Raimundo mira tu féretro, en su pecho se tensa una cuerda larga y delgada. Era obvio que él iba a venir, te quería mucho, como todos. No tan joven, mira algunas de sus canas. Ya no son tan niños los niños. Carlos ya también le tira a la tumba, y otros tantos. Niños y niños. Alégrate, hombre. Moriste. Piensa en un árbol que cayó, y calló, para que durante tantos años sostuvieras una guitarra. Te quedaste calvo hombre, la melena de tu juventud, sí, la de adolescente, se quedó en el olvido, llegó primero al inframundo. En vez de eso quedaron dos cortinas de pelo que escoltaron tu calva en las mil presentaciones. 

Ahora, donde quiera que estés, caminas a un café. Gracias, le dices a quien te aborda asombrado. Allí por las calles ves pasar a tantos, el maestro Andrés y el chiquillo de sus dolores de cabeza, Agustin, caminan en la otra acera. Desde hace años dejaron de pelear, qué cosas tan curiosas da la muerte. Entras al local, el camarero te ve y por formalidad te llama Señor Francisco, te indica tu mesa. te traen tu bebida, tu primer día en la ciudad, buen clima y buenas mujeres. 

Alguien se acerca a ti, tú sigues con la mirada los automóviles que parecen flotar en el cemento. Te toca el hombro, volteas y tus ojos se cubren de una capa húmeda, salada. Camarón te abraza fuerte, no te suelta en varios minutos. Tú aprietas su cuerpo y pasa por tu mente el día en que regresaste de su entierro y lloraste como un niño o un toro que se desangra en la arena mientras los demás se divierten viendo cómo se le va la vida. Los demás clientes del lugar se dan cuenta del encuentro, están atónitos, vivos y muertos, reunidos ustedes llaman la atención. 

Al salir Camarón enciende un cigarro "hombre, que no creo que me pueda morir dos veces". Caminan por esa ciudad tan serena, tan llena de bella muerte. Y se ponen al tanto, qué pasó en ese tiempo, qué fue del cantaor sin la guitarra y la guitarra sin el cantaor. Por nostalgia ríen. Platican de los niños que pegan fuerte, sobre todo de Raimundo "no dejamos un mal mundo a los críos". En Cadiz fue la velación. La defunción "fue en México" confirma Francisco, le describe a su amigo cómo su cuerpo, después de quedar inmóvil, dejó salir el alma. Cómo voló y vio el mar infinito de Playa del Carmen , cómo intentó gritar por el miedo, por el desconcierto de la ida, por su familia que lloró, por el sonido de los autos que pasaban metros abajo de sus pies desnudos. 

Había más..."cómo fue lo de mi mujer, que ir hasta allá...hinchaba los huevos...pero uno era joven y quería ser feliz, casarse, era en lo único que pensaba". Rieron más. "El imbécil de Rajoy mandó condolencias. Qué mal sabor de boca, que a los políticos los paren más retrasados que antes."

Paco detiene un momento a José, casi al llegar al mar. Lo exhorta a mirar "Me encanta el mar. Era todo. Era todo." El otro le responde nostálgico "me les fui demasiado pronto, había tantas cosas que quería hacer, un crío, un crío." Francisco le da unas palmadas en la espalda "Yo sé hombre, 40, te mueres y yo me digo sin él a la lira se le seca la garganta>> pero ya, no se diga más". Ambos caminan hacia el agua extensa, interminable, azul, abrigada por la noche. Se posan por encima de las olas, eligen un lugar adecuado, donde la luna permanente se acomode mejor, y allí, "en una agua", le dan de nuevo a la bulería.

Descanse en paz, Paco de Lucía.