No sabes que lo sabes. Héctor D’Alessandro



“Iré a todas partes y lo veré todo. Conoceré a toda la gente que pueda. Pensaré todos los pensamientos, sentiré todas las emociones de que sea capaz y escribiré, escribiré...”
Thomas Wolfe en carta personal de abril 1923



En todo proceso de “darse cuenta” de algo hay un momento de acumulación de datos y hay un instante en que se produce un salto cuántico en el cual se pasa de 50 a 100 a una inusitada velocidad que no es comparable a la desarrollada desde cero hasta 50.

Cuando se aprende a leer la hora en el reloj de manecillas se da un proceso de este tipo. Uno aprende la regla general de lectura: por un lado se lee el número que está indicado por la manecilla horaria y se aprende a leer el significado de la manecilla que indica los minutos. Con un poco de práctica, el niño sabe leer horas “sueltas” muy evidentes en su “dibujo”: las horas “punta”, las y medias los un cuarto. Mas complejos son los “cuartos para” o también conocidos como “menos cuarto”, pero al fin también se aprenden.

El caso es que en algún instante de intensa revelación, el cerebro reorganiza todo el material como si fuera la primera vez que lo hace y alumbra la idea nueva (que no es nueva sino una reorganización del material que ya estaba presente) de la lectura “correcta” de la hora. El niño ha aprendido a leer la hora.

Lo mismo sucede para contar los billetes. Lo mismo para cualquier tipo de cálculo más sofisticado y complejo.

En el caso de la narrativa, aunque no lo creas tan evidente, ya sabes todo lo que es necesario saber. No sabes que lo sabes.

Si has escuchado a algún adulto narrarte un cuento infantil, si has leído algún cuento, si has leído novelas, ya conoces todas las normas internas que articulan una narración. Al hacerte consciente de lo que sabes, en una sesión de 60 minutos verás todo aquello que has leído (sea mucho o poco) bajo una óptica radicalmente distinta. Verás y comprenderás, podrás sentir y oír en tu interior, cómo se ha producido la magia del relato en tu vida cuando has leído arrastrado o arrastrada por la pasión. De pronto verás “todas” las horas del reloj. Es así de fácil porque ya lo sabes todo, sólo necesitas, como decía Cesare Pavese, recordar lo que sabes.

Para que al oírlo te suene familiar, para que lo veas claro: se trata de un proceso similar al aprendizaje de un segundo o un tercer, y en este caso, casi de un cuarto idioma.

Cuando aprendes un segundo idioma, comparas todo el tiempo con tu idioma natural y de alguna manera vas traduciendo hasta que el cerebro pone la primera y se larga a fondo por la autopista del “darse cuenta” y fluye dentro de las aguas del nuevo idioma, las estructuras de las frases y las palabras adecuadas acuden con facilidad a depositarse allí en la punta de la lengua.

Cuando aprendes un tercer idioma tienes más con qué comparar y puedes transplantar de un plumazo las reglas generativas de uno a otro. Digamos que el surco donde se depositó la primera semilla queda trazado y fértil y la segunda generación de semillas encuentra el terreno preparado.

Ahora ya lo puedes ver y oír dentro de tu cabeza, cuando hablamos de narrativa, el cerebro ya lo sabe todo. Conoce las estructuras idiomáticas, conoce el terreno común y el que no es común, conoce las palabras y el significado de la mayor parte de las que utiliza, pero sobre todo conoce cuáles son las cosas qué hacen interesante a un relato o a una novela o a un ensayo (que yo lo considero otro género de narrativa y como tal lo aprendí y como tal lo enseño, entre un personaje y un concepto las reglas generatrices son similares, es más, concediendo un rato a la enseñanza de la construcción de conceptos se puede enriquecer de un modo pasmoso la creación de personajes).

Sabiendo todo esto, sólo se necesita de unas herramientas como las que brinda la programación neurolingüística para acceder a voluntad a los momentos generadores de creatividad.

No se necesita de varias décadas o de toda una vida para aprehender las claves de la creación literaria, del mismo modo que no se necesita toda la vida para aprender a leer la hora en el reloj de manecillas. Sólo una hora.
La vida es para vivirla, en ella encontrarás el material con el que construir esa existencia paralela de la creatividad literaria.