Oppenheimer arrasa en los Oscar como mejor película, director y actores en un año pletórico de cine

Christopher Nolan se corona con Oppenheimer con siete Oscar y cierra la mejor temporada del cine en décadas en una ceremonia que humilló a Barbie e ignoró a Scorsese.

El primer título de esta crónica era algo así como Oppenheimer explota en un año de cine que fue la bomba. Pero no está bien. No está bien abusar de lo obvio y no está bien hacer juegos de palabras con artefactos explosivos en estos tiempos. Dejémoslo en un año pletórico, pues.

Lo cierto es que pocas temporadas tan interesantes de cine como la que, a su manera, cierra la gala de los Oscar 2024 que nos ocupa. La edición número 96 (cada vez más cerca de la 100) de los Premios de la Academia de Hollywood pasará a la historia no tanto por la gala (que la hubo como todos los años y como todos los años nos aburrió soberanamente) ni por las polémicas (que las hubo y nos aburrieron de la misma manera) como por el cine. Y eso es una novedad si se quiere de calado histórico. Tardaremos en darnos cuenta y, por el camino, volveremos a escuchar el lamento nostálgico de que ya no se hace cine como antes. Pero cuando las cosas reposen caeremos en la cuenta de todo lo que ha sido 2023 y todo ha sido bueno. Y eso a pesar de las huelgas de actores y guionistas.

Desde la irrupción del fenómeno Barbenheimer a la gloriosa y perfecta Palma de Oro de Anatomía de una caída pasando por las revoluciones a su manera del León de Oro Pobres criaturas y la de La zona de interés, sin olvidar el clasicismo revisado de Los asesinos de la luna y El chico y la garza o el optimismo a contracorriente de La sociedad de la nieve y Robot dreams, todo han sido películas de cinco estrellas (o casi), todo han sido voces perfectamente reconocibles, autorizadas y únicas.

El cine ha vuelto a ocupar el centro de eso difuso llamado cultura y el cine ha sido, como siempre lo fue, el centro de todas las conversaciones. Hasta para estar furiosamente en contra. Cuando oigan de nuevo eso de que ya no se hace cine como antes, no lo duden, les están mintiendo.

Dicho lo cual, Oppenheimerse impuso como se sabía de antemano que lo iba a hacer. Con una autoridad quizá excesiva. Para ella fueron los siete premios de rigor que anunciaban todos los pronósticos (uno menos que le quitó Glazer): película, director, actor protagonista (Cillian Murphy) y actor de reparto (Robert Downey Jr.) a la cabeza. Es imposible sustraerse a la idea de que premiando como se ha hecho a la película de Christopher Nolan lo que se ha querido en verdad es algo tan católico, apostólico y romano como mostrar arrepentimiento por todo lo no premiado. Eso o, llegado el caso, pedir perdón. El director de películas como El caballero oscuro, 'Origen, Interstellar, Dunkerque o Tenet lleva tiempo embarcado en la cruzada que con tanto empeño reivindica para sí ahora mismo el propio Hollywood: construir un cine de autor y perfectamente identificable sin renunciar ni al público ni a cada uno de los resortes de una industria capaz en este momento de casi todo, de levantar mundos perfectos desde cero.

Pues bien, y con una soberbia equivalente al menos a la del propio cineasta, Hollywood se ha permitido el lujo de ignorarle, humillarle o hasta despreciarle todos estos años. Era el momento de la restitución y así ha sido.

