Es necesario dar algunas pautas del origen de este cuento.

En mi primer viaje a “Mis raíces” tuve la suerte de conocer a un a extraordinaria mujer que me contó de su vida, de su lucha y preocupación por los derechos de las mujeres.

Tengo la pena de pertenecer al género masculino de la raza humana, digo, porque los hombres sufrimos la culpa de cargar con una educación que nos adjudica poderes de mando sobre toda la naturaleza y que la mujer es para nosotros la sirvienta y objeto de nuestro placer.

Existen en este estado de cosas individuos que se abusan de la aparente debilidad para satisfacer sus instintos animales y convierten la función fisiológica del Amor en una basura innombrable.

Esta mujer había sufrido en si juventud una terrible violación y esto la llevo a una lucha permanente por la reivindicación femenina contra la violencia.

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Cansado, luego del viaje y como escapando de los recuerdos vividos me senté en el lugar asignado en el bus.

Esa tarde estuve caminando por la ciudad. Entré en una feria artesanal que igual que todas la de su clase exhibe herramientas, alimentos y chucherías varias.

Se puede conocer la suerte y cortarse el pelo.
La gente me recibió con desánimo e indiferencia.

Si en algún momento de este viaje a mis raíces pensé en anclar mis naves no fue en este lugar.

Venía escapando de mi mismo, mi corazón me tendió una trampa y mis pasos eran ligeros en el regreso.

Almorcé en una cantina, indiferente como el extraño café de esta tierra.
Caminé por la ciudad sacando fotos, asombrándome con lo rutinario, “El monumento al beso”, sus coloridas plazas, sus calles con ese tono de kermés de barrio, artesanías y música. Cordialidad interesada con avidez de lucro. Flores, alfarería y comidas típicas.

Me corté el pelo con una peluquera que me habló de su familia, su cansancio, su pequeño horizonte pueblerino.
Este no es mi mundo, debo partir.

Me acomodé en el asiento, eran las 23hs. Todo me exigía el retorno. No sé cuanto estuve dormido. A mi lado había una mujer que seguramente subió en algún tramo del viaje.

No tengo por costumbre mirar a mis compañeros de viaje y menos si la oscuridad me rodea.

Venía de un sueño en el que caras femeninas se entremezclaban.
Mujeres que aportaban dolorosas delicias, recuerdos gratos, conquistas.

Una mujer en ese momento ocupaba mi mente, de ella huía.
Fue una aventura de cinco días y ya estaba lejos en el tiempo, tres días de permanente viajar, me alejaban de ella.

La oscuridad del ómnibus me estrechaba en mis recuerdos.
De pronto un reflejo nocturno, otro coche que pasa e ilumina momentáneamente a mi vecina…

No puede ser… Es ella, esa sonrisa burlona que durante cinco días me cautivó obligando a mis hormonas a segregar montañas de endorfinas, despertando al animal carnívoro que habita los abismos masculinos.

Ella, la culpable de mi huida, el escapar de mí mismo…
Está aquí… No puede ser…

Una nueva luz pasó veloz por el perfil de su rostro… era su pelo, su boca pintada, sus ojos de un profundo verdor selvático… ella está aquí, sentada a mi lado. Tres días de distancia y sin embargo está aquí…
Era conciente de que por varios minutos mi corazón no latía, no respiraba, mi vista no se movía del cuadro angustioso, sin explicación coherente…

Ella está aquí…

¿Cómo, cuándo, dónde… quién…?

En mi boca ya se dibuja una mueca cruel, estaba a punto de brotar una carcajada lunática.

Entonces se encienden todas las luces del coche para que baje algún pasajero.

La mujer gira lentamente su cabeza y me mira entre sorprendida y cómplice.

Son sus mismos ojos, su misma boca, su mismo pelo, sólo una diferencia: tiene treinta años menos de edad...

Así habría sido ella antes del festín de las bestias.

Carlos / 2008