El famoso Steven Pinker ha causado no poco revuelo con un ensayo que publicó en The New Republic sobre la cercanía entre la ciencia y las humanidades.
Similar a la explicación de Camille Paglia sobre el mundo del arte, en la academia también se ha perdido de vista el objetivo central de quienes en ella actúan: en este caso, encontrar la verdad. Se ha perdido por culpa de algunos de los involucrados, pero principalmente porque ellos se ven empujados por un sistema que los incentiva a pensar como lo hacen. Por ello es que en su subtítulo, Pinker apela a los profesores al pie de batalla, a los historiadores sin un puesto permanente en universidades y a los novelistas rechazados. Tienen menos que perder y todo por ganar.
Más amigos que enemigos
El punto central de Pinker es que si las humanidades redescubren su propósito de identificar la verdad de los fenómenos sociales, recurrir a la ciencia como un método para conseguirlo será lo más lógico y productivo.
El cientificismo no significa que todas las hipótesis científicas actuales son ciertas; la mayoría no lo son, ya que el ciclo de conjeturas y refutaciones es el torrente sanguíneo de la ciencia. No se trata de una ocupa imperialista de las humanidades; la promesa de la ciencia es enriquecer y diversificar las raíces intelectuales de la investigación humanística, no obliterarla.
Y para lograrlo, hay que adoptar dos principios. El primero es el dogma de que el mundo es esencialmente inteligible.
Los detractores del cientificismo a menudo confunden la inteligibilidad con un pecado llamado reduccionismo. Pero explicar un evento complejo en términos de principios más profundos no es descartar su riqueza [ver, Feynman sobre la belleza de una flor]. Ningún pensador cuerdo trataría de explicar la I Guerra Mundial en el lenguaje de la física, química y biología, sino que lo haría con el más perspicaz lenguaje de las percepciones y objetivos de los líderes de Europa en 1914. Al tiempo, una mente curiosa preguntaría por qué las mentes humanas pueden tener esas percepciones y objetivos, como el tribalismo, exceso de confianza y sentido de honor que se combinaron de forma mortal en ese momento histórico.
El segundo punto de partida es que es necesario aceptar que el conocimiento es difícil de obtener:
El mundo no se sale del camino para revelar su propio funcionamiento. Incluso si lo hiciera, nuestra mente es propensa a las ilusiones, falacias y supersticiones [...] Debemos cultivar métodos para sobrepasar nuestras limitaciones cognitivas, incluyendo el escepticismo, el debate abierto, la precisión formal y experimentos empíricos.
UNA visión del mundo
Pero la ciencia sólo entiende del universo empírico, para responder preguntas sobre los valores y la moral necesitamos de la religión, canta una separación hecha por Stephen Jay Gould en su libro Rocks of Ages. Claro que no se nos está olvidando que no toda moral parte de principios religiosos, pero es un argumento muy común empleado por personas de la izquierda como de la derecha.
A esto, Pinker responde sencillamente que
La visión del mundo que guía la moral y los valores de una persona educada hoy en día, es la misma visión del mundo que nos provee la ciencia.
En otras palabras, la ciencia propone los dilemas éticos o los delimita, pero nosotros decidimos en base a criterios variables y discutibles.
Ahora bien, los diagnósticos de la enfermedad de las humanidades muestran claramente las tendencias anti-intelectuales en la cultura y las universidades, pero más allá de deshacernos o de la ciencia o de las humanidades lo que hay que hacer es tender un puente entre ellas. Así, reviviríamos el sueño de la Ilustración y avanzaríamos con mejor paso.
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