—¿Le apetece un café, té, pastas?
—Ibuprofeno, por favor.
—Échese y póngase este pañuelo con colonia en la frente.
—Se lo agradezco, pero necesitaré también oscuridad y silencio.
Tan cómodo estaba el dolor de cabeza que no había forma de que se marchara. Llegó un momento en que tuve que ignorar su presencia y retomar mis actividades pero no me podía concentrar. Decidí pedir ayuda profesional y me decanté por la opción más natural: la homeopatía. Mi cabeza se lo tomó como una traición: me castigó con un incremento de los síntomas y me volví intolerante a la luz. Acudí a oculistas, neurólogos y otros especialistas. No encontraron nada anormal.
—Los rubios sois muy sensibles al sol —dijo el único que se atrevió a dar una explicación—. Te recomiendo usar gafas polarizadas y comprar un gran sombrero de paja.
Llegó el verano y no podía salir de casa en las horas de luz. Vivía con las persianas bajas y me acostumbré a hacer cosas con la lámpara apagada porque tampoco soportaba la luz artificial. Empeoré hasta el punto de no poder usar el ordenador, leer, ver películas ni hacer nada que requiriera luz natural o artificial. Salía a pasear por la noche intentando evitar las farolas y los faros de los coches. Escuchaba música si me lo permitía la intensidad del dolor de cabeza, o me dedicaba a pensar, nada bueno dada la situación. Recuerdo el profundo temor a quedarme ciega.
En septiembre volví a buscar ayuda y un médico hizo un acertado comentario:
—Esto ha de producírtelo algún medicamento. ¿Qué tomas?
—Nada. Tan solo una medicina homeopática: Hepar Sulphur.
—Eso no puede ser la causa. La homeopatía es placebo. Tiene que ser otra cosa.
—Pues no tomo nada más.
Me fui a casa sin diagnóstico pero una idea quedó rondando en mi cabeza. ¿Si soy alérgica a la miel y a los frutos secos, no podría serlo también a un producto homeopático, aunque se considere medicina natural? Llamé a mi homeópata y le pregunté si podía ser ésta la causa de la fotofobia y me dijo que no, pero que incrementara la dosis, que cuando los síntomas empeoran es que la medicación es la adecuada.
Decidí seguir mi instinto y dejé la medicación. A los pocos días empecé a notar mejoría. Al mes pude volver a salir de casa aunque tardé un año en hacerlo sin gafas de sol. Todavía soy sensible a las luces intensas: configuro las pantallas con el brillo mínimo y me siento siempre de espaldas a la ventana. Para colmo me dedico a la fotografía que, como su propio nombre indica, es la escritura o dibujo con luz. Soy una fotógrafa fotofóbica. La vida tiene un curioso sentido del humor.
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