Fantasía

A  Maty siempre le llamó la atención el antiguo baúl de su padre que estaba en el cuarto del maíz. Era un enorme mueble de madera revestido con placas de lámina que le daban firmeza, tenía una tapa cóncava y una maciza cerradura. Ella creía que su padre guardaba monedas y joyas, pero el gran tesoro consistía en  libros y algunos manuales técnicos que recibía por correo en casa de sus hermanas.

En una ocasión la niña entró por maíz y se fijó que el baúl estaba abierto y se acercó con la curiosidad que tenía siempre por su pequeño mundo. Soltó la tina que traía y de puntitas se asomó al interior y descubrió los colores llamativos de los libros. Decidió arrimar un banco para ver mejor y al inclinarse se fue de cabeza y cayó de golpe. Afortunadamente los libros amortiguaron su caída, pero le dolió la cabeza y se asustó. Segundos después se recuperó al distinguir una pequeña escalera que descendía hacia donde estaban varios juguetes. Inmediatamente bajó atraída por una visión fantástica. Sobre los últimos escalones había cajas de diferentes formas y colores, tomó una y al abrirla, salieron al instante multitud de mariposas juntas volando hacia la luz.

Admirada por el sorpresivo escape se fijó más para ver si regresaban, pero como no volvieron tomó otra caja, y su rostro se iluminó cuando aparecieron cantidad de luciérnagas dispersándose alrededor de ella; algunas se posaron suavemente en sus manos y en su cabeza. Se quedó inmóvil para no asustarlas en ese mundo mágico, extasiada ante esa visión maravillosa hasta que los insectos fueron escapando.

Siguió ahí en espera, entretenida en el misterio de ese pasaje extraño y desconocido, pero al comprobar que ya nada novedoso ocurría se concentró en los juguetes. Eligió una pelota que al botarla entonaba dulces melodías mientras estaba en movimiento y decidió llevársela, pero al subir los primeros escalones desapareció de sus manos. Entre la penumbra descubrió una muñequita de trapo, la tomó, arrullándola en sus brazos y decidió llevársela también, pero cuando avanzaba hacia el exterior desapareció de sus manos, entonces comprendió que podía jugar, pero no apoderarse de los juguete porque al intentarlo se volvían invisibles. Así que decidió regresar a su mundo de siempre, dispuesta a salir pero al no conseguirlo apiló, inteligentemente, varios libros para escalar, pero tampoco lo logró, así que tomó un libro para verlo e inesperadamente las imágenes empezaron a salir de sus páginas desplazándose de un lugar a otro como si tuvieran vida propia.

Veía, sorprendida, emerger también del interior de otros libros algunos personajes que adquirían movimiento, intercambiándose de una portada a otra. Unos emigraron de sus espacios narrativos a otros que no correspondían. La niña miraba, sorprendida, la yuxtaposición de paisajes, los soldaditos y muñecos que iban de un lado a otro, y confundida, intentaba tomar los que pasaban cerca: Caperucita, Ricitos, Bella durmiente, Pinocho, pero la evadían, ágiles se escapaban gobernándose a sí mismos. Los más simpáticos como los duendes y las hadas empezaron a trepar por su ropa para remover sus moños y jalar su cabello, mientras otros le hacían cosquillas insistentes que en lugar de darle risa, le producían incomodidad. Los tranquilos se escondieron para dormir entre sus rizos.

Maty entró en crisis, desesperada quería salir de ese universo desconocido donde su lógica no imperaba. Claro que primero pensó que los muñecos eran sus juguetes, pero las cosas cambiaron y la convirtieron en juguete por eso aumentó su deseo de salir de ese mar de letras, dibujos y figuras. Después, en defensa, trataba de alejarlos, pronunciando su palabra preferida, clave y símbolo de refugio, su palabra mágica:

            —Mamá, mamá —repetía esperando el milagro que siempre la salvaba. Así permaneció durante varios minutos, soportando el ataque inofensivo de rebeldes amigos, repitiendo una y otra vez el nombre milagroso de su madre, esperando su amada presencia, pero ella no aparecía… Tal vez no escuchaba el llamado de su hija que ahora siendo juguete se había cansado de jugar, mientras los muñequitos intentaban reanimarla.

Pasaron varios minutos hasta que escuchó a lo lejos, la voz amorosa de su madre que la buscaba.

            —Maty, Maty… ¿dónde estás?  —la niña escuchó su nombre, allá lejos, muy lejos, a gran distancia, pero no pudo responder, ya las sombras del sueño cerraban sus ojos...