Una leve silueta de opacidad.-

                                                                             José Ignacio Velasco Montes.

  Se sintió regresar de la dimensión de la quimera nocturna, y tardó unos instantes para retornar del espacio fabulador e irreal del sueño a la dura realidad cotidiana. Sin prisas abrió los ojos y contemplo la negrura apenas rota por una tenue luz que se filtraba por la mal cerrada persiana. Siempre, al despertar, le asustaba por unos instantes la luz que entraba desde el jardín dibujando extrañas formas en la pared. Eran sombras chinescas, cambiantes y atolondradas por el reflejo del sol sobre la superficie de la piscina y el movimiento de las ramas de los árboles en un continuo virado de luces y vislumbres intermitentes.
  Movió la cabeza y escuchó, como cada día, el raspar crujiente de la barba sobre la envoltura de la almohada, e instintivamente pasó la mano sobre la mejilla sintiendo el áspero rozar de la lija pilosa que era su rostro. 
  Pensó en ella y en su solicitud de que se dejara barba, aceptada de inmediato. Y al momento, tuvo la sensación agradable como si en su cuerpo, aún adormecido, sintiese el paso de una mano que le acariciara tiernamente. Le sucedió una vez, la primera ocasión de sentirse mimado y esperaba, deseaba que le volviera a suceder millones de veces.
  --Hay cosas que pasan de una forma muy rara --dijo rompiendo el silencio con la voz ronca matinal del fumador-- pero que se repiten en el tiempo con el misterio de las sensaciones recordadas que pueden durar por siempre.
  De momento vivía en el caos del presente y confiaba que aprendería lo suficiente para estar protegido para el futuro. Pero enseguida fue consciente que lo dicho era una necedad y se dijo en voz alta en los soliloquios habituales del despertar mientras se estiraba preparándose para un nuevo día:
--¡Craso error! Nada ni nadie puede garantizar algo para el futuro.
Comprendió que se estaba solazando con el duerme vela de los ensueños, que casi no recordaba de la noche pasada, y que sólo eran figuraciones, absurdas ilusiones, quimeras simbólicas de significados metafóricos, entelequias fantásticas del subconsciente, en unas visiones pendientes de interpretar. Una vez más, ante la cruda realidad del presente, nada paralela a lo que indican los ensueños nocturnos, la idea, conspicua y cruel, acudió a su mente y recordó que no es conveniente deleitarse en los sueños y olvidarse de vivir. Pero le asaltó un nuevo paradigma que, en parte, contendía chocando con lo anterior, trenzándose con ella en manifiesta afinidad y controversia paralela que, a su vez, le proveía de razón:
--¡No se puede vivir de sueños, pero tampoco sin ellos!
Y comprendió cuánta realidad se muestra inmersa en una frase tan archiconocida como utilizada sin profundizar en un buceo de su consustancialidad inherente a la naturaleza de su conjunto.
Pero… se preguntó de inmediato, ¿es que muchos creen en los sueños, los viven, los aceptan y los sienten? ¿O los consideran irrealidades impropias de mentes tan materialistas como los de una gran parte de la humanidad, más apegados a lo substancial y circunstancial que a lo esencial, puro y duradero? Se encogió ante una pregunta, que se repetía con frecuencia y para la que nunca obtenía una respuesta.
Y comprendió que, una mañana más había acertado a ordenar su mente con rapidez y que ya estaba listo para dar el salto al vacío de un día más de brega en el tórpido luchar de ir adelante y seguir en la labor de caminar avanzando, sin mirar hacia atrás, sin girar la cabeza hacia lo cómodo, lo placentero y lo fácil.
Por un momento, su pérfido otro Yo, en una clara tentación, que el paso del tiempo hacia más frecuente cada vez, le indicó con su meliflua y socarrona voz tan amable como falsa, una modulación ya conocida de antaño pues es la que usa para convencerle:
--Puedes hacerlo, ¡quédate en la cama y refocila relajado! ¿Quién te obliga? Puedes dejarlo todo por un día y haraganear libremente, disfrutar del dolce far niente, que lo tienes más que merecido.
Y la idea, se la exponía en un sinsentido paradójico de pereza pleno de molicie e irreflexión que nada ni nadie podría echarle en cara. Pero sabía igualmente que su otro Yo, ahora silencioso, tan ecuánime a veces, como cruel en otras, si lo hacía, si caía en la agradable molicie que le indicaba atacaría en su momento. Y entonces se lo repetiría, echándoselo en cara, tan incansable y brutal como siempre y lo haría durante los tiempos por llegar en una monótona cantinela que, cada día, le amargaría los mejores momentos de autoestima alta tan típicos en su personalidad y temperamento.
--¿Lo harías? --Llegó a preguntarse en una dualidad de voces en la que las de los dos Yo se mezclaron en un cálido intento de seducción y consentimiento.
Pero comprendió que la pregunta era una aporía, una trampa dialéctica en la que no podía caer, pues era una contradicción insoluble de su razonamiento habitual. La pregunta, malsana, cicatera e intencional para él, carecía de una respuesta lógica que no fuera la habitual.
--¡No! No lo haré, --respondió sonriente pero decidido y en voz bien alta.
Y salió de la cama de la forma que lo había hecho toda su vida. Con decisión, sin pereza, convencido que un segundo de titubeo puede transformarse en un tiempo de desidia por apatía. Nunca había sentido pena de sí mismo, de sus esfuerzos, de darse al trabajo, de ir dejando un poso con su paso de caminante tan decidido como incansable.
--No, no lo haré --se repitió cuando vio su imagen reflejada en la plateada superficie del azogue.
Se miro en el espejo antes de las abluciones previas a la ducha. Y notó la sombra, leve y puntiforme, de la incipiente barba de un par de días sin el martirio de la segadora del césped facial.
