Tal vez fue porque la escuché en contadas ocasiones. En un país que hoy se me antoja un sueño. En un tiempo en que la vida era lo mejor de la neblina del ayer. Como en un sueño, aquellos versos se escaparon del recuerdo hasta llegar a mí. Como un bolero que se introdujo subrepticio; dejando su huella en mi mente; convirtiendo mis noches oscuras en un intercambio de besos incontables. Con su desgarrada pasión posesa de noches de placer, de entregas sin papel, que me hicieron prohibido.
Prohibido como esas aventuras de nombres jamás pronunciados, de amores imposibles, salvadores de dignidades. Así se construyó Olga en mí, en mi recuerdo de amores en la sombra. Ella fue la luz de mi conciencia, banda sonora original de mis múltiples caricias de pieles bronceadas; de desabroches de ropas modernas apaciguando ansias alborotadas entre mis sábanas calientes.
No se concibe el amor sin estar bañado por los boleros de Olga Guillot. Boleros dulces y amargos de labios impacientes; de amigos y amantes de ocultas habitaciones en silencio visitadas; de cabalgar vientres con vientres y abandonarse después en abrazos de amantes, de romances carentes de compromiso nupcial. De amores originales porque en ellos es como me muero; me muero.
Ella que llenó todo de alegría y juventud; que alejó mis fantasmas en tristes noches de trasluz y, escuchando cantos perfumados del azul… se fue de mí. Lejos, impidiendo que las almas volviesen a hablar cosas de enamorados; sembrando todas las rosas que escaparon de las ramas muertas del rosal. Pero en la vida hay amores mágicos de imborrables momentos guardados en el corazón. Y así vibré de alegría escuchando sus canciones, sus formas de ver y de sentir y de palpar las nuevas ansiedades; los brazos extraños que nos alegran las horas de dolor y, casi sin armar bulla, como quien no quiere que la vida deje de sonreír para sentir los besitos de su boca, Olga dejó este mundo. Como dejó su Tropicana y sus tardes en la CMQ y sus escapadas por la Zorra y el Cuervo y el Saint John y tantos y tantos lugares en los que nos descargó su llanto.
Y pensar que no te conocí. Sólo eres una voz que reverbera perturbadoras estrofas de boleros en mis pensamientos; boleros que me tienen medio loco. Necesito que tu ausencia alumbre mi ilusión; que vuelvas y me lo hagas otra vez. Yo necesito que me vuelvas a querer para sentir esa caricia, ese placer. Saciar cada pedazo de mi piel y alborotar mi pelo negro, mis labios, fuente de aludes amorosos, y adorarte como yo quiero, con las cosas sutiles de la tentación.
Tú me acostumbraste, Olga, y fiel como el tributo que se paga en la entrega sin límites, de tiros a quemarropa, sin mirar atrás, me convierto en el pecado de las nuevas ilusiones; como si nuestro amor hubiese nacido en las sombras de la distancia y, en las sombras se hubiese quedado.
Hoy, sin embargo, al conocer que abandonas este mundo; que ya tu corazón no aguanta tanto bolero, quedamos como los viejos visitantes de aquellos días, lugares comunes de tantas coincidencias. De aquellas habitaciones de nostalgias, en las que te fuiste de mí. Quizás, algún día volveremos a empezar porque en este mundo tan loco nadie nos puede juzgar. Por eso, por adorarte como yo quiero, por sembrar en ti todas las cosas que se esconden en los dobleces de las noches de verano, sabiendo que ya no estarás más a mi lado, Olga, me muero, me muero.