.

Resulta que hace un par de madrugada me subí a un árbol, solo pretendía estar más cerca de la luna llena, pero su fulgor era extraño, mas de pronto un súbito latido, un estremecimiento, un no se qué… ocurrió que se me apareció la virgen envuelta en su manto lumínico, me miró exhalando una sonrisa que me pareció sardónica, quiero decir poco natural, incluso llegué a pensar que no era la virgen verdadera que era tan solo copia barata de un bazar chino, pero no, era la virgen y me miró muy seria al adivinar mis dudas. –Tienes unas cuantas promesas que aún no has cumplido. Me dijo con la solemnidad de una virgen verdadera.

.

Yo caí al suelo, no del susto ni mucho menos, se me enganchó la sandalia en una rama justo cuando me disponía a tocarla para ver si era una alucinación provocada por la mayonesa caducada que me tomé en el almuerzo unas doce horas antes. –Tienes unas cuantas promesas que cumplir. Y prosiguió Impertérrita, o sea imperturbable – ¿A qué estás esperando? Incluso me llamó por mi nombre, me convencí de que era la virgen y de que iba en serio, muy en serio, y como en el cine fueron pasando ante mis ojos todas las promesas no cumplidas, las imágenes se sucedían atrás y adelante, como en una cinta de un viejo casete cuando rebobinas; se mostraban las imágenes subtituladas: “promesa sin cumplir”, eran imágenes que ni siquiera recordaba; por cierto no os voy a decir lo que vi porque es privado, algo así como secreto de confesión. –Pero yo, virgen mía, solo puedo cumplir por ahora una de tantas promesas, dame tiempo, supliqué sin pestañear sin dejar de mirarla a los ojos que tampoco le pestañeaban.

.

Mas de pronto, otra vez el súbito latido, el estremecimiento, el no sé qué… Del cielo, en la noche lumínica, con la luna en su cénit camino del poniente, apareció un gaitero sentado, con su gaita al hombro tocando una melodía que me recordaba una muñeira, mis pies se alborotaron en un intento de seguir el ritmo. Era el gaitero que se nos apareció en Finisterre la segunda vez que visitamos al apóstol en la catedral compostelana.

.

El gaitero no miraba. Solo soplaba la gaita y mis pies seguían alborotados. –Qué mensaje es este, qué misión me está encomendando la virgen de todas las vírgenes! –Cumple tu promesa. Y volvió a repetir mi nombre. –Ya está, ya sé lo que me está encomendando la santísima virgen de todas las vírgenes. Quiere que vaya a Finisterre andando. Recordé que efectivamente la vez que fui a Finisterre en realidad no fui, me llevó un amigo gallego en su coche, luego no valía, para completar el Camino, la virgen me urgía a recorrer a lomo de alpargata el trecho que va desde la Catedral de Santiago de Compostela al faro de Finisterre, donde se supone que la tierra tiene sus mojones, sus límites y que más allá solo agua y si acaso algún mundo ignoto.

.

El Camino, por cuarta vez, se sentirá orgulloso de provocarme ampollas desde el talón hasta el metatarso, pero esta vez sin pasar por Puente la Reina ni Pedrafita do Cebreiro.

Buen Camino.