Red de Literatura y Cine
Fuente: Proyecto Patrimonio
—A pesar de la pandemia, veo que José Baroja no se ha detenido, ha producido obras maravillosas en estos últimos años. Eres un escritor joven con una fructífera carrera: 14 libros de cuentos y dos libros de poemas y todos publicados y con éxito. Te hemos visto crecer como escritor. ¿Sientes que la narrativa de José Baroja ha tenido algún cambio desde aquellos comienzos con El hombre del terrón de Azúcar y otros cuentos, publicado en 2015?
—Ciertamente, ha cambiado. Más allá de haber fijado mi domicilio a más de 9000 kilómetros de donde estaba en ese momento, pienso que, con el paso de los años, resultaba en algo inevitable que mi narrativa cambiara; después de todo, hemos de aceptar que, para cualquier escritora o escritor, la continua suma de experiencias, tanto positivas como negativas, así como el descubrimiento de nuevas lecturas y, por supuesto, la relectura de otras, clásicos personales y universales, sin olvidar todo lo demás, acaban por alterar, ineludiblemente, la percepción que se tiene del mundo y, con ello, la forma de comprenderlo, de enfrentarlo, y, concluyentemente, de representarlo. Así que puedo afirmar que así como el tiempo ha pasado desde El hombre del terrón de azúcar y otros cuentos®hasta llegar al hoy, mi narrativa también lo ha hecho. Aun así, mi narrativa, mayoritariamente, sigue siendo considerada como parte del género neofantástico.
—Háblanos de tu última obra Sueño en Guadalajara y otros cuentos®. ¿Por qué “Sueño en Guadalajara”?
—Sueño en Guadalajara y otros cuentos® es una antología de 178 páginas, publicada por TerraIgnota Ediciones®, en Barcelona, a mediados del 2023. Esta antología incluye varios cuentos y relatos inéditos, escritos, principalmente, en México durante los años 2021 y 2022; cuentos y relatos en los que aprovecho, entre otras intenciones, de homenajear a mis autoras y autores de cabecera ―Borges, Bombal, Quiroga, Kundera, Garro, Bolaño…―, al tiempo que tensiono, lejos de cualquier afán moralizante, temáticas y conflictos diversos, entre los que se reconocen algunos (re)convertidos hoy en dogmas, o que bien, al menos desde mi perspectiva, nunca dejaron de serlo o, sencillamente, se cobijaron bajo una gruesa capa de cinismo e hipocresía.
En tal sentido, quien me haya leído antes, volverá a encontrar en este libro, un estilo cuidado e irónico, a partir de un lenguaje sencillo y accesible a la vez; particularidades comunes a toda mi narrativa que sirven, entre otras cosas, para dar vida a un mundo personal y crítico, que muchas personas confunden erróneamente como autobiográfico. En cierto modo, podría afirmar que son narraciones que apelan al “sin sentido de la existencia” desde un “realismo-mágico urbano”; esto, más allá de que entre sus páginas también se enaltezca a los niños y los animales como los únicos héroes posibles en un mundo con estas características.
En consecuencia, los cuentos de este libro, tal como anticipa el título del mismo, se sitúan principalmente en la ciudad de Guadalajara, urbe que se convierte, a partir de la suma de relatos, en una especie de centro del universo al que cada palabra confluye; esto, aun cuando, en ocasiones, se presenten otros lugares de México, tales como Ciudad de México, Tuxtla Gutiérrez, Etzatlán o incluso versiones paralelas de la capital de Jalisco. Así, a partir de dicho eje ordenador, la obra se llena de historias de muerte, de angustia y de otras miserias fácilmente identificables como parte del imaginario latinoamericano, en el que deambulan asalariados-rebaño, jefes todopoderosos, ricos apáticos, mujeres y hombres, niños y niñas, al fin, seres humanos que protagonizan o padecen la corrupción, el narcotráfico, las desapariciones, el machismo, la lucha de clases, las borracheras, la hipocresía, la explotación y la pobreza, tal como ha indicado Carolina Merino Risopatrón, en el prólogo que acompaña esta obra.
En “Sueño en Guadalajara”, cuento que bautiza el libro, el desafío de escribir se tematiza en la voz de un probablemente mismo narrador, quien rompiendo la cuarta pared le habla a sus personajes o al propio lector cuando le recuerda que todo cuento debe tener un conflicto o una desgracia aquí nacido desde la misma ciudad.