Y la idea de confirmar la aceptación brotó de forma clara mientras su rostro, en una metamorfosis tan manifiesta como irreal, mostraba un rápido crecimiento de barba, que redondeada, clara como los cabellos y de suaves formas, de apenas un dedo extendida y separada de la piel, creaban una imagen que era y no era él. Recortada, peinada, con algunos mechones ligeramente más oscuros, rellenaba un rostro que era y no era el suyo, mostrando una imagen que, escasamente cambiada por el paso del tiempo. El rostro le era familiar de antaño, cuanto otrora se la dejara por única vez antes del pensamiento actual que, recién aceptado, ya le espoleaba a la aventura de volver a la experiencia de intentarlo, en una clara muestra de la forma en la que podría quedar si tenía el coraje y la voluntad de hacerlo.
--¡Lo haré! --Indicó en un habitual dialogo con la irreal imagen que le devolvía el espejo-- ¿Quién puede impedirlo? ¿No soy dueño de mis actos, de mi vida, de mi tiempo, de llevar a cabo mis sueños? ¿Míos, o me han sido indicados?
Y aceptó que, la indicación era ajena y había sido aceptada de buen grado.
--Es tan fácil hacer feliz a los demás, --se dijo en un nuevo circunloquio-- que el no hacerlo sería un contrasentido. ¿La amas?
Se miró a los ojos en la cristalina y plateada superficie de azogue y ésta le devolvió una imagen de sonrisa placentera ante la idea de que su solicitante pudiera ser más feliz. Y sus ojos, en un brillo claro, en una respuesta indubitable, mostraron el rostro de su amor que sonreía complacida al ver la imagen de su barba desde el fondo de sus pupilas. Era una doble imagen, una por ojo, en un kaleidoscopio pleno de color y alegría. Y adentrando su mirada en sí mismo, a través del espejo, pudo encontrar el agraciado rostro que virtualmente le contemplaba con una sonrisa, y un fundido de ojos y labios en un deseo de felicidad para el día que se iniciaba.
Se acarició el mentón en un gesto maquinal que le mostró la verdad de la escasa barba mostrando una clara realidad. Necesitaría un tiempo antes que su longitud fuera suficiente para alcanzar la virtual imagen que había mostrado el espejo por un breve tiempo, algo falso y anterior a desaparecer el espejismo.
--Llegará; todo en esta vida llega si se sabe esperar.
--Te hará más viejo --escuchó a su cínico otro Yo.-- ¡Olvida esa molesta historia en la que te estás metiendo! No seas estúpido. ¿Para qué quieres una barba?
--¡Calla, infame! Deja de preocuparte por algo que sólo a mí debe preocuparme. Deja de inquietarte por envejecer, y ocúpate de madurar como lo hago yo.
--¿Tanto te importa hacer lo que te ha pedido?
--¡Sí! hacerlo es un modo, una manera, algo no esencial pero significativo, algo que me pide, y que le doy. ¿Te importa lo que haga?
--Me importa. Sí, es claro que me atañe, pues una vez más me relegas a la nada, a la oscuridad, al lugar en el que, prisionero de tu voluntad, me tienes aherrojado y sin posibilidades de hacer nada por ti, que es mi deseo para ayudarte. --Le responde impertinente desde lo más profundo de su cerebro.
--Esfúmate. Si tengo dudas, si algo no sale bien, sabes que te pediré tu consejo, aunque sé que lo que aportas siempre es erróneo.
--Lo sé, si algo no marcha ya sé lo que harás --insiste el Yo profundo.
--¿El qué?
--No consultarme, como siempre. Y equivocarte una vez más con tus desatinos. Llegarás a no pensar las cosas, para que no tenga ocasión de saberlas --indica su otro Yo pleno de rabia.
--Todo lo que me ofreces es lo peor, la negación, la aceptación del desencanto, el cambio por lo nuevo, y es eso, tus deseos, siempre claros, de abandono, lo que va en contra de mis esencias, de mi idiosincrasia, de lo que quiero, de lo que amo, y lo tuyo es lo que no acepto.
--¡Quiero, quiero! Siempre quieres. Cambia, vete lejos, deja, no luches en la misma dirección. ¡Cambia! ¡Olvídala!
--¡No eres más que un cretino!
--¡Mis padres no bebían! --responde dolido el otro Yo.
--Los míos tampoco, pues son los mismos. Pero tú, retorcido y perverso, has ganado la categoría de cretino en dura lucha con todos los cretinos de tu especie.
--Me habrás ayudado mucho.
--¿Cómo? ¿En qué forma?
--No dejándome ver nunca el mundo que te rodea.
--No necesito que lo veas. No me eres preciso para nada. Desaparece --indica con decisión tajante.
--No puedo, soy consustancial tuyo, inherente a ti, parte de ti, inseparable de ti, del que nunca podré alejarme. Nací contigo, crecí contigo, y siempre estaré a tu lado para aconsejarte.
--Mal, siempre aconsejas mal. Te llamaré si te necesito. Ahora escóndete, que no te vea.
Y le vio retirarse compungido, con un gesto adusto y agresivo en el rostro. Un gesto que ya conocía, el rostro de esperar, agazapado, otra oportunidad en la que vengar tantos intentos sin resultados.
Y mientras le observaba desaparecer, se miró al espejo, sonrió abiertamente, soltando una carcajada profunda, gutural, casi espasmódica en su repetición, pues sabía que una vez más le había vencido, domado, superado y reducido al  tórrido silencio del vencido sin condiciones.
Y se lo imaginó molesto, hundiéndose en su retirada a esconderse en la oculta caverna del interior de su cerebro, para rumiar una vez más su derrota. Su único y fallido intento, había sido un contrapunto de indicar lo contrario, su única posibilidad, sin duda, ante la rápida aceptación de la conservación de las excrecencias pilosas. Dejarla crecer era un positivo afán logrado sin su intervención. Y su ataque había sido un intento desesperado, el zaguero, de hacerle volver atrás y alejar, para que se negara a lo solicitado. No tenía otro camino pues la aceptación ya estaba hecha, antes de poder intervenir.
Mientras sonreía disfrutando de haberlo vencido una vez más, habían sido tantas a lo largo de su vida, recordó que aquella misma luna del baño, no ha mucho tiempo le devolvía la imagen de su rostro sin sonrisa, en una tan paradójica como extraña situación de desencanto que el tiempo, aparentemente había solucionado en una inversión de matices, ilusiones y tempestuosos vaivenes desgranados en convulsas piruetas de sí, no, tal vez, quizás.
Y por unos instantes, la incertidumbre, una perplejidad flotante, le hizo pensar en la inestabilidad de la vida, en lo irresoluto de la realidad. Y un pensamiento le acudió de inmediato y lo expresó en voz alta en un análisis de situación, en una esperanza de ser comprendido a ultranza por la persona causante de todo lo bueno y lo malo de los postreros tiempos:

