Kioto, Japón

Hacía frío, los cristales “lloraban”  el mal tiempo de la calle con el calor que desprendía la estufa de leña hacía que aquellos frágiles vidrios se llenaran de unas lágrimas especiales.

En el jardín el fuerte aire movía con violencia la buganvilla que se enredaba en la esquina del porche.

Daba miedo oír el ulular del mismo parecía que mil demonios venían en busca de algo. Aquel sonido me hacía recordar las hélices del avión que nos trasladaba a Japón.

Han pasado los años y en mi memoria perdura aquel sueño maravilloso, en verdad parecía un cuento y mientras paseaba por las calles de aquella isla creía que estaba soñando ¡Era imposible que me estuviera pasando a mi!

Estábamos en Kioto. Nos esperaban, salimos rápidos, por suerte no teníamos que pasar la aduana al bajar del avión en Osaka, llevábamos un salvoconducto que el gobierno nos había hecho llegar para facilitarnos las cosas.

No tardamos nada en llegar al hotel que se encontraba a mitad de camino entre las dos ciudades. Era excelente y eso sí totalmente europeo.

Deseábamos darnos una buena ducha y acostarnos, bueno era de día pero después de tantas horas volando el cuerpo necesitaba un poco de descanso; al mismo tiempo la curiosidad nos llevaba a desear salir a conocer cosas.

Descansamos un buen rato y nos llamaron para ir a cenar; en el mismo hotel había un restaurante italiano. Era lo mejor.

Nos había invitado la Prefectura de Kioto y por el Museo de Marc Chagall, allí iban a estar colgadas nuestras obras. Era inmenso, nosotros utilizamos la séptima planta. Aquellas salas daban un poco de miedo, miedo al pensar en las enormes paredes, se necesitaban un buen puñado de lienzos para llenarlas.

El comisario de la misma empezó su trabajo siempre bajo la atenta mirada nuestra. De vez en cuando me asomaba tras los cristales para mirar a la calle. Todo me parecía una película, de vez en cuando me pellizcaba quería, necesitaba darme cuenta que era yo en carne y hueso.

De pronto se acerca un señor, iba vestido de samurai, joven y bien parecido, siempre acompañado por una intérprete. Ella sabía varios idiomas y eso le ayudaba mucho al caballero.

Vino a saludarnos y según la intérprete a ponerse a nuestro servicio para enseñarnos los lugares más emblemáticos de Kioto, Osaka, Kobe y Nara.

Quedamos para el día siguiente aunque aquella noche nos invitaba a cenar. El restaurante era totalmente distinto a lo que conocemos en el mundo occidental. Eso acompañado de que era el punto donde se reunían los luchadores de sumo.

Estaba aturdida al ver como ellos comían o sorbían la sopa con palillos ¡Impresionaba verlos! La noche estaba calma. Era la época en que los cerezos estaban en flor. Eso hacía soñar aún estando despierta, era todo romántico, distinto, hasta la forma de dirigirse a las personas y eso que allí en aquel tiempo y pienso que seguirá igual la mujer era, es, muy poca cosa, yo no tengo nada que decir, tenía todo el respeto de los hombres, pintores, poetas, caballeros que me rodeaban.

Por la noche en la cama repasamos los acontecimientos.

Al día siguiente de nuevo en Kioto. Un coche a nuestro servicio para ir de un lugar a otro y poder ver más cosas. Estamos delante del Palacio Imperial, antes era la capital japonesa y los Emperadores tenían su residencia en el mismo. Más tarde se trasladaron a Tokio.

¿Cómo explicar las maravillas que podemos encontrar en tan emblemático lugar?

Todo es distinto, su cultura, educación, su forma de tratar, otro mundo se abría ante nosotros. Caminar junto a Samurai por las calles, en el tren significaba ir escoltados, nos parecía que ya nada tenían que representar y en cambio las gentes como nosotros se apartan al verlos; un temor se refleja en su cara.

Entrar en los maravillosos parques cuidados con toda delicadeza, limpios, con unos árboles mimados, tratados con esmero, con cariño, sus hojas verdes, vivas, brillantes como si les hubieran estado dando cera.

Estanques de agua purísima, limpia, cristalina con miles de peces de colores paseando tranquilamente por sus aguas.

De vez en cuando un templo donde todos los japoneses se paran, entran y encienden un varita de incienso. En otros están haciendo el ritual del té. Hay que sentarse sobre las piernas y en silencio oír el tintineo del agua al caer de la jarra caliente sobre la tetera para luego con suma parsimonia ir entregando a cada uno la taza para poder degustar aquel delicioso sabor.

Pasear por sus calles cuando el sol se esconde y las flores de los cerezos empiezan a soltar los pétalos lentamente. Es como si los árboles estuvieran llorando porque otro día se apaga en una primavera serena y llena de amor.

Son tantos los sueños, las cosas vividas en un mundo que parece irreal, en un mundo que nos parece estar soñando y que al despertar todo se desvanece.

Pasa el tiempo y todavía queda en mi el sabor maravilloso de unas vivencias inigualables, por aquel entonces yo era:

Directora de KoKusai Bijutsi Shingikai. Bellas Artes España. Un orgullo para mi el recibir ese nombramiento.

Seguirá:

Higorca