TRONCO BOY

Una vuelta me tocó “trillar” el Pericón Nacional en el colegio.
La casi totalidad de los alumnos éramos descendientes de inmigrantes europeos.
Nunca la tuvimos clara.
Nuestros olores, picardías, el amor por el aire libre y el ejercicio formativo, la “pasta schiutta” de los domingos, la disciplina feroz de la Europa, matriz de ferocidades; el culto a la Virgen María y San Genaro, el persignarse con el pulgar, la Nochebuena en torno a un enorme pesebre con el niño Jesús como estrella rutilante y las inolvidables exquisiteces, sobrecargadas de calorías, incorporadas a los barcos repletos de escapados al hambre procedentes de aquellas patrias lejanas y nevadas por esas fechas…verano aquí.
La túnica blanca y la moña azul, bien planchaditas con almidón. ”Il primo amore” interpretado por Carlo Buti en la desquiciante noche de los inviernos montevideanos a pura radioemisora; la pelota democrática y prole, hecha con papel de diario apretado como una bola y metido en una media de muselina de la abuela, etc.
Nada que ver.
¿Qué sé yo? No nos reconocíamos en ese paisaje de Patria Vieja, átono y arcaico que tozudamente nos imponían los servicios estatales de la “Escuela Nacional de Enseñanza Primaria y Normal” en oportunidad de los festejos patrios.
Luego lo comprendí: La República Oriental del Uruguay es una construcción permanente.
El Imperio Británico que la inventó en sus grandes trazos, le encomendó el diseño definitivo a quince o veinte ingenieros y arquitectos de otras tantas escuelas profesionales; tozudos, caprichosos, cínicos, levantiscos, virtuales representantes de una alegoría de corteses y serviciales, no obstante particularmente bárbaros por definición. Unos abiertos a las corrientes de renovación del pensamiento, los más, aferrados a un conservadurismo estrecho y mezquino.
Hasta hoy los inmortales en cuestión no se ponen de acuerdo con el Plano a registrar.
Unana historia de desencuentros en la que aún estamos enfrascados lo que no ha impedido - faltaba más - que con veinte chiquilines seamos potencia mundial futbolística y el “Pepe Mujica” le confiase recientemente al Presidente Chino (andá “llevando”) que “en China eran unos “giles”, que la mejor alimentación, la de mayor potencial de proteínas se encuentra en la carne de vaca y que por eso tienen que hacer negocios con nosotros pa` que “puédamos” desarrollarnos y ustedes dejarse e´joder con el pescado crudo.
Cuando gran parte de América del Sur celebró hace poco tiempo los 200 años de Independencia del yugo español barato, visto lo incierto de nuestro origen político, discutido y discutido hasta el cansancio, aquí inventamos en su defecto:“Montevideo, Capital de la Cultura”.
Como una capillita perdida en medio del campo…no tenemos cura.
Pero más allá de los plomizos debates aderezados de “sangre charrúa”, (aborígenes de estas latitudes, indómitos y muy higiénicos, asesinados sin piedad por quienes luego fundarían el “Uruguay moderno” que en cierto modo, unificó los criterios de aquellos cismáticos profesionales de las ventanas redondas con orientación Norte-Sur), esa cuestión del bailecito criollo, el pañuelito bordado y la ronda con versos, era un asunto francamente fastidioso para nosotros, los hijos del implante.
Si hubiera que destacar alguna virtud de toda esa bobada diría que puede hallarse en la posibilidad de “tomarnos los vientos” de la clase para ensayar diariamente el tal bailecito criollo, al tiempo que eludíamos los problemas aritméticos del maldito librito de Pedro Martín, y como agregado de rango…dado el carácter protagónico (fruto de circunstancias que no buscábamos ninguno de nosotros), “canchereábamos” con las “niñas”.
Admiración y respeto, novias seguras, joda total.
Aún hoy, me consta, se suplicia con esas cosas a los niños en 3D y hamburguesa con fritas.

Los orígenes del “Pericón” se remontan a un tiempo anárquico y abierto a las batallas brutales donde los hombres libres como los pájaros comían, dormían y mataban arriba de un caballo.
