-¿Te gusta el hotel? –pregunta mi marido.
-Está chulo, mira tiene piscina en la entrada.
-Lo sé, y jacuzzi en la habitación. Lo reservé yo ¿recuerdas?
-Sí, pero que sepas que todavía no te he perdonado por el retraso.
-¿En qué puedo ayudarles? –nos pregunta un chico flaco y ojeroso, que se encuentra detrás del mostrador.
-Reservé una habitación para este fin de semana a nombre de Ace, Cheny Ace.
-¡Ahhh! Sí peroooooo un problema de última emmmmhhhh hora, nos ha obligado a tener que… cambiarles.
-¿Qué problema? –pregunta mi marido.
-Ummmhhhh, una avería.
-Ya, en el jacuzzy ¿no? –pregunto yo.
-Ehhhh sí.
-A este hombre le cuesta más hablar que moverse, eso teniendo en cuenta que se mueve más lento que una anémona –susurro a mi marido.
-¿Las anémonas se mueven? –me pregunta Ace también entre susurros.
-Sip, pero tan despacio que es imperceptible al ojo humano. Mira, mira, está a punto de coger la llave.
-Venga que casi es tuya –anima Ace.
Ring, ring, ring…
-Mierda el teléfono. No, no te desvíes –suplico –primero la llave.
Pero no tenemos tanta suerte claro, justo cuando sus dedos casi rozan el casillero, desvía su dirección hasta el teléfono.
-¡Joder! Pero si ya casi estaba –gruñe Ace.
-Respira, respira, que ahora tiene que hablar.
-Ehhh Hoteeeeel Felices ehhhhh Vacaciones.
-Y largas –respondo.
Diez minutos después cuelga, mi marido está de color azul y un humo de intenso gris sale por sus fosas nasales. Juraría que hasta tiene cuernos. Tengo que dejar de leer a Sheryll Kenyon.
La mano del espécimen que habita en el interior del mostrador vuelve a intentar coger la llave, vemos como roza la misma…
-Por fin…-
Plin plin. Una pareja go-gos. Plin Plin Plin.
-¿Eso es necesario? –les pregunto ante su insistencia en tocar la campanilla.
-Es la única forma de que despierte, créeme –me dice la go-go hembra.
Le arranco la campanilla de la mano y me pongo a darle como una loca.
El espécimen en cuestión abre los ojos de par en par, y hace amago de entregarnos la llave.
-Ummmmmhhhhhhh, sigan el pasillooooooo, yyyyyy a la derecha.
-Sí, al fondo a la derecha, como siempre –el hombre, en respuesta sube y baja la cabeza mal disimulando un bostezo.
Mi marido le arranca la llave de la mano y nos vamos hacia la habitación. Nos extraña que esté en la planta baja pero… no vamos a discutir con Don Anémona.
-¡Jo-der! –comenta Ace al ver la habitación. Pequeña, una cama de 1.15 de ancho por 1.70 de largo, una mesita de noche de los divinos ochenta y… nada más.
-Tranquilo, si para lo que vamos a parar aquí.
-Me van a oír –lo veo salir airado, con pinta de matar a alguien y lo sigo.
-¡Quiero hablar con el encargado! –grita al recepcionista.
-Ehhh un momento –lo vemos desaparecer por una puerta trasera.
-Ehhhh la primera puerta, al lado del ehhhhh mostrador –me asomo por el mostrador hacia el lugar en el que sale la voz. Un interfono.
Llegamos hasta la nombrada puerta y Ace abre sin llamar. Nos encontramos en un despacho, que hace unos veinte años fue elegante. Un pesado escritorio reina el centro del despacho, detrás del cual, hay un sillón de skay que nos da la espalda. El sillón se vuelve lentamente y…
-Tú –dice mi marido.
-Eeeehhh me han dicho que ummmmhhh querían hablar con esto… el encargado.
-¿Te han dicho? ¿te estás quedando conmigo?
-Ummmhhhh no.
-Déjalo Ace, vamos a disfrutar del fin de semana tranquilos. Pasa de la habitación.
Ace me mira, mira al tipo, que bosteza impertérrito y cogiéndome de la mano me lleva a la habitación.
Después de arreglarnos un poco, ya sabes; ducha, sexo, ropa… salimos a cenar. Como es pronto nos paramos a tomar una cerveza en un bar cualquiera, donde un tipo de unos cincuenta o sesenta o setenta –vaya usted a saber- años, bebía cerveza y contaba batallitas la cantinero y al otro único cliente. Y por supuesto a nosotros.
-Vosotros que sois jóvenes ¿os lo podéis creer? Yo hippy toda mi vida, he vivido en una comuna por todos los santos.
-¿Santos? –pregunta Ace.
-Es un decir hombre –protesta el Hippy.
-Pues va mi hija y se casa con un broker, ¡un corredor de bolsa! Que disgusto.
-¿Es un tío chungo? –pregunta el cliente alternativo, que debe dedicarse a la compra venta de sexo.
-No, es buena persona, pero cuando estuve en su casa… -el hombre movió la cabeza negativamente remarcando su disgusto.
-¿Un desastre de casa? –pregunto yo.
-No –remarca el hombre, dando un largo trago a su cerveza –impecable. Pon unos chupitos de Tequilas, yo invito.
