POR EL INTERIOR DE LA CIRUGÍA.

Introducción.

Estimada Laura y demás contertulios.
No hay nada como que se me inquiera sobre algún tema para que mis neuronas, un tanto raquíticas ya por la edad, se me pongan en marcha en una manifestación solicitando que se les dé una oportunidad de expulsar parte de su gastado contenido si sobre ese tema tienen algo, aunque sólo sea para un ensayo que les consiga un neurológico, que no escatológico, placer de evacuación mental.
Aunque hace unos días incluí un escrito espontáneo sobre el tema de la visión del quirófano, parece ser que ese viaje al interior de lo que vive, siente y piensa un cirujano, puede ser interesante por cuanto es un mundo poco conocido. Hace unos pocos años, escribí una novela que se encuentra publicada en Amazon, bajo el título: “Pijamas verdes y batas blancas en la clínica”, que muestra la manera de pensar y comportarse de dos mundos que, aunque juntos y en teoría parejos, están muy separados y coinciden en tener un título en la pared del despacho, pero existe una clara controversia de concepciones y visiones de la temática, pues tienen escasos puntos en común ambos, y es la diferencia para un problema: para unos se resuelve tomando pastillas: Los batas blancas y para otros , los pijamas verdes, probando el filo del bisturí o del escalpelo.
Dentro de un quirófano, hay un numero más o menos común y típico de personas que interactúan a lo largo de la jornada de una intervención. En realidad, y se sabe y lo han escrito muchos autores, el mundo, y con él la vida, son solamente un escenario en el que mujeres y hombres son los actores, realmente unas marionetas a las que manipulan unas normas, qué, como sabemos o debemos saber, “las normas están para romperlas”, aunque muchas personas no entiendan ciertos extremos pues tienen el cráneo, tan vacío como el del espantapájaros del Mago de Oz, como se expone en el” País de OZ”, escrita con numerosas novelas más sobre el país de OZ por L. Frank Baum.
En ese mundo interaccionan, trabajan, se ríen, disfrutan y sufren un conjunto de personas que dentro y en el exterior del quirófano propiamente dicho mantienen la sangre dentro de sus límites y volúmenes para que, al despertar, el paciente sonría satisfecho y no tenga dolor si está bien o casi bien sedado y “analgesiado”, valga mi invento nominal. Ese conjunto de personas, me pondré el último como debe ser, son las siguientes con suma brevedad.
1.- Una o dos alumnas de enfermería que observan desde lejos como se representa la muy seria obra de teatro según hemos dicho.
2.- Cuatro o cinco enfermeras profesionales y con experiencia, que realizan sus funciones, desde una o dos instrumentistas, que manejan instrumental, gasas, compresas, etcétera, aportan material fungible que se va gastando con destino a los cubos de la basura y reponiendo para su uso. Una de ellas es la corre turno del día, que hace lo menos gustoso, por lo que cada día le corresponde a una de ellas según un giro claramente especificado.
3.- Un anestesista que controla y vigila todo el desarrollo de la intervención, controlando las bombonas de oxígeno, el estado de la tensión arterial y demás índices del estado del paciente [aquí nunca es un cliente].
4.- Una o dos auxiliares clínicas que mantienen limpio todo si se ensucia el local, y recogen todas las cosas que puedan caer al suelo y transportan lo que sea necesario hacia dentro o hacia fuera de escenario del teatro.
5.- Cirujano y ayudantes, más o menos son factibles según la especialidad y tipo de intervención entre dos y los que sean necesarios, cinco o seis, y algún mirón lavado y esterilizado para poder estar cerca de la mesa cual si fuera el cirujano o un ayudante.
Como dijera un escritor y periodista español con fama, Ramón Gómez de la Serna, “El escritor quiere escribir la mentira, pero escribe sin intención la verdad”. Y se refiere a lo que en el fondo piensa sobre lo que escribe. Y esto no es una “Quaestio disputata” por lo que se debe escribir lo que se piensa, se siente o cree sentir sobre esos aspectos, que todo se aclarará.

