En el agua

Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

Los fines divertidos son por la noche, en bares de lujo, con buena variedad y de vez en cuando pista de baile. Pero a veces también surgen a medio día, como en aquella ocasión en que a Jazmín la invitaron a una carne asada en casa de Pirandello, nuestro profe de literatura medieval.

Llegó con su amiga Paty que está muy curvilínea y de inmediato rezumbó la testosterona arrebatada de dos o tres que ya habían llegado, estudiantes y algunos maestros. Uno de ellos tenía ya listo el carbón y se dedicaba con destreza a cocinar chuletas y a tomar botella tras botella de Modelo Especial.

El profesor también la había empezado temprano; muerto de risa fue a llevarles dos cervezas a las recién llegadas y las invitó a sentarse en las sillas del patio.

Era por todos sabido que al maestro Pirandello le encantaban las bromas pesadas,  divertirse a costillas de los demás y esa tarde había elegido a Jazmín para darle carrilla. Cada vez que pasaba cerca, le echaba un hielo en la blusa, por la espalda.

―Profe, es usted un grosero ―gritó Jazmín―, la próxima vez que lo haga lo voy a mojar con la manguera.

Pirandello estaba radiante por haber captado la atención de su alumna; continuó con la broma haciendo caso omiso de la advertencia,

―Auch, está friísimo, ¿pero es que usted no entiende?

Corrió hacia la manguera que regaba un álamo, la tomó y comenzó a mojar al maestro, que en ese momento ya no sonreía. Empapado ya, le arrebató la manguera e inició el contraataque. Solo que ahora la guerra había dejado de ser privada. Empezamos a correr en todas direcciones del patio, era increíble ver como Pirandello, a pesar de su sobre peso,  los peseguía, parecía un niño con juguete nuevo.

―No huyan cobardes. De todos modos los voy a empapar a todos.

Se escuchó entre los gritos la voz de Jazmín:

―Por acá, vamos a entrar al estudio, allí no podrá mojarnos.

Como estampida, entraron a empujones a la supuesta guarida. Pero cuál sería la sorpresa al ver que Pirandello, no importándole sus muy preciados libros, computadora, tableta, teléfono y demás objetos oficinescos, manguera en mano irrumpió en el lugar empapando y anegando todo a su alrededor.

Aquello fue el pandemónium, tal como ratoncitos cuando el barco se hunde, brincaban a diestra y siniestra. El piso con el agua derramada se volvió muy resbaloso y varios cayeron, entre ellos el mismo maestro que parecía poseso. Todos se abalanzaron en bolita sobre el profe para arrebatarle la manguera. Patty hecha una sopa se apresuró a cerrar el grifo. Cuando le regresó la cordura, Pirandello tomó conciencia del tiradero y les empezó a reclamar, cada vez más furioso:

―Miren nada más como dejaron mi oficina, mis libros, mis cosas.

―Pero si usted fue el que… ―intentó decir Jazmín.

―Ah, y todavía se da el lujo de rezongar ―gritó Pïrandello.

Incluyendo a los demás, les ordenó:

―Ahora todos se van a poner a secar y a limpiar todo este muladar Y ay de ustedes donde mis aparatos no funcionen.

Fue ese el gran final de la fiesta, todos limpiando y secando muebles, tratando de corregir la diablura de niño malcriado de Pirandello mientras él se cambiaba de ropa. Al  caminar rumbo a su casa que conectaba con la oficina, iba sobándose las rodillas y una nalga, adolorido por el golpanazo.