Querida Hija: cuando leas estas líneas, lo más seguro es que yo haya muerto hace algún tiempo... por eso, en vez de dejarla con mis cosas, se la entrego al tío Marcial, que es tan despistado, para que te la dé cuando hayan pasado varios meses desde mi muerte... ¿que cual es el motivo que tengo para hacerlo? En el fondo, el más noble: intentar mitigar tu dolor... y despedirme…
Te conozco muy bien, hija mía... Siempre estás haciéndote la fuerte, la dura... te haces responsable no solo de tu hermano pequeño, sino también de tu padre... Y te dedicas a interiorizar el dolor, y te niegas incluso a llorar, a sentir... Y llegará un momento en el que te negarás incluso a ser feliz, porque yo no estaré a tu lado…
Una de las pocas cosas "buenas", si es que tiene alguna el cáncer, es que te permite hacerte una idea del tiempo que te queda por vivir... Sé que va a ser muy poco, hija mía, cuestión de semanas, por eso quiero escribirte esta carta, aunque tenga que dictársela a tu tío Marcial, mi hermano...
¡Son tantas las cosas que me gustaría decirte, y tan poco el tiempo que me queda, que me cuesta mucho decidir por dónde empezar! Comencemos por lo más sencillo: te quiero, hija mía. Te quiero como posiblemente nunca te volverán a querer... porque hay pocos amores más fuertes que el que una madre puede sentir por su hija... Es una comunicación especial, el haberte llevado nueve meses dentro de mí, que además fueras nuestro primer hijo, y que papá y yo te quisiéramos tanto antes incluso de tu nacimiento...
Sí, es cierto, a tu hermano también le queremos mucho, pero no es lo mismo: él es un hombre, se parece tanto a tu padre, y le cuesta más expresar sus sentimientos... He tenido la gran suerte de verte crecer, de estar a tu lado en casi todos los momentos importantes de tu vida, desde el mismo día en que te agarraste con fuerza a mi pecho, y empezaste a chupar como si te fuera en ello la vida...
Recuerdo tus primeros pasos, aquella tarde del mes de marzo, en el jardín de la comunidad, cuando caminaste entre papá y yo, los dos tan pendientes para evitar que te cayeras y te hicieras daño... Tus primeros intentos con el triciclo, la cara de velocidad que se te ponía mientras te lanzabas por el pasillo a toda velocidad... y el colchón de goma espuma que tuvimos que poner una temporada en la esquina de la cocina, para protegerla de tus topetazos...
Y la primera vez que te vestiste de señorita, con tu vestido blanco, los zapatitos, bolsito... te sacamos a la calle, para presumir un poco de ti con los vecinos... ¡Y no tardaste ni dos minutos en sentarte en el alcorque de un árbol, y ponerte de barro hasta las cejas! ¡Y estabas tan feliz!
El primer día de clase, extrañamente, no hubo traumas (con tu hermano, sin embargo, fue todo un número, parecía que le íbamos a quitar la vida por separarle de las piernas de tu padre, a las que se abrazaba con tanta fuerza)... Pero tú te dejaste llevar como una campeona, dando quizás muestra de la fuerza que has tenido (y tendrás) toda tu vida: solo una lágrima, y luego, empezaste a sonreír de nuevo...
Aquella tarde, volviste a casa con un roto en el vestido, un ojo morado y la nota de tu profesora: "Su hija se ha peleado en el recreo con un niño mayor... por decir que no existen los Reyes Magos..." y tú estabas bien orgullosa del roto y del morado... ¿Cómo no estarlo, si defendías tus ideas y tus creencias? Aquella fue la primera vez que plantaste cara al mundo...
Y te fuiste haciendo mayor, Montseta, llegó y pasó tu primera bici... tu primer amor: te pasaste media tarde llorando en mi regazo, en el salón, porque Mauricio te había dicho que eras fea... ¿Fea tú, mi amor? ¿Con esos tremendos ojos negros, que volvían locos a todos los chicos? ¿Con esa larga melena, que te gustaba recoger en una coleta cuando jugabas fuera de casa? ¿Con esa hermosa boquita? ¿Y con esa personalidad, esa forma de ser tan alegre, que cautivaba incluso a quienes no te conocían más que de oídas?