PRIMERA PARTE.
Me levanté temprano, como siempre que no es festivo o estoy de guardia. Mi dulce consorte me prepara lo que ella llama un desayuno mientras me ducho y me visto. Tengo que estar en el Hospital a las 08,00,para ver si hay problemas o cambios en los tres o cuatro clientes de día, recibir el informe del control de enfermeras, saludarlos por un momento e ir a desayunar de verdad, tomar un café de verdad y no el descafeinado, por la buena intención por mí corazón de mi jefa, y entrar en la reunión del equipo que pueda estar libre en ese momento, como preparación psicológica para todos antes de empezar a estar en el ambiente de “Hacer sangre” como muchos lo llamamos. Vivo cerca del hospital y tengo plaza en el aparcamiento por lo que llego rápido y empiezo a dejar todo resuelto nada más terminar el desayuno.
Me cambio a pijama verde, cambio de calzado y el nuevo lo cubro con las calzas de plástico, y en el bolsillo de la bata pongo los bolígrafos de colores que siempre uso, la libreta donde llevo escrita todas las intervenciones, incluida mi apendicitis de final de bachillerato. Sé que son muchas, con más de tres ceros de cola, pero no las cuento, pues como dijo un escritor, lo importante de lo que escribes no es si triunfa o no, lo suyo es el esfuerzo que has hecho y que lo hayas terminado y estés satisfecho contigo mismo. La mayoría están escritas con tinta verde de excelente, algunas en azul de alguna dificultad en el postoperatorio, pero ninguna roja: G.A. D.
Mientras pienso ya en la sala de descanso anexa, y me fumo un último antes de iniciarse, pues ya escucho el clásico ruido interior de los preparativos, veo a Martin, el celador que lleva el paciente para subirlo al trono, como a veces digo, y adivino que se va a hacer presente Enriquito, el anestesista como lo llamamos, que sonriente vendrá, como siempre, a iniciar una mañana alegre, divertida, sin tensiones, que es lo mejor para el paciente, que me imagino, lo he vivido, estará algo nervioso ante el insólito espectáculos de lámparas grandes, aparatos por todos lo rincones y el cariño que ya le muestran las enfermeras para ayudarlo a, que se tranquilice y con ello que la operación se agilice y puedan llegar a sus casas a sus horas, cosa que se retrasa si se producen problemas, de lo que me harían responsables a mí, pues todos sabemos, que sea verdad o mentira, el jefe tiene razón, pero también la responsabilidad de todo.
Puedo escuchar que lavan el área operatoria, que comentan y responden lo que pregunta el que va a ser operado, y todas las monsergas habituales en el periodo pre-sangre y las demás operaciones premonitorias.
El sonido de la música se inicia y acepto que el sueño del paciente se aproxima sin que él lo tenga claro, por aquel antiguo dicho español que me hace reír cuando lo recuerdo: “La música amansa a las fieras y los seriales a las porteras”.
La entrada de Enriquito me indica que me ponga a la defensiva, pues el pródromo a operar es un rato, mientras lavan al paciente, que vendrá a tratar sacarme de quicio, algo que nunca consigue, pues somos dos astutos los dos, y como dijo un escritor, los médicos sois un tanto barrocos, pero no difamadores, pero si molestos por vuestros amplios horizontes.
--¿Qué tal jefe? ¿Te estudiaste anoche lo que crees que vas a saber hacer hoy? ¿Prefieres que no o duerma y así puedes justificar el que no operes?
--¡ Vaya! O sea, que no sabes pinchar las venas y tratas de estudiarte ese libro que me han dicho que has comprado hace unos días: “Aprenda a anestesiar en diez días” que trae un suplemento que indica, ¡mejore además su técnica de inyecciones intravenosas!
--Ya veo, ilustre, que el ir a la academia de “Aprenda mala leche y defiéndase de sus enemigos”. Ya veo que vas siendo un buen alumno, pero te queda mucho para adelantarme en la autopista de la vida.
A través de la ventana de guillotina del quirófano, Emi, la corre-turno del día, indica:
--Don Enrique. Todo le está esperando.
--Todo no, sólo tú y el paciente.
--Se equivoca. No me tire los Tejos, que tengo marido y no le aguanto su sentido siniestro del humor. –Y lanza una carcajada.
Desde dentro se escuchan las de todas las demás.
--Tú te lo pierdes, a mi lado serias más infeliz que con cualquier otro, y sé que a ti te gusta destacar. ¿A que sí? Y además sé que eres soltera y me gustas mucho.
--¡Cógele la palabra! –se escucha la voz potente de Erminia, la única casada de las presentes, que se lleva muy bien con Enriquito y siempre trata de hacer de casamentera con él, pues le da pena su soledad.
--Tendrá que ganárselo, pero sólo me molesta para que le haga caso, y ese es muy mal camino –añade y baja la guillotina Emi, pues todos lo días de quirófano tiene las mismas batallas con el tema del anestesista que, aunque le gusta, sabe que el tiene miedo a emparejarse. Por lo que se mantiene alejada para no forzar algo que sabe que nunca saldrá adelante por mucho que sus compañeras lo fuercen
Y todo se pone en marcha para iniciar la sesión.
Continuará