Nelly Arkan, en 2007, dos años antes de su suicidio
Nelly Arcan se ahorcó en su apartamento de Montreal a los 36 años. Había escrito cinco libros y era una de las estrellas de la literatura francófona, tanto en Canadá como en Francia.
Nelly Arcan era un personaje que creó Isabelle Fortier (ese era su nombre real): el personaje de la escritora que escribe sobre sí misma, sobre sus deseos, su desesperación y su angustia vital.
Un personaje para contar cómo su autora, la Isabelle real, escogió el nombre de Cynthia (su hermana muerta) y se prostituyó a los 20 años. «Cada vez que un cliente me llama por su nombre es a ella a quien llama de entre las muertas», escribe en Puta (2001), su ópera prima, un pequeño fenómeno editorial que traspasó las fronteras de Canadá y se sumó a la estela de Virginie Despentes, con Fóllame (1994), Ann Scott con Superstars (2000) o de La vida sexual de Catherine M., de Catherine Millet (2001): mujeres que escribían abiertamente sobre su sexualidad desde una «dimensión escandalosamente íntima», en palabras de Arcan.
Nelly Arcan prácticamente estrenó el género de la autoficción en Canadá con su experiencia como escort de lujo descrita con frialdad quirúrgica, como una «revalorización narcisista» de sí misma que la llevó al agotamiento.
Una actriz para el deseo de los hombres, una comedia sexual en la que sobrevuela el fantasma de su hermana mayor muerta siendo un bebé (una suerte de alter ego a quien Arcan robó el lugar en el mundo), la sombra de una madre depresiva y un padre ultracatólico obsesionado con Dios... Y lo escribió desde la honestidad más radical: de la belleza a la abyección sin concesiones, con una prosa cruda y descarnada, fragmentaria, a ratos nihilista. Apenas traducida en España, Seix Barral publicó Puta en 2002. Ya descatalogado, los escasos ejemplares de segunda mano que corren por internet superan los 300 euros, incluso la versión en bolsillo de Booket alcanza los 1.000 euros.
En 2020, el lanzamiento de Loca por parte de la editorial independiente Pepitas de Calabaza -que planea reeditar Puta- pasó desapercibido.
Publicada originalmente en 2004, Arcan se disecciona en Loca a sí misma sin contemplaciones, en una carta/novela que dirige al hombre sin nombre que la ha dejado. En esta nueva confesión, un cadáver de sí misma, se adentra en el lado más oscuro y destructivo del amor, en los celos y la ausencia. También habla de su aborto.
Y el suicidio aparece como tema central: fue una de sus obsesiones desde los 15 años, cuando la ingresaron en el ala pediátrica de un hospital por esos precoces instintos de quitarse la vida. Luego empezaría con la anorexia. «Escribir no sirve más que para agotarse sobre la roca; escribir es perder trozos, es comprender desde demasiado cerca que vamos a morir». Es el final de Loca, casi una premonición funesta.
Fue el 24 de septiembre de 2009. Por la tarde, el compositor Laurent Aglat, entonces pareja de Arcan, encontró su cuerpo en el piso de Plateau-Mont-Royal, la zona chic de Montreal.
La noticia sacudió el panorama literario canadiense a pocas semanas de que se publicara su última novela Paradis, clef en main (Paraíso, llave en mano). En este libro de ficción, la protagonista queda parapléjica tras un intento fallido de suicidio. Paradójicamente, el texto era un canto a la vida, a la voluntad de seguir adelante.
Diez años después de su muerte, la Universidad de Quebec creó un premio literario con su nombre. Su vida ha inspirado el filme Nelly (2016) de Anne Émond y dos obras de teatro, La fureur de ce que je pense (El furor de lo que pienso), que se pudo ver en el Teatro Español de Madrid en 2018, y Jamais je ne vieillirai (Nunca envejeceré), de gira en Francia hasta la primavera.
Estos biopics que parten de su obra literaria muestran las contradicciones de Nelly Arcan, de Isabelle Fortier: su deseo por seducir, la denuncia de la cosificación de la mujer, su ambigua misoginia, el miedo a envejecer, la dictadura de la imagen impuesta por la industria al tiempo que ella misma se sometía a ella...
Arcan siempre fue una extranjera, incluso de sí misma, en lucha con su cuerpo. Un cuerpo de mujer que definió como Burka de piel, título de su libro póstumo de ensayos y textos breves. Rubia de ojos azules y labios voluptuosos, con aspecto frágil y sexy, Arcan se sometió a varias operaciones de estética. A menudo juzgada en los platós de televisión por presentadores masculinos más atentos a su escote que a sus libros (o quedándose sólo en ese título de Puta), Arcan denunció esas humillaciones mediáticas en Vergüenza. Era 2007, faltaban 10 años para el #MeToo. Aunque ella nunca se definió como feminista, al contrario: «La misoginia no es sólo cosa de hombres». «Si yo no fuera yo y me encontrara en la calle probablemente me detestaría, siempre tengo dos pies en lo que denuncio, pero al mismo tiempo soy capaz de criticarlo. Es como el heroinómano que tiene un discurso antidroga», así lo resumió en el Journal de Montréal.
Arcan dejó esa aura de icono y artista maldita, hizo un mito de sí misma. Su obra sigue siendo objeto de fascinación y estudio en las universidades, aunque permanezca semioculta fuera del ámbito francófono. «Si sentimos resentimiento hacia los que se suicidan es porque ellos siempre tienen la última palabra», escribe en Loca. Ella puso su punto y final. Escapó con sus propias respuestas, pero dejó las preguntas en sus libros.
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