Amanda llegó al Geriátrico un 3 de enero del 2007, apenas comenzado el año Nuevo. Delgada, diminuta .Con carácter, dando órdenes y preguntando ¿Vos sabes quien soy yo? Y contestándose, Yo soy Contadora Pública Nacional, la señora de González Iraola. Mi hijo es el doctor Dante Iraola, y mi hija es una profesional, es Bioquímica.
¡Andá a sacar la basura!- me ordena-
Y de pronto comienza a llamar a gritos a sus hijos, a sus hermanos, a su mamá.
Amanda tiene 88 años, padece Alzheimer y me pide que le avise a su mamá que va a llegar tarde, porque no puede salir por el momento. - Mamá debe estar preocupada dice.
Acostumbrada a ordenar. Indudablemente es del tipo de personas que anteponen siempre los títulos para presentarse, para ser alguien, para sentirse superior.
Y un título, es solo eso, un título que nos habilita para ejercer una profesión. Pero ella en el camino, como tantas personas, se olvidó de quien era.
¿Y quién es Amanda hoy? pese a su título que aquí no le sirve de nada. Es igual que Juana, que fue empleada administrativa de una importante firma comercial. O que Sebastián a quien ella llamó pobre hombre, porque está de bermudas y musculosa. Enero en Santa Fe, es el infierno con las temperaturas que alcanzamos a tener en el verano. Sebastián con dos piernas cortadas y ortopédicas, camina con un bastón canadiense, debe ir hasta el baño solo, no va a estar vestido de traje.
Amanda trata con hombres elegantes - dice ella- hombres de saco y corbata. Con caballeros. Y se reconoce como una persona decente. Como si quienes no tuviesen un título no lo fueran. Su enfermedad la hace perder objetividad, nombres y lugares. Y se hunde en un laberinto de recuerdos donde mezcla a sus hermanos cuando eran niños con su marido y sus hijos.
Aquí, en esta residencia no importan los dobles apellidos, los títulos.
La edad y las enfermedades, los igualan. Comerán lo mismo, dormirán en las mismas habitaciones, en camas idénticas. Amorzarán y desayunarán en un comedor común, y la vajilla será idéntica para todos. No habrá menú preferencial.
Amanda dice que esto es un error., que estuvo dos días fuera de Santa Fe, y que cuando volvió acompañó a una nieta aquí y se durmió. Que tengo que dejarla ir. Que ella tomará un taxi e irá a su casa. No duerme en toda a noche, grita clamando por los suyos.
Ella que siempre ayudo a todos como puede ser que la dejarán aquí. -dice-
Me bendice por hablarle, por ayudarla a ir hasta el baño- y se resiste cuando intento volver a acostarla. No será fácil que se acostumbre. Y deberá tomar pastillas para dormir, de lo contrario ninguna de sus compañeras de habitación dormirán.
Mi primera noche con Amanda me deja una enseñaza, todos somos iguales, más tarde o más temprano la vida, nos lo hará saber.
Juanita es dulce, casi no ve, o ve sombras, por las cataratas que ya no pueden operarse. Se levanta dos veces en la madrugada para ir al baño, duerme con vestido, un pañuelo en la cabeza, como si fuese a salir, para que el viento no la despeine, y su bastón de tres patas en la cama, a su lado. Entonces cuando se levanta esta vestida, solo se coloca sus chinelas. Como estoy prácticamente al lado de esa habitación, la escucho cuando está levantándose. Le enciendo la luz, aunque vea sombras, ella se da cuenta y me pide que lo haga.
Luego enciendo la del baño, le doy el papel higiénico en sus manos, y ella me lo agradece. No hago esas cosas para que me lo agradezca, pero me sorprende que ella lo haga.
Me besa las manos cada vez que la acompaño a la cama, le quito las chinelas y la ayudo a acostarse. ¡Es tan dulce!
Paso la navidad con ellos, trabajando. Es la primera vez en mi vida que paso una navidad y un cumpleaños sin mi familia
Ella me regala un monederito de cuero, me alegró muchísimo Y ella no sabe que es mi cumpleaños, su regalo es por la navidad. Juanita fue la secretaria administrativa de una importante firma comercial de Santa Fe. Tiene 80 años, es delgada, de facciones suaves, de manos grandes, largas. Tiene muy buena altura y la foto de su documento la muestra bella, delicada. No sé por qué Juanita está aquí, probablemente no tenga familia y no quiera vivir sola, o tal vez tenga hijos que no pueden tenerla porque trabajan todo el día. Ella no debería estar aquí, no tiene crisis de ningún tipo, contiene sus esfínteres, y salvo el problema de la vista, puede perfectamente vivir con algún familiar. Pero ella no dice nada, no comenta nada. Solo me habla de Victoria, teme que se caiga.
Victoria
Yo no debo cambiar a ninguna abuela, llego y están acostadas e higienizadas. Pero anoche Victoria se orinó mal y no me pareció dejarla mojada toda la noche. Había mojado el vestido que tenia puesto y se mojó la cama. Tenía frió. Así que la cambie. La arropé y la acosté. Porque Victoria se sienta hasta la 4am y no se duerme, así que acostarla es una tarea ardua. Hay que vigilarla toda la noche, atarla a la cama y aún así poner delante de su cama una silla pesada de algarrobo y cruzarle la silla de ruedas. De todos modos ella invariablemente pasara entre ellas sus piernas y se sentará. Pero al menos no se caerá.
