Ayer mientras hacía alto en un importante crucero vial, incluida a la tecnología avanzada de los semáforos sincronizados, vi pasar, amenazador, un carro del ejercito camuflado  en sepia y café, y reitero el termino amenazar por la postura de los soldados en plena posición de ataque, con un arma integrada al vehículo. Me recordó las series televisivas anacrónicas de “combate”, pero más aun me trasladó a escenas lejanas de guerra en el medio oriente transmitidas por algún noticiero desvelado, quizás por el color de los bélicos atuendos que se usan en las zonas áridas y desérticas de las bandas referidas en histórico conflicto de castas, de religiones y de territorios alrededor de los intereses por los hidrocarburos.

Pensé inmediatamente en mi sobrino Ernesto, niño de sorprendente inteligencia que a la usanza de la educación contemporánea, desde muy pequeño juega con  armas de plástico,  con ellas, su mente mágica inventa guerras entre los buenos y los malos.  Transporté el impacto que puede establecer en él, la circulación del ejercito por las calles de la tranquila población menor a los cien mil habitantes; ¿que pasara por su mente años después cuando recuerde las correrías imaginarias de sus juegos bélicos enmarcados en la también belicosa realidad del país?, de un regimiento en las calles en busca de un enemigo común de su misma sangre, de su  misma expresión, con sus mismas carencias, habitantes de un mismo suelo, en una lucha no por territorios sino por posiciones, por un lado políticos en busca del reconocimiento general de la población y por otro, delincuentes en búsqueda de dominar el territorio, las estrategias de estos no es la milicia, sino la penetración a través de la corrupción de los endebles gobernantes, una guerra subterránea, pues no hay                    enemigo frontal, este está entre los buenos, de ahí las estrategias ortodoxas de los parajes llamados retenes, revisiones a ciudadanos que circulan a través de los mandatos constitucionales  del libre tránsito por el país.

Traslado la imaginación futura de Ernesto, porque en el presente seguro él no se sorprende por la presencia de la tropa, a sus escasos siete años, ya hace cinco que los ve en la calle, el entiende el contexto con la presencia del órgano defensor de la patria, porque seguramente, está acostumbrado a ello.

Junto con la reflexión del largo alto indicado por la luz roja, aparecen la incertidumbre, el temor, cuestionas la preparación de los soldados con ingresos similares a los del agente de tránsito  que supervisa la conducta vehicular , que por cierto la mayoría hace alto sobre las línea del paso peatonal, en el referido crucero, y la aprensión surge alrededor de la preocupación de la presencia del ejercito y de lo vulnerable de los esquemas de gobierno para detener el crecimiento de la delincuencia especifica, de la del trasiego de drogas, queda en mi un más  profundo desasosiego; perder la capacidad de sorprenderme, que ya no sienta nada , porque creo que me estoy acostumbrando.

La realidad vuelve con un pitido de claxon prolongado por la fila de algunos cuatro autos, me hacen reaccionar tardíamente según me lo indica el estruendoso aviso y las miradas de recelo de los transeúntes; ya el carro del ejército dio vuelta en la esquina, ya la circulación vehicular transita en lo cotidiano  y mi reflexión se pierde en la atmosfera urbana, en fin ya me estoy acostumbrando.