...nos amamos

Loado sea el amor en el que no hay
poseedor ni poseída
pero los dos se entregan.

Jorge Luis Borges

Todo nuestro error empezó a configurarse cuando una tarde otoñal fuimos al cine. Durante la proyección de la película - aprovechando la penumbra de la sala -, entre besos tiernos y prolongados, puse mi brazo por encima de sus hombros, envolviéndola en un cálido abrazo y, lentamente, desabotoné su impecable blusa blanca y entre caricias amorosas, mi mano que colgaba por sobre su pecho, muy despacio, fue penetrando por debajo del corpiño y los dedos inquietos, exploraron detenidamente de sus senos, el entorno, el volumen, la rigidez y la suavidad de la piel de su pequeña mamila.
Entonces, un calor proveniente de la sangre empezó a me absorber por completo, lo que se reflejaba en la respiración, que fuera de compás se aceleraba al tocar áreas de su cuerpo, todavía vedadas para mí. La película carecía de importancia, mediante los apasionados besos con sabor a los chicles – tan en moda - que masticábamos sin parar, en aquel intercambio de prolongados suspiros y agarres corporales.
Luego que dejamos el cine, caminamos en dirección al club que se ubicaba en la esquina para participar de la reunión bailable que a los domingos, allí se realizaba.
Ese día tuve que ir al lugar donde me hospedaba, pasando apenas, la calle. Estaba a un paso del cine y el club y sin ninguna pretensión de mayores sucesos, entramos juntos a la habitación.
Lo hicimos con inocencia. Pero, nuestros cuerpos traían todavía los resabios de la excitación en que nos sumimos durante la sesión cinematográfica. Empieza así un acercamiento que nos llevaría a cometer algo imborrable, pero que cambiaría el rumbo de nuestras vidas para siempre, cuando sobrevino una extraña sensación de estar a solas.
Las ganas de tocarse. El toque sutil. El beso suave. Caricias en su rostro con dulzura. El ambiente del dormitorio y la cama. La razón que empieza a perder límites. El desasosiego se desata lentamente e ingresamos en un laberinto de inconsciencia.
Sus labios tornándose más tiernos y calientes. Las caricias fueron intensificándose. Respiraciones acelerándose. Los músculos expandiéndose. Los besos suaves y lentos se fueron transformando en ardientes y alocados. Nuestra respiración se torna jadeante. El frescor otoñal cambia sin percepción a calor de verano. La blusa se abre en un santiamén y el corpiño vuela lejos en la búsqueda urgente del desnudo. Cuerpos se abrazando. Sangre hirviendo en las venas y arterias se dilatando. Conciencia a perder límites y sentidos se extraviando. Contacto caliente de senos purísimos y harmoniosos de mujer virgen se aplastando. La traicionera tentación de la carne, actuando en el sublime contacto de cuerpos recién florecidos en la primavera de la vida.
Todas manifestaciones por demás humanas en aquellas deliciosas exploraciones, cargadas de agradables sorpresas, desvelada en cada secreto de nuestros jóvenes cuerpos. Muy rápido al retirar su calzoncito, llegamos a la completa desnudez.
Pero algo inquietante acontecía. Mi mente estaba siendo tomada por un torbellino muy extraño al mirar sus ojos y ver en ellos toda su inocencia dibujada, pero adivino que inesperados apremios la acosaban y me dispuse a satisfacerlos y llenar su vida de emociones, hasta ahí, para ella, desconocidas.
Era su estreno y estaba bastante tensa y desconcertada. Sus facciones reflejaban incertidumbre. Sus labios temblaban nerviosos. Una sensación abrasadora cercaba sus sentidos. También para mí era la primera vez que un encuentro sexual envolvía algo más que dos cuerpos sedientos. Lo hacía, ahora, por amor.