—Un título llamativo. Y ¿dónde podemos adquirir tus obras?
—Afortunadamente, gracias a las tecnologías actuales, los canales por medio de los cuales se puede conseguir esta y otras obras son muchos. Por ejemplo, El lado oscuro de la sombra y otros ladridos®, No fue un catorce de febrero y otros cuentos®, Sueño en Guadalajara y otros cuentos®, mis últimos libros, se pueden encontrar en librerías de toda España ―Fnac®, Casa del Libro®, Agapea®, Iberia®, etc. ―, y gran parte de Latinoamérica ―SBS®, Gonvill®, El Sótano®, Mandrake®, Pocho®, etc. ― o encargar directamente en línea; incluso desde sitios tan lejanos como Corea, Turquía, etc. También es posible encontrar mi obra en sitios como “Buscalibre®” y “Amazon®” o en la página web que han montado con mi trabajo, www.escritorjosebaroja.com.mx, donde podrán hallar un listado con varias librerías alrededor del mundo. Las y los invito a leerme.
—¿Cuál de tus cuentos es el favorito?
—En la medida en que se progresa en este oficio, porque la escritura para mí es un oficio, cuestión que para nada resta al amor que siento por esta, sino que, por el contrario, lo enaltece, los cuentos ya publicados van adquiriendo, al paso de los años, un valor distinto al que tuvieron en su génesis: ya sea para bien o para mal. A veces, de la mano del tiempo, uno empieza a comprender el porqué algunos de estos, que resultaban ser casi un accidente para uno, acaban por llenarse de éxitos y loas, e incluso se transforman por mérito propio en los favoritos; mientras que otros, que uno valoraba desmedidamente por méritos que ya no parecen tan claros, caen en el olvido. Ciertamente, habrá que considerar como cierto que una vez que una obra se desprende de nuestra pluma, ya no nos pertenece.
Este es el caso del cuento “Un hijo de perra”®, ya que, hoy puedo decir que es uno de mis favoritos, aunque al principio no lo fuera: premiado y querido por mucha gente, incluido en numerosas antologías, he empezado a comprender su razón de ser y el momento en que surgió. No obstante, otros como “El hombre del terrón de azúcar”® siempre han sido mis preferidos; este, ante todo, por ser el primero publicado: el que dio inicio a mi carrera como escritor. Aunque, si he de referirme específicamente a mi último libro, y más allá de lo que suceda en el futuro, hoy diré “Sueño en Guadalajara”®.
—¿Cómo te defines como cuentista o poeta?
—Como cuentista soy un lector meticuloso, dedicado, estudioso y obsesivo; casi tiránico.
Como poeta soy un accidente emocional; un turista lírico.
—¿Qué te inspira para realizar cada obra?
—La necesidad de escribir y, en el proceso, evidenciar al mundo. Contrario a lo que algunas y algunos podrían creer, la escritura no me genera un goce o un placer en sí mismo, todo lo contrario; y aun así, siento la necesidad de escribir ficción como si tuviera el presentimiento de que algo encontraré en medio de mi periplo narrativo, por más doloroso que sea. La verdad es que sufro, me enojo, me molesto, me enfermo existencialmente cada vez que redacto una sola línea de un cuento y, por supuesto, cada vez que regreso, una y otra vez para corregirlo. Al final, sé que nunca me sentiré conforme con el resultado de “algo” que haya escrito; pero también sé que anhelo enterarme si descubriré “algo” en todo esto o llevaré a alguien a ver algo que yo mismo no he visto y que, a veces, se revela en el mismo arte. ¡Bendito Schopenhauer! ¡Santo Nietzsche!
En cierto modo, pienso que las letras son capaces de descubrir y revelar efectivamente muchas más “capas” del entramado que compone y oculta nuestra sociedad y nosotros mismos, es decir, que es capaz de acercarnos más a algo que a falta de otra palabra llamaré “Verdad” y que aplica al Arte en sí, más que a la Historia, más que a la Antropología o más que a cualquier otra rama de las Ciencias Sociales. Esto convierte a la creación literaria, para mí, en un oficio arduo y agotador; al mismo tiempo que imposible de dejar. Al fin y al cabo, encontrar la Verdad siempre será fatigoso dentro de un mundo plagado de apariencias.
—Ahora ahondando en tu vida más personal. ¿Qué motivó a Baroja irse a México, y específicamente a Guadalajara?