Bueno…no es tan así. De vez en cuando se bajaban del equino, obviamente.
Necesitaban entre otras cosas satisfacer” aquéllo”… y “aquéllo” era escaso y no era cuestión de echar mano eternamente de las ovejas o de las pobres gallinas abandonadas en estado calamitoso a su suerte, con pase urgente al sicoanalista.
Este no es el objeto de la narración pero se me calentaron los motores y no puedo evitar internarme en el pintoresquismo de la sobrevivencia hostil de aquellos tiempos que ha llegado a mi vulgar conocimiento de las cosas. Todo en el intento de levantar un telón de fondo en el que se inscriba con la mala leche que me caracteriza, lo que realmente quiero transmitir.
Y lo haré por el puro gusto de escribir, soy franco: Sepa quien ha llegado hasta aquí que aún no he abordado el tema que me interesa. Y esto va para largo, creo. La literatura producto del chambón es un ombú con pretensiones de madera noble. Meras fatuidades y ambiciones de gallo enano; vuelo corto y contextura gomosa, intrincada, libertina y con las ramas tendidas soberbiamente hacia el caos.
El escritor mediocre escribe para perder lectores y a eso me aboco yo con singular entusiasmo, lo admito.
Al asunto.

En un tiempo pretérito se levantaban en medio de la llanura hostil, establecimientos cimarrones de parada obligada para el descanso de los jinetes y los caballos; oportunísimas para echarse en el garguero “unas cuantas” y constatar, en vivo y en directo “qué” de nuevo ofrecía el contacto con la gente y si era posible, probar el filo del cuchillo en el pecho de alguno.
Se les conocía como “pulperías” donde como digo, se ejercitaba el instinto gregario y de vez en cuando se organizaba “bailantas”, donde acudían las “chinas” de las cercanías y las parejas jóvenes de la zona y sus adyacencias.
A no confundir: No eran tiempos de la “mona” Giménez , Pocho “la Pantera” o la inolvidable “Bomba Tucumana”.
Una lástima.
Bailongos de rompe y raja sobre tierra apisonada, precariamente iluminados por la luz mortecina de algunas velas de sebo rancio y adornados con guirnalditas de colores.
Las “chinas” luciendo sus mejores galas, debidamente provistas de su caña y el correspondiente anzuelo, aguardaban impacientes su peoncito soñado.
Requiebros e indirectas rebosantes de picardía iban “armando el ambiente” hasta que un par de guitarras y la infaltable “acordeona” conjuntaban las primeras piezas.
Las parejas se armaban en un santiamén.
Lamentablemente en la planicie bravía de esos tiempos, saturada de sangre y odio, sobraban los guerreros y escaseaban las curvas femeninas, de modo que eran escasos los que “disfrutaban” de la buena compañía y muchos los que quedaban papando moscas prendidos al mostrador.
Se “domaban” a tamangazo limpio, “gatos”, “mazurcas”, “cielitos” y como final de fiesta el susodicho “Pericón”, que constaba de una coreografía elemental de parejas en graciosa formación con vueltas, requiebros y medias vueltas revoleando los pañuelos. Culminaba la apoteosis una ronda circular que encerraba dentro de sí, a su turno, a las parejas en cuestión una por una.
El asunto era intercambiarse zafadurías veniales para que todo el mundo gozara de las ocurrencias y la pasara rebién.
Sin embargo la chacota entre los sexos (como antes y como ahora) constituía un mero pretexto.
Se podía advertir en las miradas que se dispensaban un ansia animal:”Hoy te hago pomada en los pajonales “china” pretenciosa”; y la réplica de ella respecto a su compañero que cortaba el cielo como un rayo en cielo despejado:” Cuando agarremos pal’ lao de las tomateras no te me vayás a desinflar de entrada gaucho de goma porque te degüello de parao”…
Otros había que le daban a la caña brava apoyados, como digo, al mostrador. Perdida a fe…destrozada la ilusión.
Para aliviar su desdichada soledad “chupaban” pólvora con menta.
Las “chinas” revoleaban las polleras y al pobre gaucho le llegaba el olor desquiciante de la oveja en celo.