Se podrá discutir la oportunidad. No deja de ser relevante que sea una película tan masculina en cada una de sus obsesiones la que se imponga a todas las formas de feminismo que hacen suyo desde extremos distintos Pobres criaturas, Barbiey Anatomía de una caída. Se podrá debatir —como en el caso de Scorsese cuando se llevó el Oscar por Infiltrados que no por Taxi driver, por ejemplo— si no se está premiando la película del director menos relevante. Se podrá incluso dudar de las intenciones de un cineasta que para conseguir el premio que probablemente tanto ansiaba haya acabado por plegarse a las exigencias más tradicionales de la Academia proponiendo un drama biográfico ortodoxo (eso es Oppenheimer) y dejando de lado las siempre fascinantes incursiones en los géneros cinematográficos que han presidido su filmografía tan kubrickiana. Pero con todo, lo que queda de Oppenheimer es un ejercicio de cine deslumbrante que invita al espectador a ver y experimentar las dudas de su protagonista desde dentro de su cabeza, desde el interior ensordecedor y mudo de la explosión atómica. El centro de la película es el núcleo atómico del todo el siglo XX y eso se ve, se palpa, se escucha y se siente como un golpe en el pecho gracias a Nolan, Murphy y cía. Y solo esto último, la verdad, merece lo que ha pasado.

Dicho lo cual, y a falta de que alguien abofeteara a nadie, la gala avanzó como avanzan las colas de mi supermercado: con orden, pero con atención. No se vaya a colar alguien. Y pocos o nadie se colaron. Queríamos que Robot dreams, de Pablo Berger, usara los codos y se filtrara entre Spiderman: cruzando el multiverso y la última genialidad de Hayao Miyazaki El chico y la garza, que es la que ganó, pero no hubo manera.

Más a mano lo tenía quizá La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona, en su doble nominación. Primero, como película internacional, lo suyo era pasar por delante de solo una cinta, no de dos como Berger. El problema es que quitarle el turno a un gigante como La zona de interés, de Jonathan Glazer, se antojaba imposible. Y lo fue. Quedaba por ver, siempre desde la óptica del compañerismo paisano (no lo llamemos nacionalismo, que se arma), qué ocurría con Ana López-Puigcerver, David Martí y Montse Ribé, las responsables del maquillaje y peluquería de la cinta de Bayona. ¿Serían capaces David Martí y Montse Ribé de hacerse con una segunda estatuilla tras la conseguida con El laberinto del fauno'en 2006? Y nada. Pobres criaturas estaba en racha y no hubo manera.

De hecho, la única película que se mostró con ganas y dispuesta a romper las quinielas, previsiones y augurios fue la fantasía de Yorgos Lanthimos que todo lo cuestiona: desde el papel de la mujer a la brutalidad de la pobreza pasando por el sentido de todo esto. Pobres criaturas se atrevió a salirse del guion. Lo hizo de la mano de Emma Stone, que se quedó con el premio más disputado e incierto de todos arrebatándoselo a la favorita Lily Gladstone por su trabajo en Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese. Y lo volvió a hacer imponiendo sus modales despampanantes, esquinados, provocadores y divertidísimos en las categorías dedicadas a dibujar el aspecto entre barroco y solo surreal de la cinta: vestuario (Holly Waddington), diseño de producción (James Price, Shona Heath y Szusza Mihalek) y maquillaje y peluquería (Nadia Stacey, Mark Coulier y Josh Weston). En total, cuatro Oscar. Y no lejos La zona de interés sumó al suyo por película internacional el de su revolucionario sonido a cargo de Tarn Willers y Johnnie Bur. Dos, por tanto.

Así las cosas, Oppenheimer batió por 7 a 1, como era de prever y para disgusto de sus fans, a su compañera y rival de fenómeno Barbie, que no contaba siquiera entre las nominadas ni a su directora Greta Gerwig ni a su protagonista Margot Robbie.

. A los cuatro Oscar del párrafo anterior, la cinta de Nolan sumó fotografía para Hoyte van Hoytema, montaje para Jennifer Lame y música para Ludwig Göransson. Los 500 millones de dólares de recaudación mundial a favor de la muñeca no hicieron mella en los académicos que la dejaron con el premio a la canción What was I made for?', de Billie Eilish. Y ya. Y, otra vez, ya. Ya es triste. La humillación quedó redonda.