-¿Tan malo? –pregunta Ace.
-Sip, salud –limón, sal y para dentro.
-¿Y…un psicópata? En EEUU dicen que hay muchos –murmura el camarero, como si estuviera contando un secreto.
-No. ¡Es millonario! ¡Un maldito corredor de bolsa millonario! –suena un móvil. El tipo se echa la mano al cinturón y lo coge.
-¿Los hippys llevan móvil? –pregunto a mi marido en susurrante.
-Este sí.
-Lo siento pero me tengo que ir –nos dice –mi mujer está a punto de dar a luz, es muy joven y tiene miedo. Quiere que esté con ella. Aunque probablemente mate a sus padres, antes de que termine el parto.
-¿Parto en casa? –pregunto.
-Por supuesto, como nuestra madres y abuelas que…
-Que morían de parto a los cuarenta.
-Bela…-me advierte Ace.
Por fin en el restaurante.
-Que sepas que va a costar que te perdone, esta vez el retraso es de diez días.
-Me perdorás.
-No sé yo –titubeo.
-La última vez que me retrasé ¿me perdonaste?
-Me diste un regalo de la lista por cada día de retraso, cinco regalos! Pues claro que te perdoné. Un momento, ¿me vas a regalar diez cosas? Te podías haber esperado dos días más, y me das la lista entera. No habrás descartado los botines, porque los necesito, tengo unos rojos, unos negros, unos marrones y unos azules, pero no tengo ningunos color caramelo son imprescindibles y el perfume, apenas me queda, no puedes…
-O te callas o no hay regalo –amenaza. Yo hago el gesto de cremallera en boca.
Me entrega una cajita de terciopelo rojo.
-¿Un anillo? No estaba en la lista, pero bueno…
-Ábrelo –lo abro despacio, los que me conozcáis sabéis que no me gusta romper el papel de regalo. Cuando abro la caja, la mandíbula se me descuelga.
-Son… son… es… es…
-Brillantes, seis, uno por cada año. Son pequeños pero… espero que te guste.
-Cariño, me acabo de correr.
-Pero que burra eres.
-No es broma. Dame la mano. Esa no, la que tienes en mi rodilla –la pongo justo donde tiene que estar -¿Lo ves?
-¡Camarero! La cuenta –grita Ace.
-¿Y el postre?
-Te lo doy en el hotel, tranquila.
Cuando llegamos al hotel una conga de gogos machos y hembras, nos coge y nos pone a dar vueltas con ellos. Al conseguir escapar estamos tan cansados que no sabemos si podremos cumplir con nuestro primer objetivo.
Conseguimos entrar en la habitación. Mi marido se dirige a la ventana.
-Vamos a abrir un poco, que entre el aire de la noche. En vez de el aire entran una retahíla de suspiros y grititos, nos asomamos y vemos a dos gogos machos, practicando el arte amatorio.
-Bonitas vistas al almacén –le digo a mi marido.
-Vaya corte de rollo –contesta él.
-Seguro que si fueran dos tías, estarías como una moto.
-Créeme eso es bueno para ti.
-¿Tío tenéis un condón? –nos pregunta el de abajo.
-Creo que sí –contesto girando la cabeza para intentar mirarlo a la cara.
Mi marido se saca uno de la cartera y se lo tira. Después cierra la ventana.
-Se acabó la función, vamos a dormir y mañana será otro día.
-Me lo dices en serio.
-Estoy roncando.
Salimos por la mañana y le decimos al hombre anémona que pueden ir a hacer la habitación que estaremos fuera unas horas. Volvemos a mediodía.
-¿Sabes creo que el mostrador es el habitat natural del hombre anémona? –le digo a Ace.
-¿Por?
-Te has dado cuenta que siempre que salimos o entramos está ahí, sea la hora que sea.
-Es verdad.
Al entrar en la habitación vemos la cama sin hacer.
-¡Me cago en todo lo que se menea! –grita Ace.
-Cariño y que más da si vamos a deshacerla –Mi marido me mira elevando ligeramente el labio, dispuesto a atacar.
-Espera –interrumpo –voy a avisarles de que no vengan ahora.
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-Chica pues a mi los gogos me gustan, dan buenas propinas –dice una de las chicas de la limpieza del hotel, abriendo la puerta de la habitación 001.
-¡Guau! Esa postura le tengo yo que decir a mi marido que la quiero probar…
-¡Fuera de aquí! –grita Ace.
Las chicas salen a la carrera, y mi marido se deja caer en la cama.
-¿Volvemos a casa? –pregunta.
-Feliz aniversario, cariño. Ha sido un fin de semana inolvidable –comento mirando mi anillo recién adquirido.
Al salir a recepción nos dirigimos al recepcionista, el de siempre claro.
-Perdona, tenéis servicio de cafetería.
-Ehhhhh, por supuesto, ehhhh en frente.
Nos damos la vuelta y tras cuatro pasos al frente estamos en la cafetería.
-¿Hay alguien ahí? –pregunta Ace.
De debajo del mostrador vemos sobresalir una cabeza con ojeras.
-Ehhhhh sí, ¿querían algo?
-No me lo puedo creer –río yo.
-Pero como…
El hombre anémona nos pones dos cafés, leeeetos muy lentos.
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