MILAGRO DE FE INGENUA

La situación no permitía alternativas. ¡Estaba malita la pequeña…, poco o nada se movía…, aquejada de aquellas calenturas que se reflejaban en su carita colorada por una temperatura que no era normal…!
En aquella humilde choza, el otro niño lloraba su fracaso de un hambre no paliada, mientras la enfermita recostada en el jergón, a juicio de la madre agonizaba…
Como madre no sabía qué hacer, entendiendo poco podía lograr, con seguir hirviendo y propinando las hierbitas que le habían dado, para curar aquello que ella llamaba las tiricias que aquejaban a la niña, quien estaba tirada sin mover gran cosa, desde cuando cayera en el hoyo, donde al parecer pasó toda la noche expuesta a la intemperie sin poder salir, sino hasta cuando llegó el auxilio de unos humildes borregueros, que cuando la vieron ahí tirada, para pronto la sacaron para llevarla entregar, a la choza donde estaban sus padres.
¡Qué desquicio causó en la madre el verla como estaba…!
Su niña estaba mal, bien lo sabía. Por eso corrió cuanto antes a ver a doña Pancha, pidiendo de favor le recomendara una medicina, pues su niña estaba mal y de no quitar lo que dolía, temía mucho fuera morir…
La curandera le dio unas yerbas, las suministró a la enfermita y esperó…
Sabía que el Ángel de la Guarda de su niña, de seguro se habría descuidado, por eso habría caído en tan hondo agujero, donde tantas veces conminó, a ni siquiera acercarse. Pero la curiosidad de seguro le ganó y a ver…, ahí estaba el resultado…
Tres días llevaba debatiendo en fuertes calenturas…
Y cuando todo parecía ya no habría curación, pasó un señor que preguntó, por dónde ir justamente al maldito barranco, donde su pequeña había caído…
La madre estuvo a punto de decir no lo sabía. Era demasiado el rencor que ella tenía, contra aquella oquedad que no tenía la culpa, puesto fue la niña quien temerariamente había pretendido jugar en ella.
Sin querer, el visitante escuchó los quejidos y lamentos de la pequeñita, preeguntó qué le pasaba. Cuando lo supo, puso cara seria. Pidió poder acercar donde la chiquitina debatía, peleando en contra de aquella calentura.
La auscultó, haciendo ver, él era médico. Luego de su maletín sacó unas pastillas, pidió agua y se las dio a tomar a la enfermita.
Después salió y se perdió rumbo la hondonada, donde al parecer se perdió, seguido con la vista por la madre, que apenas si podía creer, en ese sitio aislado donde vivían, hubiera llegado nada menos un doctor que estaba segura, con cuanto diera de medicamento, sanaría su pequeña…
Al día siguiente la chiquita andaba pizpireta…, levantada y correteando como si nada le hubiera pasado…. La madre supo se había operado el milagro…
Su niña estaba salvada…, ella bien lo supo. Y a ver…, le había dado las gracias al médico, pero no le había ofrecido nada… Nada tenían… ¡Tan pobres como eran…!
Fue cuando al voltear, captó algo que antes no advirtiera…
En una de las estampas que lucía colocada encima de la mesa, estaba nada menos la figura impresa, del mismo doctor que apareciera…
Cayó de rodillas de inmediato, al entender quién hiciera el milagro…
Mientras allá a lo lejos… Las campanas anunciaban las cinco de la tarde…