Qué pasa si una noche, todos nos convertimos en Hannibal Lecter y nos comemos ¿entre nosotros? O mejor dicho: ¿qué pasaría si las ráfagas de olor nos convencieran de que eso que están cocinando es tan bueno que no importara de qué animal se tratase, y sólo nos concentráramos en el gusto?
Todo sucede en un hotel, en una recepción. Un señor de unos 50 años, que hace treinta que se dedica a pensar, crear y representar obras experimentales está frente a una computadora junto con su mujer, ahora productora de la obra.
Esta compañía de teatro llegó a Buenos Aires hace unos días, La compañia Catalana de Barcelona -su ciudad natal-, donde el calor y las playas eran un poco más tentadores que este incipiente frío invernal que azota ahora Argentina. El director es el catalán Pep Gatell, una de las seis caras invisibles (no les gusta el perfil público) de la compañía La Fura dels Baus.
"Estamos tan acostumbrados a comer todos los días, que tu mente no piensa, te pones delante de una situación doméstica y tu cuerpo y tu mente comen. Aunque hayas visto en frente tuyo que acaban de matar a esos tíos y que los sirvieron a la mesa, todos comerán como si se tratara de un alimento formal", apunta el catalán, cuando explica la escena del banquete final de la obra que presenta esta noche en GEBA y del que pueden participar 28 de los espectadores.
Desde hace tiempo, La Fura tenía ganas de sumar un capítulo aparte dedicado a la comida en sus simbólicas obras, donde casi todos los sentidos son estimulados, a través de videos, sonido, o el quiebre del espacio (los actores caminan entre los espectadores). En ese contexto y como por arte de magia, Shakespeare les sirvió en bandeja Titus Andrónicus, una de sus tragedias más terribles, que termina con un banquete caníbal y a la que le tuvieron que sumar, por primera vez, texto hablado en lugar de su clásica música incidental.
-¿Por qué Titus Andrónicus?
-Lo que nos interesaba de la obra es que Shakespeare la escribe muy joven y es como la piedra sin pulir de todas las tragedias que va a escribir. La hizo casi en blanco y negro. No hay un proceso para matar o para perdonar, todo depende de una frase: te perdono o te mato. Tiene una dinámica que se acerca mucho a nuestro lenguaje, que intenta ser rápido. Por eso nos interesaba mucho, además del componente caníbal del final, que nos abría la puerta a la gastronomía. Shakespeare nos dice: «Chicos con esta obra podeís hacer algo con comida».
-¿Cómo surgió la idea de introducir la gastronomía?
-La idea primigenia era juntar la comida elaborada con algo de teatro; surgió incluso antes que la obra. Hicimos propuestas de cenas davinianas, con tenedores de un metro ochenta, por ejemplo. O cosas, como inundar una plaza pública y que la gente comiera con agua hasta las rodillas y los camareros sirvieran la comida con los flotadores. Pero nunca tocamos el tema de una forma en que pensáramos en darle de comer a la gente. Entonces, dijimos: «Queremos que la gente haga el acto de fe, que es comer de la mano de otro», y nos juntamos con un grande de la cocina -el vasco Adúriz- para que diseñara un menú y un plato que imitará la carne humana.
-¿Qué rol ocupa la cocina en la escenografía?
-La idea que tuvimos fue aprovechar la cocina, primero, para que represente cosas [está al costado del público], que la importancia no sea en el producto, sino que sea la representación. Por ejemplo: hay un rito de una señora que llora por sus hermanos muertos que vienen de la guerra, entonces hemos hecho que reparta uvas entre la gente, para representar las lágrimas de todas las mujeres que han perdido seres queridos en una guerra.
-Entonces, la comida se utiliza de una manera metafórica...
-Exacto. Lo que también nos sedujo es que creás ambientes odoríficos cuando cocinás. Y los olores son cabrones. Somos muy memóricos, nos transportan. Tu hueles algo que has olido de pequeño y te teletransportas a ese momento, y todo el mundo hace eso. Entonces, todo el espectáculo va a tener una aromática que, a veces, ayude a la dramaturgia y otras veces vaya en contraposición. Esto nos ha dado un resultado que no esperábamos: que la gente se colapsara. Porque cuando estás viendo una cosa muy intensa, tu corazón piensa y tu estómago intenta cerrarse.
-¿Por eso algunos se desmayaron durante la obra?
-Son pocos los que se desmayan... menos de uno por ciento. Pero sí, cuando hablas con la gente, te dice que los motivos no son porque el espectáculo es tan fuerte, sino porque «estaba allí y no sé qué me ha pasado». Tenemos una teoría: como trabajamos con olores y hay algunas contradicciones, estás viendo una cosa terrible y los olores son buenos... y al revés. Ves una cosa que poéticamente está superbien y el olor es como... «¡eeeehhh!», entonces eso les provoca una especie de lipotimia.
Casi sin detenerse, Gatell contará con la misma euforia, desde cómo fue la selección del cocinero hasta cómo fue el proceso de adaptación de la prosa shakespeareana al lenguaje furero y se detendrá a veces para hacer algún chiste sobre la condición caníbal de la raza humana. Para él, "nadie es ni totalmente bueno ni totalmente malo". Y, en definitiva, la tragedia de Tito es como todo el resto de las tragedias. A su vez, el banquete final muestra que, muy en el fondo, "todos somos un poco caníbales".
El lenguaje hablado
Según Gatell, la introducción del texto se hizo necesaria. "Era una historia tan complicada a nivel de relaciones que si no le poníamos el texto estábamos convencidos de que la gente no iba a entender la historia. Hay mucho texto subliminal. Si no pones un hilo conductor, la gente se podría perder la mitad y hubiera perdido el interés." Y para la adaptación recurrieron a un traductor especializado: Salvador Oliva, quien resumió la obra a 30 páginas. "Cuando vio que todo iba a estar montado en un cubo donde se puede pasar de un bosque a unas catacumbas, a través de las pantallas, y que en el medio se encuentra la cocina, entendió que la prosa de Shakespeare no era tan esencial como la trama." Sin embargo, a pesar de que la introducción de textos rompe un poco con el lenguaje furero, para Gatell, lo que prevalece es un equilibrio multidisciplinar.
UN MENÚ CANÍBAL EN CINCO RESTAURANTES
Para hacer la comida que se irá cocinando y repartiendo durante el show, La Fura recurrió al chef Andoni Luis Adúriz, del restaurante vasco Mugaritz, uno de los mejores restaurantes del mundo. Este diseñó un menú especial, que culmina con un alimento que "está a un cromosoma de la carne humana" (es cerdo y se cocina en un total de 36 horas) y que podrá ser degustado por los 28 espectadores elegidos (para los interesados, hay que ingresar en
www.lafura.com y postularse). En la Argentina, los restaurantes que estarán a cargo del menú (Adúriz no los acompaña durante la gira) son HG (Soler 5862, Fierro Hotel), Aramburu (Salta 1050), Sucre (Sucre 676), Café San Juan (San Juan 450), Freud & Fahler (José Antonio Cabrera 5300) y La Vinería de Gualterio (Bolívar 865), que además ofrecerán un menú Titus Andrónicus.