Hasta que conocí a la persona que amo hace algo más de tres años, no tuve en mi vida el consuelo de ese amor que nos desea en nuestra entera extensión, no limitado, ni impuesto, ni condicionado, ni interesado, ni consecuencia de un intercambio, ni secundario en el corazón de quien lo siente, ese amor que nos libera al permitirnos vivir la inocencia con la ayuda de otro ser que cree en nosotros y se muestra completamente indulgente con lo que en esencia somos. Para nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros primos o amigos, no dejamos de ser intrusos hacia los que se muestra condescendencia y tolerancia pero sin hacernos sentir de verdad esenciales e imprescindibles puesto que siempre hay una prioridad mayor en sus corazones y sus almas nos miran con el desinterés necesario como para que nuestra ansia de afecto quede hasta cierto punto insatisfecha. Además de la ausencia de un amor romántico, mi vida se ha caracterizado por la enfermedad espiritual por una infancia muy dura castigada por un entorno censurador, autoritario y degradante que me convirtió para siempre en víctima de la culpa y la vergüenza y del miedo a los juicios de los otros. Mis primeros años los viví aún bajo el influjo de la dictadura franquista y ese influjo castrante y opresivo continuó muchos más años después con un ambiente espiritual estrecho y empobrecedor que frustraba las ansias de vitalidad y experiencia y perseguía la inocencia como si fuera una verdadera culpa. En los patios de los colegios, viví la amarga experiencia del escarnio al tiempo que, en las aulas, los maestros llenaban de ansiedad mis horas de clase imponiendo su autoridad con una jactancia falta de ética y madurez. No he vivido una existencia donde primara el amor sino más bien el enfrentamiento de intereses y el provecho material.
     La persona que amo, en cambio, no vino el día de febrero de 2012 en que llegó a pedirme nada ni a reprocharme cosa alguna sino a ayudarme a salir de mi soledad no más que porque tuvo noticia de lo que esta me estaba angustiando, me ofreció una amistad real y desinteresada en la que no buscaba protagonismo ni provecho alguno sino enseñarme a ser feliz y a gozar del afecto. Nadie antes había tenido un comportamiento tan altruista y generoso conmigo pese a que siempre fui una persona formal y bondadosa, nadie me había hecho sentir hasta entonces tan libre de culpa, tan inocente, tan digno en esencia como me hizo sentir ella desde el primer día.
     Pese a que mi conciencia me pedía que todo quedara en simple amistad porque ella me parecía excesivamente joven para mí, las insinuaciones que ella hacía a lo poco que importaba la edad y el irresistible flujo de simpatía que me arrastraba hacia ella hicieron inevitable que la acabara deseando como pareja y a base de poemas y conversaciones de chat acabé abriendo su corazón al amor. El contraste entre lo que fue mi vida emocional e intelectual hasta que la conocí y lo que fue en adelante es abismal porque pasé de experimentar el mundo como un lugar inhóspito y amargo donde la felicidad era una meta imposible para mí, que parecía condenado a un desencanto, una soledad y una tristeza eternas, a despertar al placer de vivir y al disfrute de la libertad y a no tener duda alguna de que la felicidad era el verdadero elemento de los seres humanos.
     Los 312 poemas de amor que recoge este libro rinden tributo a esa mujer tan especial y asombrosa que tanto me ha dado y tan poco me ha pedido aunque sin privarse al mismo tiempo de censurar a los enemigos del amor, que son la vanagloria, la codicia, la banalidad y el autoritarismo, que dominan en nuestra sociedad por voluntad del cinismo de los hombres, esos enemigos del amor con los que tantas veces en mi vida de aislamiento me he encontrado y que tanto daño han hecho a mi espíritu, que aún no se ha conseguido liberar del fantasma de la culpa, tan castrante e incapacitante.
Este poemario es tan bueno como el mejor de los míos, su lenguaje preciso, su estilo armonioso y su fértil imaginación lo hacen de muy agradable lectura, no va a tener una presentación en un ateneo con música de violines y discursos altisonantes pero alguien se dará cuenta un día de que su publicación aunque sea en Amazon es un acontecimiento cultural de verdadero valor.
     Quiero acabar este prólogo dirigiéndome a mi amada, como hago en todos los poemas de este libro. Mis libros de poemas no se venden demasiado por decirlo de alguna manera porque el dinero del ciudadano se reserva para poder ver el fútbol los domingos y para fumar y sacar entradas para el cáncer de pulmón y no para aprender a vivir con decencia leyendo poemas de verdadero amor pero no te preocupes, tu poeta tiene mucha constancia, lo ha demostrado desde que vino al mundo hasta ahora y, mientras viva, no dejará que a tu dulce corazón le falten poemas para soñar con el amor porque me he empeñado en hacer inmortal tu nombre y, si por tozudo, es posible conseguirlo, no te quepa duda de que lo haré porque lo soy tanto como mi padre, que fue agricultor toda su vida. La humanidad es tranquila, no se sobresalta más que cuando marcan goles en el fútbol, un poeta que entrega lo más hondo de su alma no les produce más que un interés muy relativo y no consigue mover prácticamente nada, solo si el poema es erótico, reúne a las multitudes, deseosas de morbo y crueldad. La indolencia humana aleja a los hombres del bien y la felicidad, si yo padezco porque no me prestan atención, no es un sufrimiento que llegue ni a la rodilla del que tienen ellos, con su corazón helado, aburridos e insatisfechos. A mí me sobra felicidad solo con la sombra de uno de tus cabellos pero ellos necesitan unas costosísimas vacaciones en Acapulco para convencerse de que están aprovechando su vida, cada cual es artífice de su fortuna, la mía es infinita, la de otros, no porque, por lo que demuestran las apariencias, no quieren tanto. Aquí tienes otro libro para ti y sobre ti y tendrás muchísimos más porque eres tan inmensa y tan inabarcable que nunca podré acabar de contar todo lo que eres. Te lo dedico con todo mi amor y ojalá lo disfrutes y te guste mucho.

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©Luis Rafael García Lorente