo, asco y resistencia al turismo de masas

La película documental de Miguel Ángel Blanca 'Magaluf Ghost Town' reconstruye la vida y el mito del más célebre destino vacacional de Mallorca para ofrecer de él una visión completamente nueva y contraria a la habitual

Magaluf no es exactamente uno de esos no-lugares que imaginara el antropólogo Marc Augé donde la sobremodernidad (la expresión es suya) adquiere la mejor representación de todos los excesos presentes: el de la aceleración del tiempo, el de la expansión del espacio y el de la celebración del ego.

Magaluf poco tiene que ver ni con las instalaciones imprescindibles para la circulación acelerada de personas y bienes (como los aeropuertos) ni con los grandes centros comerciales ni con los campos de tránsito donde se estacionan los refugiados. Y sin embargo, Magaluf, la región casi mítica de hedonismo desenfrenado en el término municipal de Calviá, en la isla de Mallorca, es un poco todo eso: la localidad de todos desafueros donde el tiempo, el espacio y el propio ego se viven fuera de sus límites.

Es, en efecto, el sitio donde el turismo low-cost colisiona con los sueños húmedos de la especulación inmobiliaria hasta perder su identidad y convertir la falta de ella en su más íntima identidad. Es lugar que, en verdad, no puede ser más que su negación. No-lugar por tanto.

«Llegamos en 2015 a la ciudad precisamente para contar hasta qué punto todo eso que se dice de Magaluf y con lo que identifica era cierto. Un año antes había empezado a salir en las noticias de todo el mundo. Y la pregunta que nos plateamos fue cómo era posible sobrevivir ahí», cuenta pausado Miguel Ángel Blanca, el director de la película Magaluf Ghost Town atrapada entre la ficción y la realidad y que se estrena hoy mismo. Y añade: «Lo interesante es que Magaluf es un espacio de ficción en sí mismo. Nada es real. La gente que va ahí de vacaciones pasa cuatro días y, tras una borrachera sin freno, vuelve a su casa sin saber exactamente dónde ha estado».

La película empieza como una exploración casi etnográfica. Y así hasta que se mezcla con los mecanismos de superviviencia de los que viven allí todo el año. De repente, se transforma en un retrato sociológico en el que los locales se ven obligados a convivir con todo lo que odian a la vez que les da de comer. Y para el final, y de la mano de dos jóvenes que sueñan en huir y una adorable mujer que resiste entre el caos, la cinta se puebla de los fantasmas que lo convierten en un lugar único y que de alguna manera encarna nuestros temores más íntimos. Magaluf somos nosotros. No se trata de azuzar la leyenda negra de la ciudad, ni siquiera de refutarla, se trata simplemente de entenderla, de extraer de ella la gracia del sentido.

«Magaluf representa a la vez algo muy peligroso y clarividente: nos abre los ojos a lo que es el turismo. El turismo siempre es una agresión y eso es lo que desvela la ciudad. Magaluf incomoda porque se escapa a las reglas morales, porque refuta los parques temáticos para turistas y porque te permite sacar lo peor de ti. En Magaluf puedes ser un cínico, un borracho, un sátiro... Como los mejores libros o películas, permite que te enfrentes a lo peor de ti, te permite descubrirte»

En efecto, ahora lo que se ve es una ciudad humanizada y liberada de sus complejos. «Allí se viven con la sensación de ansiedad de ser libre y feliz... Y por eso es una espacio de resistencia contra cualquier verdad impuesta. Cuando el Covid tuvo que venir el ejército a desalojarla. Se había visto de todo, pero nunca eso...