Dulce alma mía, hermana de mi hondura, me dispongo a terminar mi décimo libro de poemas, enteramente dedicado al amor que más me ilumina, el que te debo a ti. No sé si es el mejor o el peor de mis poemarios ni si los lectores de él sentirán con sus poemas la emoción que yo pretendí invocar al escribirlos pero no te deshonra pues la elegancia de sus versos, la verdad y sabiduría que, si me excusas la inmodestia, encierran y la devoción y reverencia que por ti muestran homenajean en la mayor medida que me ha sido posible tu dignidad y valía.
     Quizá no tengan muchos de estos poemas una violencia pasional que pueda encandilar a personas que busquen en la poesía un aquí te pillo, aquí te mato o que prefieran leer versos con faltas gramaticales a que obliguen a pensar demasiado. Yo he tratado de que tuvieran lo mismo significado para el corazón que para la cabeza y que hicieran saber al mismo tiempo que sentir aunque, si algún poema no te emocionara un poco más de lo que te hiciera pensar, has de considerar que ha fracasado en la expectativa que tenía de él porque un poemario no ha de ser un manual para la mera reflexión.
     Pero lo que sí es seguro es que te parecerán todos acariciantes como el roce del terciopelo. Una persona de la que tengo constancia que posee unas entrañas con la frialdad necesaria para asesinar a un ser humano y que, durante un tiempo, se entretuvo leyendo los poemas de este volumen sintió su seco corazón tan confortado por ellos que los calificaba unas veces de suaves y otras, hasta los comparaba a un orgasmo y me enviaba comentarios con un corazón pintado. Francamente, me haría muy feliz que esa persona hubiera dejado de considerar lícito el asesinato y el causar sufrimiento a sus semejantes sea por la razón que sea porque es erradicar el dolor en el mundo mi propósito más básico al escribir.
     Esa persona de la que te hablo, si te digo la verdad, no era de un trato agradable, su roce era bastante molesto para mi sensibilidad, apenas se tomaba en serio ningún sentimiento, quería bromear rudamente hasta con mi más honda melancolía. Decía ser muy tierna y tener buen corazón pero no practicar en absoluto la bondad pero yo dudo de su ternura y de su corazón porque quien sabe amar no puede renunciar a la bondad de sus actos.
     Al final, se acabó despidiendo de mí para siempre porque me propuse hablarle con toda claridad y humillar su presunción y le dije que no tenía ni la mitad de corazón que creía tener y que estaba muerta y loca. Me hizo saber que sufría voluntariamente y por razones políticas y que el sufrimiento no se había de acabar hasta que el mundo no estuviera arreglado. Pero el sufrimiento no es una acción que se enfrente a mal alguno, el sufrimiento no es más que la aceptación definitiva del mal en el fondo del corazón. Esa persona en realidad no sufría por razones políticas como su vanidad necesitaba creer, sufría porque su corazón había perdido la inocencia y no era capaz de recuperarla. Estos poemas tienen, ante todo, inocencia porque mi corazón es inocente y también lo es el tuyo y porque el amor que nos une carece de sombras y no produce sufrimiento alguno.
     Solo el corazón desnudo y limpio nos da felicidad, la más leve sombra de egoísmo en mi alma te haría daño y, por eso, yo te doy todo mi corazón y toda mi vida sin reservarme nada y tan completamente sincero soy al decir esto que puedo jurar que jamás amaré a otra mujer el resto de mi vida pase lo que pase y viva el tiempo que viva. Y no creas que se trata de un sacrificio que encierre sufrimiento alguno, es lo que mi corazón despierto me pide que haga, la condición imprescindible para mi total felicidad; la parte de mis intereses personales que peligra bajo este juramento poca importancia tiene para mí puesto que el mayor interés que tengo en la vida es el amor y amarte bien es el propósito que más me preocupa en el mundo.
     Tienen los necios una obsesión por su propio bienestar que es lo que destruye toda su felicidad; la entrega al otro es el mejor regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos, amar con condiciones y buscando ventajas es el más vulgar e indecente de los negocios. Yo te muestro en estos poemas hasta qué punto me hace dichoso tu realidad, que no es, obviamente, parte de la mía pero que hace a la mía tan opulenta y privilegiada como si se hubieran fundido las dos.
     Amamos para ser libres porque no hay nada tan alejado de la necesidad como amar y, sin embargo, como el espíritu tiene una infinita sed de libertad, nada es tan necesario en la vida como amar, amar es nuestro destino, aquello para lo que nacemos. Yo te he querido siempre, desde antes de conocerte; desde que vine al mundo, siempre me sedujo la inocencia y siempre la eché de menos hasta que te conocí, el destino te trajo y, al instante, reconocí en ti lo que lo más hondo de mi esencia había anhelado durante tantísimos años. Tu espíritu es tan libre, vasto y puro como mi corazón necesita, solo el tuyo me puede sacar de la soledad, cualquier otro me produciría claustrofobia porque solo en el tuyo contemplo los paisajes que habitan el mío desde mis primeros años.
     La claridad que me inunda es tu luz de ángel, un resplandor solar que ha amanecido en mi corazón. Has traído la inocencia a mi vida, una inocencia de infancia, una claridad de mañana, de primavera de la vida, ¿cómo traicionar tanto bien no dándote todo mi aliento hasta la misma raíz? Que amen con pragmatismo los que se conforman con una vida llena de sufrimiento que yo amaré con toda el alma y con todo el valor.

LUIS RAFAEL GARCÍA LORENTE

6/08/2014