POR EL INTERIOR DE LA CIRUGÍA.

Dr. José Ignacio Velasco Montes

3ª parte.

Me tumbo en una butaca con orejera y saco un pitillo y el mechero, y enciendo un pitillo, un extremo que estoy madurando que voy a dejar, pues me he dado cuenta de que ya sólo me gusta encenderlo y después, con rapidez lo apago.
Incluso en mí y a pesar de mi madurez, sigo sin poder oler debido a los olores del alcohol quirúrgico, el formol y otros más, incluidos los del paciente, todos los supongo más que olerlos y son de la memoria olfativa que traen los recuerdos de otros tiempos, pues casi no los percibo por la Anosmia de mi época inicial en el estudio de la medicina, los dos primeros años con la anatomía y la disección de los cadáveres que sacaban del pozo de Formol en el que se conservaban para utilizarlos conforme hacían falta. Recuerdo que nos explicaron que eran enfermos que antes de morir habían autorizado ese uso con ellos, a cambio de lo cual la Facultad de Medicina les concedía prebendas para él y su familia, así como un entierro decente cuando dejaban de ser útiles para los estudios de los novatos.


Todo se hacia con el máximo respeto, lo recuerdo bien. Educado como lo estaba siendo en un Colegio Mayor del Opus Dei, impuse en mi mesa costumbres especiales, dándole las gracias por la ayuda que nos concedía y rezando unos segundos por su vida en el otro mundo. De los ocho que dirigía y enseñaba, sólo una no rezaba, era Agnóstico, pero guardaba la más absoluta consideración para con lo que fue, como hacían todos los demás.
Todas aquellas horas diarias durante dos años me dejaron como estoy, que no huelo ni un potente y de calidad perfume o colonia.
Al poco de terminar de rellenar el parte de la operación, cuando más relajado me encuentro la petición de entrar en la sala, con la voz de Sor Milagros y Sole me hacen mirar el reloj y ver que es su hora cotidiana de venir por un rato, pues están a punto de llegar los que cierran y que se intercambian entre secciones de la herida en la piel para practicar, cosa que siempre reviso y he de reconocer que ponen tanto cariño que son obras de arte. Si han llegado las dos “madres” como las llamamos, las enfermeras las han llamado como es su costumbre, pues, a fin de cuentas, ellas también aprovechan la visita de las madres, comunes a todos, para reponer fuerzas ya que seguiremos toda la mañana juntos.
Sole trae una gran bandeja, es la camarera, mientras que la monja trae algunos detalles escondidos en los bolsillos, como encuentro siempre en mi despacho, caramelos y bombones, para los que seamos golosos. Recuerdo qué, cuando le pregunté que de dónde los sacaba, puso expresión de misterio y, al final dijo:


–Es un milagro como tantos. Pero para que no insista usted más, son las familias de los operado que tratan de comprarles cosas, que saben que está prohibido y para que no sufran por ello, les digo que ustedes, como están muchas horas operando, les viene muy bien unos bombones o unos caramelos para tomarlos si están muy cansados y así los pacientes están mucho mejor atendidos con ustedes bien azucarados y alegres.


–Gracias Hermana, y lo digo pues todas las mañanas en los bolsillos de mis batas tengo caramelos y bombones, sobre todo los días de visita a los ingresado, y como hay dos salas de niños, los endulzo a todos, que se quedan muy contentos de eso y de esos muñecos de trapo que a veces les lleva usted, y ambas cosas les hace felices y soportan mejor todo lo que los pobres tienen que aguantar.


–Ya se lo he notado a varios de ustedes, que tratan a los niños como si fueran hijos suyos, mientras que otros, el Señor los perdone, los curan, los pinchan sin hacerles daño, pero son muy serios y alejados de ellos que sólo quieren cariño, caricias y que hablen con ellos, como usted que es un charlatán. Por cierto, ¿sabe como le llaman a usted, Dr. X.?


–No hermana, ¿cómo me titulan? –Le respondo, aunque lo sé, pues muchos niños, cuando vienen a recibir un poco de cariño físico, y hablar como lo mayores que se consideran, para lo que siempre llamo a una enfermera, pues a veces hay problemas con las madres, me dicen al oído.


–Doctor, le puedo confiar un secreto, pero no diga que se lo he dicho yo.


–Soy una tumba hijo. ¡Dímelo!


–Le llamamos “el abuelo con sus batallitas”.


–Qué bien. ¿Quieres algo que te apetezca?