Todo esto, hija mía, para recordarte que he estado a tu lado en casi todos los momentos importantes de tu vida, que siempre te he querido, y que por supuesto, siempre te querré... Hay dos momentos, únicamente, que me dolerá mucho perderme... El día de tu boda, cuando camines hacia el altar, “blanca y radiante…”, como dice la canción... con la marcha nupcial resonando en la parroquia...Y con tu padre, vestido con su mejor traje, llevándote de la mano, intentando estar serio y concentrado... pero sin parar de mirar hacia el banco donde yo estaría de seguir con vida... Y tu hermano, tan brutote, hará lo de siempre, para remontaros el ánimo: es decir, el ganso, poniendo su mejor cara de boxeador noqueado, y levantando los pulgares...
A él, a tu futuro esposo, no puedo ponerle cara... porque todavía no le conoces (o eso me aseguras... mirando hacia otro lado, señal clara de que hay alguien que te gusta...)... Y puedo imaginarme las fotos, con los amigos, con la familia, con tu nueva familia, en aquél momento tan importante... y el banquete de bodas, con lo bonita que es Barcelona, seguro que encontrareis un lugar hermoso...
El segundo momento que me dolerá mucho perderme, hija mía, será cuando tú también seas madre... Es algo que no se puede explicar a un hombre... Y no me refiero solamente a los cambios hormonales, alimenticios, los antojos (el mío fueron los espárragos de Navarra con mayonesa recién hecha... a cualquier hora)... Es todo eso, y mucho más... la sensación de estar llevando en tu interior una nueva vida, fruto del amor, creo que no hay nada más bonito... El parto... curiosamente, el tuyo fue mucho más sencillo que el de tu hermano, con él estuve casi doce horas... Y luego, cuando por primera vez le veas la carita a tu hijo (seguro que el primero será un hijo) y lo escuches llorar, y lo laven y te lo pongan sobre el pecho para que empiece a mamar... En ese momento, si yo estuviera contigo, se cerraría el círculo, y yo me quedaría a tu lado, mirándote, sin necesidad de decir una sola palabra, pues entre madre e hija, a veces no es necesario...
No, hija mía, no voy a poder estar cerca de ti en esos dos momentos... ni tampoco en los miles de pequeñas ocasiones en las que me echarás de menos con el paso de los años... Cuando pongan en la tele una de las películas románticas que nos gustaban a las dos, sobre todo "Ghost"... Cada vez que escuches por la radio una de nuestras canciones (por ejemplo, de "Evanescence", ese grupo que empecé a escuchar por ti)... Cuando veas una madre con su hija, paseando de la mano por Las Ramblas...
Y al principio, te sentirás fatal... No tendrás ganas de hacer nada, ni de vivir casi... Espero que al menos habréis dado lo antes posible casi toda mi ropa al asilo, menos esa gabardina y el jersey negro de cuello vuelto que tanto te gustaban ya de adolescente... Y muchos días, al despertarte, te acordarás de repente de que yo no estoy contigo, y te pondrás a llorar contra la almohada, para que nadie se entere, y dirás que es por la alergia...
Pero ya no puedes seguir así, amor mío...Tienes que atreverte a vivir... a seguir viviendo... a rehacer tu vida, y recuperar tu ilusión, poco a poco... No puedes seguir siempre así... Tienes que animarte, volver a sonreír, a tener ilusiones...
Si no lo haces por ti misma, hazlo por mí... sabes que no me gusta verte triste, que no puedo soportar ver que tus preciosos ojitos están empañados por el llanto, ni que tu sonrisa se esconda como un caracol tímido... Yo siempre te he querido, Montseta, desde antes incluso de tu nacimiento... Y siempre te querré... porque el amor entre madres e hijas es mucho más fuerte incluso que la propia muerte... Aunque no me veas, yo siempre estaré a tu lado, y notarás mis besos en el viento...
Te quiere, ahora y siempre...
Mamá”
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