—Lo cierto es que desde pequeño me encantaba la idea de “México”, y aunque no se lea como algo muy culto o elevado para algunas sensibilidades, esta se cultivó a partir de las películas de Cantinflas, cintas que se emitían con frecuencia a través de la televisión abierta y que se constituían como la única transmisión que de niño podía ver los viernes después de las 22 horas; también aportó lo suyo Chespirito, programa cómico que me regaló mi primer contacto con obras clásicas gracias a sus simples y efectistas parodias ―memorables su Don Juan Tenorio y su Cyrano de Bergerac, don Ramón incluido ―; cuento en esta historia, además, la música ranchera y de mariachis, mayoritariamente de temática cristiana, que formaban parte del playlist de mi abuela, quien con mucho gusto las escuchaba; y así, un extenso etcétera que sorprendería a más de uno.
Aun así, Guadalajara y la decisión de venirme definitivamente a México detonarán en un futuro ya adulto; por supuesto, sin omitir aquellas experiencias que menciono, porque de seguro estuvieron aguardando en mi subconsciente para convertirse, eventualmente, en ese “algo” que debe haber impulsado una decisión que acabaría por dejar atrás Barcelona y mi vida en Chile. En efecto, Cataluña había sido mi primer destino, un poco siguiendo los pasos de Roberto Bolaño, otro poco, al reconocer la formidable presencia editorial allí, un poco más, al pensar en la comodidad económica que esta ciudad podría significar en un hipotético y exitoso devenir académico, al menos en un sentido ordinario de ver la vida. De hecho, con la intención de migrar a Europa postulé a un doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona, en el que fui aceptado, por lo que el siguiente paso consistía básicamente en quedarme y comenzar a estudiar con el propósito de depositar una rechoncha tesis en algún apartado espacio de una fría biblioteca. Con lo que no contaba en ese entonces es que, después de asistir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, quedaría atraído por México y, por ende, con la idea de quedarme aquí: cariño, cercanía, idioma, como sea, después de este viaje, Barcelona no se convertiría en mi hogar.
Ya convencido, y olvidada mi tesis doctoral, lo siguiente fue conseguir mi residencia: una tarea nada fácil debido a la pesada burocracia mexicana, aunque el objetivo de comenzar desde cero en un lugar donde, sin duda, aún hoy, hay mucho que hacer resultaba una motivación interesante, siendo este un proceso, cabe agregar, en el que comprendí, quejas más, quejas menos, que la “comodidad” no era precisamente la ruta idónea para el ser escritor. Así es como, después de tres meses en Ciudad de México, mucho más tiempo acá en Guadalajara y Zapopan, y luego de que mi intuición confirmara mi lugar luego de conocer al amor de mi vida, la escritora tapatía Leyda Mariscal, me quedé aquí.
—¿Qué ha significado para ti vivir en la ciudad de las Rosas, en la Perla Tapatía? Una ciudad nombrada Capital Americana de la Cultura en el año 2005.
—Ni sólo rosas, ni sólo perla. La tierra tapatía ha significado para mí aprender, crecer y madurar; en cierto modo, conocer un rigor que faltaba en mi vida y que alguna vez mi padre expresara como necesario. De hecho, México, para mí, se ha convertido en una experiencia intensamente lejana al “turismo de paquete”; muy distante a “ese turismo” que te permite disfrutar sin culpas de la ficción de una tierra que, tal vez, en el breve futuro de quien goza unas vacaciones, sólo ocupe un espacio predilecto en tu refrigerador, en algún muro de tu casa, en una fotografía digital o en tu recuerdo pagado en cuotas, a no ser que seas de los pocos que sí tienen para pagar al contado, pues el o la turista no ha venido a involucrarse en los problemas sociales, económicos o políticos de un país, mucho menos para comprender las contradicciones que abundan por estos lados. No, el o la turista han venido a conocer aquello esbozado convenientemente como México para él o ella; aquello por lo que se ha endeudado; aquello que la Secretaría de Turismo promete que se conocerá. Por supuesto, esto no significa que juzgue como moralmente “malo” el darse unas vacaciones con esa premisa; sobre todo sabiendo que quizá sea la única chance que algunas familias tendrán, insisto, si no han nacido en “cuna de oro”; tampoco creo que “títulos” o “categorías” como esas no signifiquen nada o no tengan algo de verdad; mucho menos significa que otros no puedan verlo de manera distinta y estar completamente en desacuerdo conmigo; pero sí diré que, para mí, “ese turismo” no es “México”, o ningún lugar de agencia, y que ese México no es el que he conocido durante estos últimos años; no ese que está explícitamente construido para beneplácito del dólar o de las y los pocos que pueden costearlo acá dentro; porque el “turismo” no es para cualquier bolsillo en este país, un país en que mucha gente se ha empobrecido notablemente durante los últimos años de la mano de la ineptitud de los gobiernos de turno. Aunque quizá como escritor tienda también a lo negativo, quién sabe. No me hagan caso. Ahora bien, ¿qué ha significado para mí vivir en Guadalajara? Aprender, crecer y madurar.