–¿Tiene de esos caramelos y bombones que nos da en las visitas a los que ya podemos tomarlos?


–Toma, y dale las gracias a la monja, que es la que los trae para vosotros, pero guarda también el secreto como hago yo con lo tuyo. ¿Vale?


Durante un rato hablamos, me devuelve el libro que se ha llevado y me pide otro, pero con una condición. Me sorprende, pero decido investigar.


–¿Qué tipo de libro quieres?


–Quiero ser médico, me gusta lo que hacéis; deme uno de medicina con figuras de colores para ver y aprender lo que pueda. Tengo mucha curiosidad. Si tiene usted alguno de operados en color y con sangre, mejor.


– ¿No te marearás?

–-No Doctor. No me asusta nada, soy fuerte. He visto nacer cachorros de perros y gatos y ya sé ayudarlos a nacer. Y luego me conocen cuando me ocupo de todo, como del cordón que les sale de la tripa cuando se les seca; también a darles de comer y cogerlos en brazos para que se duerman y se queden muy a gusto.


–Serás un buen médico. Yo era así también de pequeño. –Le respondo, aunque por desgracia sé que posiblemente no llegue a vivir un año por el tumor óseo que tiene pues cuando me llegó y lo amputé, ya tenía metástasis que lo están invadiendo, pero al menos le he ampliado el tiempo de vida por unos meses, y es feliz pues se siente a gusto por hablar conmigo casi de médico a médico.


Sor Milagros, como siempre se ha sentado a mi lado como hace de un tiempo a esta parte, para desearme lo mejor, y pesada a veces, agradecernos a todos los que en un momento estaremos allí, el detalle que tuvimos hace ya algún tiempo, al regalarle a la comunidad la maquina de escribir que, posiblemente, haya sido su gran pecado, el desear algo material para trabajar y llevar mejor sus obligaciones en la planta como es su trabajo. Como religiosa no puede tener ninguna ambición o deseo.


Fue una idea mía. La veía siempre buscando un segundo de desaparición de la secretaria de planta, antipática y que no la apreciaba para aprovechar su ausencia. Ante este hecho reuní a todas las niñas, como llamamos a las enfermeras y a los demás para hacer una cuestación y comprar una máquina de escribir portátil, cómoda y de color absolutamente albo, como corresponde a una monja que, además era una magnífica enfermera (D.E.P. pues murió no mucho tiempo después por insuficiencia respiratoria adquirida en sus tiempos de Misionera en África)


Cuando se la entregamos no la aceptó, a pesar de que era un día señalado para ella, tanto que no pudo controlar su llanto pues era se lo sacaron las enfermeras, que hacía años que nadie había tenido un detalle maternal con ella, tal como los estamos teniendo todo el grupo, por lo que no pudo dominar una emoción que ya no recordaba.


Recuerdo el diálogo y el desarrollo posterior, como voy a relatar, y que me perdonen los lectores por el hecho de ser un sentimental, pero como sabemos, cada una/o es cómo es.


–Sor Milagros sabemos que hoy es su veinte cumpleaños de haber tomado los votos definitivos, por lo que le regalamos lo único que sabemos que desea. Una maquina portátil de escribir, para su uso en la planta.


Empezó a llorar, y se cubrió el rostro un tanto bajando la toca.


–No puedo aceptarlo, lo tengo prohibido, pues han adivinado que ese era, ya no, mi solitario deseo. Mi voto de pobreza no me lo permite.


–Venga hermana. Cómo que no, si usted es una santa.


–Santa es la que os aguanta –que es su respuesta automática cada vez que le llamamos lo que su modestia no le permite escuchar.


–Le pediremos permiso al Obispo, seguro que le autoriza.


–No tiene nada que ver el Obispo con este tema. Hablen con mi superiora para que lo acepte para el uso de todas las hermanas dentro de la comunidad.


–Pero incluida usted claro –responden a coro las enfermeras adelantándose a nosotros.


–Sólo lo que diga la superiora –y al tiempo que rompe de nuevo a llorar, salta con paso ligero y desaparece en el ascensor.


–Sara como doctora y Taky como enfermera y yo como jefe vamos ahora mismo a hablar con la superiora que por la hora sé que está en la escuela de enfermeras en la comunidad. Y a ver si tenemos suerte y nos recibe. Tome, Doctora Almeida y lleva tú la máquina. Voy con vosotras para que no vaya un hombre solo allá que puede ser alimento de lenguas maliciosas.


