Jessica Chastain encarna, en el filme 'Dark Zero Thirty', a una miembro del equipo élite de espías y agentes militares estacionados en una base secreta en el extranjero, dedicados a la búsqueda de Osama bin Laden

Muchos no esperaban que la nueva película Zero Dark Thirty,  fuera tan explícita en puntos delicados. Nadie lo hubiera pensado. Después de todo, se supone que Hollywood es el anexo en la Costa Oeste del Comité Nacional Demócrata y los creadores de esta atrapante cinta de suspenso, sobre la cacería de Osama bin Laden, van a retribuirle al gobierno de Barack Obama su indulgencia con un homenaje a la sabiduría y agallas del presidente actual.

Pero la película del año es también el embrollo político del año, muy pero muy lejos de las conmovedoras obras de propaganda en favor de Obama que algunos conservadores temían que fuera a ser. Zero Dark Thirty, que se acaba de estrenar en los cines y se presenta como un relato casi periodístico de lo que sucedió en realidad, le da el crédito principal de haber matado a Bin Laden no al gobierno de George W. Bush ni al de Obama, sino a una obsesiva analista de la CIA cuyo trabajo abarcó las dos presidencias. Y presenta el tipo de tortura que defendía Cheney —y al que le puso fin Obama— como si fuera una necesidad para extraer información, algo repulsivo pero fructífero.
David Edelstein, el crítico de cine de la revista New York Magazine, llamó a Zero Dark Thirty la mejor película del 2012 en un artículo reciente. Pero aun así se desvió para decir que “linda con lo política y moralmente reprensible” ya que “defiende la eficacia de la tortura”.

Edelstein no es el único crítico en un desmayo moralmente complicado por Zero Dark Thirty. La semana pasada, el Círculo de Críticos de Cine de Nueva York la declaró la mejor película del año. Lo mismo hizo la Junta Nacional de Revisión. Sorpresa sobre sorpresa: Zero Dark Thirty no sólo se negó a acatar la línea liberal convencional sino que está siendo aceptada por muchos árbitros culturales que probablemente, en cierto nivel, están horrorizados por las conclusiones a las que parece llegar.

¿Lidiarán honestamente con eso, como hizo Edelstein? ¿O preferirán dejarse arrebatar por Zero Dark Thirty y después ignorar o idear una interpretación selectiva de sus implicaciones de política? un examen más de cerca.
Con mucha razón, tenemos la costumbre de descartar lo que sale de la fábrica de sueños comerciales de Hollywood por simplista, dulzón y trivial. Empero, Zero Dark Thirty y Lincoln, otra de las películas de este fin de año que está en el centro de la actual carrera por el Óscar, están dedicadas a ambigüedades éticas y a sucios compromisos de gobierno; a la suciedad y la peste que a veces acompañan al esfuerzo de mantener intacto y a salvo a este poderoso país.

Lincoln lo examina a través del prisma de nuestro presidente número 16 y el arte de legislar y las argucias con las que él y sus aliados lograron la aprobación de la XIII enmienda para ponerle fin a la esclavitud. Zero Dark Thirty usa a la guerra contra el terrorismo como lente y plantea cuestiones profundas y complicadas respecto de si un tipo de maldad excusa a otro y si la preservación de la libertad depende de la aplicación precisa del salvajismo. En esta temporada de fiestas, Hollywood no sólo nos está dando The Hobbitt y el inevitable vehículo de Tom Cruise, sino también una lección de civismo.

Zero Dark Thirty (cero, obscuro, treinta) toma su nombre de una expresión militar que significa 30 minutos después de medianoche, que fue la hora en que las fuerzas especiales SEAL atacaron la finca de Bin Laden en Pakistán. Es la obra de la directora Kathryn Bigelow y del guionista Mark Boal, que ya habían colaborado en The Hurt Locker. Al investigar para hacerla, ellos recibieron considerable cooperación de la CIA y del departamento de la Defensa, lo que provocó las quejas de algunos conservadores, que se olían una hagiografía de Obama en marcha.

Se las olieron mal. Obama no es personaje de la película sino, más bien, parte del fondo de una narrativa sobre el drama sangriento y el tedio exangüe de recopilar información durante casi diez años sobre los atentados del 2001 y el asesinato de Bin Laden. Habla de buscar una aguja en un pajar, increíblemente revuelto y amenazador. Las “técnicas reforzadas de interrogatorio”, como el pocito, se presentan como algo esencial en esa búsqueda y es difícil no centrarse en ellas, pues la primera secuencia larga de la película muestra a un detenido que está siendo jalado de las muñecas, humillado sexualmente, privado de sueño, metido en una caja más pequeña que un ataúd, al que le hacen sentir que se va a ahogar.

El detalle tan explícito con el que todo esto se presenta, supongo que podría interpretarse como una condena por parte de los realizadores de la película. En cierta medida, Zero Dark Thirty va a funcionar como una prueba de Rorschach, en la que cada espectador va a ver lo que quiere ver. Pero la secuencia de la tortura va seguida inmediatamente por un prólogo con puro audio que cala hasta los huesos, con las voces de los aterrados estadounidenses atrapados en el infierno de las Torres Gemelas. Está dispuesta como un desquite.

Y según la película, la tortura produjo información vital para perseguir al hombre más buscado del mundo. Sin pocito no se hubiera encontrado a Bin Laden: eso es lo que parece proponer la película. Y los agentes secretos involucrados en la tortura no parecen estar aliviados con el edicto de Obama para suspenderla. Su búsqueda de pistas simplemente se les vuelve mucho más complicada.

Ésa es una versión de los eventos difícilmente aceptada por todos. “Algunos de los agentes del FBI y de la CIA implicados en este nivel en el trabajo operativo de primera mano fueron los que dieron la voz de alarma, pues estaban realmente horrorizados”, afirma Jane Mayer, autora del exitoso libro The Dark Side, considerado el relato definitivo del programa de interrogatorios.

Zero Dark Thirty no transmite eso, ni refleja la opinión de muchos expertos de que la tortura es innecesaria, de que produce tanta información mala como buena. “Las fuerzas armadas, el FBI, la CIA misma —junto con halcones republicanos como John McCain, que sufrió la tortura en carne propia— dicen que no hay justificación, no hay necesidad ni excusa”, afirma Mayer.

 El fin de los “interrogatorios reforzados” no significó el fin de métodos que parecen estar fuera de los preceptos acostumbrados de la ley de Estados Unidos y, como nos lo recuerda Zero Dark Thirty, Obama ordenó el ataque que desembocó en la muerte de Bin Laden sin ninguna garantía de que allí fuera a estar el terrorista ni de que los cuerpos cosidos a balazos de esa finca paquistaní fueran de él y de sus compinches.

A nombre de la democracia desde hace mucho tiempo hemos realizado, y seguimos realizando, algunos despiadados análisis de costos y beneficios y algunas cosas muy feas, ante lo cual no debemos hacer la vista gorda. Sea lo que fuera que Zero Dark Thirty haya hecho mal, hace que quede mucho mejor.

Extraído de diferentes medios en la Web