Una de las noches se cayó, las chicas no habían atado la sabana, sólo estaba pasada sobre ella. Y cuando la sentí ya estaba en el suelo. Se cortó la frente. Tuve que llamar al médico de Emergencias y la internaron unas horas para hacerle unas radiografías y descartar lesiones profundas. Desde entonces es que pongo la silla de algarrobo delante de su cama, cuando la corre escucho el ruido y acudo a la pieza. Entonces hablo con ella, intento calmarla, la acomodo, le digo que se acueste, que no se porte mal, que no hable. Ella cuenta en voz alta, y habla sola, entonces dos compañeras de ella que tienen el sueño liviano no pueden dormir. Y me llaman.
-Lisa -me dicen- por favor hace callar a Victoria.
Lidia
Llegó a la residencia un viernes, yo no estaba, es mi día de descanso.
El sábado por la noche, cuando llego, ella está sentada en el comedor. Cerca de la puerta de calle, con su bolso en la mano, lista para irse a su casa. La saludo, las chicas me cuentan que no durmió nada ayer, que llora mucho. Que no deje la puerta con la llave puesta porque se escapará.
-Tengo dos canarios me dice, y dos cardenales, debo ir a entrar los pájaros y regar las plantas. Yo acá no me puedo quedar, me voy a mi casa. Estuvo así hasta las 12 de la noche. Tuve que esconder la llave en mi bolsillo. Darle un Alplas que me dejaron indicado las chicas del turno anterior.
Mientras hablo con ella hasta que las pastillas hagan efecto me dice: ¿Lo que es el destino no? Mi marido es un hombre muy cariñoso, mucho más que su padre. Y mirá ahora estoy aquí sola, y llora muy bajito. Habla en susurros, tanto que me cuesta oírla. Dicen los residentes que molestó todo el día. Que reviso placares, que le sacó todas las cosas de la mesa de luz a su compañera.
Hasta que se adapte dará batalla. Si se adapta.
- Mañana es domingo- dice-nunca le falté a mi marido, debo ir al cementerio. Además es su cumpleaños.
- Bueno- le digo-pero hasta mañana ni vos ni yo podemos salir a la calle. Lo mejor es ir a dormir y mañana, cuando venga tu hija, le decimos que te lleve al cementerio. Logro convencerla. La llevo hasta la cama, la ayudo a ponerse el camisón y la acuesto. Le acaricio la frente y hablo con ella hasta que se duerme. Ella solloza mientras le acaricio la cabeza y me toma de una de las manos.
-
Hoy es domingo y Lidia es la primera en levantarse, son las 6 de la mañana. Parece más tranquila, cuando pasa al baño para asearse, me saluda amablemente, yo estoy en la cocina preparando el desayuno.
Luego viene, se sienta a mi lado y conversa conmigo, le preparo un termo con mate para que tome. Me cuenta que su marido falleció hace 3 años producto de la inundación ..le sobrevino una crisis de la que nunca se recuperó, empezó con tristeza, depresión, baja de defensas y se pescó todos los virus que daban vuelta.
Está sola y me pregunta quien la llevó allí y si esto es un hospital. Le digo que no sé, porque no estaba cuando llegó. Y que esto es una residencia para ancianos. Ella me dice entre sollozos, es un geriátrico.
A mi esa palabra me resulta dura, prefiero residencia.
Entonces arremete nuevamente con sus preguntas ¿me pasó algo? ¿Por qué me trajeron?
Yo no sé la respuesta, solo se que la llevó su hija. Pero me escudo en que no era mi turno de trabajo para no responderle algo que le duela.
-Supongo que te habrá pasado algo porque tenés un golpe en tu cadera, un moretón, tal vez te caíste y tu hija se asustó. Y que como estás solita y aquí estarás acompañada y bien atendida, te trajo para estar más tranquila.
-¿ Y si me pongo bien me dan de alta - pregunta-
-No lo se Lidia... No veo al médico en mi turno- yo trabajo desde las 22 hasta las 7 AM.- Cuando venga tu hija pregúntale.
Es muy duro llegar a esta edad con dolencias y en soledad. Los trabajos actuales no permiten que uno pueda cuidar a sus padres. Y en este país los abuelos están desprotegidos. Los asaltan los golpean de muerte. No conformes con robar sus magras jubilaciones deben soportar los golpes. Y aquí están. Ansiando estar entre sus cosas, en su casa, en su cama, con sus afectos y recuerdos.
Ellos atesoran los recuerdos que tienen que ver con sus lugares, con sus vecinos, en cada rincón de su casa. Por eso le sobreviene de a ratos un sollozo que trata de ahogar y la supera.
Elba
Está postrada en una cama, delgadísima, con los antebrazos vendados por problemas de plaquetas, se lastima de nada y sangra. Tiene cirrosis, se despierta muchas veces, me pide agua fresca, y algo de comer, sanwichitos o fruta. Porque siempre cena poquito. Me llama poderosamente la atención el volumen de su abdomen. Es enorme, parece un globo a punto de explotar y se contrapone con la fragilidad y delgadez extrema de sus piernas. Como no puede cambiar de posición debo darle de beber con sorbetes. Ella me llamará constantemente por sueño liviano, le molesta que Victoria cuente y hable toda la noche. El resto de las residentes de esta habitación duerme bastante bien. Elba es un enigma para mí, no se nada de ella y su rostro y voz entrecortada llamándome me inquietan, porque tiene una mirada fuerte, profunda, unos ojos negros, nariz aguileña y tez morena. Pero por ahora es una mujer sin historia para mí. Aunque obviamente la tiene.
Todos invariablemente llegaremos a viejos. ¿Cómo? es un enigma. Y si conocerán o no nuestras historias, las pasiones que vivimos, los amores, los fracasos, las alegrías también.
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