Repito, aprender, crecer y madurar, pues mi experiencia ha sido la de quien vive lo cotidiano y, por lo tanto, de quien no sólo reconoce lo hermoso de esta nación, colmada de gente muy buena, de mucho talento, de un respeto que ya extrañaba en Chile, de cordialidad y amistad, sino también de quien reconoce las herméticas trabas familiares, la hipocresía latente, la informalidad imperante, la burocracia abrumadora, la corrupción masificada y la violencia, una muy horrible violencia que incluye el género, pero que va mucho más allá. Todo esto, aun cuando, debo asumir que mi situación personal, probablemente, sea mucho más favorable que la de muchas y muchos mexicanos en la actualidad.
Sinceramente, México es un país contradictorio; y sí, uno en que la “cultura” está por todos lados, tanto lo bueno como lo malo, y no sólo hablo de lo institucional, no sólo lo que te dicen que es “Cultura”. México es un país que amo mucho como escritor y que me ha enseñado mucho como persona, que me ha dado chance de involucrarme de otro modo con su gente, de llenarme de historias imposibles en otros lados, que me ha permitido mejorar como ser humano, y esto no lo digo sólo por decirlo; un país que me ha llevado a conocer tanto el dulce como el agraz con una intensidad que nunca imaginé. Por fortuna, dulce y agraz en que lo más dulce destaca por sobre todo, ya que, como dijera antes, aquí conocí un amor bonito; un amor que no creía real, un amor a primera vista y que hoy me motiva cada día a continuar. En fin, ¿qué ha significado para mí vivir en Guadalajara? Aprender, crecer, madurar y amar.
—¿Qué diferencias encuentras entre Chile y México?
—Obviamente, la cantidad de habitantes de uno y otro país marcan una primera e indiscutible diferencia. A partir de ello, bien podríamos suponer que aun cuando en Chile hay diferencias destacables entre sus regiones, ante todo por la extensión de su territorio y, por ende, su variedad de ecosistemas, es muy probable que las diferencias culturales entre el Norte, el Centro y el Sur de México sean incluso más marcadas, incluso entre sus distintos Estados y municipios, que las que podemos encontrar dentro de un país con una densidad poblacional mucho menor; así mismo, puede anticiparse que el tipo de organización política de México, de índole federal, acentúa las particularidades en el desarrollo humano de sus distintas zonas de un modo más manifiesto y drástico que lo que podría reconocerse con respecto al regionalismo chileno. Por ejemplo, yo, en particular, vivo en Jalisco, un Estado sumamente conservador, o, al menos, en apariencia, con un catolicismo y tradiciones muy anquilosadas entre sus habitantes, esto, si realizo una comparación directa con un Chile hoy mayoritariamente agnóstico; no así si hago el mismo ejercicio con Ciudad de México o Monterrey. Lo mismo aplica con otras particularidades de la vida civil, tales como la burocracia, el precio de los alimentos, las conductas cívicas, el trato al prójimo, la responsabilidad vial, etc. De hecho, cada Estado resalta sobre la base de tradiciones y conductas aparentemente más arraigadas en uno u otro y que se corresponden con un sentido profundo de “identidad” más palpable que en mi país: “el jalisqueño es jalisqueño a huevo”. Aun así, en términos generales, la cordialidad mexicana con el extranjero es muy destacable y generalizada en toda la república; igualmente el sentido de comunidad, uno que en parte se ha extraviado en Chile y que permite establecer que el mexicano tiene una conducta más cercana con “el otro” que el chileno; más si vemos la voces antimigración que se han levantado el último tiempo en Chile. Como punto negativo, habrá que mencionar que la corrupción a nivel nacional juega un papel importante siendo a veces más evidente y descarada que en otros lados; del mismo modo, acá resalta, perjudicialmente, la innegable presencia del narcotráfico, pinche cáncer en metástasis expandiéndose desde el núcleo de este hermoso lugar.
