Pobres criaturas: Apología feminista que hace boom

Yorgos Lanthimos construye una realidad  que hace saltar por los aires la propia realidad con una Emma Stone perfecta.

Lo que refiere a la película de Yorgos Lanthimos candidata nada menos de 11 Oscar, sería: ¿Es Pobres criaturas una película rabiosamente feminista que coloca en el centro a una mujer que desafía las normas y vergüenzas de la sociedad actual o, al contrario, estamos ante la enésima recreación de la más rancia fantasía masculina que reduce el concepto de libertad de la mujer a meterse a puta?

Que cada uno elija bando. En efecto, el griego y autor de obras como Canino y Langosta la ha vuelto a liar.

Hace no tanto, discutíamos si Blonde, de Andrew Dominik y con Ana de Armas dentro, era una denuncia de cómo Hollywood había descarnado al más carnal de sus mitos (feminista, por tanto) o, bien al contrario, se limitaba a ser un muestrario humillante y absurdo de posturas poco edificantes de ese mismo mito (machista, en consecuencia).

Ganaron, a juzgar por los consensos en horda, los que mantenían la segunda postura. Perdimos los de la primera donde curiosamente figuraba la propia autora del libro, Joyce Carol Oates.

Más recientemente, estaría el caso de Barbie. Para unos, una inteligente universalización pop del ideario emancipatorio; para otros, una falsa denuncia perfectamente comercial y muy tranquilizadora del machilurismo despótico.

Pobres criaturas.

Lo primero que llama la atención de la propuesta de Lanthimos es su exuberante desgarro visual. Entre lo gótico, lo desmedido y lo trágico, la película expande, deforma y comprime de forma sucesiva (aunque no necesariamente por este orden) los modos estandarizados de experimentar tanto el espacio como el tiempo en una sala de cine. Subyuga por obsesiva, por deslumbrante y por febril. La elección estética es, por así decirlo, indisociable de la ética. Todo, menos puro capricho. La película, basada en la novela de Alasdair Gray, cuenta la historia de una mujer de cuerpo adulto (y, por ello, atravesada por el deseo) receptora de un cerebro infantil (y, por ello, devorada por la curiosidad). Hablamos de una mujer que da la vuelta al mito de Frankenstein (ahora, el doctor es un soberbio Willem Dafoe) y que descubre el mundo y ya que estamos el sexo sin las barreras impuestas de la vergüenza, el pudor o, ya que estamos, el mismo sexo en su acepción faliciosa (de falo). Y ello exige, y ésa es la gran propuesta de la película, una nueva mirada.

De hecho, resulta muy injusto dejarlo todo en una discusión más propia de guerra cultural alrededor del género. Lanthimos va más allá. A Lanthimos le preocupa el modo mismo de entender el mundo en su totalidad y lo discute desde su esencia con una propuesta narrativa, sonora (desbordante y genial la música de Jerskin Fendrix), visual y hasta táctil realmente deslumbrante por original, por coherente, por meditada y porque sí. Ver las cosas desde un sitio completamente nuevo hace que todo se vea por primera vez. Y, claro, aparecen las contradicciones hasta ese momento invisibles: por qué la pobreza, por qué la moral, por qué el baile (hilarante la escena de marras), por qué no nos preguntamos más a menudo por qué. Y entre esos porqués, el sexo, claro.

Y, entonces, llegan las curvas. Emma Stone ofrece una de esas interpretaciones de época colocándose en ese mismo espacio movedizo, arriesgado y desafiante en el que nos colocaron clásicos del vértigo como, por ejemplo, Átame, de Pedro Almodóvar. La transgresión consiste en atisbar la posibilidad de emancipación desde la posición más indeseablemente vulgar, inmoral y hasta patriarcal. Me explico. Bella Baxter, así se llama el personaje principal, es, en su larga aventura por el mundo nuevo, literalmente secuestrada por un desaprensivo explotador (Mark Ruffalo) que convierte su deseo por definición irrefrenable en mercancía hasta dar con sus huesos en un burdel donde, lejos de ser explotada, es exploradora (y explotadora) de su propio placer. ¿Puede haber acaso una ensoñación más machista y reprobable que la de la mujer objeto sin normas ni cerebro, es decir, la de la prostituta feliz de su sometimiento?

Lanthimos y la propia Stone convertida en directora de sí misma ofrecen al espectador la posibilidad de pasear por el límite exacto de un precipicio. Y es ahí, en la inestabilidad de su propuesta, donde la película crece, incomoda, inquiere, hipnotiza y, por momentos, irrita. Pero siempre desde el entusiasmo. Emma Stone es usada como instrumento de gozo para los hombres con la misma evidencia que ella usa a esos mismos hombres como precarios consoladores de su fuego recién descubierto e inextinguible. Las reglas de representación son las que nos hemos dado en el heteropatriarcado que nos habita, pero, y esto es lo relevante, transformadas como si del cuento de hadas más siniestro se tratara. La estética, decíamos, es la ética.

En Átame, por recuperar una obra maestra, la secuestrada Victoria Abril perdonaba y acaba por amar a su secuestrador Antonio Banderas. Y lo hacía en el momento en el que los dos se reconocían uno en el otro su desvalimiento, su vulnerabilidad, su condición de víctimas. Se diría que el mecanismo, por mucho que difiera el argumento, ahora es similar. Bella Baxter acaba por descubrir el abismo que la habita a fuerza de reinventarse dentro del abismo que la sociedad ha construido alrededor de su condición de mujer. Y así, su liberación tiene mucho de su propia condena. Y la de todos. Aunque se impone el ansia de libertad, el ansia de ser lo que se quiere ser. Sin más. Brillante. Entusiásticamente brillante.

En realidad, Pobres criaturas se encuentra muy cerca de todo el trabajo anterior del director siempre empeñado en discutir los esquemas de la realidad, obsesionado incluso con contemplar el mundo desde una posición siempre inédita.

Eso ya estaba en su primer trabajo célebre, Canino, donde los nombres cambiaban y con ellos los ritos de paso y las liturgias sangrantes y funestas de El sacrificio de un ciervo sagrado. Pobres criaturas es la depuración y sublimación de toda la filmografía anterior incluida, por supuesto, La favorita.