Aquí os dejo un poema de mi libro "Las alas de una alondra madrugando" (https://mybook.to/LaAlondra).

La cita de Homero hace referencia al momento en el que Zeus pesa las keres de Héctor y Aquiles para ver quién está destinado a morir en el enfrentamiento.

Mas cuando el sol con ambos pies pisaba

del cielo el punto medio,

ya entonces, justamente, su balanza

de oro el padre tendía

y en los platillos de ella colocaba

dos genios de la muerte dolorosa...

Homero. Ilíada

Decidme dioses: ¿Sabéis lo qué es la muerte?,

¿o cuánto pesan las hojas que caen sobre las tumbas?

Decidme si sabéis lo qué es colgar espejos en paredes de aire;

dormirse sobre labios que mañana serán sólo de polvo;

amar lo que no tiene sino tiempo.

Vosotros, que no precisáis sueños, decidme:

¿Sabéis que el miedo tiene los ojos amarillos

y un niño desnudo sin pies en su garganta?

Decidme si sabéis lo qué es gritar de frío

y sentir cómo todos se van yendo

—ver sus rostros borrándose en la niebla—,

tener sólo palabras que oponer a la nieve

o acaso una caricia que recordar en silencio,

cuando el otoño acude con sus alas de bronce.

Mirad mis manos, su pequeña dimensión de olas,

¿cuántas noches cabrán dentro?

Palpad mi pecho, su reducido universo de tejidos y aire,

¿cuántas raíces hallarán en él su asiento?

Decidme,

     ¿de qué color serán las flores que brotarán desde mi carne?,

     ¿cuántos almendros tendrán que llorar para aumentar el blanco de mis huesos?

¿Mirasteis los árboles desnudos en las calles?,

¿sentisteis al heraldo del hielo entre las ramas,

inundando las anchas arterias de madera?

¿Escuchasteis entonces su crujido

o el temor de las hojas ya caídas?

¿Conocéis el dolor de vagar entre mil sombras

y señalar a una paloma muerta sin derramar ya una lágrima y decir:

cuanto sé de mí mismo es sólo esto?

¿Aguardáis a que os abran la penúltima puerta

                                                                            para ver

si está la luz o está su ausencia,

y tenéis que escoger

                        para marcharos

entre joven y bala o anciano y aullido?

Dejad por un momento de agitar las espadas,

bajad a este silencio,

a la marchita calle que hemos barrido algunos

para darle un hogar digno a la esperanza;

tocad el gran vacío que revienta las manos,

porque el vacío pesa aquí donde los muertos;

mirad los ojos blancos de la estatua,

su soledad de invierno en medio de dos lagos;

repetid nuestros nombres hasta sentir en la boca

una extensión de charcos y ángeles enfermos,

porque hasta los ángeles aquí se vuelven locos.

Retomad entonces, si podéis, el patíbulo o la lanza,

pero bajad;

         bajad o dejadnos

                                      en la lluvia ya solos para siempre,

y que la tierra diga quiénes son los héroes.

Yo por mi parte

                me sentaré ante el mar hasta que venga el viento;

extenderé las pocas banderas que me queden;

buscaré en las estrellas alimento;

abrazaré los pasos naranjas de la tarde;

me volveré de racimo o plata oscura

para que el último río me lleve hasta mi nombre

y cruzaré las puertas del amor abiertas como labios

y bajaré a la noche y sus viñedos

para aprender la lengua submarina de los corales rojos;

no callaré

       y escucharán mi voz los cementerios.

Hasta que sólo sean piedras las palabras

y caiga extenuado en mi lengua el último unicornio,

hermanaré las raíces con los sueños

Y de mi voz la luz abonará los huesos de mi templo.

Seré el calor de las espigas rojas

o trigo en una tarde de verano

—me encontrarán las estrellas

entre las frescas palmas del céfiro agitado—;

o tal vez una pluma de gaviota blanca

e iré a morir con ella en alta mar

donde dicen que se aman las tormentas;

o seré quizá

                     manto de luz doblada en la canción de las alondras

y aprenderán los dioses de mi canto.

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