Aunque el listado de semejanzas y diferencias es significativo, así como subjetivo, por lo que valdría una entrevista aparte, me quedo con la gente buena de México. Me encanta este país, pero no soy ciego a sus problemas. He ahí la temática de mis últimos cuentos.
—¿México le da más importancia a la cultura y en este caso a la literatura?
—Depende de qué entendamos por “cultura”. Si la comprendemos como el arraigo a ciertas tradiciones, acciones y conductas representadas de manera pública y privada y que conforman “identidad”, probablemente la respuesta sea “sí”; incluyendo la literatura. En tal sentido, puedo afirmar que en México también hay un mayor despliegue para la difusión y fomento de las letras y artes locales, y ello, pese a que en pandemia “este apoyo” se ha visto notoriamente mermado desde el gobierno federal. De todas formas, sea dicho, lo anterior no significa que el ejercicio de las actividades culturales representen necesariamente una mejor remuneración que en otros países o una mayor valoración de esta labor de parte de las autoridades; tampoco que se lean más libros por habitante o que, más allá de la Feria Internacional del Libro, sea un espacio donde sea factible o sencillo vivir solamente del Arte. Al igual que en otros lados, tu herencia de cuna parece ser un factor determinante en México para quien quiera enfocarse en estas actividades.
Aun así, si he de comparar, debo decir que en Chile, la supremacía del Mercado como todopoderoso ente rector ha hecho incluso más difícil el desarrollo del campo cultural que en México. Baste recordar las palabras de la Ministra de Cultura de Chile durante el gobierno de Sebastián Piñera al prescindir con una seguridad horrorosa de la importancia del Arte en pandemia. ¿Qué sería de esta época sin libros, música, películas?
—¿Te sientes más cómodo en México a la hora de escribir, de publicar?
—Como reza el dicho, “Nadie es profeta en su tierra”. En tal sentido, sí, me siento más cómodo en México a la hora de escribir. Publicar es otro tema: afortunadamente los últimos años no he tenido que preocuparme de ello, gracias a las casas editoriales que “adoptaron” mi trabajo, en España, en Perú y en Argentina. Por ejemplo, hace poco, en Chile, Zig-Zag rechazó la posibilidad siquiera de evaluar un manuscrito de mi autoría; a la semana, este fue aceptado en Argentina. De hecho, se acaba de publicar mi segunda colaboración con TerraIgnota Ediciones, en Barcelona.
—¿Cómo se mueve allá el mercado editorial?
—Con dificultades. Como en todos lados, el mercado propiamente editorial está en crisis y ello se traduce en mayores complicaciones para publicar y, al mismo tiempo, captar, en el proceso, nuevas y nuevos talentos. Entiendo por “publicar”, valga la aclaración, la consecuencia de un proceso que se realiza dentro de un marco que considera ciertos criterios y etapas mínimos para asegurar la “calidad” de una obra antes de que esta vea la luz. Paradójicamente, lo que sí se ha multiplicado son las alternativas para imprimir un libro, distinto a mi concepto de “publicar”, ya que, hoy, cualquier imprenta ofrece el servicio, e incluso distribuidores como Amazon pueden realizarlo sin filtro alguno: sólo basta tener las ganas y el dinero suficiente para hacerlo. Resultado: saturación del mercado editorial, bajas regalías para las y los autores, “invisibilización” de talentos, masificación de obras desechables, etc.
En tal sentido, me atrevo a afirmar que la “democratización de la imprenta” ha ocasionado una infravaloración del oficio de editor o editora dentro del Mercado y, al mismo tiempo, del escritor o la escritora, ya que, ante tantas alternativas, parece factible que cualquiera pueda tener un libro escrito por sí mismo, hasta comercializarlo, sin considerar para ello el proceso editorial previo; situación que, además, ha servido para engordar los egos de autoras y autores mediocres, que consideran a priori sus textos como obras maestras y que, de la noche a la mañana, suman más de treinta libros mal escritos. Por supuesto, esto no significa que no haya escritoras y escritores talentosos dentro del mundo independiente; pero a veces ellas y ellos mismos quedan tapadísimos por la suma de obras mal habidas que se amontonan por todos lados y, a la vez, muchas editoriales caen en la mera tentación de vender por vender. Un maldito círculo vicioso. La premisa “cualquiera puede publicar” se ha comido la afirmación “escribir es un oficio arduo y difícil”. Luego, la crisis.