--“La realidad no ha cambiado. Somos nosotros los que cambiamos, pues la belleza, la verdad, la realidad se encuentra en los ojos de quien mira”.

Y por unos intervalos de breve persistencia, se preguntó:
--¿Me mirará con los mismos ojos que yo la miro?
--¿Quién puede saberlo que no sea la persona de la que espero todo?
Se metió en la ducha y dejó que el agua, templada apenas, resbalara por el cuerpo mientras el gel le cubría con blanca espuma que resbalaba hasta el suelo de granito rojo. Y se cubrió la cara con abundante espuma y salió para mirarse en el espejo y ver la imagen de lo que podía ser la barba en un futuro. No era nada especial, pero le recordaba la foto de Sean Connery, y una vez más aceptó, sin reticencias ni dudas que hacia lo que debía hacer, y volvió casi resbalando en el agua que cubría el suelo por su precipitada salida de un momentos antes.
Ya en la ducha, una canción, espontánea se inició en un silbido al que momentos después se le unió la letra de la famosa canción del tema “Casablanca”:
--…y el tiempo pasará…
Se pasó la mano por la mejilla de pelillos cortos y blandos por el agua, y cambiando la letra de la canción, se dijo:
---Y la barba crecerá…
     Y a ella, quizás, le gustará.


                       F I N.

      Marbella - 26 / 04 / 2017.

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