– ¿Crees que puede ser así? -Pregunta Taky.


–Por si las moscas, cada día desconfío más del mundo que nos rodea.


La superiora nos recibe poco después. Se que me aprecia pues sufrió una gran fractura de Fémur hace unos años. Estaba de guardia y no quise operarla, por lo que llamé a mi jefe, que vino mientras yo preparaba todo para intervenir. Quedó todo muy bien. El postoperatorio lo llevé yo y siempre nos ha mandado en el aniversario de la intervención, una tarjeta dando las gracias y diciendo que nos tiene presente en sus oraciones y deseando que seamos muy felices con nuestras familias.


Para entonces, mi jefe, ya mayor, ya movía alma y cuerpo en la política y descansaba en sus ayudantes parte de lo que podíamos llevar, siempre bajo su control, por lo que aprendíamos y mejorábamos de forma notable, pues como él decía: “Obras son amores y no buenas razones”. Y lo movía, yo entonces no lo sabía, ni le hacía la pelotilla, pues nunca he sido pelotillero, pero estaba consiguiendo que al jubilarse yo ocupara su plaza de jefe, dado que yo tenía varias especialidades lo que hacía e hizo mucha fuerza como supe después.


Cuando empieza a hablar la superiora, sé de inmediato que sabe de qué va la visita.


–Doctor X., ya sé que la idea original ha sido suya, como los son las fiestas, los bailes de santos y cumpleaños o ascensos del personal de su planta. Siempre está organizando cosas, por ello le quieren todo su personal, como sé que es el responsable de que la enfermera Margarita y el Doctor José Manuel  ya no vivan en pecado y sean un matrimonio feliz con un niño precioso.


Por un momento me pregunto, ¿cómo es posible que sepa algo que ha sido el gran secreto de mi planta? Ha usado dos nombres que no coinciden, pero sé a qué se ha referido, ya que, como superiora, maneja todo con absoluta discreción, razón por lo que lo es. Se ha dicho de ella que es abogada, que quedo viuda y se hizo monja


–Gracias Sor Esperanza. Hago lo que puedo por ayudar a todo los que puedo. Querría hablar de…


–Se lo que quiere usted, –Interrumpe–. Tengo la solución que acordaremos entre los cuatro presentes. La máquina es propiedad de nuestra comunidad, en ningún caso de Sor Milagros. ¿De acuerdo?


–Sí Sor. Pero, me pregunto, la podría tener yo en mi despacho y cuando la necesite nuestra jefa de planta, como tiene mi llave y cada día me tiene el despacho limpio, ordenado y toda mi ropa de hospital limpia y planchada, ¡puede entrar y usarla para todo lo que hace, muy bien además por el servicio?


–Todo eso lo sé. Ella habla muy bien de su servicio, sin que haya problemas como a veces, el Señor me perdone por decirlo, hay conatos en otras, que en ocasiones nos he hecho cambiar a monjas a otros hospitales, pues, imprudentes, han tomado posición a un lado o a otro, en cuyo caso, automáticamente las traslado.


–En mi servicio, todo el año es Navidad, que parece que son las fechas en las que todo el mundo se quiere y terminan las guerras del resto del año. –Y hago un comentario que siempre tengo “in mente”, pero es la primera vez que lo suelto.


–Lo sabemos. De acuerdo. Pero con una condición que va a entender. No quiero que Sor Milagros, ya sé que es mayorcita y está delicada, pase mucho tiempo en su despacho. Si entra que sea un momento para hablar con usted o para llevarse la máquina de escribir. Pero allí a veces fumáis, y a ella eso no le va nada bien.


–Pregunto. ¿Si yo no estoy, pues estoy en el Quirófano, o en la consulta, o en un congreso por unos días, no puede aislarse allí y trabajar, por ejemplo, si está cansada, ya sabemos usted y yo de su ligera insuficiencia? ¿Podrá?


–Es usted muy amable. ¿Ligera insuficiencia? Veo que no sabe que se está pensando enviarla a un convento para hermanas con dificultades en el que será cuidada y atendida y como enfermera ayudará a la monja médico que estará al cargo de la hermandad. Por cierto, Nadie de los presentes que diga nada de lo que acabamos de decir, pues la asustaríamos, aunque dado lo buena enfermera que ha sido, estamos seguros de que lo sabe todo de sobra sobre su estado. ¿Prometido?