“Sirva otra doble, pulpero (vida disgraciada la de uno, ¡juepucha¡)”
De pronto un grito estentóreo y autoritario estremecía el local…
¡¡¡¡¡PAAAARE LA MUSICA¡¡¡¡
Un peso pesado con el sombrero echao pa’tras sujeto por el barbijo, cara llena de granos y manos tipo Fránkenstein, transmite la intempestiva ordenanza que es acatada ipso facto.
Se le acerca a uno de los bailanteros, contoneando el cuerpo con ese menao que llevan los guapos al caminar en Panamá.

“Yo creo mi amigo que esa “china” le anda quedando un poco grande a usté. Me disculpará la franqueza”
“Pero… ¿no me diga?”, le contesta el otro con sarcasmo.
El aludido, también de noventa quilos y guantes de ocho onzas, crenchas grasientas, cribado de pequeños pozos virueláceos en la cara, lo observa de hito en hito, brazos en jarras. Hace un globo con el chicle.
“Sí le digo…y no quiero ser atrevido”.
“Está disculpao. Y si; puede que sea como usté dice, capaz que sí - le contesta el aludido - ; capaz que tiene razón el hombre… ( infla otro globo con la lengua y lo revienta con estruendo sobre la cara de su interlocutor) Pero yo creo - y usté me dispensará la insolencia -, yo creo mesmamente que usté tendría que hacer la “pata ancha” pa’ demostrar que esta “china” es pa’ su hechura y no pa’ la mía. Digo…no sé”.
Escupe el chicle lejos.
“Es así como usté dice con mucha cencia: El asunto es probarlo. Vamos a comprobar si yo tengo razón o si la tiene usté, compañero ¿No le parece?
La concurrencia va dejando libre un amplio círculo y el silencio se torna sepulcral.
“Pero ¿cómo no me va a parecer? Aura sí: Tengo pa’ mi que este no es un buen lugar pa’ demostrar esos asuntos. Lo invito a dir a la pieza del fondo…y que la gente se siga divirtiendo ¿Nu haya?”
“Eso mesmo diría yo, pero antes permítame que lo invite con una copa…si se le ofrece”
“Usté me va a perdonar compadre… pero yo tomo sólo bebida lai por la diabete”
“Muy bien. Pulpero: sírvale al hombre un jugo de pomelo sin azúcar y a mí me enyena otro vaso con caña y… QUE SIIIIIGA LA MÚSICA”…
Todo vuelve a la normalidad en tanto los dos hombres abandonan rápidamente el recinto tras intercambiar algunos conceptos respecto al tiempo reinante y el precio de la soja.
En el camino uno de ellos se ajusta la cintura del calzón caronero; el otro acaricia el mango del brutal “facón” que lleva cruzado a la paleta.
La “china” en disputa se espolvorea la cara y controla con el espejito de la polvera el estado del lunar que se ha pintado con un crayón.
Adivina la mirada de las envidiosas y se ajusta el corpiño con una violenta sacudida del busto. Particularmente controla que asome como es debido el valle de los senos.
Dos hombres se van a jugar por ella…y los dos son muy atractivos según se vea.

Ya se había armado el Pericón y la algarabía reinante hizo olvidar por un momento el infeliz incidente. “Hasta ayer usté me amaba y hoy la noto muy distante…Su corazón no palpita por mi ¿hay por ai un atorrante?... La “china” le contesta a su vez con no menor impudicia: “Yo no cortejo atorrantes, soy una dama muy fina. Yo sólo conozco a uno, que a más que ser atorrante se parece a una gallina”…
Gritos, silbidos…”Eso sí que estuvo güeno”.
OOOOOTRA PAREJA AL MEDIO - exige el bastonero.
De pronto…
¡ Ahijuna que se abre la puerta¡”, pega el grito uno que iba camino a la letrina.
Asómanse los contrincantes mirando el piso con los torsos desnudos, tomados de la mano tiernamente. Cada uno con un cuchillo en la otra.