—¿Estás dedicado 100 por ciento a ser escritor o lo compaginas con la academia?
—Hoy puedo decir que la Academia sólo aparece tangencialmente en mi vida, a través de una que otra evaluación de artículo académico o literario, que cada cierto tiempo me solicitan desde revistas, tales como La Colmena® de la Universidad Autónoma del Estado de México y Nueva revista del Pacífico® de la Universidad de Playa Ancha, o bien, algún que otro curso para universidades locales. No obstante, no creo que el mundo académico sea capaz de llegar a la gente como sí puede hacerlo la literatura, el libro de ficción en particular. La Academia, decepciones de por medio, para mí sigue siendo un espacio muy cerrado; tanto como los círculos de poetas que a veces se acostumbran a escribir sólo para poetas. Dicho lo anterior, sí estoy muy a gusto haciendo clases a estudiantes de secundaria: es un renacer de mi vocación.
—Ahora hurgando en la intimidad de José Baroja sabemos que estás enamorado y tienes una hermosa esposa. Ella es escritora. ¿Cómo es la vida de dos escritores tan productivos?
—La gran ventaja de compartir oficio es que ambos comprendemos el hacer, las inquietudes y los proyectos del otro e intentamos actuar en consecuencia; igualmente compartimos nuestras diferencias, semejanzas, virtudes y defectos y tenemos nuestros momentos “buenos” y “malos”, los que, al final, resultan en un aprendizaje pleno para los dos. Bien podría afirmar que desde casi el primer momento en que estuvimos juntos nos “desnudamos” uno con el otro, lo que ha permitido que nada sea tan difícil como para no poder superarlo juntos y que, por lo tanto, la vida fluya en la misma dirección.
Más de alguna vez concluimos que nos parecemos mucho, y eso ha ayudado a comprendernos; también cuando necesitamos nuestro espacio para escribir: espacio sagrado para ambos. Tanto Leyda como yo, día a día aprendemos y crecemos mutuamente como pareja y como escritores. Te aseguro que la vida es hermosa junto a ella, hermosa, porque a partir de nuestros momentos, incluidos los incómodos, vamos construyendo algo sólido. Ella es mi Mundo. Agradezco a quien haya que agradecer el habernos encontrado aquí. Yo no creía en el amor a primera vista: este fue un amor a primera vista.
—¿Seguirás residiendo en México?
—Quiero hacerlo: ya he renovado nuevamente mi residencia. Aunque, bajo ninguna circunstancia eso significará quedarnos quietos. Compromisos en Chile, en Argentina y en España nos esperan; de hecho, prontamente será publicado un libro de relatos de ella, titulado M de Morales. Eventualmente quisiéramos visitar India.
—¿Estás preparado una nueva obra o seguirás en gira con tus obras?
—Estoy trabajando en una nueva obra para el 2024. Aun así, la idea es seguir promocionando las obras que hoy se encuentran disponibles para gran parte del mundo: El curioso caso de la sombra que murió como un recuerdo® (Ediciones Oblicuas®: Barcelona, 2018), El lado oscuro de la sombra y otros ladridos® (Ediquid®: Lima, 2020); No fue un catorce de febrero y otros cuentos® (TerraIgnota Ediciones®: Barcelona, 2021) y Sueño en Guadalajara y otros cuentos® (TerraIgnota Ediciones®: Barcelona, 2023).
—Si puedes dejarnos un enlace o las plataformas donde podemos adquirir tus obras.
—En principio sugiero visitar el siguiente enlace: https://escritorjosebaroja.com.mx/en-librerias/. En este, encontrarán un listado incompleto, pero extenso, de librerías, ubicadas en distintas partes del mundo, en las que se comercializan algunos de mis libros; allí mismo, hallarán “a mano” el acceso a plataformas de distribución como “Buscalibre®” y “Amazon®”; la primera la recomiendo para quienes viven en Chile.
Si así lo prefieren, también pueden consultar directamente en las casas editoriales que hoy me acogen o en librerías de España y de gran parte de Latinoamérica: TerraIgnota Ediciones®, Grupo Ígneo®, Editorial Equinoxio® y Ediciones Oblicuas®.
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