Aceptamos los cuatro en el acto, a fin de cuentas somos del gremio y sabemos lo importante que es no cargar tinta sobre los pacientes para evitar que se manchen de ese estado de depresión que asalta a muchos, o al menos a algunos.


–Gracias Sor, es usted un encanto de monja.


–Dr. X. eso no se le dice a una monja, pues parece un coqueteo, y ni siquiera es adecuado con las enfermeras.


–Tiene usted razón , perdone, ha sido un fallo reflejo.


–Y por favor, –añade Sor Esperanza– a los pacientes, cuando quieren dar regalos a las monjas, ayúdenlas y díganle que los regalos que lo entreguen en monedas en la capilla del hospital, pues con ese dinero se ayuda a las familias ingresadas que no tienen lo suficiente para ir y venir del hospital a sus casas o para traer algún juguete o alguna cosa a los ingresados. Y a veces las hermanas con algunas monedas llevan caramelos a los niños.
Me sonrío pensado en los dulces que nos llevan a los médicos como una forma de entretener sus, a veces, manifiestos sentimientos maternales.


–Gracias Hermana. Le enseñamos la máquina y la depositamos en mi despacho, de forma que si alguna vez la necesita es más suya que mía. Recuerde que lo que he dicho es cierto, hermana.
La ponemos sobre la mesa, la abrimos, y la encendemos. Ella la observa con curiosidad.


–Es muy bonita. Esperemos que Sor Milagros no se deje atraer, pues debe ofrecer todo a sus votos, pues supongo que sabéis que las monjas estamos desposadas con el Señor.


–Sí, lo abemos, yo al menos desde luego.


–Que el Señor os bendiga. Pediré por todo el servicio, pues como dice Sor Milagro, es casi la antesala del cielo. Que seáis felices y sigáis entregados a vuestro trabajo.


–Como de Navarra que es, un tanto exagerada.


–Ya. Por cierto, Dr. X, es verdad que un día le dijo, lleno de cariño a Sor Milagros: “es usted tan inteligente como bruta. Es tan navarra que, si se la pone a arar, haría surcos en el hormigón.


– ¿Qué respondió?


– ¡Perdonadme, Señor! No creía que lo fuera tanto. Y se fue llorando


Salimos del edificio y atravesamos una calle.


CONTINUARÁ.

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Comentario por José Ignacio Velasco Montes el septiembre 1, 2018 a las 2:20pm

Muchas gracias, María Emilia, como siempre  apoyando  mis incursiones.

Abrazos para vos y sus circunstancias,  como aquel escritor que dijo: Yo soy yo y mis circunstancias. Ya está la parte 4ª "In circulation.

Comentario por Ismael Lorenzo el agosto 31, 2018 a las 4:23pm

Sí, avanzamos hacia 'El mundo feliz'...

Comentario por José Ignacio Velasco Montes el agosto 31, 2018 a las 4:17pm

Gracias  Ismael. Yo sólo hablar de mis años, antes de jubilarme. Sí se´, que desde entonces ha cambiado todo mucho, pero no sólo en la cirug+ia Y N LA MEDICINA, EN CASI TODO.

Por ejemplo lo que era música hace unos años, ahora es ruido. Lo que era cine, en  la actualidad no sé ni siquiera que adjetivo  calificativo ponerlo. Lo que era educación en la actualidad casi está en vías de desaparición.  En mi reciente viaje a Nueva York, vengo sorprendido por las diferencias de EDUCACION. Entras en el ascensor del hotel y saludas educadamente en Inglés  y nadie contesta. Si lo hacen y contestan, les hablas directamente en Español pues sabes que si contestas es que salvo por milagro, los que lo hacen son latino o europeos.  

¿De verdad el mundo esta mejorando o no hay mas que gente extraña que les gusta el ruido y moverse con esa música como si fueran borregos o les hayan colocado un cable con corriente eléctrica, o padezcan intoxicación por plomo Señor,  vaya mundo. Es evidente que caminamos hacia "Un mundo feliz" de  la famosa novela., donde nadie es lo que es y el mundo camina haca el desastre bajo el poder de los que lo manda todo con criterios tan propios como absurdos sobre la falta de libertad del humano.

Comentario por Ismael Lorenzo el agosto 31, 2018 a las 2:59pm

Jose Ignacio, estos relatos son muy interesantes, y ahora viendo una bronca en una sala de emergencia donde un marido de una mujer que esperaba ser atendida, ataca al médico, Y lo que se formó fue mucho. No se dónde.

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