“Pero lo que son las cosas de la vida… ¡jue pucha¡”
Uno de ellos, visiblemente turbado explica a la frustrada concurrencia:
“Fue desnudarnos del ombligo pa’rriba y enamorarnos ahí mesmo como dos comadrejas. ¡Quién lu iba a decir¡…”Monosesuele vinimo a ser…Si señor…así nomás son las cosas…
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Ensayamos y ensayamos varias semanas con aquella profesora paciente como un monje, especialmente dedicada a mí, que no daba con la sincronización del paso en circuito cerrado, medio frenado, como aplastando cucarachas, tomado de la mano de mi paciente pareja. Por momentos cada cual debía trenzarse con los otros que asimismo se desvinculaban grácilmente entre sí hasta encontrar el compañero inicial.
Una cuestión diabólica.
Trato de recordar por qué yo tenía que integrar aquél grupo de gauchos de moña azul, siendo como era materia granítica en casi todas mis manifestaciones. No puedo llegar a encontrar un solo rastro de las razones que hubiesen incidido para que un tarado optarse por mi elección
Inverosímil.
Lo cierto es que figuraba en el elenco estelar.
No soy supersticioso más allá de lo normal pero creo firmemente que hay un sino inevitable que nos acompaña y es inútil tratar de eludirlo.
Está escrito que tenés que olvidarte de los anillos el día de la boda frente al cura y tu futura esposa que te fulminará con la mirada …” Si hago este papelón te juro que te estrangulo”.
Te preparás como nunca el día que vas a visitar por primera vez a los padres de Zulema y justo-justo, a dos metros del umbral pisás un excremento de perro. Está escrito, no hay vueltas...
El asunto fue así:
A cierta altura de la matraca, con el público expectante, parientes,( hasta uno de mis tíos, Salvino, que odiaba la vida y me enseñó a vivir, estaba), vecinos, la Señora Directora mirando todo (¡¡Dios mío¡¡) en el decurso de una ronda por demás complicada a mi me da por agarrar en dirección de las agujas del reloj y el resto, mi pareja incluida, vuelca un ¡¡aura¡¡ estruendoso en sentido contrario.
Flor de berrodo y yo con cara de “notengolaculpadesertanestúpido”.
La profesora – beatificada por el Papa años después- frente al abismo que se abría ante sus pies no tuvo mejor idea que agarrarme del brazo y sacarme de la florida exhibición. Mi compañera se mordía las uñas y a ratos me puteaba. Quedó inmerecidamente “guacha” de pareja y haciendo la tonta. Optó por sacar un cigarrillo y hacer poses a lo Simone Signoret, sin fumarlo.
Risas, murmullos…Lo llevo grabado a fuego entre mis vergüenzas.
Y claro…un drama de tal magnitud necesariamente produce su propia onda expansiva.
Era inevitable.
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Mi vieja.
Su moral, sus apetitos, su fe, incluso sus pasiones no ejercían presión apreciable en su talante habitual. Sólo destacar sí, que desde aquellos ojos de puma italiano, esmeraldinamente profundos, asomaba todo el tiempo un fuego rudo, como el que se escapa a lengüetazos por la virola de un horno de fundición. Una energía recluida que parecía pugnar por liberarse y derramarse incontrolable.
Sin embargo algo más poderoso la contenía y le impedía estallar. Un propósito del entendimiento aceptado por la voluntad.
Sometió su existencia al autosacrificio sin hacer bandera, discretamente No creo que sus pensamientos hayan aterrizado alguna vez en el explìcalotodo convencional: “pará pibe... la vida es una sola y hay que vivirla a full”.
En lugar de eso con lealtad incondicional cuidó de su prole con las garras recogidas.
El final que la aguardaba, cruel y grotesco, me cuestionó para siempre muchas zonceras en que la gente cree.
Tenía sus cosas, claro.
Consideraba indigno para una dama subir sola a un taxi, del mismo modo que una afrenta personal no ser llamada, la primera, para “hacer la noche” cuando lo requería la atención continua de un enfermo querido o del barrio. O no avisarle cuando el hijo de la comadre – un inveterado rapiñero - caía preso y había que llevarle vituallas. Vivíamos cerca de “Miguelete”, una correccional que ya no existe.
Ella era “nosotros” sin drama.
Lavaba y planchaba la ropa propia, la de los otros cinco mayores y los dos menores de la casa. Pasaba el trapo a los muebles, cocinaba, subía las dos escaleras hasta la azotea cargada con la ropa mojada. Bajaba con la seca, bancaba a mi viejo, un bohemio AAA.
Cada cuatro años se hacía un tiempito para arreglarse el pelo
Con un tío, el menor de los tres, desplumaba los pollos recién liquidados por mi otro tío, el mayor, que los “bajaba” quebrándole el cogote a mano limpia como quien quiebra una rama. Mi vieja los abría con una tijera y los evisceraba. Mi abuela en ese acto se santiguaba y al final de la faena quemaba las patas de los bichos en una plancha al rojo. El olor que despedía eso es sencillamente indescriptible pero valía la pena: El “mal de ojo” no entraba en mi casa.
Jamás, jamás de los jamases probé ave a conciencia. Me han pasado el “perro” y me la he bancado pero a conciencia, jamás.
Mucho antes que Violeta Parra mi vieja ya le agradecía a la vida “que le daba tanto”.
En verano, cuando todo Montevideo “hacía” playa (30º a la sombra; en la cocina de mi casa, 45) el susodicho tío mayor, de profesión verdulero, combatía el ocio de la hermana donando entusiastamente varios cajones de tomates maduros.
Ella los hervía pacientemente en una olla grande durante horas: Cuando se ablandaban al punto de deshacerse en el agua los sacaba (hirvientes que era una hermosura) y frotaba sobre el colador de alambre fino.
Un espeso jugo manaba intermitente sobre el recipiente de lata colocado debajo, zumo celestial el cual era vertido oportunamente en varios platos chatos, expuestos al sol de enero sobre un paredoncito de la azotea de la casa.
No es difícil advertir que a través de ese procedimiento secular se obtenía la deshidratación natural del susodicho zumo que afortunadamente, afortunadamente digo… siempre le llegó antes que a mi vieja.
De noche había que entrarlos y eran como diecisiete. ¿Motivos?: Los gatos, la acción oxidante de la humedad, el choreo de los vecinos…y siempre pispiando el tiempo. Si amenazaba lluvia...adentro otra vez. Sube y baja las escaleras con los tachos.
¿Los “machitos” de la casa?... atorrando, haciendo boliche o jugando al fútbol.
El producto final se resumía en una pasteta seca color marròn rojizo, que mi abuela revisaba diariamente como si fuese preciso controlarle la presión.
Eso supo llamarse “conserva” y servía básicamente para hacer el sacramental tuco de los domingos, de manera que nosotros, los dignatarios del clan, nos sintiésemos reconfortados y justicieramente agasajados con el proverbial aderezo rabiolero, no fuera cosa que perdiésemos vigor…
Se acostumbraba regalar algunos bollones de esa pasteta a los “paisá”.
De eso me encargaba yo. Ligaba buena propina para ir a la “matinée” de los sábados en el entrañable “Oriental”, el lugar donde “la turca” Haydee, una vuelta me miró fijo y me encajó el primer beso que me dieron en la boca.
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Los ojos verdes y triangulares del puma esperaron a la profesora en la calle.
- Oiga señorita... ¿por qué sacó a mi hijo del brazo delante de toda esa gente?
La interpelada quedó petrificada.
En esas circunstancias la cara de mi vieja reflejaría la misma tensión crispada del campesino corso que ante el amor no correspondido, se rebana una oreja con la navaja de pelar las habas sin hacer un solo gesto.
Un presentimiento “fulero” cruzó por la cabeza de la interpelada.
Había olor a azufre.
- Bueno...es que su hijo se distraj...
El cachetazo imponente resonó como un latigazo.
La inocente mujer cayó como un saco de harina entre varias señoras que apenas la pudieron sostener, hecha un gemido doliente. Alguno de por ahí se animó a intervenir con gestos aparatosos llamando a la cordura.
La gente contemplaba el incidente tocándose con el codo. “¡¡Doña Luisa es brava¡¡”
Me agarrò de la mano y sin mirar a los costados musitó entre dientes:
- Apurate, “Rey del Compás”(así se nombraba al inolvidable Juan DÄrienzo) que tengo que hacerle las milanesas a tu padre...

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI

Julio en Montevideo.

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